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Florencia Otero: su viaje en subte para llegar con tiempo de El Principito, en Calle Corrientes, al Teatro Sarmiento, en Plaza Italia

Tarde en Calle Corrientes en pleno período de vacaciones de invierno con toda la amplia batería de propuestas de espectáculos para infantes y adolescentes. Acá, en el teatro Ópera, a las 16.30 comienza una función de El Principito, una nueva apuesta de Juan Carlos Baglietto, basada en el emblemático texto de Antoine de Saint Exupéry que vivió en Buenos Aires entre 1929 y 1931 en un departamento de la Galería Güemes ubicado cerca de este sala. Del variado elenco que va desde Walas, el líder de Massacre, a Carlos March y Roberto Catarineu, entre esos diálogos de una poética abrumadora, Florencia Otero hace de la serpiente, la que resuelve los enigmas de esta trama sin tiempo.

Una hora y media después de este viaje por asteroides y músicas diversas, la actriz de tantas comedias musicales se desmaquilla mientras en el subsuelo se inicia el engranaje de la función nocturna de Rent. Justamente, gracias a esa obra de culto escrita por Jonathan Larson, conoció hace años a Germán “Tripa” Tripel, en la que ambos actuaban. Son pareja, son los padres de Nina, de 9 años. Y como todo parece transcurrir en un barrio pequeño en medio de la gran ciudad, Tripa está haciendo School of Rock en la otra gran sala de Buenos Aires: el Gran Rex, frente al Ópera.

“Yo estoy con una especie de regresión, porque esta obra ya la hice con otro personaje y es como un reencuentro con el juego. Pero imaginate, aquella vez tenía 14 años. Antes la puesta era con una gran pantalla con elásticos que el avión atravesaba, era algo súper moderno para ese momento. Se presentó acá mismo, en el Ópera”, cuenta a LA NACIÓN mientras camina por Corrientes tapada por el frío y por un barbijo porque, en verdad, prefiere pasar desapercibida porque no tiene tiempo alguno para sacarse fotos con el público de El Principito.

Es que desde que le sacan el maquillaje se activa su entretiempo entre una función y la otra. Sabe que tiene los minutos contados para tomar aire porque, hasta las 20, tiene poco menos de dos horas para la función de una obra muy exigente en términos interpretativos. Se trata de Personas lugares y cosas, en la que es protagonista de una historia coral con seres que pelean con adicciones, depresiones y la idea del suicidio. Así de abrupto todo.

En este entretiempo prefiere no comer nada más que una barra de cereal o esas cuestiones. La jornada es larga, lo sabe, pero no se queja de nada. Está, sencillamente, feliz. Línea D, subte lleno de gente, como es típico para esta ahora. Como sucede en la vida real en una charla en medio de la calle, los temas saltan de un lugar a otro. Casi a cuenta de nada, sale su lado de madre. A veces le preocupa que su hija, que pasa tanto tiempo en los camarines entre las cuatro obras que sus padres tienen en cartel en este momento, termine odiando al mismísimo teatro.

Mientras el subte se detiene en la estación Facultad de Medicina, cuenta una anécdota de su hija cantando. Por más que esté usando el barbijo no llega a disimular su cara de chochera. Nina vio El Principito ya varias veces. Como en el camarín de su padre, también se hizo un hueco en el de su madre. “Como viene seguido, me termina dando directivas, marcaciones. La tiene muy clara y le gusta mucho el atrás de escena. A mí me pasaba lo mismo, pero hay una diferencia porque cuando yo veía a mi hermana, Marisol Otero, yo quería estar arriba del escenario con ella, no en el camarín. Acabo de cumplir 35 años y mi hermana hizo La Bella y la Bestia cuando yo tenía 8. Hasta el día de hoy le pido que no me cuente los secretos de aquella puesta porque quiero conservar esa magia”, confiesa rodeada de gente en pleno momento pico del subte.

De miércoles a domingo en este tiempo de vacaciones de invierno, por las tardes el paisaje sonoro y las miles de personas que circulan por el Obelisco o por Plaza Italia es, como ella misma dice, su propio rock and roll. “Para aquellos que trabajamos en el entretenimiento en vivo, estas semanas son en las que más trabajamos. Como contrapartida, un marzo o un abril, cuando la gente está arrancando, es cuando menos trabajo tenemos. Vamos al revés de la corriente”, reflexiona la actriz mientras muchos intentan bajar en Scalabrini Ortiz.

-Es como un marplatense que en enero y febrero es cuando más trabajo tiene.

