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Juegos Olímpicos 2024: Simone Biles, un ángel que nada la detiene y sigue haciendo historia

PARÍS (Enviado especial).- Elegantemente de pie, en un extremo de la pista, a veinticinco metros de su objetivo, inspira profundo y exhala. Detiene el mundo. La música, por momentos ensordecedora, se corta abruptamente. No existe un espectador que ocupe una butaca del Bercy Arena, el estadio multiuso del distrito 12 parisino, que no quede embelesado por ese pequeño cuerpo fibroso de 1,42 metros, envuelto en una malla de gimnasia artística de color rojo y brillantes distribuidos. Las orejas, llenas de aros; las uñas de los pies, de color blanco. La electricidad corriéndole por el cuerpo. La mirada concentrada, el último repaso mental de la rutina ante de enfrentar la prueba de salto de potro. Y allí va, Simone Biles, leyenda de 27 años, como un felino hambriento.

Tras una furiosa carrera de 25 metros, con pasos cortitos y explosivos, la estadounidense apoya sus manos sobre el suelo, se impulsa en el trampolín y vuela, realizando un salto acrobático sobre el aparato que le permite tomar altura, se sostiene durante un segundo, da giros con las piernas firmes y cae, sonriendo, dejando boquiabiertos a todos. Soberbia. Logra una puntuación de 15.700 por parte del jurado, que evalúa la dificultad técnica, la ejecución y descuenta si hay penalizaciones. El público la ovaciona. Biles camina, confiada, hacia el punto de partida para hacer el segundo salto. Sus rivales, sentadas a un costado, la observan desde abajo. Repite las rutinas y salta; esta vez, por el “Potro 2″, la califican con 14.900, lo que hace un promedio de 15.300 que la encumbra a la cima. Se baja de la tarima y camina hacia su equipo con aire presuntuoso; sabe que es la reina. Por un momento parece de dos metros.

Más tarde llegará la carismática brasileña Rebeca Andrade, la gran amenaza para Biles desde hace un tiempo (vencedora en la misma prueba en Tokio 2020 y vigente campeona mundial). Con indumentaria blanca y un rodete, brilla. El público ruge al verla competir; la adoran. Pero la paulista de 25 años queda segunda, con 14.966. Las cámaras de TV enfocan de inmediato a Biles, que no oculta su alivio (el bronce fue para la estadounidense Jade Carey, con 14.466 puntos). Sigue reescribiendo la historia la atleta nacida en Columbus, Ohio, hace 27 años. Alcanzó su décima medalla olímpica, la séptima dorada (la tercera de París 2024), a dos del récord de la emblemática gimnasta soviética Larisa Latynina. Pero, claro, Biles tiene tres pruebas más en París para ampliar la historia, pues competirá en barras asimétricas, viga de equilibrio y suelo.

Biles, cuádruple campeona olímpica en Río de Janeiro 2016, está de regreso en la elite de la gimnasia artística luego de los complejos Juegos que vivió en Tokio. Añorada como una de las grandes figuras de la cita japonesa, se vio disminuida emocionalmente por los incontrolables “twisties”, las peligrosas pérdidas de la noción del espacio que no le permitieron competir en forma convencional. Al final, tuvo que retirarse de la mayoría de pruebas y abrió el debate sobre la salud mental de los deportistas, un tema considerado tabú durante mucho tiempo. Hubo un sinfín de comentarios que la afectaron profundamente.

En aquel momento, el actual senador por Ohio JD Vance y compañero de fórmula presidencial de Donald Trump, cuestionó a Biles diciendo que había mostrado debilidad al retirarse de Tokio 2020. “El hecho de que intentemos alabar a las personas, no por sus momentos de fortaleza, no por sus momentos de heroísmo, sino por sus momentos más débiles, hace que nuestra sociedad, digamos, terapéutica, se vea muy mal”, sentenció Vance, que en ese momento se postulaba para el Senado. Hoy, cuando Biles es todo un ejemplo de resiliencia, los opositores a Trump traen sobre la mesa aquellas palabras de Vance, sirvió a la Infantería de Marina de Estados Unidos en la guerra de Irak.

Por fortuna, aquellas palabras maliciosas (y tantas otras) no quitaron de eje a Biles. Lejos del brillo que fulgura cuando compite, la atleta acarrea una historia personal muy delicada. Hija biológica de Shanon Biles y Kelvin Clemins, dos personas adictas a las drogas y al alcohol, fue la tercera de cuatro hermanos (Tavon, Ashley y Adria). Cuando tenía tres años, su madre, perdió la custodia de ella y de sus hermanos debido a las adicciones. Durante los siguientes tres años los niños fueron pasando de un orfanato a otro hasta que sus abuelos maternos tomaron la decisión de adoptarlos. Como si no fuera suficiente trauma, Biles fue una de las tantas víctimas del abuso del médico -ya condenado- del equipo estadounidense de gimnastas, Larry Nassar. Pese a todo, Biles no se derrumbó. Sigue de pie, maravillando, divirtiéndose. Tiene ángel, Simone. Nada la detiene.

