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Adrián Bravi: “Escribo en otra lengua, pero me siento muy argentino”

MACERATA, Italia

Adrián Bravi nació en San Fernando, al norte de Buenos Aires, en 1963. A los veinte años dejó la Argentina para establecerse en Recanati, una pequeña ciudad en la región italiana de las Marcas, de donde provenía su familia. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Macerata, en los años de oro en que enseñaba Giorgio Agamben, se dedicó progresivamente a la escritura de ficción. Y fue ganando con el tiempo un lugar en el panorama de la literatura italiana actual. Hace ya dos décadas que Bravi escribe exclusivamente en italiano, siguiendo los pasos de Juan Rodolfo Wilcock.

Lo conocí hace años en un café de Macerata. Se reunía allí casi todos los días a tomar una copa de vino a las seis de la tarde junto con un grupo restringido de intelectuales de la zona, discípulos del autor de Homo sacer y fundadores de la prestigiosa editorial Quodlibet. Como ellos, reivindicaba una arraigada vocación por la vida de provincia y, al mismo tiempo, una contundente visión cosmopolita. En ese primer encuentro me di cuenta de que tenía una pasión desbordante por la literatura. Entonces se expresaba en un italiano fluido y correcto, aunque conservando el acento porteño. Noté que estaba integrado en el ambiente y que Recanati y las Marcas eran su mundo, hasta que, al leer sus libros, cambié de parecer. Me sorprendió la intensidad con que, aun escribiendo en italiano, todas sus novelas y enesayos reclaman una pertenencia al mundo argentino y latinoamericano.

Su último libro, Adelaida, publicado en 2024 por la editorial Nutrimenti, y que será traducido por Ariel en la Argentina, es candidato al premio literario Strega, el más importante de Italia. Se trata de una biografía novelada que intenta reconstruir el perfil de Adelaida Gigli, quien a los cuatro años, durante el fascismo, emigró a la Argentina con su familia por cuestiones políticas, y quien, casada luego con David Viñas, se convirtió en los años cincuenta en la única mujer del grupo Contorno, cuya revista habría de cambiar la cultura argentina para siempre.

El libro narra la historia turbulenta de Adelaida, sobre todo, después de que, secuestrados y desaparecidos sus dos hijos en la última dictadura, y tras su exilio en Venezuela y Brasil, decide volver a Recanati, su pueblo natal, donde se recluye hasta su muerte en 2010. Pero la narración no es una simple biografía aséptica, sino más bien la historia de la relación entre Adrián Bravi y Adelaida Gigli a lo largo de los varios años en que se frecuentaron.

‘Yo conocía a la Adelaida radicada en Italia, signada por la tragedia de sus hijos. Y descubrí, leyendo sus papeles, todo el dolor de los años en el exilio’, dice Bravi

“Yo siempre supe que algún día iba a contar la historia de Adelaida –dice mientras charlamos en la Biblioteca de Filosofía de la Universidad de Macerata, donde trabaja–. El proyecto del libro nació cuando la Comuna de Recanati me llamó para desarmar su casa, que le había sido ofrecida años atrás. Yo me llevé parte de su biblioteca y todos los documentos que en realidad estaban destinados a la basura. Entre ellos, había por ejemplo una historia de la literatura rusa anotada detalladamente por David Viñas. Lo intenté una primera vez, pero me resultó muy doloroso escribir sobre ella. Para mí era volver a un pasado argentino, también mío, al que no quería regresar. Hace dos años su hermano me envió las cartas que Adelaida había escrito a lo largo de una vida a su padre y a él mismo. Y también me mandó una recopilación de narraciones que ella había compuesto sin haberlas publicado. Al leer me di cuenta de que en todos esos materiales había otra persona respecto de la que yo había conocido”.

En su libro, efectivamente, hay un puente invisible entre los episodios que reconstruyen el pasado argentino de Adelaida, que emerge de los documentos, y la historia “regresiva” que ella llevó a cabo en Recanati, donde se dedicó casi exclusivamente a la escultura, y de la que Bravi fue testigo. “Yo conocía a la Adelaida radicada en Italia, signada por la tragedia de sus hijos. Y descubrí, leyendo sus papeles, todo el dolor de los años en el exilio. Por ejemplo, recuerdo el pasaje de una de sus cartas en que, estando en Río de Janeiro, confiesa que se siente un globo a la vera del viento”.

