Tango, asado, fútbol, arte callejero y payadas: cómo se ve en streaming la visita de Conan O’Brien a la Argentina
A Conan O’Brien le gusta mucho jugar con la idea de que está un poco menos cuerdo que los demás. Y que Dios le concedió el don de ser una persona rara, más bien excéntrica, distante del eje que mueve la conducta de la mayoría de sus semejantes. Así lo conocieron muchos argentinos que tuvieron la oportunidad de tratarlo durante su visita a nuestro país en noviembre de 2023. Y lo mismo ocurrió en otras partes del mundo: el Conan viajero tiene esa impronta y ese propósito. Hablar de sí mismo y actuar en consecuencia a partir de algunas palabras de las que se vale para construir su autorretrato. Empezando por dos: locura y caos.
Nunca hay que tomar demasiado en serio a Conan. Lo mejor sería seguirle el juego y observar cómo cada situación de la que participa se transforma en estímulo de un logrado paso de comedia. En el fondo, la carrera televisiva de uno de los grandes animadores de la TV estadounidense de las últimas dos décadas es la adaptación del contenido que mejor lo identifica en diferentes envases y formatos.
La más reciente muestra de esta búsqueda es Conan O’Brien Must Go, el programa de viajes que desde este jueves 4 está disponible en la plataforma Max. Esta primera temporada completa (ya está en marcha una segunda) incluye cuatro episodios completos en otros tantos destinos. Por supuesto, el que concentra nuestra atención casi excluyente es el que lo trajo a la Argentina, pero también hay escalas en Tailandia, Noruega e Irlanda, que debería ser el último en verse. Allí Conan se conecta con sus propias raíces y ese contacto genealógico cierra de manera bastante emotiva una travesía llena de curiosas variaciones, pero siempre guiada por un espíritu desprejuiciado y jovial. El momento más serio es también el más propicio para ponerle un punto final (provisional, por cierto) al viaje.
Aunque los cuatro episodios comienzan de la misma manera, es inevitable que el contacto del público local con esta serie se ponga en marcha con el capítulo argentino. La apertura es un primer gran chiste, representado a través de un montaje de imágenes de Conan saltando de un destino a otro mientras suena en off una voz muy marcial y solemne, en un inglés con fuerte acento germánico, que define a nuestro viajero protagonista como un “profanador” que “hurga en tierras lejanas, sin ser invitado, alimentado por un hambre insaciable de reconocimiento y por alguna que otra selfie”. Más de un observador pensó en Werner Herzog y sus andanzas documentales como fuente de inspiración de ese momento. ¿Habrá recurrido también a la auténtica voz del cineasta alemán para ilustrar ese momento? Nadie lo sabe hasta ahora.
El otro elemento en común de los cuatro episodios es el motivo que dispara cada viaje. Todo empieza en un momento del exitoso podcast con el que Conan logró abrir, tras despedirse de su extraordinario late night show, un nuevo espacio para su fecundo trabajo audiovisual. En Conan O’Brien Needs a Friend encuentra la excusa perfecta para hacer las valijas. El objetivo es encontrarse en persona con algún seguidor fervoroso en el extranjero que quiere conocerlo.
Cuando llega a Buenos Aires inmediatamente se activan su talento de comediante y los infinitos recursos de los que se vale para interactuar con desconocidos desde un lugar excéntrico, amable, provocativo, desafiante y curioso a la vez. Se hace querer enseguida, pero al mismo tiempo se anima a descerrajar toda clase de ironías y bromas como si quisiera dejar en ridículo toda lógica distinta a la suya, que por cierto resulta bastante extravagante.
El recorrido tiene algunos momentos desopilantes. Lo vemos tratando de levantar a un programa de radio que tiene una audiencia mínima. Entre el hábil montaje y las réplicas de Conan se arma una secuencia muy graciosa. Lo mismo pasa durante los sucesivos encuentros que tiene con el pintor Sebastián Domenech, del que surge la idea de un mural que unirá a “los argentinos más famosos”: Conan, Lionel Messi y el papa Francisco. El resultado está a la vista de todos en una pared baldía de Palermo, sobre la calle Gorriti a metros del cruce con la avenida Juan B. Justo. Allí se emplaza el mural creado por el pintor Maxi Bagnasco con estos tres rostros.
Hay un par de momentos casi obligatorios en los programas internacionales de viajes con grandes figuras que llegan a la Argentina. Uno gira alrededor de la comida, que Conan comparte en la clásica parrilla El Ferroviario (en Liniers, a metros del estadio de Vélez Sarsfield) con su productor de toda la vida y “enemigo íntimo” Jordan Schlansky. A los genuinos conocimientos sobre las carnes argentinas que muestra Schlansky Conan responde con algún juego de palabras (entre nuestro “asado” y una palabrota inglesa que suena muy parecido) y los detalles que diferencian al asado criollo y de la ceremonia estadounidense de la barbacoa. El remate tiene algunos chistes visuales bastante obvios sobre el modo argentino de comer carne.
