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Te contamos por qué Viena volvió a coronarse como la ciudad más vivible del mundo

Con un sobresaliente 98.4 sobre 100, Viena se volvió a alzar con el trofeo a la ciudad más vivible del mundo que cada año otorga la revista The Economist. Y no fueron los únicos: compartieron el mismo criterio la exclusiva revista Monocle y Mercer, la consultora de recursos humanos número 1 del mundo. El combo ganador incluye estabilidad, acceso a cultura y entretenimiento de primer nivel, infraestructura confiable y sistemas de educación y salud ejemplares. También se prestó especial atención a la posibilidad de lograr allí un buen equilibrio entre la vida laboral y personal.

Viena mantuvo el primer puesto durante 10 años y, tras la pausa provocada por la pandemia, acaba de ser reconocida una vez más como la ciudad con la más alta calidad de vida en el mundo.

Pequeña testigo

Cuando esta información se dio a conocer a mediados de diciembre, casualmente me encontraba en Viena junto con una colega que guardaba de su visita en los 90 la impresión de una ciudad “antigua y con mucha historia”, mientras que, en su vivencia de hoy, la sentía “majestuosa”. Mi interpretación fue que, más allá de los vaivenes de la memoria, eso era producto de un largo proceso de mantenimiento y reestructuración urbana y de valoración patrimonial, algo que viví en primera persona.

Allá por 1991, hice una breve pasantía como estudiante de arquitectura en la división de Restauración de Edificios Históricos del gobierno de la ciudad de Viena. El arquitecto al que fui asignada tenía la tarea de “evangelizar” a los vecinos. Dos veces por semana, íbamos a centros vecinales donde él, con una presentación bastante casera, les explicaba las bondades de revalorizar las estructuras y encontrar la manera de reformar sin destruir. Treinta años después, ese trabajo hormiga demuestra sus frutos. Desde luego, hubo normativas y presupuesto, pero, también, un proceso de concientización de los ciudadanos, que toman la cruzada como propia. Después de todo, se trata de su propia vida.

Uno de los tantos ejemplo de actualización de edificios de época es el hotel Motto, con un recurso que se ha vuelto habitual: el agregado de una cúpula moderna que permite nuevas funcionalidades. Así, la tradición y la vanguardia de la ciudad se disfrutan desde adentro y afuera.

Más que el corazón

Recorriendo las calles con mi colega y viendo cómo se maravillaba a cada paso, entendí que mi gusto por Viena no solo se debe a mi genética 50% austríaca. Había algo más… La escala de ciudad la hace caminable, abarcable; el número de edificios saneados es contundente, la red de transporte público funciona de manera impecable; las calles tienen muchísima vida, por su buen mix de viviendas, vidrieras e infaltables cafés.

La tradición del Café Vienés nace hace siglos, y es un hábito muy parecido al nuestro también.

Rituales de fin de año

A partir de las 16.30, la ciudad se enciende con elaboradas luces navideñas, que le dan otra excusa a la gente para salir un poco de su casa, al margen de los mercadillos ad hoc que se instalan por todas partes. No visité todos, pero sí varios, y cada uno tiene su particularidad. Una gran parte se especializa en las comidas y bebidas típicas de la época, y cada mercado tiene su taza “de colección” que se puede adquirir como recuerdo o devolver como envase.

Diseño vivo

Otra de las ventajas de vivir en una ciudad que se camina es poder descubrir nuevos emprendimientos, algo que funciona beneficiosamente para los negocios, por supuesto. Puede tratarse de una simple tienda de dulces (que no tienen nada de simples, en realidad), como Zuckerl Werkstatt (abajo) o de marcas sofisticadas: cada vidriera está pensada para atraer, lo que crea una sucesión de estímulos agradables para el transeúnte y redituables para los comerciantes.

Más allá de las tradiciones, palacios y la historia que se experimentan en cada callecita, hay un enorme empuje cultural y de diseño. Entre muchos creadores, visité a la diseñadora Alexandra Palla, creadora de Palla Vienna, a quien le pedí que describiera el estilo vienés. “El vienés siente un profundo orgullo por el artesanato regional, valora la calidad y le gusta el disfrute. Como detalle estético, te podría decir que se vuelca por los colores pastel (fijate en nuestras fachadas). Pero, sobre todo, creo que no nos tomamos tan en serio: sabemos reírnos de nosotros mismos”, compartió. ¿Será otra de las razones para vivir mejor?

