El mal cálculo de Emmanuel Macron le despeja el camino a un viejo anhelo del clan Le Pen: llegar al poder
PARÍS.– ¿Cuál es la cualidad más importante para el líder de un país? La facultad de calcular los riesgos. Toda decisión de un presidente, ya se trate de una mínima cuestión presupuestaria como de la declaración de guerra contra Rusia, está basada en el cálculo de los riesgos ligados a esa decisión. A juzgar por los resultados de esta primera vuelta en unas elecciones anticipadas que él mismo decidió, ¿se puede decir hoy que Emmanuel Macron hizo un buen análisis de esos factores de riesgo? El partido de extrema derecha Reunión Nacional (RN) de Marine Le Pen obtuvo un récord histórico de 34,2% de los votos y podría obtener el 7 de julio próximo una mayoría absoluta en la Asamblea, el Nuevo Frente Popular de izquierda (29,1%) y el presidencial Juntos por la República apenas 21,5%. En otras palabras, por primera vez en la historia moderna, la extrema derecha está en Francia a las puertas del poder.
Y si, en vez de estar entre los líderes reflexivos el presidente francés se ubicara más bien entre los jugadores de póker, ¿se podría decir que es un buen jugador?
Según la ciencia, la respuesta es “no”. Las estadísticas demuestran que la única diferencia mensurable entre los jugadores de póker profesionales y los amateurs es que los primeros prefieren no jugar cuando tienen malas cartas. En realidad, aquellos cuya profesión es ganar al póker pasan en el 80% de los casos, juzgando las cartas que les fueron distribuidas con más severidad que los amateurs, que se aventuran a apostar en un caso de cada dos, sobrestimando sus posibilidades de ganar.
Macron no es el primero en asumir semejante riesgo. En 2016, el entonces primer ministro británico David Cameron lanzó un referendo por el Brexit con los resultados que todos conocen
En su primer anuncio televisado para explicar su proyecto presidencial, el 30 de agosto de 2016, Emmanuel Macron había citado a Georges Bernanos para decir a los franceses que “la esperanza es un riesgo que debe ser corrido. Es incluso el riesgo de los riesgos”. Lo mínimo que se puede decir, ahora que la extrema derecha está a las puertas del poder, es que el escritor no lo entendía en ese sentido.
Es verdad, Emmanuel Macron no es el primero en asumir semejante riesgo. En 2016, el entonces primer ministro británico David Cameron lanzó un referendo por el Brexit con los resultados que todos conocen. Muchos dirán, ¿acaso es tan grave? Lo es. No solo ideológicamente, sino sobre todo financieramente. Todos los estudios lo demuestran, el programa de la extrema derecha para Francia no solo la transformará en paria de la Unión Europea, sino que la derrumbará económicamente, empobreciendo en forma irremediable sobre todo a aquellos que la votaron —es decir los sectores más frágiles del país— en apenas dos años. Cometió el mismo error el presidente conservador Jacques Chirac, en 1997, para terminar cohabitando con un primer ministro de izquierda aunque —contrariamente a esta vez— en ningún momento su disolución puso en peligro el futuro democrático y social de Francia. En 1962, por primera vez en la Quinta República, fue el general Charles de Gaulle que tomó la misma decisión después de una moción de censura contra su primer ministro, Georges Pompidou, obteniendo esta vez una amplia mayoría.
Macron contaba -y debe seguir contando- con liderar un frente republicano contra la extrema derecha
En el caso de Macron, nada lo obligaba. No hubo moción de censura y Francia no se encuentra en estado de insurrección ni de bloqueo, como sucedía en 1968. Es verdad, el funcionamiento parlamentario era caótico, pero con mayorías de circunstancia, con el apoyo a veces de la izquierda y a veces de la derecha —incluida la extrema derecha de la Reunión Nacional (RN)— varias reformas emblemáticas del macronismo fueron votadas. Por ejemplo, sobre la “transición climática”, la inmigración o la jubilación e incluso la inscripción del derecho al aborto en la Constitución. El sistema de gobierno nunca estuvo bloqueado.
