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Los misterios de Medjugorje, entre dos colinas de Bosnia

Matías, de 23 años, vivía en un pueblo de Italia y lo tenía todo. Una lindísima casa, auto de alta gama, una excelente educación, su club de fútbol. Y a pesar de eso, se sentía vacío. “De día iba la facultad y brillaba; pero de noche me apagaba. Cuando caía el sol, me encerraba en mi habitación y me afloraba un odio hacia mi padre y una vergüenza hacia mí mismo; esto me llevaba a consumir pornografía durante horas, de manera compulsiva. Fueron pasando los años y empeoró; hasta que caí en una profunda depresión”, cuenta hoy instalado en la Comunidad Cenáculo de Medjugorje, un centro de acogida y recuperación de jóvenes adictos, que nació en Saluzzo, Italia, de la mano de la Madre Elvira Petrozzi, una religiosa que decidió abandonar su congregación para concretar esta misión que fue tan exitosa, que se expandió luego a 60 países de América, Europa y África. Matías cuenta que, a través de la oración diaria en la capilla, el trabajo disciplinado, el deporte y la amistad logró salir del infierno.

“Estaba roto y desesperado. Lo tenía todo; pero dentro mío, el vacío era total”, explica hoy convertido en un joven serio y trabajador, que se levanta cada mañana a las cinco para tallar la madera, orar y colaborar en las distintas tareas de limpieza y cocina de su hogar, que comparte con otros 90 varones. Está infinitamente agradecido a esta nueva familia, que le mostró el rostro misericordioso de Dios y lo ayudó a sanar las heridas de su infancia y sobre todo, abrazar y perdonar a su papá. “Estaba muerto y ahora me siento vivo”, remata.

Jorge Lozano: “Hay que decir adiós a los que apostaron en contra y dejar atrás lo que roba tu paz”

La de Matías es una historia potente de resurrección y de esperanza. Y es, increíblemente, una entre muchas de las que uno escucha en Medjugorje, una pequeña ciudad de 4300 habitantes, ubicada en Bosnia Herzegovina, región de Europa que padeció el comunismo luego de 1945 y más adelante, la atroz Guerra de los Balcanes (1991-1995), cuando las federaciones de Eslovenia, Croacia y Bosnia quisieron independizarse de Yugoslavia. En lo que fue el ojo de la tormenta de una contienda sangrienta, allí no cayó ni un solo misil, ya que, cuando intentaban bombardearlo, desaparecía de los radares. Se cree que la Virgen María se apareció por primera vez el 24 de junio de 1981, a seis achicos de entre 10 y 16 años, pidiendo al mundo conversión y paz. Y que, hoy, lo sigue haciendo diariamente a tres de ellos: Vicka Ivankovic (60); Marija Pavlovic (59), Ivan Dragicevic (59); y una vez por año, a los restantes tres: Ivanka Ivankovic (58), Mirjana Dragicevic (59), Jacov Colo (53). O sea que, desde hace 40 años ininterrumpidamente, hay fuerte evidencia no confirmada oficialmente por la Iglesia de que este sitio históricamente convulsionado recibe la palabra y la bendición del cielo.

Una aparición que fue muy resistida en su origen por el comunismo ateo yugoslavo que, aún muerto Tito (1980), desesperado por la envergadura que tomaban los acontecimientos, arrestó de inmediato a los videntes y los sometió a peritajes psiquiátricos; dos meses más tarde, bloqueó y prohibió el ingreso a la Colina de las Apariciones que se había convertido en un foco de reunión de multitudes y finalmente encarceló durante un año y medio, al párroco, el sacerdote Yozo Zovko, que dedicó su vida a defender a los seis adolescentes a capa y espada.

Estuve en Medjugorje con mi marido, que siente desde que lo conozco, una profunda devoción por la Gospa (así llaman los croatas a esta Virgen). Fuimos en peregrinación con una comunidad de laicos y sacerdotes. No me siento especialmente atraída por este fenómeno, ni por los mensajes. Es más, nunca los había leído. Pero accedí a ir, entusiasmada con la idea de peregrinar, en compañía de un grupo fuertemente comprometido con el servicio y la oración.

