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“Hay que animarse a cambiar”: Fue diseñadora de moda, colaboró en política y de grande descubrió su gran pasión en la pintura

Tenía 8 años cuando acompañó a su mamá (María Rosa Segura) a un desfile y descubrió su fascinación por la moda. Sin embargo, cuando terminó el colegio, estudió Ciencias Políticas. Y con el tiempo el diseño volvió a aparecer en su vida, y en 2002 creó junto con la diseñadora Vero Alfie y María Lombardi la firma Tienda Tres en Palermo, “cuando era Palermo Viejo y no le decían Soho, y sólo era un barrio con gomerías y talleres”, aclara Flavia Martini (62), la mujer que en algún momento también se animó a darle una oportunidad a la carrera que había elegido y militó en el PRO, precisamente en el G-25, que había creado Esteban Bullrich.

Pero un día decidió que la moda ya había cumplido un ciclo y se dedicó a una nueva pasión: la pintura. “Creo que alguien no tiene una sola vocación… Hay que animarse a cambiar. Dejar la moda para mí fue una decisión fuerte, pero sentía que era el momento de probar otras cosas, quería estar más liviana. Es un rubro muy difícil, sobre todo en nuestro país, porque si bien tenemos un gusto maravilloso para vestirnos es una industria muy chica y en consecuencia muy desafiante”, asegura.

–¿Hubo algo en particular que te hizo hacer el clic?

–En 2012 atravesábamos una situación complicada en el país, la inflación… Por otro lado, yo había cumplido 50 años y no quería hacer cosas tan exigidas. Tenía una asignatura pendiente en política y me metí en el PRO, nunca fui funcionaria, pero sí una ciudadana comprometida. Iba a La Matanza, a José C. Paz, e ingresé en la Fundación G-25. Para mí fue una etapa linda de mi vida, aprendí mucho y estaba haciendo algo por el otro.

–¿La política te desilusionó?

–Tenés que saber que la política es altamente imperfecta, y si la entendés así, las desilusiones son menores. No es como el mundo privado, las reglas son distintas. Por supuesto que hay desilusiones, pero como en la vida, aprendés qué batallas podés dar y cuáles no, y en que podés ayudar. Pero ya no volvería a trabajar en política.

PUERTAS ADENTRO

Flavia es madre de Flavia (de 41 años, hija de su primer matrimonio con Fernando Mihanovich) y de Daphne (de 28 años, fruto de su segundo matrimonio con Agustín Caffarena), y abuela de tres nietos: Mia, Justo y Lucio. Desde hace quince años está en pareja con el abogado Hernán Cibils. “Me gusta la vida de a dos”, confiesa. En 2019, ambos decidieron hacer un cambio y se instalaron en Punta del Este. “En Buenos Aires cada uno vivía en su casa y teníamos en común una casa en las afueras. Decidimos irnos para estar más en contacto con la naturaleza, vivir más relajados. Al principio tenía mis angustias, pero irte a un lugar como Uruguay es como irte a vivir a la casa de un primo, algo familiar pero también diferente. Estando allá estudié historia rioplatense, porque quería entender por qué siendo tan cercanos éramos tan distintos. Y entendí. Nosotros tenemos una cosa tana que ellos no tienen. En Buenos Aires somos más manicomio, y los uruguayos son más serios y respetuosos. Viviendo allá me acostumbré a mirar el mar, el horizonte… Tengo mi taller de pintura, estudio italiano y ahora voy a empezar a estudiar canto. Practico golf, tenemos muchos amigos y mis hijas ya están grandes, así que al estar cerca puedo visitarlos seguido, como ahora, que vine a compartir las vacaciones de invierno con mis nietos. Es una época de mi vida donde ya di varias batallas y en la que me ocupo en construir el vínculo con mis seres queridos que están acá. La familia no tiene que tapar al individuo, a veces las madres somos un peso. Yo crie a mis hijas con mucha libertad, y cuando me fui sentí que mis hijas se desarrollaron un montón”, nos cuenta Flavia.

–Las profesiones pueden definir a las personas. ¿Te cuesta encasillarte?

–Justamente el otro día con mi analista hablábamos de la identidad, algo que es muy importante, pero que no tiene que ser tu jaula. Obvio que cuando dejé la moda y comencé a pintar me sentía un poco rara, porque ni siquiera tenía una oficina adonde ir, pintaba en casa, después alquilé un taller en San Telmo y todo empezó a tener más forma.

–Además imagino que pasó mucho tiempo hasta que la pintura empezó a ser redituable…

–Si yo hubiese tenido que mantener mi casa, con la pintura no lo habría logrado. Es muy difícil conseguir vivir de eso y muy duro para el ego. Yo por suerte no dependía de mis obras para mantenerme, pero como tengo una cabeza muy productiva y quería que fuese redituable, al año y medio de empezar hice mi primera exposición en una feria en San Isidro Art y vendí. Ahora hace muchos años expongo en Otto Galería, en Buenos Aires, cuento con una galerista en Madrid y en estos momentos hay una exposición de mis obras en Menorca. No tengo ese deseo de ser la pintora que más vende, pero amo pintar, me da mucha libertad para hacer otras cosas.

