“No soy psiquiatra, pero afirmo: ‘Milei no está loco’”
Como es bien sabido, me reúno con frecuencia con un gran amigo mío, a la sazón, presidente de la Nación. Amistad que comenzó a principios del siglo XX, en un encuentro académico.
Como también es bien sabido, no hablo en público de lo que escucho, veo o digo en Olivos; porque las conversaciones entre amigos son privadas. ¿Quiere imaginar cómo se desarrollan? Piense en las conversaciones que usted tiene con sus amigos. Las nuestras son iguales.
Pero voy a quebrar el referido compromiso por la frecuencia con la cual me preguntan en las conferencias o en la calle, por la salud mental de Javier Gerardo Milei. Luego de aclarar que no soy psiquiatra, respondo de manera categórica: “¡No está loco!” Lo cual genera enorme alivio entre quienes me escuchan, señal de que la cuestión preocupa.
Blanqueo: cinco dudas que dejó la reglamentación del régimen, según los tributaristas
Confundir el estilo comunicacional, y la época –vivimos en un mundo donde los presidentes se meten en la política interna de los otros países; Sánchez y Lula, en 2023, se pronunciaron públicamente a favor de la candidatura de Sergio Massa–, etc.,con la locura, simplemente no ayuda a entender. Y sin entender, no se pueden adoptar las mejores decisiones.
Vuelvo a lo que se sabe públicamente. Milei no tiene gobernadores, escasos senadores y diputados y limitados instrumentos de política económica. Hace del equilibrio fiscal el núcleo de la política económica; sabe que la política monetaria es un subproducto de la situación fiscal y no desconoce que adopta las decisiones en un contexto altamente incierto. No está juntando material para escribir otro libro; está al frente del Poder Ejecutivo. Metiéndose en sus pantalones, como en los de Caputo y Bausili, la política económica se entiende mucho mejor que prestándole atención a una planilla Excel.
Todo es extremadamente fluido en la Argentina hoy. Los comentarios de “los economistas” deben ser tomados como materia prima para las autoridades. En vez de pronosticar el inevitable fracaso del actual gobierno, los decisores se hacen esta pregunta: ¿qué harán los referidos funcionarios cuando se enteren de los desafíos planteados por algunos de mis colegas?
Error tipo I, error tipo II, van a pelear; ¿cómo? ¿cuándo? Probablemente, ni ellos lo sepan, pero de aquí a basar las decisiones individuales en el fracaso…
Pero de todo esto me ocupo en LA NACION los jueves y los domingos. Hoy solo quiero que usted sepa que Milei no está loco.
Como es bien sabido, me reúno con frecuencia con un gran amigo mío, a la sazón, presidente de la Nación. Amistad que comenzó a principios del siglo XX, en un encuentro académico.
Como también es bien sabido, no hablo en público de lo que escucho, veo o digo en Olivos; porque las conversaciones entre amigos son privadas. ¿Quiere imaginar cómo se desarrollan? Piense en las conversaciones que usted tiene con sus amigos. Las nuestras son iguales.
Pero voy a quebrar el referido compromiso por la frecuencia con la cual me preguntan en las conferencias o en la calle, por la salud mental de Javier Gerardo Milei. Luego de aclarar que no soy psiquiatra, respondo de manera categórica: “¡No está loco!” Lo cual genera enorme alivio entre quienes me escuchan, señal de que la cuestión preocupa.
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Confundir el estilo comunicacional, y la época –vivimos en un mundo donde los presidentes se meten en la política interna de los otros países; Sánchez y Lula, en 2023, se pronunciaron públicamente a favor de la candidatura de Sergio Massa–, etc.,con la locura, simplemente no ayuda a entender. Y sin entender, no se pueden adoptar las mejores decisiones.
Vuelvo a lo que se sabe públicamente. Milei no tiene gobernadores, escasos senadores y diputados y limitados instrumentos de política económica. Hace del equilibrio fiscal el núcleo de la política económica; sabe que la política monetaria es un subproducto de la situación fiscal y no desconoce que adopta las decisiones en un contexto altamente incierto. No está juntando material para escribir otro libro; está al frente del Poder Ejecutivo. Metiéndose en sus pantalones, como en los de Caputo y Bausili, la política económica se entiende mucho mejor que prestándole atención a una planilla Excel.
Todo es extremadamente fluido en la Argentina hoy. Los comentarios de “los economistas” deben ser tomados como materia prima para las autoridades. En vez de pronosticar el inevitable fracaso del actual gobierno, los decisores se hacen esta pregunta: ¿qué harán los referidos funcionarios cuando se enteren de los desafíos planteados por algunos de mis colegas?
Error tipo I, error tipo II, van a pelear; ¿cómo? ¿cuándo? Probablemente, ni ellos lo sepan, pero de aquí a basar las decisiones individuales en el fracaso…
Pero de todo esto me ocupo en LA NACION los jueves y los domingos. Hoy solo quiero que usted sepa que Milei no está loco.
Confundir el estilo comunicacional del Presidente con locura, simplemente, no ayuda a entender; y, sin entender, no se pueden adoptar las mejores decisiones LA NACION