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América Latina y Estados Unidos, una relación que debe renovarse

Desde finales de los años 1990 la importancia atribuida por Estados Unidos a América Latina ha ido disminuyendo. Las últimas manifestaciones significativas de interés del gobierno estadounidense por sus vecinos del sur ocurrieron a mediados del siglo pasado: la Alianza Para el Progreso, en los años 1960, ofreciendo voluminosos recursos para la inversión; el apoyo a los golpes de Estado que derrocaron en 1964 al presidente João Goulart y, en 1973, al presidente chileno Salvador Allende.

Estas iniciativas reflejaban la atmósfera predominante durante la Guerra Fría, en la que una de las pesadillas estadounidenses procedía del peligro del avance del comunismo en América Latina. Así, la ayuda económica y la lucha contra gobernantes considerados amenazantes encajaban en la lógica de la estrategia estadounidense de aquel momento.

Con el colapso de la Unión Soviética y la dilución de la Guerra Fría, Estados Unidos ascendió al trono de una potencia mundial sin rival de envergadura equivalente. La urgencia por impedir la penetración del comunismo en la América Latina perdió fuerza y, por tanto, Washington se sintió capaz de distanciarse de la región sin peligro de sufrir daños graves. Ni siquiera Cuba siguió siendo objeto de gran inquietación, como lo demuestra el hecho de que la reconciliación iniciada por el presidente Obama retrocedió bajo Trump y permaneció ignorada por el presidente Biden.

Después del fin de la Unión Soviética otras preocupaciones comenzaron a absorber el foco de la política exterior estadounidense. Y no faltaron los disturbios en varias partes del planeta para exigir una interferencia, no siempre justificable, de los Estados Unidos. Basta citar como ejemplos Irak, Afganistán, Irán, Israel versus palestinos, Siria, Líbano y los conflictos en África, además del ascenso de China y la radicalización de las fricciones con Rusia.

Sin embargo, la dinámica de los acontecimientos económicos y políticos globales más recientes ha evolucionado de tal manera que, hoy, resulta conveniente recordar a los estadounidenses que América Latina tiene el potencial de ofrecerles oportunidades para aliviar algunos de sus dolores de cabeza. No bajo un modelo imperialista, sino bajo el esquema de una asociación beneficiosa para ambas partes.

¿Y por qué destaco que América Latina tiene el potencial antes mencionado? Esto es lo que intentaré demostrar a continuación.

Numerosos factores condicionan actualmente la vulnerabilidad de la economía estadounidense, entre los que destaco los mencionados por Shannon K. O’Neil, de Nelson and David Rockefeller for Latin American Studies, en un artículo publicado por Foreign Affairs en abril de 2024.

O’Neil informa que el 80% del suministro de minerales críticos para la economía estadounidense proviene del exterior, principalmente de Asia, con una fuerte dependencia de China para materiales como níquel, manganeso y grafito. El 60% de los microchips y el 90% de los tipos más avanzados de chips semiconductores utilizados en Estados Unidos se fabrican en Taiwán. China es el mayor proveedor de medicamentos de quimioterapia y diabetes, así como la principal fuente de ingredientes para la industria farmacéutica de la India, fuente relevante de medicamentos importados por Estados Unidos.

Se podrían citar muchos otros ejemplos de concentración de ofertantes externos de bienes esenciales para la seguridad y la tranquilidad económica de Estados Unidos. Evidentemente, reducir esta delicada dependencia requiere un esfuerzo de diversificación geográfica de la lista de importaciones. Y es desde esta perspectiva que los norteamericanos deberían redescubrir América Latina.

De hecho, esta es sólo una de varias formas a través de las cuales Estados Unidos debería reevaluar su visión de sus vecinos del sur, con el espíritu de establecer vínculos de relación fructíferos para todos los miembros del continente americano. Tal redescubrimiento sería una oportunidad para que América Latina logre un intercambio con el “primo rico” que sea ventajoso para el desarrollo económico y social de sus países.