En comunidad

Medjugorje es un pueblo de peregrinos. Y es importante conocerlo en clave de peregrinación. Tiene otro sabor y color. Ubicado entre dos colinas (de allí su nombre), los sitios a visitar son relativamente pocos. Primero, la gran Iglesia de Santiago (patrono del lugar y de los peregrinos), con dos torreones, desproporcionadamente grande (fue construida en 1969 con capacidad para más de 1000 personas en un pueblo donde vivían solo 400). Fuera de ella, se erige un altar y un enorme anfiteatro con 7000 plazas, donde cada tarde se desarrolla el programa vespertino que consta de confesiones a las 16.30; el rezo de dos rosarios a las 17, la misa a las 18; y luego, una oración de sanación y la bendición de objetos religiosos. Cuentan que en 1969, el arquitecto que iba a comenzar la obra tuvo la visión de que quedaría chica y por eso apostó por esa inmensidad.

Cerca de allí, hay una plaza muy bonita con una escultura de siete metros de alto hecha en bronce de Cristo Resucitado, del cual mana un líquido de la rodilla derecha. Algunos científicos han dicho que tienen el componente de lágrimas humanas pero nada ha sido probado. Lo cierto es que, los peregrinos se acercan con un trapito para secar el goteo incesante; creen que tiene propiedades curadoras. Otro de los misterios de Medjugorje.

Felipe Pigna: “Es importante destacar la historia de las mujeres olvidadas en los relatos tradicionales”

A pocos metros de esta plaza, está el cementerio. Vale la pena ir y orar frente a la tumba del Padre Slavko Barbaric. En 1982, este franciscano croata fue trasladado a la parroquia e inmediatamente se convierte en el director espiritual de los jóvenes videntes. Más adelante, gracias su dominio del inglés, francés, italiano y alemán y el amor por la Gospa, Slavko se transformó en el referente espiritual de los millares de peregrinos que empezaban a llegar de todo el mundo. Hay una enorme devoción y cariño hacia este sacerdote que dedicó su vida a difundir los mensajes e impulsar el espíritu mariano.

En las afueras del pueblo, está el Monte de la Cruz (Krizevac), imponente de 520 metros, empinado y pedregoso, con imágenes del Vía Crucis en bronce emplazadas en la subida y coronado en lo alto por una enorme cruz de hormigón blanca de 8,5 metros que se ve a kilómetros de distancia. En la intersección de sus brazos, se encuentra una reliquia que contiene un pedacito de la cruz original de Cristo. Los visitantes suben a pie orando y el trayecto es fatigoso. Cuesta treparlo. Por eso impresiona escuchar que fueron los mismos parroquianos que en 1933 subieron en burro y caminando las piedras, el agua y la arena para construir semejante monumento.

Frente a esta montaña está la Colina de las Apariciones (Podbrdo), donde se erige la imagen de mármol de la Gospa (Santísima Virgen María) que decidió quedarse allí bajo la advocación Reina de la Paz (Kralice Mira).

Otros dos sitios recomendados para conocer son la Comunidad Mariana Oasis de la Paz y la Comunidad Cenáculo. En la primera, hombres y mujeres célibes consagradas hacen los votos de castidad, obediencia y pobreza, y un 4º voto más: ser paz e interceder por la paz en la Iglesia y en la humanidad. Son contemplativos abiertos a la acogida y su Capilla de Adoración perpetua es un imán. Ir a rezar de noche es una experiencia sobrecogedora. ¡La Comunidad Cenáculo de la Madre Elvira, sin palabras! Escuchar los testimonios de chicos como Matías, rescatados del pozo de la droga, el alcohol, el juego y la calle por una familia que los recibe de brazos abiertos, deja a la audiencia muda.

“Mi terapia es la verdad. Les ofrezco una vida nueva en Jesús”, ha dicho la Madre Elvira en alguna entrevista. “Llegan a nuestras casas aterrados y ese miedo se les va cuando se sienten amados incondicionalmente y no juzgados”.

Hablar de Medjugorje es hablar de María. Allí está ella irradiando su luz a un mundo convulsionado que busca en lugares equivocados la ansiada paz del corazón. Creo que la magnitud de la Iglesia de Santiago, el inmenso crucifijo del Krisevac que de noche queda iluminado y la imponente imagen de la Gospa en el Podbrdo son reflejo de esta firme determinación de una madre espiritual que quiso y quiere acompañar al hombre a atravesar y vencer la oscuridad del propio corazón.

