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Haití, una historia de crisis

El Consejo Presidencial de Transición, creado tras la renuncia del controvertido primer ministro Ariel Henry, designó a Garry Conille como su sucesor en Haití. La tan esperada decisión se dio a conocer mientras pandillas siguen aterrorizando la capital, Puerto Príncipe, abriendo fuego en barrios otrora pacíficos y utilizando maquinaria pesada para demoler comisarías y cárceles.

El consejo, compuesto por nueve miembros, siete de los cuales tienen derecho a voto, también debe nombrar una comisión electoral provisional, un requisito previo a la celebración de elecciones. El mandato no renovable de ese cuerpo expira el 7 de febrero de 2026, fecha prevista para la toma de posesión del nuevo presidente.

Conille tiene por delante una ardua tarea. Debe sofocar la violencia creciente de bandas criminales, ayudar a sacar a Haití de la profunda pobreza, con una inflación que alcanza la cifra récord del 29% interanual, y emprender una decidida lucha contra la corrupción. Luego de largos meses de negociaciones, en octubre pasado el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó una resolución cuya ejecución se demoró y, con ello, la posibilidad concreta de sumar el apoyo necesario para contener la violencia desatada por narcotraficantes fuertemente armados.

Hace pocos días, un contingente de 400 soldados kenianos llegó al aeropuerto Toussaint Louverture de Puerto Príncipe, en apoyo de la Policía Nacional, carente de recursos y con apenas 10.000 agentes. En los últimos años, las bandas que controlan al menos el 80% de la capital haitiana han obligado a más de 360.000 personas a abandonar sus hogares.

El país caribeño sufre una inestabilidad política crónica. A lo largo del tiempo, víctima de desastres ambientales, fue testigo de levantamientos, dictaduras, períodos de anarquía, intervenciones extranjeras y muy esporádicos y breves gobiernos civiles.

Su población supera los 11 millones de habitantes –con una diáspora de unos 2 millones– y es el país más pobre y ambientalmente más depredado de América. El sistema de salud está cerca de colapsar; muchas instalaciones sanitarias están cerradas o han tenido que reducir drásticamente sus operaciones debido a una preocupante escasez de medicamentos y a la ausencia de personal médico. Además de remedios, faltan equipos médicos, sangre y camas para tratar a los pacientes heridos en las refriegas.

Más de 5,5 millones de personas necesitan asistencia humanitaria y unas 600.000 –la mitad, niños– están desplazadas internamente.

Es de esperar que con la designación de Conille se inicie una etapa de pacificación que ponga fin al accionar violento de las pandillas que durante el primer trimestre del corriente año asesinaron a más de 1500 personas. Solo en un clima de paz se podrá iniciar la recuperación económica, recobrar la seguridad alimentaria y sanitaria y el pleno restablecimiento del Estado de Derecho, necesario para el transparente desarrollo del futuro proceso electoral.

El Consejo Presidencial de Transición, creado tras la renuncia del controvertido primer ministro Ariel Henry, designó a Garry Conille como su sucesor en Haití. La tan esperada decisión se dio a conocer mientras pandillas siguen aterrorizando la capital, Puerto Príncipe, abriendo fuego en barrios otrora pacíficos y utilizando maquinaria pesada para demoler comisarías y cárceles.

El consejo, compuesto por nueve miembros, siete de los cuales tienen derecho a voto, también debe nombrar una comisión electoral provisional, un requisito previo a la celebración de elecciones. El mandato no renovable de ese cuerpo expira el 7 de febrero de 2026, fecha prevista para la toma de posesión del nuevo presidente.

Conille tiene por delante una ardua tarea. Debe sofocar la violencia creciente de bandas criminales, ayudar a sacar a Haití de la profunda pobreza, con una inflación que alcanza la cifra récord del 29% interanual, y emprender una decidida lucha contra la corrupción. Luego de largos meses de negociaciones, en octubre pasado el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó una resolución cuya ejecución se demoró y, con ello, la posibilidad concreta de sumar el apoyo necesario para contener la violencia desatada por narcotraficantes fuertemente armados.

Hace pocos días, un contingente de 400 soldados kenianos llegó al aeropuerto Toussaint Louverture de Puerto Príncipe, en apoyo de la Policía Nacional, carente de recursos y con apenas 10.000 agentes. En los últimos años, las bandas que controlan al menos el 80% de la capital haitiana han obligado a más de 360.000 personas a abandonar sus hogares.