Funciona mejor el segmento rural. Conan se traslada a una típica estancia bonaerense convencido de que su destino es “el de ser un gaucho”. Pero su atuendo y sus bigotes postizos lo acercan mucho más a la parodia de un western ambientado en algún lugar de México. Frente a los comentarios bastante eruditos y criteriosos de Schlansky, Conan opta por improvisar versos en inglés para sumarse a una extraña payada.
La vista se completa con un par de momentos futbolísticos en el estadio de San Lorenzo, presentado como “el equipo del Papa”. Después de ensayar habilidades junto al delantero Nahuel Barrios, la imagen nos ofrece un genuino momento Conan: ese segmento aparece irónicamente presentado como si se postulara al Emmy, el principal premio televisivo del mundo.
Este festivo y regocijante periplo de O’Brien por distintos destinos porteños incluye los típicos pedidos de explicación alrededor de algunas palabras de nuestro diccionario más vulgar, preguntas y respuestas sobre el puente peatonal próximo a la Facultad de Derecho, y el modo en el que interpreta un visitante dispuesto siempre a no tomarse todo al pie de la letra como Conan de nuestra costumbre (extraña para él) de saludar con un beso en la mejilla.
La infaltable visita a un reducto tanguero aparece acompañada por una fervorosa y enérgica discusión entre Conan y Schlansky acerca del significado y la pronunciación correcta de la palabra “tango”. El efecto cómico deja de funcionar cuando el intercambio sube de tono y se transforma en un toma y daca artificial y deliberadamente agresivo.
Ese recurso funciona siempre con más eficacia y autenticidad cada vez que Conan toma contacto con interlocutores locales para conversar sobre banalidades, cosas del momento o cuestiones ligadas a su contacto con los artistas que terminarán pintando el mural. Allí, entre réplicas irónicas y observaciones surrealistas, aparece el mejor Conan. El talentoso comediante capaz de extraer todas las posibilidades que ofrece la comedia en las situaciones cotidianas más triviales.
Esta fórmula se repite en los restantes destinos de esta primera temporada de Conan O’Brien Must Go. En Tailandia cumple con algunos rituales de consumo y degustación de comida callejera que hemos visto en infinidad de programas de viajes, sobre todo cuando el conductor es un cocinero profesional. El mejor momento de la visita a Noruega aparece cuando Conan comparte con un par de fans locales de su podcast una sesión de rap improvisado en ese idioma. Y el recorrido por las tierras irlandesas de sus ancestros se remata con otro chiste inspirado, quizás el mejor de todo este ciclo: mostrar a un supuesto Bono (el líder de U2, otro irlandés famoso) capturando un premio humanitario.
A Conan O’Brien le gusta mucho jugar con la idea de que está un poco menos cuerdo que los demás. Y que Dios le concedió el don de ser una persona rara, más bien excéntrica, distante del eje que mueve la conducta de la mayoría de sus semejantes. Así lo conocieron muchos argentinos que tuvieron la oportunidad de tratarlo durante su visita a nuestro país en noviembre de 2023. Y lo mismo ocurrió en otras partes del mundo: el Conan viajero tiene esa impronta y ese propósito. Hablar de sí mismo y actuar en consecuencia a partir de algunas palabras de las que se vale para construir su autorretrato. Empezando por dos: locura y caos.
Nunca hay que tomar demasiado en serio a Conan. Lo mejor sería seguirle el juego y observar cómo cada situación de la que participa se transforma en estímulo de un logrado paso de comedia. En el fondo, la carrera televisiva de uno de los grandes animadores de la TV estadounidense de las últimas dos décadas es la adaptación del contenido que mejor lo identifica en diferentes envases y formatos.
La más reciente muestra de esta búsqueda es Conan O’Brien Must Go, el programa de viajes que desde este jueves 4 está disponible en la plataforma Max. Esta primera temporada completa (ya está en marcha una segunda) incluye cuatro episodios completos en otros tantos destinos. Por supuesto, el que concentra nuestra atención casi excluyente es el que lo trajo a la Argentina, pero también hay escalas en Tailandia, Noruega e Irlanda, que debería ser el último en verse. Allí Conan se conecta con sus propias raíces y ese contacto genealógico cierra de manera bastante emotiva una travesía llena de curiosas variaciones, pero siempre guiada por un espíritu desprejuiciado y jovial. El momento más serio es también el más propicio para ponerle un punto final (provisional, por cierto) al viaje.
Aunque los cuatro episodios comienzan de la misma manera, es inevitable que el contacto del público local con esta serie se ponga en marcha con el capítulo argentino. La apertura es un primer gran chiste, representado a través de un montaje de imágenes de Conan saltando de un destino a otro mientras suena en off una voz muy marcial y solemne, en un inglés con fuerte acento germánico, que define a nuestro viajero protagonista como un “profanador” que “hurga en tierras lejanas, sin ser invitado, alimentado por un hambre insaciable de reconocimiento y por alguna que otra selfie”. Más de un observador pensó en Werner Herzog y sus andanzas documentales como fuente de inspiración de ese momento. ¿Habrá recurrido también a la auténtica voz del cineasta alemán para ilustrar ese momento? Nadie lo sabe hasta ahora.
