“Voy a dejar de usar insultos”: la estrategia oficial detrás del anuncio que hizo Milei sobre su propio discurso

”Voy a hacer esto: voy a dejar de usar insultos”, sorprendió Javier Milei anoche, cuando hablaba en un evento de la Fundación Faro, el think thank libertario, en el Yacht Club de Puerto Madero. El Presidente luego completó esa frase, que nadie hubiera imaginado de su boca. “A ver si están en condiciones de poder discutir ideas… Porque yo creo que discuten las formas porque carecen de nivel intelectual suficiente para discutir las ideas”, completó.
Nadie cree en el Gobierno que Milei vaya a cambiar de verdad. El Presidente, de hecho, está completamente convencido que la retórica beligerante contra la “casta” fue lo que lo llevó a la presidencia. Que cuando él insulta, es “genuino”. Y que eso es lo que vale, porque durante el ejercicio del poder mantuvo altos niveles de apoyo pese a su estilo violento, su discurso de odio, la denigración y la agitación permanente contra los que opinan distinto.
Hay, sin embargo, una decisión puramente táctica detrás del anuncio presidencial de “dejar de usar insultos”. De cara a la temporada electoral, donde los libertarios necesitan plebiscitar la gestión y ganar músculo parlamentario para afrontar la segunda mitad del mandato, en la cúpula libertaria consideran que hay que enmarcar la discusión pública “en el debate de las cuestiones de fondo” y evitar ruidos y errores no forzados en la conversación pública.
La mesa chica de Milei, según pudo reconstruir LA NACION, quiere que en la campaña se hable de los logros de la gestión en materia económica (es decir, de la baja de la inflación), del “proyecto de gobierno” centrado en el equilibro fiscal como un valor en sí mismo y de las reformas pendientes para la segunda etapa.
“Nadie va a cambiar. Se trata de enfatizar las ideas más que las formas. Porque, de lo contrario, todo queda en una discusión de forma cuando sabemos que somos sólidos por las mejoras objetivas que consiguió esta gestión”, resumió un colaborador del Gobierno.
“Los exquisitos de las formas”
Es difícil predecir si Milei podrá respetar un cambio de tono de acá hasta las elecciones sin que resulte impostado. Hasta ahora, jamás se moderó y hasta se volvió más chabacano en sus expresiones. Si efectivamente deja de insultar, será una cuestión meramente pragmática: como le sucede a todos los oficialismos de cara a un turno electoral, el Gobierno necesita ampliar, ser más digerible para un electorado más grande y pulir la narrativa.
Alguien que conoce al Presidente agregó: “Milei está convencido con este enfoque. Él es como es y no va a cambiar. Lo que quiere es poner las ideas al frente y dejar en evidencia que las formas no son el verdadero problema”. Es, en términos mileístas, un replanteo táctico como parte de la “batalla cultural”.
La premisa oficial presupone que la investidura presidencial y el mensaje que se transmite desde el máximo cargo público no constituyen un tema de fondo.
Durante su discurso en la Fundación Faro, de hecho, Milei no reconoció como un error el historial de agravios, insultos y provocaciones permanentes que lo caracterizan. De hecho, se refirió a “los exquisitos de las formas” y aludió elípticamente a un artículo de LA NACION que documentó con cifras su escalada verbal. El Presidente lo denominó “contador de insultos”.
Ese trabajo demostró que, en los últimos 100 días, el Presidente dio 28 entrevistas y discursos en los que incluyó 611 insultos. Y que 57 de esos insultos incluyó términos sexuales.
En el Gobierno no reconocen que haya una demanda social por el estilo presidencial, ni admiten que sea un tema central de la conversación pública.
Si se estudia con prisma electoral, sin embargo, asoman algunas luces de alerta. LA NACION citó un reciente informe de Casa Tres, de la analista de opinión pública Mora Jozami, que estudió el estilo presidencial. Un 40% respondió que le gustan “las formas del Gobierno” y un 54% dijo que no. Si se desagrega por los votantes del 2023, el 80% de los que votaron a Milei en la primera vuelta −su núcleo duro− está de acuerdo con el estilo presidencial beligerante. Pero si se observa a los votantes de Patricia Bullrich, esa aceptación cae al 48% (y un 46% responde que no le gustan las formas de Milei).
Quizás eso explique la necesidad actual del Gobierno, en plena temporada preelectoral, de reencauzar el discurso de Milei, que sin dudas es el gran elector del oficialismo. Un matiz que podría asomar en lo discursivo para interpelar a otro electorado y que se está verificando también en el diseño de la oferta electoral, donde La Libertad Avanza (LLA) finalmente cerró un acuerdo con Pro en provincia y en la Capital Federal, a un lado y al otro de la General Paz.
