En la selección juegan todos: cómo Scaloni logra tener un plantel contento, un sello registrado del ciclo
MIAMI (enviado especial).- La lluvia, por momentos copiosa y acompañada de impactantes truenos, acompañó los últimos momentos de la selección argentina en su paso por esta ciudad, repleta de argentinos que pudieron regocijarse con otra función ganadora. Puntaje ideal, valla invicta y la mira puesta en el viaje a Houston, donde el jueves habrá una nueva estación en el viaje que, si todo sale bien, los traerá de regreso a la Florida para la final del 14 de julio, en el Hard Rock Stadium. El mismo escenario donde con solvencia y sin aspavientos Argentina se sacó de encima a Perú para finalizar en la cima del Grupo A. Con total tranquilidad, el equipo disfrutó de un día libre tras la victoria y dejó el reinició de trabajo para Texas. Así, el plantel pudo reecontrarse con sus familias y recargar las pilas para lo que viene, que es la parte más importante del torneo y que no admite lugar para las fallas. Un error puede provocar la eliminación.
Sin el mejor de todos, que suma horas de rehabilitación por una molesta lesión en el aductor. Lo de Messi es un minuto a minuto frenético de kinesiología y cuidado trabajo de campo para poder llegar en condiciones. Nadie se anima a aquí a decir una palabra de más. A estas alturas, depende del propio 10; su palabra es la que cuenta. En el medio está la agotadora logística, que impone traslados a las distintas sedes. Está prohibido aquerenciarse. Las millas se suman y hay que dosificar la energía para no caer en la sobrecarga.
Ese aspecto Argentina lo maneja como pocos. Diversificar, repartir las exigencias y equilibrar los estados de ánimo. Por eso se formó el grupo que es la selección. Si hasta el cuerpo técnico tiene, en cada integrante, una función trascendente que compone el espíritu global.
Scaloni, que por una sanción no pudo estar al pie de campo de juego, planeó una estrategia clara para el partido con Perú, ya con la clasificación en el bolsillo y el primer lugar casi a mano: darles rodaje “a los chicos que no vienen jugando”. Lo hizo: Montiel, Pezzella, Otamendi, Paredes, Palacios, Lo Celso, Garnacho, Lautaro no habían sido titulares ante Chile –algunos ni siquiera habían sumado minutos en el torneo-. Pero la cuestión no quedó ahí: a medida que transcurrían los minutos y la victoria parecía inmodificable, Wálter Samuel, entrenador interino en la noche de Miami, fue mandando a la cancha a los otros futbolistas de campo que estaban en cero, como Valentín Carboni, Guido Rodríguez y Lucas Martínez Quarta.
Ahí radica uno de los rasgos esenciales del ciclo que comenzó en el segundo semestre de 2018, tras el desastre de Rusia: en esta selección juegan todos, y todos están supeditados a la idea general. El prestigio no se resiente. Puede haber partidos de mejor o peor funcionamiento, pero los intérpretes se apegan al plan iniciático de respetar principios innegociables: protagonismo, posesión, agresividad.
“Obviamente, estamos satisfechos. Hoy pudieron jugar todos los chicos de campo, así que estamos más que felices, por el resultado y por cómo fue la primera fase. Los chicos se entrenan al máximo y merecían la oportunidad. Confiamos en los 26 y esto es una gran alegría. Hemos demostrado que el grupo está muy bien”, dijo luego del partido Wálter Samuel, que reemplazó a Scaloni en el rol de entrenador principal. En esas palabras está resumido el pensamiento del cuerpo técnico.
Salvo en el puesto de arquero, que tiene sus peculiaridades, y por el número 10, excepcional por naturaleza, todas son piezas importantes, versátiles e intercambiables para un objetivo común.
A diferencia de lo que pasaba en otras épocas, en las que los entrenadores tenían su equipo inamovible, al que modificaban solo si no encontraban funcionamiento o por obligación (una lesión, una expulsión). Poner un equipo alternativo cuando ya se había logrado un objetivo, para así darles descanso a los titulares, era todo un riesgo. Nadie olvida lo que le pasó a Daniel Passarella cuando lo hizo en la Copa América del 95: derrota inesperada con Estados Unidos, pérdida del liderazgo del grupo y cuartos de final con Brasil, que lo terminó eliminando. Hoy todo es diferente. El fútbol está siempre abierto a las sorpresas, pero Argentina parece haber reducido el margen de error en ese sentido.