Le pregunté si su libro se proponía formar parte de la tradición ya sólida de la literatura generacional de los hijos de desparecidos, cuyo centro gravita en torno a la identidad y los convulsionados años políticos de los sesenta y setenta a partir de la narración íntima. “En realidad, no, no me lo propuse –respondió–. El libro no dialoga con la narrativa de los desaparecidos. Yo quise contar la vida de Adelaida y la historia de una amistad. Para mí Adelaida fue un ícono de una época. En ella se concentran el compromiso político, intelectual y artístico de una generación entera”. Estuvimos de acuerdo en que Adelaida representa parte de esa inmensa diáspora argentina que quedó varada en América Latina y en Europa, paralizada y enmudecida ante tanto dolor.

Ficción y realidad

“Yo siempre trabajé con ficciones –aclara Bravi–. Esta es la primera vez que trabajo sobre datos de la realidad concreta. En Italia me sorprende, por ejemplo, que casi todo lo que se escribe tenga una vinculación o con la autobiografía o con la biografía. Para mí, en cambio, la literatura es todo lo que viene después de estos dos géneros. Para mí, la literatura es la búsqueda de una identidad lingüística y estilística por medio de una historia. Me gusta ver el mundo a través de los personajes de ficción”.

Por eso, Adelaida es el libro más íntimo de Bravi. Sus escritos precedentes, como La pelusa (2007), Sud 1982 (2008), L’innondazione (2015) o Verde Eldorado (2022) son ficciones. En Adelaida la voz que narra es puramente autobiográfica, a tal punto que frases como “Buenos Aires era una leyenda”, referida a los míticos años sesenta, obedecen más al punto de vista del narrador que al del personaje. “Por un lado, quise reconstruir la atmósfera de una Buenos Aires que miraba hacia el futuro, siempre en constante transformación; por el otro, describí una Recanati detenida en el tiempo, igual a sí misma, con sus plazoletas, sus calles medievales, sus torres. Cuando Adelaida regresa recupera la memoria de su pueblo a través de los paisajes pintados por su padre, que la conectaban con una Italia rural y milenaria”.

Bravi analizó en varias obras la cuestión del cambio de lengua. Y Adelaida también le dio la oportunidad de volver a esa cuestión. En el libro escribe: “A veces la nueva lengua que aprendemos puede transformarse en una defensa, nos puede ofrecer la oportunidad de erigir un sistema de protección contra conflictos internos o crear una nueva representación de nosotros mismos, que pueda velar el pasado y fijar de alguna manera una especie de distancia de rescate frente al tumulto de las viejas emociones”.

Mientras charlábamos sobre todos los escritores que cambiaron de lengua, Bravi señala: “Además, una historia me tiene que estimular desde el punto de vista lingûístico. Cuando empecé a escribir la historia de Adelaida, encontré dentro de mí una voz y un timbre con los que por fin podía narrar su vida.”

En efecto, le comento que este último libro sorprende por el cambio estilístico respecto al pasado. Si toda la literatura de Bravi posee una pátina irónica y desacralizadora, que tiene deudas explícitas con César Aira y con tanta ficción argentina, Adelaida responde a un tono que va de la crónica de los hechos a la recuperacion melancólica de una tragedia personal y colectiva, familiar y universal. “Es la primera vez que abordo una realidad que francamente no te permite ironizar demasiado”, afirma.

“Cuando escribo me siento profundamente argentino. Escribo simplemente en otra lengua”, dice. Y, sin embargo, le hago observar que en su libro hay una escena más que significativa: Adrián pasea por el cementerio de Recanati y le muestra a Adelaida las tumbas en que reposan sus muertos. Me pareció muy fuerte, le digo, que a alguien que no tiene donde llorar a sus propios hijos asista a la narración de una historia familiar que implica raigambre y pertenencia. “Para ella no había siquiera una piedra donde llorar a sus hijos. Me gustaba contar esa anécdota. Ella escuchaba como sorprendida y quería saber. Yo, por otra parte, más allá de los días en que estaba en su casa, no poseo muchas otras escenas de vida juntos fuera de su casa. Yo no conocía muy bien la intimidad de Adelaida: la conocí cuando leí sus cartas y sus narraciones. El día del cementerio, en cambio, fue muy importante para ambos”.

La historia de Adelaida fue concebida para un público italiano, al que Bravi tuvo que aclarar entre paréntesis cuestiones inherentes a la política argentina. Le pregunto por último qué espera del público argentino que leerá el libro en traducción.

“Esta es una historia que conté para un lector italiano, pero pensando siempre en un lector argentino. Por ejemplo, el hecho de que yo tenga que explicar lo que significó la espera de Perón en Ezeiza en 1973 responde a una necesidad para el público italiano. Pero, al mismo tiempo, la recreación de esa escena parte de un punto de vista argentino, que fue, además, el de Adelaida”.