El otro elemento en común de los cuatro episodios es el motivo que dispara cada viaje. Todo empieza en un momento del exitoso podcast con el que Conan logró abrir, tras despedirse de su extraordinario late night show, un nuevo espacio para su fecundo trabajo audiovisual. En Conan O’Brien Needs a Friend encuentra la excusa perfecta para hacer las valijas. El objetivo es encontrarse en persona con algún seguidor fervoroso en el extranjero que quiere conocerlo.
Cuando llega a Buenos Aires inmediatamente se activan su talento de comediante y los infinitos recursos de los que se vale para interactuar con desconocidos desde un lugar excéntrico, amable, provocativo, desafiante y curioso a la vez. Se hace querer enseguida, pero al mismo tiempo se anima a descerrajar toda clase de ironías y bromas como si quisiera dejar en ridículo toda lógica distinta a la suya, que por cierto resulta bastante extravagante.
El recorrido tiene algunos momentos desopilantes. Lo vemos tratando de levantar a un programa de radio que tiene una audiencia mínima. Entre el hábil montaje y las réplicas de Conan se arma una secuencia muy graciosa. Lo mismo pasa durante los sucesivos encuentros que tiene con el pintor Sebastián Domenech, del que surge la idea de un mural que unirá a “los argentinos más famosos”: Conan, Lionel Messi y el papa Francisco. El resultado está a la vista de todos en una pared baldía de Palermo, sobre la calle Gorriti a metros del cruce con la avenida Juan B. Justo. Allí se emplaza el mural creado por el pintor Maxi Bagnasco con estos tres rostros.
Hay un par de momentos casi obligatorios en los programas internacionales de viajes con grandes figuras que llegan a la Argentina. Uno gira alrededor de la comida, que Conan comparte en la clásica parrilla El Ferroviario (en Liniers, a metros del estadio de Vélez Sarsfield) con su productor de toda la vida y “enemigo íntimo” Jordan Schlansky. A los genuinos conocimientos sobre las carnes argentinas que muestra Schlansky Conan responde con algún juego de palabras (entre nuestro “asado” y una palabrota inglesa que suena muy parecido) y los detalles que diferencian al asado criollo y de la ceremonia estadounidense de la barbacoa. El remate tiene algunos chistes visuales bastante obvios sobre el modo argentino de comer carne.
Funciona mejor el segmento rural. Conan se traslada a una típica estancia bonaerense convencido de que su destino es “el de ser un gaucho”. Pero su atuendo y sus bigotes postizos lo acercan mucho más a la parodia de un western ambientado en algún lugar de México. Frente a los comentarios bastante eruditos y criteriosos de Schlansky, Conan opta por improvisar versos en inglés para sumarse a una extraña payada.
La vista se completa con un par de momentos futbolísticos en el estadio de San Lorenzo, presentado como “el equipo del Papa”. Después de ensayar habilidades junto al delantero Nahuel Barrios, la imagen nos ofrece un genuino momento Conan: ese segmento aparece irónicamente presentado como si se postulara al Emmy, el principal premio televisivo del mundo.
Este festivo y regocijante periplo de O’Brien por distintos destinos porteños incluye los típicos pedidos de explicación alrededor de algunas palabras de nuestro diccionario más vulgar, preguntas y respuestas sobre el puente peatonal próximo a la Facultad de Derecho, y el modo en el que interpreta un visitante dispuesto siempre a no tomarse todo al pie de la letra como Conan de nuestra costumbre (extraña para él) de saludar con un beso en la mejilla.
La infaltable visita a un reducto tanguero aparece acompañada por una fervorosa y enérgica discusión entre Conan y Schlansky acerca del significado y la pronunciación correcta de la palabra “tango”. El efecto cómico deja de funcionar cuando el intercambio sube de tono y se transforma en un toma y daca artificial y deliberadamente agresivo.
Ese recurso funciona siempre con más eficacia y autenticidad cada vez que Conan toma contacto con interlocutores locales para conversar sobre banalidades, cosas del momento o cuestiones ligadas a su contacto con los artistas que terminarán pintando el mural. Allí, entre réplicas irónicas y observaciones surrealistas, aparece el mejor Conan. El talentoso comediante capaz de extraer todas las posibilidades que ofrece la comedia en las situaciones cotidianas más triviales.
Esta fórmula se repite en los restantes destinos de esta primera temporada de Conan O’Brien Must Go. En Tailandia cumple con algunos rituales de consumo y degustación de comida callejera que hemos visto en infinidad de programas de viajes, sobre todo cuando el conductor es un cocinero profesional. El mejor momento de la visita a Noruega aparece cuando Conan comparte con un par de fans locales de su podcast una sesión de rap improvisado en ese idioma. Y el recorrido por las tierras irlandesas de sus ancestros se remata con otro chiste inspirado, quizás el mejor de todo este ciclo: mostrar a un supuesto Bono (el líder de U2, otro irlandés famoso) capturando un premio humanitario.
Desde este jueves está disponible en la plataforma Max la primera temporada del programa de viajes de la gran estrella de la comedia televisiva de los Estados Unidos, que incluye una escala en nuestro país LA NACION