Los datos son esclarecedores. En los cuatro torneos grandes que Argentina jugó bajo la batuta de Scaloni, todos los futbolistas de campo tuvieron minutos.
En la Copa América 2019, el primer desafío, actuaron 21 de los 23. ¿Quiénes no sumaron minutos? Los dos arqueros suplentes, Juan Musso y… ¡Dibu Martínez!, ya que entonces Franco Armani era el titular indiscutido. El resto tuvo su tiempo. Incluso nombres que hoy suenan lejanos, como Renzo Saravia, Ramiro Funes Mori, Milton Casco, Roberto Pereyra, Guido Pizarro y Matías Suárez.
Dos años más tarde, de nuevo en Brasil, el mundo había cambiado. El Covid obligó a modificar las reglas para la Copa América: la posibilidad de cinco cambios y una lista larga, de 28 futbolistas, por si había contagios masivos. Y aun en ese contexto, Scaloni les dio minutos a todos, excepto por dos de los cuatro arqueros que llevó (Marchesín y Musso). Jugaron 26, toda la base de lo que sería gesta de Qatar, con los que quedaron afuera a último momento (Nico González, Joaquín Correa) y alguno que ha quedado en el camino, como Nicolás Domínguez.
Está claro que ha sido una política, diseñada por un cuerpo técnico que entiende a la perfección cómo funciona el cerebro de un futbolista. Samuel, Pablo Aimar y Roberto Ayala, los acompañantes de Scaloni, componen un combo que además de involucrarse y generar la confianza del jugador, participan de las decisiones que finalmente toma el DT, como debe ser en cualquier esquema de grupo.
En este momento, Messi no está disponible. No se sabe a ciencia cierta cuándo lo estará. Y es en este escenario donde queda más palpable lo que se ha creado en esta generación: la estructura no se resiente, el apetito está intacto. La madurez es toda responsabilidad de este cuerpo técnico, que ha buscado y moldeado a los intérpretes para llevar a cabo su idea.
MIAMI (enviado especial).- La lluvia, por momentos copiosa y acompañada de impactantes truenos, acompañó los últimos momentos de la selección argentina en su paso por esta ciudad, repleta de argentinos que pudieron regocijarse con otra función ganadora. Puntaje ideal, valla invicta y la mira puesta en el viaje a Houston, donde el jueves habrá una nueva estación en el viaje que, si todo sale bien, los traerá de regreso a la Florida para la final del 14 de julio, en el Hard Rock Stadium. El mismo escenario donde con solvencia y sin aspavientos Argentina se sacó de encima a Perú para finalizar en la cima del Grupo A. Con total tranquilidad, el equipo disfrutó de un día libre tras la victoria y dejó el reinició de trabajo para Texas. Así, el plantel pudo reecontrarse con sus familias y recargar las pilas para lo que viene, que es la parte más importante del torneo y que no admite lugar para las fallas. Un error puede provocar la eliminación.
Sin el mejor de todos, que suma horas de rehabilitación por una molesta lesión en el aductor. Lo de Messi es un minuto a minuto frenético de kinesiología y cuidado trabajo de campo para poder llegar en condiciones. Nadie se anima a aquí a decir una palabra de más. A estas alturas, depende del propio 10; su palabra es la que cuenta. En el medio está la agotadora logística, que impone traslados a las distintas sedes. Está prohibido aquerenciarse. Las millas se suman y hay que dosificar la energía para no caer en la sobrecarga.
Ese aspecto Argentina lo maneja como pocos. Diversificar, repartir las exigencias y equilibrar los estados de ánimo. Por eso se formó el grupo que es la selección. Si hasta el cuerpo técnico tiene, en cada integrante, una función trascendente que compone el espíritu global.
Scaloni, que por una sanción no pudo estar al pie de campo de juego, planeó una estrategia clara para el partido con Perú, ya con la clasificación en el bolsillo y el primer lugar casi a mano: darles rodaje “a los chicos que no vienen jugando”. Lo hizo: Montiel, Pezzella, Otamendi, Paredes, Palacios, Lo Celso, Garnacho, Lautaro no habían sido titulares ante Chile –algunos ni siquiera habían sumado minutos en el torneo-. Pero la cuestión no quedó ahí: a medida que transcurrían los minutos y la victoria parecía inmodificable, Wálter Samuel, entrenador interino en la noche de Miami, fue mandando a la cancha a los otros futbolistas de campo que estaban en cero, como Valentín Carboni, Guido Rodríguez y Lucas Martínez Quarta.