Entonces, ¿por qué esta tremenda decisión? En realidad, es bastante acorde con la política de un jefe de Estado que anunciaba en 2017, después de su elección, que su victoria reflejaba “el gusto de los franceses por lo novelesco”. El sentido de esta decisión parece ser producto, entonces, de la imagen que el presidente tiene de sí mismo. Lo sensacional debía borrar la humillación que representó el derrumbe de su partido, Renacimiento, y el triunfo de la Reunión Nacional en las recientes elecciones europeas, a pesar de la decidida acción del mandatario y de su primer ministro. Ese gesto grandilocuente y gaulliano parece haber tenido por objetivo mostrar al actual presidente como hombre de decisión, príncipe de la audacia en la tempestad, cubriendo así su reciente fracaso.
Macron contaba -y debe seguir contando- con liderar un frente republicano contra la extrema derecha. Formar una coalición con la derecha de Los Republicanos (LR) —que no se pasaron aún a Marine Le Pen— y el Partido Socialista (PS) para reinventar un macronismo “de unidad nacional contra los extremos”.
Los resultados de esta primera vuelta parecen demostrar que el presidente y quienes lo asesoraron ignoraron la magnitud de la impopularidad de su política y el nivel de degradación de su imagen en la opinión pública. Tampoco recordaron lo que el mandatario alguna vez expresó con claridad: que los franceses detestan ser dirigidos y que, desde hace 40 años, el deporte nacional es odiar a sus presidentes. El socialista François Mitterrand, los conservadores Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy, el socialista François Hollande y ahora él, tarde o temprano, fueron aborrecidos por el país.
Este domingo, como nunca antes, la extrema derecha se encuentra a un paso de dirigir el país. Hay una buena noticia, sin embargo: sus líderes no están tranquilos. Hasta el momento, las cifras que obtuvieron le prometen apenas una mayoría relativa en la próxima Asamblea y los especialistas afirman que las proyecciones para la segunda vuelta no les son favorables. Pero nada es seguro. Como se suele decir en Francia: después de una primera vuelta, una nueva campaña comienza para el balotaje. Y así es. Habrá que ver si, una vez más, como sucedió cada vez que el racismo y la xenofobia estuvieron a las puertas del poder, los franceses serán capaces de reactivar el tradicional reflejo republicano y, ¿por qué no? permitir en ese caso que Emmanuel Macron gane su atrevida partida de póker.
PARÍS.– ¿Cuál es la cualidad más importante para el líder de un país? La facultad de calcular los riesgos. Toda decisión de un presidente, ya se trate de una mínima cuestión presupuestaria como de la declaración de guerra contra Rusia, está basada en el cálculo de los riesgos ligados a esa decisión. A juzgar por los resultados de esta primera vuelta en unas elecciones anticipadas que él mismo decidió, ¿se puede decir hoy que Emmanuel Macron hizo un buen análisis de esos factores de riesgo? El partido de extrema derecha Reunión Nacional (RN) de Marine Le Pen obtuvo un récord histórico de 34,2% de los votos y podría obtener el 7 de julio próximo una mayoría absoluta en la Asamblea, el Nuevo Frente Popular de izquierda (29,1%) y el presidencial Juntos por la República apenas 21,5%. En otras palabras, por primera vez en la historia moderna, la extrema derecha está en Francia a las puertas del poder.
Y si, en vez de estar entre los líderes reflexivos el presidente francés se ubicara más bien entre los jugadores de póker, ¿se podría decir que es un buen jugador?
Según la ciencia, la respuesta es “no”. Las estadísticas demuestran que la única diferencia mensurable entre los jugadores de póker profesionales y los amateurs es que los primeros prefieren no jugar cuando tienen malas cartas. En realidad, aquellos cuya profesión es ganar al póker pasan en el 80% de los casos, juzgando las cartas que les fueron distribuidas con más severidad que los amateurs, que se aventuran a apostar en un caso de cada dos, sobrestimando sus posibilidades de ganar.
Macron no es el primero en asumir semejante riesgo. En 2016, el entonces primer ministro británico David Cameron lanzó un referendo por el Brexit con los resultados que todos conocen
En su primer anuncio televisado para explicar su proyecto presidencial, el 30 de agosto de 2016, Emmanuel Macron había citado a Georges Bernanos para decir a los franceses que “la esperanza es un riesgo que debe ser corrido. Es incluso el riesgo de los riesgos”. Lo mínimo que se puede decir, ahora que la extrema derecha está a las puertas del poder, es que el escritor no lo entendía en ese sentido.