Con un sobresaliente 98.4 sobre 100, Viena se volvió a alzar con el trofeo a la ciudad más vivible del mundo que cada año otorga la revista The Economist. Y no fueron los únicos: compartieron el mismo criterio la exclusiva revista Monocle y Mercer, la consultora de recursos humanos número 1 del mundo. El combo ganador incluye estabilidad, acceso a cultura y entretenimiento de primer nivel, infraestructura confiable y sistemas de educación y salud ejemplares. También se prestó especial atención a la posibilidad de lograr allí un buen equilibrio entre la vida laboral y personal.

Viena mantuvo el primer puesto durante 10 años y, tras la pausa provocada por la pandemia, acaba de ser reconocida una vez más como la ciudad con la más alta calidad de vida en el mundo.

Pequeña testigo

Cuando esta información se dio a conocer a mediados de diciembre, casualmente me encontraba en Viena junto con una colega que guardaba de su visita en los 90 la impresión de una ciudad “antigua y con mucha historia”, mientras que, en su vivencia de hoy, la sentía “majestuosa”. Mi interpretación fue que, más allá de los vaivenes de la memoria, eso era producto de un largo proceso de mantenimiento y reestructuración urbana y de valoración patrimonial, algo que viví en primera persona.

Allá por 1991, hice una breve pasantía como estudiante de arquitectura en la división de Restauración de Edificios Históricos del gobierno de la ciudad de Viena. El arquitecto al que fui asignada tenía la tarea de “evangelizar” a los vecinos. Dos veces por semana, íbamos a centros vecinales donde él, con una presentación bastante casera, les explicaba las bondades de revalorizar las estructuras y encontrar la manera de reformar sin destruir. Treinta años después, ese trabajo hormiga demuestra sus frutos. Desde luego, hubo normativas y presupuesto, pero, también, un proceso de concientización de los ciudadanos, que toman la cruzada como propia. Después de todo, se trata de su propia vida.

Uno de los tantos ejemplo de actualización de edificios de época es el hotel Motto, con un recurso que se ha vuelto habitual: el agregado de una cúpula moderna que permite nuevas funcionalidades. Así, la tradición y la vanguardia de la ciudad se disfrutan desde adentro y afuera.

Más que el corazón

Recorriendo las calles con mi colega y viendo cómo se maravillaba a cada paso, entendí que mi gusto por Viena no solo se debe a mi genética 50% austríaca. Había algo más… La escala de ciudad la hace caminable, abarcable; el número de edificios saneados es contundente, la red de transporte público funciona de manera impecable; las calles tienen muchísima vida, por su buen mix de viviendas, vidrieras e infaltables cafés.

La tradición del Café Vienés nace hace siglos, y es un hábito muy parecido al nuestro también.

Rituales de fin de año

A partir de las 16.30, la ciudad se enciende con elaboradas luces navideñas, que le dan otra excusa a la gente para salir un poco de su casa, al margen de los mercadillos ad hoc que se instalan por todas partes. No visité todos, pero sí varios, y cada uno tiene su particularidad. Una gran parte se especializa en las comidas y bebidas típicas de la época, y cada mercado tiene su taza “de colección” que se puede adquirir como recuerdo o devolver como envase.

Diseño vivo

Otra de las ventajas de vivir en una ciudad que se camina es poder descubrir nuevos emprendimientos, algo que funciona beneficiosamente para los negocios, por supuesto. Puede tratarse de una simple tienda de dulces (que no tienen nada de simples, en realidad), como Zuckerl Werkstatt (abajo) o de marcas sofisticadas: cada vidriera está pensada para atraer, lo que crea una sucesión de estímulos agradables para el transeúnte y redituables para los comerciantes.

Más allá de las tradiciones, palacios y la historia que se experimentan en cada callecita, hay un enorme empuje cultural y de diseño. Entre muchos creadores, visité a la diseñadora Alexandra Palla, creadora de Palla Vienna, a quien le pedí que describiera el estilo vienés. “El vienés siente un profundo orgullo por el artesanato regional, valora la calidad y le gusta el disfrute. Como detalle estético, te podría decir que se vuelca por los colores pastel (fijate en nuestras fachadas). Pero, sobre todo, creo que no nos tomamos tan en serio: sabemos reírnos de nosotros mismos”, compartió. ¿Será otra de las razones para vivir mejor?

 Entre sus virtudes ganadoras, está el firme compromiso de sus habitantes por mantenerla impecable.  LA NACION

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