Julio A. Roca, el presidente con alma de productor agropecuario que inauguró la Exposición Rural
No fueron pocos los presidentes argentinos que estuvieron ligados a la producción rural: Urquiza, Roca, Juárez Celman, Pellegrini, Luis y Roque Sáenz Peña, Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear y Roberto M. Ortiz. Tierras recibidas por herencia o propias, manejadas por ellos mismos, en el caso de Roca e Yrigoyen, todos conocieron los avatares de las inundaciones y las sequías, de las mangas de langosta, de las heladas tardías o a destiempo y de las pestes.
Palermo: Hereford consagró a sus grandes campeones y Angus a su mejor Hembra
Un aspecto que no ha omitido Miguel Ángel De Marco en la documentada biografía que le ha dedicado a Roca, desde aquellas tierras fiscales que comprara en un remate en Buenos Aires, ubicadas en el sur de Córdoba con su hermano Alejandro y a las que hizo “prosperar de un modo extraordinario pues era un experto en cuestiones agrícolo-ganaderas”.
Cuando Roca le preguntó a don Ramón J. Cárcano que iba a ser su joven hijo Miguel Ángel si político o estanciero, ante la segunda opción el viejo “zorro” respondió: “Tendrá menos desengaños y mayores satisfacciones”. El general montó hasta el fin de sus días, más allá de los 71 años; en el verano de 1912 se presentó en la estancia “La Granja” de los Rueda en Ascochinga “en un zaino, alerta y buen marchador, de larga cola y crines negras, le acompañaba su nieto Antonio Demarchi. Aperado como paisano, vestía traje de campo, amplias bombachas de brin blanco, botas, el saco holgado, un pañuelo de seda en el cuello y panamá de anchas alas…”. Al saludarlo a don Ramón por su reciente elección como gobernador de Córdoba le dijo: “Sabe Ud. que soy madrugador, viejo hábito de soldado. “La Paz” no dista de “La Granja” más que un galope”.
Miguel Ángel que además fue un destacado historiador apuntó lo que escuchó de boca del general en esa visita: “Nunca he visto la sierra tan linda después de las lluvias de marzo y nunca es bastante el agua en estos cerros”. Consultó a Cárcano que era estanciero en Córdoba qué resultado le habían dado los Polled Durham, porque a Roca le sacrificaron en el lazareto dos vaquillonas y un toro que había importado de los Estados Unidos “porque hallaron en su lengua vestigios de aftosa” y agregó este comentarios sobre aquellos jóvenes veterinarios “no salen al campo, pero son inflexibles cuando se trata de aplicar los reglamentos”.
Estaban bajo una parra, sentado Roca en una silla de hamaca, “se golpeaba la bota con la fusta de un latiguito de plata… mientras que su nieto “aburrido de escucharlo había trepado sobre sus rodillas, le tironeaba la pera y le quitaba el látigo”. Se conserva una foto del general en la galería de su estancia, junto con su pequeño nieto, Julio Antonio Demarchi.
Cuadrilla
Cuando los Cárcano retribuyeron la visita lo encontraron al general ordenando una cuadrilla de peones, ocupados en el desmonte de un potrero “bajo un bochornoso sol cordobés, Roca no sentía el calor de la tórrida mañana”, cuenta Miguel Ángel. Esa tarea era previa a su preocupación por refinar los pastos, sembrando trébol y alfalfa, forestar con pinos y castaños, e importar reproductores Durham, carneros Lincoln y padrillos de Alemania. Ante el ataque de las langostas, plantó 100.000 álamos y preocupado por el abigeato escribía a su mayordomo: “si nos saquean a nosotros, que no harán a las pobres gentes”.
Gumersindo García trabajó como mayordomo largos años en la casa de Roca en la calle San Martín, de la que ha quedado bastante correspondencia. En una de ellas le decía “Ya estamos en La Paz que hemos encontrado muy linda”, le pedía los planos de un baño que había diseñado el arquitecto Carlos Morra, preocupado por el confort de la casa, a la vez que la menor cantidad de visitas que otros años le hacían afirmar: “Aquí estoy muy bien”. Tan bien estaba en el campo que desde Niza afirmaba que extrañaba “mi tierra, mis nietos y La Larga”.
A su regreso desde ese establecimiento en agosto de 1908, aunque conforme con su administrador afirmaba: “mi presencia aquí de cuando en cuando y por largas temporadas es indispensable y de mucha utilidad”. Allí el general sufrió un buen susto recorriendo el campo en un carruaje, se le disparó el caballo: “felizmente andaban dos peones jinetes que corrieron y se le pusieron a la par cada uno a un lado y otro, y consiguieron dominar al animal desbocado. Sin eso a esta hora quien sabe si cuento el cuento”. En julio de ese año a pesar que “sigue helando y hace frío -afirmaba- no me priva de salir afuera y andar todo el día a campo desde las 8 de la mañana”.
Roca, el gran hacedor una Argentina que asombró al mundo a comienzos del siglo XX, fue también un productor agropecuario como muchos de los hoy visitan la tradicional Exposición Rural de Palermo, que él supo inaugurar con legítimo orgullo en dos presidencias.