–¿Como transmutó tu arte de tus primeros cuadros a los de hoy?

–Al principio mi profesor me dijo: “Vos tenés un cierto gusto por la desprolijidad”, y es cierto. A mí me gusta estar elegante, pero tengo una parte muy cruda, muy bestial que sale en la obra, y mi profesor tuvo la sabiduría para entenderla y facilitarla. Obvio que hay una evolución, pero lo más importante es tener confianza, porque pintar siempre es un problema, no una solución. Para cada muestra, si presento 20 cuadros, yo pinto 50.

–¿Cómo definirías tus cuadros?

–Expresionismo abstracto, aunque ahora soy menos abstracta que antes. Hay algo más floral, pero con una mirada más interpretativa de la flor.

–Antes de dedicarte de lleno, ¿habías estudiado pintura? ¿Cómo es tu proceso creativo?

–Antes pintaba cerámica, y cuando decidí dedicarme a esto, busqué al mejor profesor, Juan Astica. Él me enseñó que todos tenemos formas propias y que, cuando vas pintando, van apareciendo. Para entrar en el “estado de pintura”, me pongo a la mañana, que es cuando más energía tengo y la luz que entra por la ventana es divina… Además, escucho una playlist de música que me va sacando el ritmo interno. No hay una inspiración que baja, la inspiración, como dijo Picasso, te encuentra trabajando. Tu mano va, es una inteligencia intuitiva.

–¿Cómo definirías esa “parte cruda” de la que hablaste antes?

–¡Yo voy por las cosas! Tengo miedos, pero también una gran fuerza vital que me hace ir por las cosas. Tomé trabajos que me dieron miedo y los afronté. No me largo al vacío, pero hay algo primario en mí que me fuerza a evolucionar, a probar el deseo.

–Como dicen ahora, te dejás fluir…

–Me cuesta, pero trato de hacer cosas que me gustan. Si no tengo ganas de hacer algo, no lo hago. Eso es lo bueno de cumplir años, además de los nietos, que son el postre de la vida. Disfruto mucho de lo que tengo, mi familia, mi pareja, con quien somos muy compañeros, pero sin invadirnos.

Maquillaje: @joaquinamakeupartist

Tenía 8 años cuando acompañó a su mamá (María Rosa Segura) a un desfile y descubrió su fascinación por la moda. Sin embargo, cuando terminó el colegio, estudió Ciencias Políticas. Y con el tiempo el diseño volvió a aparecer en su vida, y en 2002 creó junto con la diseñadora Vero Alfie y María Lombardi la firma Tienda Tres en Palermo, “cuando era Palermo Viejo y no le decían Soho, y sólo era un barrio con gomerías y talleres”, aclara Flavia Martini (62), la mujer que en algún momento también se animó a darle una oportunidad a la carrera que había elegido y militó en el PRO, precisamente en el G-25, que había creado Esteban Bullrich.

Pero un día decidió que la moda ya había cumplido un ciclo y se dedicó a una nueva pasión: la pintura. “Creo que alguien no tiene una sola vocación… Hay que animarse a cambiar. Dejar la moda para mí fue una decisión fuerte, pero sentía que era el momento de probar otras cosas, quería estar más liviana. Es un rubro muy difícil, sobre todo en nuestro país, porque si bien tenemos un gusto maravilloso para vestirnos es una industria muy chica y en consecuencia muy desafiante”, asegura.

–¿Hubo algo en particular que te hizo hacer el clic?

–En 2012 atravesábamos una situación complicada en el país, la inflación… Por otro lado, yo había cumplido 50 años y no quería hacer cosas tan exigidas. Tenía una asignatura pendiente en política y me metí en el PRO, nunca fui funcionaria, pero sí una ciudadana comprometida. Iba a La Matanza, a José C. Paz, e ingresé en la Fundación G-25. Para mí fue una etapa linda de mi vida, aprendí mucho y estaba haciendo algo por el otro.

–¿La política te desilusionó?

–Tenés que saber que la política es altamente imperfecta, y si la entendés así, las desilusiones son menores. No es como el mundo privado, las reglas son distintas. Por supuesto que hay desilusiones, pero como en la vida, aprendés qué batallas podés dar y cuáles no, y en que podés ayudar. Pero ya no volvería a trabajar en política.