“Tuve una experiencia muy fuerte cuando fui hace ocho años. Me sentí como nunca, la hija mimada de Dios. Y fue de tanto consuelo que, poco a poco pude ir sanando mis angustias y la sensación de insatisfacción que anidaba en mi alma. Hoy pienso en aquella peregrinación como mi Tabor”, me comentó a mi regreso, Luz Puerella, una ejecutiva de 58 años, esposa y madre de familia.

El milagro de este santuario no son las supuestas apariciones. Ni lo central, los videntes y sus mensajes. No. Lo extraordinario es ver la acción poderosa de María que con dulzura transforma todo lo que toca. Son tantas las historias de renacimiento. Fui testigo de la tenacidad de Robert, un neozelandés consagrado de la Comunidad Oasis de Paz, que logró enderezar su vida, dejar los vicios, volverse a Dios y acompañar a otros peregrinos en este mismo viaje de resurrección.

De la sanación de Inmaculada García, una joven española que odiaba al mundo, su familia y a sí misma y que aceptó de mala gana ir a un festival de la juventud que la transformó. Del giro de 360 grados del canadiense Patrick, un hombre a quien solo le interesaba el poder y el dinero, pero que fue capaz de escuchar la voz de la Virgen, dejar todo en su país natal para ir al encuentro de la Reina de la Paz en Bosnia. Y construir allí, junto a su mujer Nancy, un precioso castillo que hoy alberga, sin costo, a viajeros en proceso de discernimiento espiritual.

A Medjugorje llegan más de un millón de peregrinos por año, que viven un encuentro profundo y definitivo con lo divino. En este sitio, María enseña a sus hijos a orar. Y el fruto de este santuario es sin duda un carisma evangelizador que se desparrama a millares de parroquias, familias y grupos de oración del mundo entero.

En nuestra peregrinación, que duró una semana, disfruté mucho los ratos prolongados de oración en silencio en los sitios sagrados de la Colina de las Apariciones. Y la llegada a lo alto del Kricevac fue en sí una experiencia de contemplación. Tener tiempo para parar, silenciarme, entrar, tomar fuerzas del cielo y escuchar la voz de Dios que susurra al oído, fue una gracia inmensa en este viaje.

Dejar de lado las razones

Fue impactante también escuchar tantas historias luminosas; rostros resplandecientes, vidas cambiadas para el bien. Esas personas fueron allá, mis baquianos. Me dieron ganas de seguirlos sin entender muy bien por qué ni cómo. Es que en Medjugorje, es clave soltar la cabeza y escuchar el corazón. Que si los mensajes son poco inspiradores; que por qué la Virgen insiste con el ayuno que parece tan anacrónico o con el rezo del rosario cuando hay tantas maneras de orar. Como me dijo con sabiduría una amiga antes de partir: “Andá con la guardia baja y el corazón abierto”. Si no, es cierto, no se entiende nada. Darle cabida a las voces de la razón hace que nos mareemos en el laberinto de los prejuicios y los aparentes sin sentidos. Y nos perdamos lo esencial. “Medjugorge es un sitio que agota la ciencia y fomenta la piedad”, ha escrito con razón el periodista español Jesús García.

Fue movilizante también ver, cada tarde, los 25 confesionarios de un lado y otros 35 del otro, repletos de curas con carteles al costado indicando el idioma ofrecido para la reconciliación: italiano, español, inglés, francés, croata, ruso y hasta mandarín. Y cientos de personas haciendo fila para abrir el corazón y humildemente pedir perdón. “Me conmueve escuchar varones que se quiebran porque hace 40 años que no pisan una Iglesia y de pronto sienten un deseo de encontrarse con el abrazo de Dios”, me dijo un día mi amigo cura. Buscan y encuentran acá un pozo de agua viva. La adoración al Santísimo, dos noches por semana, es una fiesta. Atrás de la Iglesia, en el anfiteatro, se sientan en recogimiento unas 7000 personas. En el altar, la Hostia Sacramentada está iluminada por velas y el silencio de tumba se quiebra con la melodía de los violines. Rezar y cantar en croata a la misma Virgen a quien le rezo en castellano fue otro regalo.