PARÍS (Enviado especial).- Elegantemente de pie, en un extremo de la pista, a veinticinco metros de su objetivo, inspira profundo y exhala. Detiene el mundo. La música, por momentos ensordecedora, se corta abruptamente. No existe un espectador que ocupe una butaca del Bercy Arena, el estadio multiuso del distrito 12 parisino, que no quede embelesado por ese pequeño cuerpo fibroso de 1,42 metros, envuelto en una malla de gimnasia artística de color rojo y brillantes distribuidos. Las orejas, llenas de aros; las uñas de los pies, de color blanco. La electricidad corriéndole por el cuerpo. La mirada concentrada, el último repaso mental de la rutina ante de enfrentar la prueba de salto de potro. Y allí va, Simone Biles, leyenda de 27 años, como un felino hambriento.

Tras una furiosa carrera de 25 metros, con pasos cortitos y explosivos, la estadounidense apoya sus manos sobre el suelo, se impulsa en el trampolín y vuela, realizando un salto acrobático sobre el aparato que le permite tomar altura, se sostiene durante un segundo, da giros con las piernas firmes y cae, sonriendo, dejando boquiabiertos a todos. Soberbia. Logra una puntuación de 15.700 por parte del jurado, que evalúa la dificultad técnica, la ejecución y descuenta si hay penalizaciones. El público la ovaciona. Biles camina, confiada, hacia el punto de partida para hacer el segundo salto. Sus rivales, sentadas a un costado, la observan desde abajo. Repite las rutinas y salta; esta vez, por el “Potro 2″, la califican con 14.900, lo que hace un promedio de 15.300 que la encumbra a la cima. Se baja de la tarima y camina hacia su equipo con aire presuntuoso; sabe que es la reina. Por un momento parece de dos metros.

Más tarde llegará la carismática brasileña Rebeca Andrade, la gran amenaza para Biles desde hace un tiempo (vencedora en la misma prueba en Tokio 2020 y vigente campeona mundial). Con indumentaria blanca y un rodete, brilla. El público ruge al verla competir; la adoran. Pero la paulista de 25 años queda segunda, con 14.966. Las cámaras de TV enfocan de inmediato a Biles, que no oculta su alivio (el bronce fue para la estadounidense Jade Carey, con 14.466 puntos). Sigue reescribiendo la historia la atleta nacida en Columbus, Ohio, hace 27 años. Alcanzó su décima medalla olímpica, la séptima dorada (la tercera de París 2024), a dos del récord de la emblemática gimnasta soviética Larisa Latynina. Pero, claro, Biles tiene tres pruebas más en París para ampliar la historia, pues competirá en barras asimétricas, viga de equilibrio y suelo.

Biles, cuádruple campeona olímpica en Río de Janeiro 2016, está de regreso en la elite de la gimnasia artística luego de los complejos Juegos que vivió en Tokio. Añorada como una de las grandes figuras de la cita japonesa, se vio disminuida emocionalmente por los incontrolables “twisties”, las peligrosas pérdidas de la noción del espacio que no le permitieron competir en forma convencional. Al final, tuvo que retirarse de la mayoría de pruebas y abrió el debate sobre la salud mental de los deportistas, un tema considerado tabú durante mucho tiempo. Hubo un sinfín de comentarios que la afectaron profundamente.

En aquel momento, el actual senador por Ohio JD Vance y compañero de fórmula presidencial de Donald Trump, cuestionó a Biles diciendo que había mostrado debilidad al retirarse de Tokio 2020. “El hecho de que intentemos alabar a las personas, no por sus momentos de fortaleza, no por sus momentos de heroísmo, sino por sus momentos más débiles, hace que nuestra sociedad, digamos, terapéutica, se vea muy mal”, sentenció Vance, que en ese momento se postulaba para el Senado. Hoy, cuando Biles es todo un ejemplo de resiliencia, los opositores a Trump traen sobre la mesa aquellas palabras de Vance, sirvió a la Infantería de Marina de Estados Unidos en la guerra de Irak.

Por fortuna, aquellas palabras maliciosas (y tantas otras) no quitaron de eje a Biles. Lejos del brillo que fulgura cuando compite, la atleta acarrea una historia personal muy delicada. Hija biológica de Shanon Biles y Kelvin Clemins, dos personas adictas a las drogas y al alcohol, fue la tercera de cuatro hermanos (Tavon, Ashley y Adria). Cuando tenía tres años, su madre, perdió la custodia de ella y de sus hermanos debido a las adicciones. Durante los siguientes tres años los niños fueron pasando de un orfanato a otro hasta que sus abuelos maternos tomaron la decisión de adoptarlos. Como si no fuera suficiente trauma, Biles fue una de las tantas víctimas del abuso del médico -ya condenado- del equipo estadounidense de gimnastas, Larry Nassar. Pese a todo, Biles no se derrumbó. Sigue de pie, maravillando, divirtiéndose. Tiene ángel, Simone. Nada la detiene.

 La gimnasta estadounidense triunfó en la prueba de salto de potro y obtuvo su séptima medalla dorada, la tercera en París  LA NACION

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