MACERATA, Italia

Adrián Bravi nació en San Fernando, al norte de Buenos Aires, en 1963. A los veinte años dejó la Argentina para establecerse en Recanati, una pequeña ciudad en la región italiana de las Marcas, de donde provenía su familia. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Macerata, en los años de oro en que enseñaba Giorgio Agamben, se dedicó progresivamente a la escritura de ficción. Y fue ganando con el tiempo un lugar en el panorama de la literatura italiana actual. Hace ya dos décadas que Bravi escribe exclusivamente en italiano, siguiendo los pasos de Juan Rodolfo Wilcock.

Lo conocí hace años en un café de Macerata. Se reunía allí casi todos los días a tomar una copa de vino a las seis de la tarde junto con un grupo restringido de intelectuales de la zona, discípulos del autor de Homo sacer y fundadores de la prestigiosa editorial Quodlibet. Como ellos, reivindicaba una arraigada vocación por la vida de provincia y, al mismo tiempo, una contundente visión cosmopolita. En ese primer encuentro me di cuenta de que tenía una pasión desbordante por la literatura. Entonces se expresaba en un italiano fluido y correcto, aunque conservando el acento porteño. Noté que estaba integrado en el ambiente y que Recanati y las Marcas eran su mundo, hasta que, al leer sus libros, cambié de parecer. Me sorprendió la intensidad con que, aun escribiendo en italiano, todas sus novelas y enesayos reclaman una pertenencia al mundo argentino y latinoamericano.

Su último libro, Adelaida, publicado en 2024 por la editorial Nutrimenti, y que será traducido por Ariel en la Argentina, es candidato al premio literario Strega, el más importante de Italia. Se trata de una biografía novelada que intenta reconstruir el perfil de Adelaida Gigli, quien a los cuatro años, durante el fascismo, emigró a la Argentina con su familia por cuestiones políticas, y quien, casada luego con David Viñas, se convirtió en los años cincuenta en la única mujer del grupo Contorno, cuya revista habría de cambiar la cultura argentina para siempre.

El libro narra la historia turbulenta de Adelaida, sobre todo, después de que, secuestrados y desaparecidos sus dos hijos en la última dictadura, y tras su exilio en Venezuela y Brasil, decide volver a Recanati, su pueblo natal, donde se recluye hasta su muerte en 2010. Pero la narración no es una simple biografía aséptica, sino más bien la historia de la relación entre Adrián Bravi y Adelaida Gigli a lo largo de los varios años en que se frecuentaron.

‘Yo conocía a la Adelaida radicada en Italia, signada por la tragedia de sus hijos. Y descubrí, leyendo sus papeles, todo el dolor de los años en el exilio’, dice Bravi

“Yo siempre supe que algún día iba a contar la historia de Adelaida –dice mientras charlamos en la Biblioteca de Filosofía de la Universidad de Macerata, donde trabaja–. El proyecto del libro nació cuando la Comuna de Recanati me llamó para desarmar su casa, que le había sido ofrecida años atrás. Yo me llevé parte de su biblioteca y todos los documentos que en realidad estaban destinados a la basura. Entre ellos, había por ejemplo una historia de la literatura rusa anotada detalladamente por David Viñas. Lo intenté una primera vez, pero me resultó muy doloroso escribir sobre ella. Para mí era volver a un pasado argentino, también mío, al que no quería regresar. Hace dos años su hermano me envió las cartas que Adelaida había escrito a lo largo de una vida a su padre y a él mismo. Y también me mandó una recopilación de narraciones que ella había compuesto sin haberlas publicado. Al leer me di cuenta de que en todos esos materiales había otra persona respecto de la que yo había conocido”.

En su libro, efectivamente, hay un puente invisible entre los episodios que reconstruyen el pasado argentino de Adelaida, que emerge de los documentos, y la historia “regresiva” que ella llevó a cabo en Recanati, donde se dedicó casi exclusivamente a la escultura, y de la que Bravi fue testigo. “Yo conocía a la Adelaida radicada en Italia, signada por la tragedia de sus hijos. Y descubrí, leyendo sus papeles, todo el dolor de los años en el exilio. Por ejemplo, recuerdo el pasaje de una de sus cartas en que, estando en Río de Janeiro, confiesa que se siente un globo a la vera del viento”.

Le pregunté si su libro se proponía formar parte de la tradición ya sólida de la literatura generacional de los hijos de desparecidos, cuyo centro gravita en torno a la identidad y los convulsionados años políticos de los sesenta y setenta a partir de la narración íntima. “En realidad, no, no me lo propuse –respondió–. El libro no dialoga con la narrativa de los desaparecidos. Yo quise contar la vida de Adelaida y la historia de una amistad. Para mí Adelaida fue un ícono de una época. En ella se concentran el compromiso político, intelectual y artístico de una generación entera”. Estuvimos de acuerdo en que Adelaida representa parte de esa inmensa diáspora argentina que quedó varada en América Latina y en Europa, paralizada y enmudecida ante tanto dolor.