-Tal cual, y se tienen que bancar a todos los que le invadimos la ciudad. De todos modos, esta rutina de ahora misma es hermosa. Hay momentos, claro, que es un tanto agotador, que siento que no llego a la segunda; pero es muy loco porque subís al escenario y aparece la energía que no pensabas que tenías. Te ganan las ganas.

-El problema deben ser estas casi dos horas porque al cuerpo le baja la energía.

-Es verdad. Y la obra que viene en un rato es emocionalmente muy fuerte durante dos horas y diez minutos en escena. El Principito también, su exigencia; porque hay algo del contoneo y la energía de la serpiente que es muy exigente. Y agrego otro dato: cada vez que aparezco en el escenario del Ópera lo hago con Juan Carlos Baglietto. Tengo que estar a su altura. Eso es una exigencia que no me la quiero perder por nada del mundo. Al lado de él hay que darlo todo, no hay otra chance.

-¿Qué representa su música en tu propia historia?

-Me críe escuchando sus canciones, hay discos que me se de memoria. Cantar con él es algo que nunca había imaginado. Cuando hice la primera versión tenía 14 años, casi la misma edad de uno de sus hijos. Por eso esto es como volver a vivir algo que te pareció muy hermoso. Ahora, ya más grande, me doy cuento de la verdadera dimensión de las cosas. Imaginate, aquella vez estaba con Baglietto, Patricia Sosa, Alejandro Paker; no sé si era consciente de eso. O cuando hice Los Miserables, que estaba con Elena Roger.

-Y ahora alguno debe estar diciendo: “estoy compartiendo escenario con Flor Otero”.

-Bueno, hoy me lo decía en maquillaje Luis Rodríguez Echeverría, el actor que hace de El Principito. Yo estaba hablando de mis inseguridades, de mi permanente formación por mi constantes dudas sobre los que hago. Para colmo, vivo con Germán que se levanta cantando AC/DC sin hacer una vocalización. Al escucharme decir todo esto, Luis hizo referencia a lo bueno que es escuchar lo que estaba contando porque pensaba que yo no le temía a nada; y no, le temo.

Estación Plaza Italia. En el andén un músico canta un tema de Fito Páez. Parece todo planeado por la producción de Baglietto. Por experiencia, sale por la escalera que, ya en superficie, le permite cruzar la plaza, ver algo de ese verde rodeado de colectivos, autos, bocinazos y gente que emprende camino a sus casas o que está de previa antes de ir al teatro a ver Personas, lugares y cosas, que comienza en 70 minutos. Del monumento a Giuseppe Garibaldi al teatro hay unas tres cuadras. Play nuevamente.

-Hace unos años decías que morías de ganas de hacer obras de Antón Chéjov y de trabajar en el Teatro San Martín. En la obra que se inicia en un rato hay citas a Chéjov y se presenta en una de las salas del CTBA, cuya nave insignia es el San Martín. Algo parece ser que se dio.

-Así parece. Viste que siempre se dice que hay que tener cuidado con lo que se desea, bueno. En el Cultural San Martín hice una versión de Tío Vania y en el CTBA solamente había actuado en el Teatro de la Ribera.

-Y ahora estás en el Teatro Sarmiento, sala referenciada con formas escénicas experimentales, y lo hacés con un texto de Duncan Macmillan, un joven dramaturgo inglés de culto. Ya que confesás ser insegura, ¿cuando leíste el texto no te dio cierto miedito?

-No sé si fue miedo, a lo sumo dudaba si estaba a la altura. Lo hablé con el director, Julio Panno y con mi docente con quien más años estudié, Diego Burzomi, de la escuela de Augusto Fernandes.

-Perdón que te interrumpa, pero qué llamativo que una artista como vos tan referenciada al teatro musical haya pasado por la escuela de Fernandes, que no está vinculado con ese género.

-Si, pero no. Cuando leés Shakespeare aparecen canciones sin que sean parte de la propuesta. Creo que maestros como Agustín Alezzo o Fernandes no estaban vinculados con el teatro musical porque esas obras cumplían el objetivo de entretener. Hoy se usa la música como un recurso expresivo distinto. El teatro musical está cambiando mucho.

-Volvamos a lo estabas diciendo, al proceso de asumir este rol tan complejo de la función que está por comenzar.

-Aquella vez mi maestro me dijo que yo podía, que solo tenía que creérmela, entregarme. Y bueno, fue ir hacia ese texto sin cuestionarme, sin tanta cabeza. Cuando me encontré con la actriz que hizo mi personaje en Londres me dijo que solo debía dar todo de mí como actriz; es lo que estoy intentado.