En este santuario se respira comunión y hermandad. Gozo y alegría. Ver miles de ómnibus con gente bajando de los puntos más recónditos del planeta; rezar en italiano; cantar en italiano o en francés; llorar de risa con mi grupo de Buenos Aires, comprar y bendecir innumerables rosarios que traje de regalo a mi seres queridos, me confirmó que el camino a la felicidad es posible pero siempre con otros, en tribu.

Matías, de 23 años, vivía en un pueblo de Italia y lo tenía todo. Una lindísima casa, auto de alta gama, una excelente educación, su club de fútbol. Y a pesar de eso, se sentía vacío. “De día iba la facultad y brillaba; pero de noche me apagaba. Cuando caía el sol, me encerraba en mi habitación y me afloraba un odio hacia mi padre y una vergüenza hacia mí mismo; esto me llevaba a consumir pornografía durante horas, de manera compulsiva. Fueron pasando los años y empeoró; hasta que caí en una profunda depresión”, cuenta hoy instalado en la Comunidad Cenáculo de Medjugorje, un centro de acogida y recuperación de jóvenes adictos, que nació en Saluzzo, Italia, de la mano de la Madre Elvira Petrozzi, una religiosa que decidió abandonar su congregación para concretar esta misión que fue tan exitosa, que se expandió luego a 60 países de América, Europa y África. Matías cuenta que, a través de la oración diaria en la capilla, el trabajo disciplinado, el deporte y la amistad logró salir del infierno.

“Estaba roto y desesperado. Lo tenía todo; pero dentro mío, el vacío era total”, explica hoy convertido en un joven serio y trabajador, que se levanta cada mañana a las cinco para tallar la madera, orar y colaborar en las distintas tareas de limpieza y cocina de su hogar, que comparte con otros 90 varones. Está infinitamente agradecido a esta nueva familia, que le mostró el rostro misericordioso de Dios y lo ayudó a sanar las heridas de su infancia y sobre todo, abrazar y perdonar a su papá. “Estaba muerto y ahora me siento vivo”, remata.

Jorge Lozano: “Hay que decir adiós a los que apostaron en contra y dejar atrás lo que roba tu paz”

La de Matías es una historia potente de resurrección y de esperanza. Y es, increíblemente, una entre muchas de las que uno escucha en Medjugorje, una pequeña ciudad de 4300 habitantes, ubicada en Bosnia Herzegovina, región de Europa que padeció el comunismo luego de 1945 y más adelante, la atroz Guerra de los Balcanes (1991-1995), cuando las federaciones de Eslovenia, Croacia y Bosnia quisieron independizarse de Yugoslavia. En lo que fue el ojo de la tormenta de una contienda sangrienta, allí no cayó ni un solo misil, ya que, cuando intentaban bombardearlo, desaparecía de los radares. Se cree que la Virgen María se apareció por primera vez el 24 de junio de 1981, a seis achicos de entre 10 y 16 años, pidiendo al mundo conversión y paz. Y que, hoy, lo sigue haciendo diariamente a tres de ellos: Vicka Ivankovic (60); Marija Pavlovic (59), Ivan Dragicevic (59); y una vez por año, a los restantes tres: Ivanka Ivankovic (58), Mirjana Dragicevic (59), Jacov Colo (53). O sea que, desde hace 40 años ininterrumpidamente, hay fuerte evidencia no confirmada oficialmente por la Iglesia de que este sitio históricamente convulsionado recibe la palabra y la bendición del cielo.

Una aparición que fue muy resistida en su origen por el comunismo ateo yugoslavo que, aún muerto Tito (1980), desesperado por la envergadura que tomaban los acontecimientos, arrestó de inmediato a los videntes y los sometió a peritajes psiquiátricos; dos meses más tarde, bloqueó y prohibió el ingreso a la Colina de las Apariciones que se había convertido en un foco de reunión de multitudes y finalmente encarceló durante un año y medio, al párroco, el sacerdote Yozo Zovko, que dedicó su vida a defender a los seis adolescentes a capa y espada.

Estuve en Medjugorje con mi marido, que siente desde que lo conozco, una profunda devoción por la Gospa (así llaman los croatas a esta Virgen). Fuimos en peregrinación con una comunidad de laicos y sacerdotes. No me siento especialmente atraída por este fenómeno, ni por los mensajes. Es más, nunca los había leído. Pero accedí a ir, entusiasmada con la idea de peregrinar, en compañía de un grupo fuertemente comprometido con el servicio y la oración.

