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Detenerse

Cada tanto (¿o cada mucho?) hay que detenerse. Detenerse en serio, como sin duda lo hizo quien tomó esta foto. Apenas un detalle. Los pétalos delicadísimos de una flor de loto, un insecto posado allí, y el silencio, la vibración, el pulso de un mundo que tiembla de furia pero también de belleza. Mary Oliver escribió que para “atravesar el lago azul, la espesura de los bosques y la rigidez de las flores del relámpago” solo necesitamos dos cosas: “una intensa memoria del placer, un agudo conocimiento del dolor”. Mary Oliver también contó que un día el dios de la Tierra le habló con “voz de perro, voz de cuervo, voz de sapo” y le dijo ahora, pero nunca jamás le dijo para siempre. El latido de la vida está allí, constante; las formas que adopta aparecen, brillan y se esfuman, tan fugaces que duele. Quien tomó esta foto lo sabe, y por eso también supo detenerse a mirar.

Cada tanto (¿o cada mucho?) hay que detenerse. Detenerse en serio, como sin duda lo hizo quien tomó esta foto. Apenas un detalle. Los pétalos delicadísimos de una flor de loto, un insecto posado allí, y el silencio, la vibración, el pulso de un mundo que tiembla de furia pero también de belleza. Mary Oliver escribió que para “atravesar el lago azul, la espesura de los bosques y la rigidez de las flores del relámpago” solo necesitamos dos cosas: “una intensa memoria del placer, un agudo conocimiento del dolor”. Mary Oliver también contó que un día el dios de la Tierra le habló con “voz de perro, voz de cuervo, voz de sapo” y le dijo ahora, pero nunca jamás le dijo para siempre. El latido de la vida está allí, constante; las formas que adopta aparecen, brillan y se esfuman, tan fugaces que duele. Quien tomó esta foto lo sabe, y por eso también supo detenerse a mirar.

 Cada tanto (¿o cada mucho?) hay que detenerse. Detenerse en serio, como sin duda lo hizo quien tomó esta foto. Apenas un detalle. Los pétalos delicadísimos de una flor de loto, un insecto posado allí, y el silencio, la vibración, el pulso de un mundo que tiembla de furia pero también de belleza. Mary Oliver escribió que para “atravesar el lago azul, la espesura de los bosques y la rigidez de las flores del relámpago” solo necesitamos dos cosas: “una intensa memoria del placer, un agudo conocimiento del dolor”. Mary Oliver también contó que un día el dios de la Tierra le habló con “voz de perro, voz de cuervo, voz de sapo” y le dijo ahora, pero nunca jamás le dijo para siempre. El latido de la vida está allí, constante; las formas que adopta aparecen, brillan y se esfuman, tan fugaces que duele. Quien tomó esta foto lo sabe, y por eso también supo detenerse a mirar.  LA NACION

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