A las 18.50 arriba al Sarmiento. Esta vez, las escaleras a los camarines son para arriba. Las dimensiones de las salas son muy diferentes, como las dos obras en las que actúa Florencia Otero. Otras fotos. En un rato, nuevamente le toca maquillarse. Radicalmente, el vestuario ahora será otro.

Nuevas fotos y al escenario para volver a prender play el grabador mientras, todavía, se saca clips que le quedaron en el pelo de cuando, hasta hace un rato, era una serpiente de ese texto que leyó por primera vez cuando tenía unos 10 años y “entendió lo que podía entender”. “¿Ves? En ese aspecto los dos personajes tienen algo en común, las dos son un enigma -comenta en tren de asociaciones-. En la del Sarmiento, Emma no se deja conocer del todo. En tren de comparaciones son dos obras con una fuerte carga filosófica”.

-Pero esta tiene un filón pesado, de seres lidiando con adicciones. Cuando termina esta larga jornada, ¿qué te vuelve del espectador?

-Es muy fuerte, porque hay muchos que me terminan contando cosas de un nivel de intimidad que me sorprenden. Madres de adictos me han dicho: “Sabemos lo que están pasando”. A veces pienso: si yo logré esto, es un montón. Un adicto en rehabilitación es una persona que se hace cargo todos los días de lo que le pasa, y no sé si todos podemos decir eso. Yo lo exorcizo arriba de un escenario.

-¿Sentís que Lugares… te ubicó en otro lugar en el mapa teatral?

-Ojalá pasara eso. Hay gente que se acerca y que me dice que solamente me conocía cantando. Algunos me dicen algo medio ambiguo, tipo que me habían visto en un montón de musicales pero que no sabían que también actuaba.

-Supongo que tiene que ver con ciertos prejuicios que giran alrededor del teatro musical.

-Absolutamente. Para muchos del teatro de texto, el teatro musical no es teatro. Fui a muchos castings de obras de texto y me aclaran que el personaje no cantaba. ¡Pero cocina bárbaro, se me ocurre responder! Dame una oportunidad, es lo que se me ocurre decir. En ese aspecto esta obra me abrió otra posibilidad y siento que puedo abrir una puerta nueva. Lo había hecho en el teatro independiente, pero no en un escenario como el Sarmiento. Venía con ganas de hacer una obra como esta y acá estamos.

Tarde en Calle Corrientes en pleno período de vacaciones de invierno con toda la amplia batería de propuestas de espectáculos para infantes y adolescentes. Acá, en el teatro Ópera, a las 16.30 comienza una función de El Principito, una nueva apuesta de Juan Carlos Baglietto, basada en el emblemático texto de Antoine de Saint Exupéry que vivió en Buenos Aires entre 1929 y 1931 en un departamento de la Galería Güemes ubicado cerca de este sala. Del variado elenco que va desde Walas, el líder de Massacre, a Carlos March y Roberto Catarineu, entre esos diálogos de una poética abrumadora, Florencia Otero hace de la serpiente, la que resuelve los enigmas de esta trama sin tiempo.

Una hora y media después de este viaje por asteroides y músicas diversas, la actriz de tantas comedias musicales se desmaquilla mientras en el subsuelo se inicia el engranaje de la función nocturna de Rent. Justamente, gracias a esa obra de culto escrita por Jonathan Larson, conoció hace años a Germán “Tripa” Tripel, en la que ambos actuaban. Son pareja, son los padres de Nina, de 9 años. Y como todo parece transcurrir en un barrio pequeño en medio de la gran ciudad, Tripa está haciendo School of Rock en la otra gran sala de Buenos Aires: el Gran Rex, frente al Ópera.

“Yo estoy con una especie de regresión, porque esta obra ya la hice con otro personaje y es como un reencuentro con el juego. Pero imaginate, aquella vez tenía 14 años. Antes la puesta era con una gran pantalla con elásticos que el avión atravesaba, era algo súper moderno para ese momento. Se presentó acá mismo, en el Ópera”, cuenta a LA NACIÓN mientras camina por Corrientes tapada por el frío y por un barbijo porque, en verdad, prefiere pasar desapercibida porque no tiene tiempo alguno para sacarse fotos con el público de El Principito.

Es que desde que le sacan el maquillaje se activa su entretiempo entre una función y la otra. Sabe que tiene los minutos contados para tomar aire porque, hasta las 20, tiene poco menos de dos horas para la función de una obra muy exigente en términos interpretativos. Se trata de Personas lugares y cosas, en la que es protagonista de una historia coral con seres que pelean con adicciones, depresiones y la idea del suicidio. Así de abrupto todo.