PUERTAS ADENTRO

Flavia es madre de Flavia (de 41 años, hija de su primer matrimonio con Fernando Mihanovich) y de Daphne (de 28 años, fruto de su segundo matrimonio con Agustín Caffarena), y abuela de tres nietos: Mia, Justo y Lucio. Desde hace quince años está en pareja con el abogado Hernán Cibils. “Me gusta la vida de a dos”, confiesa. En 2019, ambos decidieron hacer un cambio y se instalaron en Punta del Este. “En Buenos Aires cada uno vivía en su casa y teníamos en común una casa en las afueras. Decidimos irnos para estar más en contacto con la naturaleza, vivir más relajados. Al principio tenía mis angustias, pero irte a un lugar como Uruguay es como irte a vivir a la casa de un primo, algo familiar pero también diferente. Estando allá estudié historia rioplatense, porque quería entender por qué siendo tan cercanos éramos tan distintos. Y entendí. Nosotros tenemos una cosa tana que ellos no tienen. En Buenos Aires somos más manicomio, y los uruguayos son más serios y respetuosos. Viviendo allá me acostumbré a mirar el mar, el horizonte… Tengo mi taller de pintura, estudio italiano y ahora voy a empezar a estudiar canto. Practico golf, tenemos muchos amigos y mis hijas ya están grandes, así que al estar cerca puedo visitarlos seguido, como ahora, que vine a compartir las vacaciones de invierno con mis nietos. Es una época de mi vida donde ya di varias batallas y en la que me ocupo en construir el vínculo con mis seres queridos que están acá. La familia no tiene que tapar al individuo, a veces las madres somos un peso. Yo crie a mis hijas con mucha libertad, y cuando me fui sentí que mis hijas se desarrollaron un montón”, nos cuenta Flavia.

–Las profesiones pueden definir a las personas. ¿Te cuesta encasillarte?

–Justamente el otro día con mi analista hablábamos de la identidad, algo que es muy importante, pero que no tiene que ser tu jaula. Obvio que cuando dejé la moda y comencé a pintar me sentía un poco rara, porque ni siquiera tenía una oficina adonde ir, pintaba en casa, después alquilé un taller en San Telmo y todo empezó a tener más forma.

–Además imagino que pasó mucho tiempo hasta que la pintura empezó a ser redituable…

–Si yo hubiese tenido que mantener mi casa, con la pintura no lo habría logrado. Es muy difícil conseguir vivir de eso y muy duro para el ego. Yo por suerte no dependía de mis obras para mantenerme, pero como tengo una cabeza muy productiva y quería que fuese redituable, al año y medio de empezar hice mi primera exposición en una feria en San Isidro Art y vendí. Ahora hace muchos años expongo en Otto Galería, en Buenos Aires, cuento con una galerista en Madrid y en estos momentos hay una exposición de mis obras en Menorca. No tengo ese deseo de ser la pintora que más vende, pero amo pintar, me da mucha libertad para hacer otras cosas.

–¿Como transmutó tu arte de tus primeros cuadros a los de hoy?

–Al principio mi profesor me dijo: “Vos tenés un cierto gusto por la desprolijidad”, y es cierto. A mí me gusta estar elegante, pero tengo una parte muy cruda, muy bestial que sale en la obra, y mi profesor tuvo la sabiduría para entenderla y facilitarla. Obvio que hay una evolución, pero lo más importante es tener confianza, porque pintar siempre es un problema, no una solución. Para cada muestra, si presento 20 cuadros, yo pinto 50.

–¿Cómo definirías tus cuadros?

–Expresionismo abstracto, aunque ahora soy menos abstracta que antes. Hay algo más floral, pero con una mirada más interpretativa de la flor.

–Antes de dedicarte de lleno, ¿habías estudiado pintura? ¿Cómo es tu proceso creativo?

–Antes pintaba cerámica, y cuando decidí dedicarme a esto, busqué al mejor profesor, Juan Astica. Él me enseñó que todos tenemos formas propias y que, cuando vas pintando, van apareciendo. Para entrar en el “estado de pintura”, me pongo a la mañana, que es cuando más energía tengo y la luz que entra por la ventana es divina… Además, escucho una playlist de música que me va sacando el ritmo interno. No hay una inspiración que baja, la inspiración, como dijo Picasso, te encuentra trabajando. Tu mano va, es una inteligencia intuitiva.

–¿Cómo definirías esa “parte cruda” de la que hablaste antes?

–¡Yo voy por las cosas! Tengo miedos, pero también una gran fuerza vital que me hace ir por las cosas. Tomé trabajos que me dieron miedo y los afronté. No me largo al vacío, pero hay algo primario en mí que me fuerza a evolucionar, a probar el deseo.

–Como dicen ahora, te dejás fluir…

–Me cuesta, pero trato de hacer cosas que me gustan. Si no tengo ganas de hacer algo, no lo hago. Eso es lo bueno de cumplir años, además de los nietos, que son el postre de la vida. Disfruto mucho de lo que tengo, mi familia, mi pareja, con quien somos muy compañeros, pero sin invadirnos.

Maquillaje: @joaquinamakeupartist

 A sus 50 años, Flavia Martini pegó un volantazo y cuenta cómo el arte le cambió la vida  LA NACION

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