En comunidad

Medjugorje es un pueblo de peregrinos. Y es importante conocerlo en clave de peregrinación. Tiene otro sabor y color. Ubicado entre dos colinas (de allí su nombre), los sitios a visitar son relativamente pocos. Primero, la gran Iglesia de Santiago (patrono del lugar y de los peregrinos), con dos torreones, desproporcionadamente grande (fue construida en 1969 con capacidad para más de 1000 personas en un pueblo donde vivían solo 400). Fuera de ella, se erige un altar y un enorme anfiteatro con 7000 plazas, donde cada tarde se desarrolla el programa vespertino que consta de confesiones a las 16.30; el rezo de dos rosarios a las 17, la misa a las 18; y luego, una oración de sanación y la bendición de objetos religiosos. Cuentan que en 1969, el arquitecto que iba a comenzar la obra tuvo la visión de que quedaría chica y por eso apostó por esa inmensidad.

Cerca de allí, hay una plaza muy bonita con una escultura de siete metros de alto hecha en bronce de Cristo Resucitado, del cual mana un líquido de la rodilla derecha. Algunos científicos han dicho que tienen el componente de lágrimas humanas pero nada ha sido probado. Lo cierto es que, los peregrinos se acercan con un trapito para secar el goteo incesante; creen que tiene propiedades curadoras. Otro de los misterios de Medjugorje.

Felipe Pigna: “Es importante destacar la historia de las mujeres olvidadas en los relatos tradicionales”

A pocos metros de esta plaza, está el cementerio. Vale la pena ir y orar frente a la tumba del Padre Slavko Barbaric. En 1982, este franciscano croata fue trasladado a la parroquia e inmediatamente se convierte en el director espiritual de los jóvenes videntes. Más adelante, gracias su dominio del inglés, francés, italiano y alemán y el amor por la Gospa, Slavko se transformó en el referente espiritual de los millares de peregrinos que empezaban a llegar de todo el mundo. Hay una enorme devoción y cariño hacia este sacerdote que dedicó su vida a difundir los mensajes e impulsar el espíritu mariano.

En las afueras del pueblo, está el Monte de la Cruz (Krizevac), imponente de 520 metros, empinado y pedregoso, con imágenes del Vía Crucis en bronce emplazadas en la subida y coronado en lo alto por una enorme cruz de hormigón blanca de 8,5 metros que se ve a kilómetros de distancia. En la intersección de sus brazos, se encuentra una reliquia que contiene un pedacito de la cruz original de Cristo. Los visitantes suben a pie orando y el trayecto es fatigoso. Cuesta treparlo. Por eso impresiona escuchar que fueron los mismos parroquianos que en 1933 subieron en burro y caminando las piedras, el agua y la arena para construir semejante monumento.

Frente a esta montaña está la Colina de las Apariciones (Podbrdo), donde se erige la imagen de mármol de la Gospa (Santísima Virgen María) que decidió quedarse allí bajo la advocación Reina de la Paz (Kralice Mira).

Otros dos sitios recomendados para conocer son la Comunidad Mariana Oasis de la Paz y la Comunidad Cenáculo. En la primera, hombres y mujeres célibes consagradas hacen los votos de castidad, obediencia y pobreza, y un 4º voto más: ser paz e interceder por la paz en la Iglesia y en la humanidad. Son contemplativos abiertos a la acogida y su Capilla de Adoración perpetua es un imán. Ir a rezar de noche es una experiencia sobrecogedora. ¡La Comunidad Cenáculo de la Madre Elvira, sin palabras! Escuchar los testimonios de chicos como Matías, rescatados del pozo de la droga, el alcohol, el juego y la calle por una familia que los recibe de brazos abiertos, deja a la audiencia muda.

“Mi terapia es la verdad. Les ofrezco una vida nueva en Jesús”, ha dicho la Madre Elvira en alguna entrevista. “Llegan a nuestras casas aterrados y ese miedo se les va cuando se sienten amados incondicionalmente y no juzgados”.