El país caribeño sufre una inestabilidad política crónica. A lo largo del tiempo, víctima de desastres ambientales, fue testigo de levantamientos, dictaduras, períodos de anarquía, intervenciones extranjeras y muy esporádicos y breves gobiernos civiles.

Su población supera los 11 millones de habitantes –con una diáspora de unos 2 millones– y es el país más pobre y ambientalmente más depredado de América. El sistema de salud está cerca de colapsar; muchas instalaciones sanitarias están cerradas o han tenido que reducir drásticamente sus operaciones debido a una preocupante escasez de medicamentos y a la ausencia de personal médico. Además de remedios, faltan equipos médicos, sangre y camas para tratar a los pacientes heridos en las refriegas.

Más de 5,5 millones de personas necesitan asistencia humanitaria y unas 600.000 –la mitad, niños– están desplazadas internamente.

Es de esperar que con la designación de Conille se inicie una etapa de pacificación que ponga fin al accionar violento de las pandillas que durante el primer trimestre del corriente año asesinaron a más de 1500 personas. Solo en un clima de paz se podrá iniciar la recuperación económica, recobrar la seguridad alimentaria y sanitaria y el pleno restablecimiento del Estado de Derecho, necesario para el transparente desarrollo del futuro proceso electoral.

 El Consejo Presidencial de Transición, creado tras la renuncia del controvertido primer ministro Ariel Henry, designó a Garry Conille como su sucesor en Haití. La tan esperada decisión se dio a conocer mientras pandillas siguen aterrorizando la capital, Puerto Príncipe, abriendo fuego en barrios otrora pacíficos y utilizando maquinaria pesada para demoler comisarías y cárceles.El consejo, compuesto por nueve miembros, siete de los cuales tienen derecho a voto, también debe nombrar una comisión electoral provisional, un requisito previo a la celebración de elecciones. El mandato no renovable de ese cuerpo expira el 7 de febrero de 2026, fecha prevista para la toma de posesión del nuevo presidente.Conille tiene por delante una ardua tarea. Debe sofocar la violencia creciente de bandas criminales, ayudar a sacar a Haití de la profunda pobreza, con una inflación que alcanza la cifra récord del 29% interanual, y emprender una decidida lucha contra la corrupción. Luego de largos meses de negociaciones, en octubre pasado el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó una resolución cuya ejecución se demoró y, con ello, la posibilidad concreta de sumar el apoyo necesario para contener la violencia desatada por narcotraficantes fuertemente armados.Hace pocos días, un contingente de 400 soldados kenianos llegó al aeropuerto Toussaint Louverture de Puerto Príncipe, en apoyo de la Policía Nacional, carente de recursos y con apenas 10.000 agentes. En los últimos años, las bandas que controlan al menos el 80% de la capital haitiana han obligado a más de 360.000 personas a abandonar sus hogares.El país caribeño sufre una inestabilidad política crónica. A lo largo del tiempo, víctima de desastres ambientales, fue testigo de levantamientos, dictaduras, períodos de anarquía, intervenciones extranjeras y muy esporádicos y breves gobiernos civiles.Su población supera los 11 millones de habitantes –con una diáspora de unos 2 millones– y es el país más pobre y ambientalmente más depredado de América. El sistema de salud está cerca de colapsar; muchas instalaciones sanitarias están cerradas o han tenido que reducir drásticamente sus operaciones debido a una preocupante escasez de medicamentos y a la ausencia de personal médico. Además de remedios, faltan equipos médicos, sangre y camas para tratar a los pacientes heridos en las refriegas.Más de 5,5 millones de personas necesitan asistencia humanitaria y unas 600.000 –la mitad, niños– están desplazadas internamente.Es de esperar que con la designación de Conille se inicie una etapa de pacificación que ponga fin al accionar violento de las pandillas que durante el primer trimestre del corriente año asesinaron a más de 1500 personas. Solo en un clima de paz se podrá iniciar la recuperación económica, recobrar la seguridad alimentaria y sanitaria y el pleno restablecimiento del Estado de Derecho, necesario para el transparente desarrollo del futuro proceso electoral.  LA NACION

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