Es verdad, Emmanuel Macron no es el primero en asumir semejante riesgo. En 2016, el entonces primer ministro británico David Cameron lanzó un referendo por el Brexit con los resultados que todos conocen. Muchos dirán, ¿acaso es tan grave? Lo es. No solo ideológicamente, sino sobre todo financieramente. Todos los estudios lo demuestran, el programa de la extrema derecha para Francia no solo la transformará en paria de la Unión Europea, sino que la derrumbará económicamente, empobreciendo en forma irremediable sobre todo a aquellos que la votaron —es decir los sectores más frágiles del país— en apenas dos años. Cometió el mismo error el presidente conservador Jacques Chirac, en 1997, para terminar cohabitando con un primer ministro de izquierda aunque —contrariamente a esta vez— en ningún momento su disolución puso en peligro el futuro democrático y social de Francia. En 1962, por primera vez en la Quinta República, fue el general Charles de Gaulle que tomó la misma decisión después de una moción de censura contra su primer ministro, Georges Pompidou, obteniendo esta vez una amplia mayoría.
Macron contaba -y debe seguir contando- con liderar un frente republicano contra la extrema derecha
En el caso de Macron, nada lo obligaba. No hubo moción de censura y Francia no se encuentra en estado de insurrección ni de bloqueo, como sucedía en 1968. Es verdad, el funcionamiento parlamentario era caótico, pero con mayorías de circunstancia, con el apoyo a veces de la izquierda y a veces de la derecha —incluida la extrema derecha de la Reunión Nacional (RN)— varias reformas emblemáticas del macronismo fueron votadas. Por ejemplo, sobre la “transición climática”, la inmigración o la jubilación e incluso la inscripción del derecho al aborto en la Constitución. El sistema de gobierno nunca estuvo bloqueado.
Entonces, ¿por qué esta tremenda decisión? En realidad, es bastante acorde con la política de un jefe de Estado que anunciaba en 2017, después de su elección, que su victoria reflejaba “el gusto de los franceses por lo novelesco”. El sentido de esta decisión parece ser producto, entonces, de la imagen que el presidente tiene de sí mismo. Lo sensacional debía borrar la humillación que representó el derrumbe de su partido, Renacimiento, y el triunfo de la Reunión Nacional en las recientes elecciones europeas, a pesar de la decidida acción del mandatario y de su primer ministro. Ese gesto grandilocuente y gaulliano parece haber tenido por objetivo mostrar al actual presidente como hombre de decisión, príncipe de la audacia en la tempestad, cubriendo así su reciente fracaso.
Macron contaba -y debe seguir contando- con liderar un frente republicano contra la extrema derecha. Formar una coalición con la derecha de Los Republicanos (LR) —que no se pasaron aún a Marine Le Pen— y el Partido Socialista (PS) para reinventar un macronismo “de unidad nacional contra los extremos”.
Los resultados de esta primera vuelta parecen demostrar que el presidente y quienes lo asesoraron ignoraron la magnitud de la impopularidad de su política y el nivel de degradación de su imagen en la opinión pública. Tampoco recordaron lo que el mandatario alguna vez expresó con claridad: que los franceses detestan ser dirigidos y que, desde hace 40 años, el deporte nacional es odiar a sus presidentes. El socialista François Mitterrand, los conservadores Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy, el socialista François Hollande y ahora él, tarde o temprano, fueron aborrecidos por el país.
Este domingo, como nunca antes, la extrema derecha se encuentra a un paso de dirigir el país. Hay una buena noticia, sin embargo: sus líderes no están tranquilos. Hasta el momento, las cifras que obtuvieron le prometen apenas una mayoría relativa en la próxima Asamblea y los especialistas afirman que las proyecciones para la segunda vuelta no les son favorables. Pero nada es seguro. Como se suele decir en Francia: después de una primera vuelta, una nueva campaña comienza para el balotaje. Y así es. Habrá que ver si, una vez más, como sucedió cada vez que el racismo y la xenofobia estuvieron a las puertas del poder, los franceses serán capaces de reactivar el tradicional reflejo republicano y, ¿por qué no? permitir en ese caso que Emmanuel Macron gane su atrevida partida de póker.
El presidente francés no estaba obligado a convocar a elecciones y parece haber ignorado la magnitud de la impopularidad de su figura y de sus políticas LA NACION