No fueron pocos los presidentes argentinos que estuvieron ligados a la producción rural: Urquiza, Roca, Juárez Celman, Pellegrini, Luis y Roque Sáenz Peña, Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear y Roberto M. Ortiz. Tierras recibidas por herencia o propias, manejadas por ellos mismos, en el caso de Roca e Yrigoyen, todos conocieron los avatares de las inundaciones y las sequías, de las mangas de langosta, de las heladas tardías o a destiempo y de las pestes.
Palermo: Hereford consagró a sus grandes campeones y Angus a su mejor Hembra
Un aspecto que no ha omitido Miguel Ángel De Marco en la documentada biografía que le ha dedicado a Roca, desde aquellas tierras fiscales que comprara en un remate en Buenos Aires, ubicadas en el sur de Córdoba con su hermano Alejandro y a las que hizo “prosperar de un modo extraordinario pues era un experto en cuestiones agrícolo-ganaderas”.
Cuando Roca le preguntó a don Ramón J. Cárcano que iba a ser su joven hijo Miguel Ángel si político o estanciero, ante la segunda opción el viejo “zorro” respondió: “Tendrá menos desengaños y mayores satisfacciones”. El general montó hasta el fin de sus días, más allá de los 71 años; en el verano de 1912 se presentó en la estancia “La Granja” de los Rueda en Ascochinga “en un zaino, alerta y buen marchador, de larga cola y crines negras, le acompañaba su nieto Antonio Demarchi. Aperado como paisano, vestía traje de campo, amplias bombachas de brin blanco, botas, el saco holgado, un pañuelo de seda en el cuello y panamá de anchas alas…”. Al saludarlo a don Ramón por su reciente elección como gobernador de Córdoba le dijo: “Sabe Ud. que soy madrugador, viejo hábito de soldado. “La Paz” no dista de “La Granja” más que un galope”.
Miguel Ángel que además fue un destacado historiador apuntó lo que escuchó de boca del general en esa visita: “Nunca he visto la sierra tan linda después de las lluvias de marzo y nunca es bastante el agua en estos cerros”. Consultó a Cárcano que era estanciero en Córdoba qué resultado le habían dado los Polled Durham, porque a Roca le sacrificaron en el lazareto dos vaquillonas y un toro que había importado de los Estados Unidos “porque hallaron en su lengua vestigios de aftosa” y agregó este comentarios sobre aquellos jóvenes veterinarios “no salen al campo, pero son inflexibles cuando se trata de aplicar los reglamentos”.
Estaban bajo una parra, sentado Roca en una silla de hamaca, “se golpeaba la bota con la fusta de un latiguito de plata… mientras que su nieto “aburrido de escucharlo había trepado sobre sus rodillas, le tironeaba la pera y le quitaba el látigo”. Se conserva una foto del general en la galería de su estancia, junto con su pequeño nieto, Julio Antonio Demarchi.
Cuadrilla
Cuando los Cárcano retribuyeron la visita lo encontraron al general ordenando una cuadrilla de peones, ocupados en el desmonte de un potrero “bajo un bochornoso sol cordobés, Roca no sentía el calor de la tórrida mañana”, cuenta Miguel Ángel. Esa tarea era previa a su preocupación por refinar los pastos, sembrando trébol y alfalfa, forestar con pinos y castaños, e importar reproductores Durham, carneros Lincoln y padrillos de Alemania. Ante el ataque de las langostas, plantó 100.000 álamos y preocupado por el abigeato escribía a su mayordomo: “si nos saquean a nosotros, que no harán a las pobres gentes”.
Gumersindo García trabajó como mayordomo largos años en la casa de Roca en la calle San Martín, de la que ha quedado bastante correspondencia. En una de ellas le decía “Ya estamos en La Paz que hemos encontrado muy linda”, le pedía los planos de un baño que había diseñado el arquitecto Carlos Morra, preocupado por el confort de la casa, a la vez que la menor cantidad de visitas que otros años le hacían afirmar: “Aquí estoy muy bien”. Tan bien estaba en el campo que desde Niza afirmaba que extrañaba “mi tierra, mis nietos y La Larga”.
A su regreso desde ese establecimiento en agosto de 1908, aunque conforme con su administrador afirmaba: “mi presencia aquí de cuando en cuando y por largas temporadas es indispensable y de mucha utilidad”. Allí el general sufrió un buen susto recorriendo el campo en un carruaje, se le disparó el caballo: “felizmente andaban dos peones jinetes que corrieron y se le pusieron a la par cada uno a un lado y otro, y consiguieron dominar al animal desbocado. Sin eso a esta hora quien sabe si cuento el cuento”. En julio de ese año a pesar que “sigue helando y hace frío -afirmaba- no me priva de salir afuera y andar todo el día a campo desde las 8 de la mañana”.
Roca, el gran hacedor una Argentina que asombró al mundo a comienzos del siglo XX, fue también un productor agropecuario como muchos de los hoy visitan la tradicional Exposición Rural de Palermo, que él supo inaugurar con legítimo orgullo en dos presidencias.
Plantó 100.000 álamos para enfrentar a la langosta, importó reproductores Durham, carneros Lincoln y padrillos de Alemania; también padeció el abigeato LA NACION