Cuando se trata de diversificar las fuentes de suministro estadounidenses, América Latina ofrece alternativas concretas. En el segmento de minerales, la región cuenta con amplias reservas de varios de ellos, incluidos los necesarios para la fabricación de baterías de alta capacidad. Según Shannon O’Neil, se estima que el 60% de las reservas mundiales de litio (principalmente en Chile, Bolivia y la Argentina), el 23% del grafito y el 15% del manganeso y el níquel se encuentran en suelo latinoamericano, donde una importante cantidad de cobre ya es extraído. América Central y México también tienen lo que ofrecer en muchos sectores de actividad.

En el área de insumos y productos farmacéuticos, la región está bien posicionada y alberga instituciones de investigación competentes, como los brasileños Instituto Butantan y Fundação Oswaldo Cruz, que pertenecen al grupo de los quince mayores productores mundiales de vacunas.

Está claro, por tanto, hasta qué punto puede crecer el papel de América Latina como exportador a Estados Unidos, aliviando así el peso de algunos de los proveedores actuales. Pero la posibilidad de aprovechar plenamente este potencial depende de superar las deficiencias infraestructurales presentes en América Latina. Por este motivo, es fundamental establecer un esquema de financiamiento internacional para este sector, principalmente a través del Banco Mundial y el BID.

De hecho, China tomó la iniciativa de ofrecer financiamiento a proyectos de inversión en la región, además de ser ya el mayor socio comercial de Brasil, Chile, Perú y Uruguay y absorber un gran volumen de transacciones comerciales de otros países de la región.

Otro aspecto descuidado por los norteamericanos es que cuanto más próspera y políticamente estable sea América Latina, mayor será el grado de tranquilidad estadounidense, dada su proximidad territorial, y menor será la tensión derivada de la ola de inmigración ilegal que recibe.

Ante lo anterior cabe preguntarse: ¿qué espera Estados Unidos, en la escala de prioridades de su política exterior, para aumentar el rango atribuido a América Latina?

Consultor económico en Washington y economista jubilado del BID

Desde finales de los años 1990 la importancia atribuida por Estados Unidos a América Latina ha ido disminuyendo. Las últimas manifestaciones significativas de interés del gobierno estadounidense por sus vecinos del sur ocurrieron a mediados del siglo pasado: la Alianza Para el Progreso, en los años 1960, ofreciendo voluminosos recursos para la inversión; el apoyo a los golpes de Estado que derrocaron en 1964 al presidente João Goulart y, en 1973, al presidente chileno Salvador Allende.

Estas iniciativas reflejaban la atmósfera predominante durante la Guerra Fría, en la que una de las pesadillas estadounidenses procedía del peligro del avance del comunismo en América Latina. Así, la ayuda económica y la lucha contra gobernantes considerados amenazantes encajaban en la lógica de la estrategia estadounidense de aquel momento.

Con el colapso de la Unión Soviética y la dilución de la Guerra Fría, Estados Unidos ascendió al trono de una potencia mundial sin rival de envergadura equivalente. La urgencia por impedir la penetración del comunismo en la América Latina perdió fuerza y, por tanto, Washington se sintió capaz de distanciarse de la región sin peligro de sufrir daños graves. Ni siquiera Cuba siguió siendo objeto de gran inquietación, como lo demuestra el hecho de que la reconciliación iniciada por el presidente Obama retrocedió bajo Trump y permaneció ignorada por el presidente Biden.

Después del fin de la Unión Soviética otras preocupaciones comenzaron a absorber el foco de la política exterior estadounidense. Y no faltaron los disturbios en varias partes del planeta para exigir una interferencia, no siempre justificable, de los Estados Unidos. Basta citar como ejemplos Irak, Afganistán, Irán, Israel versus palestinos, Siria, Líbano y los conflictos en África, además del ascenso de China y la radicalización de las fricciones con Rusia.

Sin embargo, la dinámica de los acontecimientos económicos y políticos globales más recientes ha evolucionado de tal manera que, hoy, resulta conveniente recordar a los estadounidenses que América Latina tiene el potencial de ofrecerles oportunidades para aliviar algunos de sus dolores de cabeza. No bajo un modelo imperialista, sino bajo el esquema de una asociación beneficiosa para ambas partes.