Ahí radica uno de los rasgos esenciales del ciclo que comenzó en el segundo semestre de 2018, tras el desastre de Rusia: en esta selección juegan todos, y todos están supeditados a la idea general. El prestigio no se resiente. Puede haber partidos de mejor o peor funcionamiento, pero los intérpretes se apegan al plan iniciático de respetar principios innegociables: protagonismo, posesión, agresividad.
“Obviamente, estamos satisfechos. Hoy pudieron jugar todos los chicos de campo, así que estamos más que felices, por el resultado y por cómo fue la primera fase. Los chicos se entrenan al máximo y merecían la oportunidad. Confiamos en los 26 y esto es una gran alegría. Hemos demostrado que el grupo está muy bien”, dijo luego del partido Wálter Samuel, que reemplazó a Scaloni en el rol de entrenador principal. En esas palabras está resumido el pensamiento del cuerpo técnico.
Salvo en el puesto de arquero, que tiene sus peculiaridades, y por el número 10, excepcional por naturaleza, todas son piezas importantes, versátiles e intercambiables para un objetivo común.
A diferencia de lo que pasaba en otras épocas, en las que los entrenadores tenían su equipo inamovible, al que modificaban solo si no encontraban funcionamiento o por obligación (una lesión, una expulsión). Poner un equipo alternativo cuando ya se había logrado un objetivo, para así darles descanso a los titulares, era todo un riesgo. Nadie olvida lo que le pasó a Daniel Passarella cuando lo hizo en la Copa América del 95: derrota inesperada con Estados Unidos, pérdida del liderazgo del grupo y cuartos de final con Brasil, que lo terminó eliminando. Hoy todo es diferente. El fútbol está siempre abierto a las sorpresas, pero Argentina parece haber reducido el margen de error en ese sentido.
Los datos son esclarecedores. En los cuatro torneos grandes que Argentina jugó bajo la batuta de Scaloni, todos los futbolistas de campo tuvieron minutos.
En la Copa América 2019, el primer desafío, actuaron 21 de los 23. ¿Quiénes no sumaron minutos? Los dos arqueros suplentes, Juan Musso y… ¡Dibu Martínez!, ya que entonces Franco Armani era el titular indiscutido. El resto tuvo su tiempo. Incluso nombres que hoy suenan lejanos, como Renzo Saravia, Ramiro Funes Mori, Milton Casco, Roberto Pereyra, Guido Pizarro y Matías Suárez.
Dos años más tarde, de nuevo en Brasil, el mundo había cambiado. El Covid obligó a modificar las reglas para la Copa América: la posibilidad de cinco cambios y una lista larga, de 28 futbolistas, por si había contagios masivos. Y aun en ese contexto, Scaloni les dio minutos a todos, excepto por dos de los cuatro arqueros que llevó (Marchesín y Musso). Jugaron 26, toda la base de lo que sería gesta de Qatar, con los que quedaron afuera a último momento (Nico González, Joaquín Correa) y alguno que ha quedado en el camino, como Nicolás Domínguez.
Está claro que ha sido una política, diseñada por un cuerpo técnico que entiende a la perfección cómo funciona el cerebro de un futbolista. Samuel, Pablo Aimar y Roberto Ayala, los acompañantes de Scaloni, componen un combo que además de involucrarse y generar la confianza del jugador, participan de las decisiones que finalmente toma el DT, como debe ser en cualquier esquema de grupo.
En este momento, Messi no está disponible. No se sabe a ciencia cierta cuándo lo estará. Y es en este escenario donde queda más palpable lo que se ha creado en esta generación: la estructura no se resiente, el apetito está intacto. La madurez es toda responsabilidad de este cuerpo técnico, que ha buscado y moldeado a los intérpretes para llevar a cabo su idea.
Al igual que en los grandes torneos anteriores, en Argentina ya sumaron minutos todos los futbolistas de campo y la estructura no se resiente LA NACION