Ficción y realidad

“Yo siempre trabajé con ficciones –aclara Bravi–. Esta es la primera vez que trabajo sobre datos de la realidad concreta. En Italia me sorprende, por ejemplo, que casi todo lo que se escribe tenga una vinculación o con la autobiografía o con la biografía. Para mí, en cambio, la literatura es todo lo que viene después de estos dos géneros. Para mí, la literatura es la búsqueda de una identidad lingüística y estilística por medio de una historia. Me gusta ver el mundo a través de los personajes de ficción”.

Por eso, Adelaida es el libro más íntimo de Bravi. Sus escritos precedentes, como La pelusa (2007), Sud 1982 (2008), L’innondazione (2015) o Verde Eldorado (2022) son ficciones. En Adelaida la voz que narra es puramente autobiográfica, a tal punto que frases como “Buenos Aires era una leyenda”, referida a los míticos años sesenta, obedecen más al punto de vista del narrador que al del personaje. “Por un lado, quise reconstruir la atmósfera de una Buenos Aires que miraba hacia el futuro, siempre en constante transformación; por el otro, describí una Recanati detenida en el tiempo, igual a sí misma, con sus plazoletas, sus calles medievales, sus torres. Cuando Adelaida regresa recupera la memoria de su pueblo a través de los paisajes pintados por su padre, que la conectaban con una Italia rural y milenaria”.

Bravi analizó en varias obras la cuestión del cambio de lengua. Y Adelaida también le dio la oportunidad de volver a esa cuestión. En el libro escribe: “A veces la nueva lengua que aprendemos puede transformarse en una defensa, nos puede ofrecer la oportunidad de erigir un sistema de protección contra conflictos internos o crear una nueva representación de nosotros mismos, que pueda velar el pasado y fijar de alguna manera una especie de distancia de rescate frente al tumulto de las viejas emociones”.

Mientras charlábamos sobre todos los escritores que cambiaron de lengua, Bravi señala: “Además, una historia me tiene que estimular desde el punto de vista lingûístico. Cuando empecé a escribir la historia de Adelaida, encontré dentro de mí una voz y un timbre con los que por fin podía narrar su vida.”

En efecto, le comento que este último libro sorprende por el cambio estilístico respecto al pasado. Si toda la literatura de Bravi posee una pátina irónica y desacralizadora, que tiene deudas explícitas con César Aira y con tanta ficción argentina, Adelaida responde a un tono que va de la crónica de los hechos a la recuperacion melancólica de una tragedia personal y colectiva, familiar y universal. “Es la primera vez que abordo una realidad que francamente no te permite ironizar demasiado”, afirma.

“Cuando escribo me siento profundamente argentino. Escribo simplemente en otra lengua”, dice. Y, sin embargo, le hago observar que en su libro hay una escena más que significativa: Adrián pasea por el cementerio de Recanati y le muestra a Adelaida las tumbas en que reposan sus muertos. Me pareció muy fuerte, le digo, que a alguien que no tiene donde llorar a sus propios hijos asista a la narración de una historia familiar que implica raigambre y pertenencia. “Para ella no había siquiera una piedra donde llorar a sus hijos. Me gustaba contar esa anécdota. Ella escuchaba como sorprendida y quería saber. Yo, por otra parte, más allá de los días en que estaba en su casa, no poseo muchas otras escenas de vida juntos fuera de su casa. Yo no conocía muy bien la intimidad de Adelaida: la conocí cuando leí sus cartas y sus narraciones. El día del cementerio, en cambio, fue muy importante para ambos”.

La historia de Adelaida fue concebida para un público italiano, al que Bravi tuvo que aclarar entre paréntesis cuestiones inherentes a la política argentina. Le pregunto por último qué espera del público argentino que leerá el libro en traducción.

“Esta es una historia que conté para un lector italiano, pero pensando siempre en un lector argentino. Por ejemplo, el hecho de que yo tenga que explicar lo que significó la espera de Perón en Ezeiza en 1973 responde a una necesidad para el público italiano. Pero, al mismo tiempo, la recreación de esa escena parte de un punto de vista argentino, que fue, además, el de Adelaida”.

 Nacido en San Fernando y establecido en Italia, su último libro, candidato al Premio Strega, narra la intensa vida de Adelaida Gigli, quien fue la esposa de David Viñas  LA NACION

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