En este entretiempo prefiere no comer nada más que una barra de cereal o esas cuestiones. La jornada es larga, lo sabe, pero no se queja de nada. Está, sencillamente, feliz. Línea D, subte lleno de gente, como es típico para esta ahora. Como sucede en la vida real en una charla en medio de la calle, los temas saltan de un lugar a otro. Casi a cuenta de nada, sale su lado de madre. A veces le preocupa que su hija, que pasa tanto tiempo en los camarines entre las cuatro obras que sus padres tienen en cartel en este momento, termine odiando al mismísimo teatro.

Mientras el subte se detiene en la estación Facultad de Medicina, cuenta una anécdota de su hija cantando. Por más que esté usando el barbijo no llega a disimular su cara de chochera. Nina vio El Principito ya varias veces. Como en el camarín de su padre, también se hizo un hueco en el de su madre. “Como viene seguido, me termina dando directivas, marcaciones. La tiene muy clara y le gusta mucho el atrás de escena. A mí me pasaba lo mismo, pero hay una diferencia porque cuando yo veía a mi hermana, Marisol Otero, yo quería estar arriba del escenario con ella, no en el camarín. Acabo de cumplir 35 años y mi hermana hizo La Bella y la Bestia cuando yo tenía 8. Hasta el día de hoy le pido que no me cuente los secretos de aquella puesta porque quiero conservar esa magia”, confiesa rodeada de gente en pleno momento pico del subte.

De miércoles a domingo en este tiempo de vacaciones de invierno, por las tardes el paisaje sonoro y las miles de personas que circulan por el Obelisco o por Plaza Italia es, como ella misma dice, su propio rock and roll. “Para aquellos que trabajamos en el entretenimiento en vivo, estas semanas son en las que más trabajamos. Como contrapartida, un marzo o un abril, cuando la gente está arrancando, es cuando menos trabajo tenemos. Vamos al revés de la corriente”, reflexiona la actriz mientras muchos intentan bajar en Scalabrini Ortiz.

-Es como un marplatense que en enero y febrero es cuando más trabajo tiene.

-Tal cual, y se tienen que bancar a todos los que le invadimos la ciudad. De todos modos, esta rutina de ahora misma es hermosa. Hay momentos, claro, que es un tanto agotador, que siento que no llego a la segunda; pero es muy loco porque subís al escenario y aparece la energía que no pensabas que tenías. Te ganan las ganas.

-El problema deben ser estas casi dos horas porque al cuerpo le baja la energía.

-Es verdad. Y la obra que viene en un rato es emocionalmente muy fuerte durante dos horas y diez minutos en escena. El Principito también, su exigencia; porque hay algo del contoneo y la energía de la serpiente que es muy exigente. Y agrego otro dato: cada vez que aparezco en el escenario del Ópera lo hago con Juan Carlos Baglietto. Tengo que estar a su altura. Eso es una exigencia que no me la quiero perder por nada del mundo. Al lado de él hay que darlo todo, no hay otra chance.

-¿Qué representa su música en tu propia historia?

-Me críe escuchando sus canciones, hay discos que me se de memoria. Cantar con él es algo que nunca había imaginado. Cuando hice la primera versión tenía 14 años, casi la misma edad de uno de sus hijos. Por eso esto es como volver a vivir algo que te pareció muy hermoso. Ahora, ya más grande, me doy cuento de la verdadera dimensión de las cosas. Imaginate, aquella vez estaba con Baglietto, Patricia Sosa, Alejandro Paker; no sé si era consciente de eso. O cuando hice Los Miserables, que estaba con Elena Roger.

-Y ahora alguno debe estar diciendo: “estoy compartiendo escenario con Flor Otero”.

-Bueno, hoy me lo decía en maquillaje Luis Rodríguez Echeverría, el actor que hace de El Principito. Yo estaba hablando de mis inseguridades, de mi permanente formación por mi constantes dudas sobre los que hago. Para colmo, vivo con Germán que se levanta cantando AC/DC sin hacer una vocalización. Al escucharme decir todo esto, Luis hizo referencia a lo bueno que es escuchar lo que estaba contando porque pensaba que yo no le temía a nada; y no, le temo.

Estación Plaza Italia. En el andén un músico canta un tema de Fito Páez. Parece todo planeado por la producción de Baglietto. Por experiencia, sale por la escalera que, ya en superficie, le permite cruzar la plaza, ver algo de ese verde rodeado de colectivos, autos, bocinazos y gente que emprende camino a sus casas o que está de previa antes de ir al teatro a ver Personas, lugares y cosas, que comienza en 70 minutos. Del monumento a Giuseppe Garibaldi al teatro hay unas tres cuadras. Play nuevamente.