”Voy a hacer esto: voy a dejar de usar insultos”, sorprendió Javier Milei anoche, cuando hablaba en un evento de la Fundación Faro, el think thank libertario, en el Yacht Club de Puerto Madero. El Presidente luego completó esa frase, que nadie hubiera imaginado de su boca. “A ver si están en condiciones de poder discutir ideas… Porque yo creo que discuten las formas porque carecen de nivel intelectual suficiente para discutir las ideas”, completó.
Nadie cree en el Gobierno que Milei vaya a cambiar de verdad. El Presidente, de hecho, está completamente convencido que la retórica beligerante contra la “casta” fue lo que lo llevó a la presidencia. Que cuando él insulta, es “genuino”. Y que eso es lo que vale, porque durante el ejercicio del poder mantuvo altos niveles de apoyo pese a su estilo violento, su discurso de odio, la denigración y la agitación permanente contra los que opinan distinto.
Hay, sin embargo, una decisión puramente táctica detrás del anuncio presidencial de “dejar de usar insultos”. De cara a la temporada electoral, donde los libertarios necesitan plebiscitar la gestión y ganar músculo parlamentario para afrontar la segunda mitad del mandato, en la cúpula libertaria consideran que hay que enmarcar la discusión pública “en el debate de las cuestiones de fondo” y evitar ruidos y errores no forzados en la conversación pública.
La mesa chica de Milei, según pudo reconstruir LA NACION, quiere que en la campaña se hable de los logros de la gestión en materia económica (es decir, de la baja de la inflación), del “proyecto de gobierno” centrado en el equilibro fiscal como un valor en sí mismo y de las reformas pendientes para la segunda etapa.
“Nadie va a cambiar. Se trata de enfatizar las ideas más que las formas. Porque, de lo contrario, todo queda en una discusión de forma cuando sabemos que somos sólidos por las mejoras objetivas que consiguió esta gestión”, resumió un colaborador del Gobierno.
“Los exquisitos de las formas”
Es difícil predecir si Milei podrá respetar un cambio de tono de acá hasta las elecciones sin que resulte impostado. Hasta ahora, jamás se moderó y hasta se volvió más chabacano en sus expresiones. Si efectivamente deja de insultar, será una cuestión meramente pragmática: como le sucede a todos los oficialismos de cara a un turno electoral, el Gobierno necesita ampliar, ser más digerible para un electorado más grande y pulir la narrativa.
Alguien que conoce al Presidente agregó: “Milei está convencido con este enfoque. Él es como es y no va a cambiar. Lo que quiere es poner las ideas al frente y dejar en evidencia que las formas no son el verdadero problema”. Es, en términos mileístas, un replanteo táctico como parte de la “batalla cultural”.
La premisa oficial presupone que la investidura presidencial y el mensaje que se transmite desde el máximo cargo público no constituyen un tema de fondo.
Durante su discurso en la Fundación Faro, de hecho, Milei no reconoció como un error el historial de agravios, insultos y provocaciones permanentes que lo caracterizan. De hecho, se refirió a “los exquisitos de las formas” y aludió elípticamente a un artículo de LA NACION que documentó con cifras su escalada verbal. El Presidente lo denominó “contador de insultos”.
Ese trabajo demostró que, en los últimos 100 días, el Presidente dio 28 entrevistas y discursos en los que incluyó 611 insultos. Y que 57 de esos insultos incluyó términos sexuales.
En el Gobierno no reconocen que haya una demanda social por el estilo presidencial, ni admiten que sea un tema central de la conversación pública.
Si se estudia con prisma electoral, sin embargo, asoman algunas luces de alerta. LA NACION citó un reciente informe de Casa Tres, de la analista de opinión pública Mora Jozami, que estudió el estilo presidencial. Un 40% respondió que le gustan “las formas del Gobierno” y un 54% dijo que no. Si se desagrega por los votantes del 2023, el 80% de los que votaron a Milei en la primera vuelta −su núcleo duro− está de acuerdo con el estilo presidencial beligerante. Pero si se observa a los votantes de Patricia Bullrich, esa aceptación cae al 48% (y un 46% responde que no le gustan las formas de Milei).
Quizás eso explique la necesidad actual del Gobierno, en plena temporada preelectoral, de reencauzar el discurso de Milei, que sin dudas es el gran elector del oficialismo. Un matiz que podría asomar en lo discursivo para interpelar a otro electorado y que se está verificando también en el diseño de la oferta electoral, donde La Libertad Avanza (LLA) finalmente cerró un acuerdo con Pro en provincia y en la Capital Federal, a un lado y al otro de la General Paz.
El Presidente no va a cambiar de estilo, pero podría retocar su narrativa para reencauzar la conversación pública en etapa electoral; “poner las ideas al frente”, señalan en su entorno LA NACION