¿Y por qué destaco que América Latina tiene el potencial antes mencionado? Esto es lo que intentaré demostrar a continuación.

Numerosos factores condicionan actualmente la vulnerabilidad de la economía estadounidense, entre los que destaco los mencionados por Shannon K. O’Neil, de Nelson and David Rockefeller for Latin American Studies, en un artículo publicado por Foreign Affairs en abril de 2024.

O’Neil informa que el 80% del suministro de minerales críticos para la economía estadounidense proviene del exterior, principalmente de Asia, con una fuerte dependencia de China para materiales como níquel, manganeso y grafito. El 60% de los microchips y el 90% de los tipos más avanzados de chips semiconductores utilizados en Estados Unidos se fabrican en Taiwán. China es el mayor proveedor de medicamentos de quimioterapia y diabetes, así como la principal fuente de ingredientes para la industria farmacéutica de la India, fuente relevante de medicamentos importados por Estados Unidos.

Se podrían citar muchos otros ejemplos de concentración de ofertantes externos de bienes esenciales para la seguridad y la tranquilidad económica de Estados Unidos. Evidentemente, reducir esta delicada dependencia requiere un esfuerzo de diversificación geográfica de la lista de importaciones. Y es desde esta perspectiva que los norteamericanos deberían redescubrir América Latina.

De hecho, esta es sólo una de varias formas a través de las cuales Estados Unidos debería reevaluar su visión de sus vecinos del sur, con el espíritu de establecer vínculos de relación fructíferos para todos los miembros del continente americano. Tal redescubrimiento sería una oportunidad para que América Latina logre un intercambio con el “primo rico” que sea ventajoso para el desarrollo económico y social de sus países.

Cuando se trata de diversificar las fuentes de suministro estadounidenses, América Latina ofrece alternativas concretas. En el segmento de minerales, la región cuenta con amplias reservas de varios de ellos, incluidos los necesarios para la fabricación de baterías de alta capacidad. Según Shannon O’Neil, se estima que el 60% de las reservas mundiales de litio (principalmente en Chile, Bolivia y la Argentina), el 23% del grafito y el 15% del manganeso y el níquel se encuentran en suelo latinoamericano, donde una importante cantidad de cobre ya es extraído. América Central y México también tienen lo que ofrecer en muchos sectores de actividad.

En el área de insumos y productos farmacéuticos, la región está bien posicionada y alberga instituciones de investigación competentes, como los brasileños Instituto Butantan y Fundação Oswaldo Cruz, que pertenecen al grupo de los quince mayores productores mundiales de vacunas.

Está claro, por tanto, hasta qué punto puede crecer el papel de América Latina como exportador a Estados Unidos, aliviando así el peso de algunos de los proveedores actuales. Pero la posibilidad de aprovechar plenamente este potencial depende de superar las deficiencias infraestructurales presentes en América Latina. Por este motivo, es fundamental establecer un esquema de financiamiento internacional para este sector, principalmente a través del Banco Mundial y el BID.

De hecho, China tomó la iniciativa de ofrecer financiamiento a proyectos de inversión en la región, además de ser ya el mayor socio comercial de Brasil, Chile, Perú y Uruguay y absorber un gran volumen de transacciones comerciales de otros países de la región.

Otro aspecto descuidado por los norteamericanos es que cuanto más próspera y políticamente estable sea América Latina, mayor será el grado de tranquilidad estadounidense, dada su proximidad territorial, y menor será la tensión derivada de la ola de inmigración ilegal que recibe.

Ante lo anterior cabe preguntarse: ¿qué espera Estados Unidos, en la escala de prioridades de su política exterior, para aumentar el rango atribuido a América Latina?

Consultor económico en Washington y economista jubilado del BID

 Resulta conveniente recordar a los estadounidenses que la región tiene el potencial de ofrecerles oportunidades para aliviar algunos de sus dolores de cabeza  LA NACION

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