-Hace unos años decías que morías de ganas de hacer obras de Antón Chéjov y de trabajar en el Teatro San Martín. En la obra que se inicia en un rato hay citas a Chéjov y se presenta en una de las salas del CTBA, cuya nave insignia es el San Martín. Algo parece ser que se dio.

-Así parece. Viste que siempre se dice que hay que tener cuidado con lo que se desea, bueno. En el Cultural San Martín hice una versión de Tío Vania y en el CTBA solamente había actuado en el Teatro de la Ribera.

-Y ahora estás en el Teatro Sarmiento, sala referenciada con formas escénicas experimentales, y lo hacés con un texto de Duncan Macmillan, un joven dramaturgo inglés de culto. Ya que confesás ser insegura, ¿cuando leíste el texto no te dio cierto miedito?

-No sé si fue miedo, a lo sumo dudaba si estaba a la altura. Lo hablé con el director, Julio Panno y con mi docente con quien más años estudié, Diego Burzomi, de la escuela de Augusto Fernandes.

-Perdón que te interrumpa, pero qué llamativo que una artista como vos tan referenciada al teatro musical haya pasado por la escuela de Fernandes, que no está vinculado con ese género.

-Si, pero no. Cuando leés Shakespeare aparecen canciones sin que sean parte de la propuesta. Creo que maestros como Agustín Alezzo o Fernandes no estaban vinculados con el teatro musical porque esas obras cumplían el objetivo de entretener. Hoy se usa la música como un recurso expresivo distinto. El teatro musical está cambiando mucho.

-Volvamos a lo estabas diciendo, al proceso de asumir este rol tan complejo de la función que está por comenzar.

-Aquella vez mi maestro me dijo que yo podía, que solo tenía que creérmela, entregarme. Y bueno, fue ir hacia ese texto sin cuestionarme, sin tanta cabeza. Cuando me encontré con la actriz que hizo mi personaje en Londres me dijo que solo debía dar todo de mí como actriz; es lo que estoy intentado.

A las 18.50 arriba al Sarmiento. Esta vez, las escaleras a los camarines son para arriba. Las dimensiones de las salas son muy diferentes, como las dos obras en las que actúa Florencia Otero. Otras fotos. En un rato, nuevamente le toca maquillarse. Radicalmente, el vestuario ahora será otro.

Nuevas fotos y al escenario para volver a prender play el grabador mientras, todavía, se saca clips que le quedaron en el pelo de cuando, hasta hace un rato, era una serpiente de ese texto que leyó por primera vez cuando tenía unos 10 años y “entendió lo que podía entender”. “¿Ves? En ese aspecto los dos personajes tienen algo en común, las dos son un enigma -comenta en tren de asociaciones-. En la del Sarmiento, Emma no se deja conocer del todo. En tren de comparaciones son dos obras con una fuerte carga filosófica”.

-Pero esta tiene un filón pesado, de seres lidiando con adicciones. Cuando termina esta larga jornada, ¿qué te vuelve del espectador?

-Es muy fuerte, porque hay muchos que me terminan contando cosas de un nivel de intimidad que me sorprenden. Madres de adictos me han dicho: “Sabemos lo que están pasando”. A veces pienso: si yo logré esto, es un montón. Un adicto en rehabilitación es una persona que se hace cargo todos los días de lo que le pasa, y no sé si todos podemos decir eso. Yo lo exorcizo arriba de un escenario.

-¿Sentís que Lugares… te ubicó en otro lugar en el mapa teatral?

-Ojalá pasara eso. Hay gente que se acerca y que me dice que solamente me conocía cantando. Algunos me dicen algo medio ambiguo, tipo que me habían visto en un montón de musicales pero que no sabían que también actuaba.

-Supongo que tiene que ver con ciertos prejuicios que giran alrededor del teatro musical.

-Absolutamente. Para muchos del teatro de texto, el teatro musical no es teatro. Fui a muchos castings de obras de texto y me aclaran que el personaje no cantaba. ¡Pero cocina bárbaro, se me ocurre responder! Dame una oportunidad, es lo que se me ocurre decir. En ese aspecto esta obra me abrió otra posibilidad y siento que puedo abrir una puerta nueva. Lo había hecho en el teatro independiente, pero no en un escenario como el Sarmiento. Venía con ganas de hacer una obra como esta y acá estamos.

 De amplia trayectoria en el teatro musical, en tiempos de vacaciones de invierno alterna su labor en El Principito, en Calle Corrientes, con un papel bien distinto en una obra de enorme exigencia física y actoral  LA NACION

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