Hablar de Medjugorje es hablar de María. Allí está ella irradiando su luz a un mundo convulsionado que busca en lugares equivocados la ansiada paz del corazón. Creo que la magnitud de la Iglesia de Santiago, el inmenso crucifijo del Krisevac que de noche queda iluminado y la imponente imagen de la Gospa en el Podbrdo son reflejo de esta firme determinación de una madre espiritual que quiso y quiere acompañar al hombre a atravesar y vencer la oscuridad del propio corazón.

“Tuve una experiencia muy fuerte cuando fui hace ocho años. Me sentí como nunca, la hija mimada de Dios. Y fue de tanto consuelo que, poco a poco pude ir sanando mis angustias y la sensación de insatisfacción que anidaba en mi alma. Hoy pienso en aquella peregrinación como mi Tabor”, me comentó a mi regreso, Luz Puerella, una ejecutiva de 58 años, esposa y madre de familia.

El milagro de este santuario no son las supuestas apariciones. Ni lo central, los videntes y sus mensajes. No. Lo extraordinario es ver la acción poderosa de María que con dulzura transforma todo lo que toca. Son tantas las historias de renacimiento. Fui testigo de la tenacidad de Robert, un neozelandés consagrado de la Comunidad Oasis de Paz, que logró enderezar su vida, dejar los vicios, volverse a Dios y acompañar a otros peregrinos en este mismo viaje de resurrección.

De la sanación de Inmaculada García, una joven española que odiaba al mundo, su familia y a sí misma y que aceptó de mala gana ir a un festival de la juventud que la transformó. Del giro de 360 grados del canadiense Patrick, un hombre a quien solo le interesaba el poder y el dinero, pero que fue capaz de escuchar la voz de la Virgen, dejar todo en su país natal para ir al encuentro de la Reina de la Paz en Bosnia. Y construir allí, junto a su mujer Nancy, un precioso castillo que hoy alberga, sin costo, a viajeros en proceso de discernimiento espiritual.

A Medjugorje llegan más de un millón de peregrinos por año, que viven un encuentro profundo y definitivo con lo divino. En este sitio, María enseña a sus hijos a orar. Y el fruto de este santuario es sin duda un carisma evangelizador que se desparrama a millares de parroquias, familias y grupos de oración del mundo entero.

En nuestra peregrinación, que duró una semana, disfruté mucho los ratos prolongados de oración en silencio en los sitios sagrados de la Colina de las Apariciones. Y la llegada a lo alto del Kricevac fue en sí una experiencia de contemplación. Tener tiempo para parar, silenciarme, entrar, tomar fuerzas del cielo y escuchar la voz de Dios que susurra al oído, fue una gracia inmensa en este viaje.

Dejar de lado las razones

Fue impactante también escuchar tantas historias luminosas; rostros resplandecientes, vidas cambiadas para el bien. Esas personas fueron allá, mis baquianos. Me dieron ganas de seguirlos sin entender muy bien por qué ni cómo. Es que en Medjugorje, es clave soltar la cabeza y escuchar el corazón. Que si los mensajes son poco inspiradores; que por qué la Virgen insiste con el ayuno que parece tan anacrónico o con el rezo del rosario cuando hay tantas maneras de orar. Como me dijo con sabiduría una amiga antes de partir: “Andá con la guardia baja y el corazón abierto”. Si no, es cierto, no se entiende nada. Darle cabida a las voces de la razón hace que nos mareemos en el laberinto de los prejuicios y los aparentes sin sentidos. Y nos perdamos lo esencial. “Medjugorge es un sitio que agota la ciencia y fomenta la piedad”, ha escrito con razón el periodista español Jesús García.

Fue movilizante también ver, cada tarde, los 25 confesionarios de un lado y otros 35 del otro, repletos de curas con carteles al costado indicando el idioma ofrecido para la reconciliación: italiano, español, inglés, francés, croata, ruso y hasta mandarín. Y cientos de personas haciendo fila para abrir el corazón y humildemente pedir perdón. “Me conmueve escuchar varones que se quiebran porque hace 40 años que no pisan una Iglesia y de pronto sienten un deseo de encontrarse con el abrazo de Dios”, me dijo un día mi amigo cura. Buscan y encuentran acá un pozo de agua viva. La adoración al Santísimo, dos noches por semana, es una fiesta. Atrás de la Iglesia, en el anfiteatro, se sientan en recogimiento unas 7000 personas. En el altar, la Hostia Sacramentada está iluminada por velas y el silencio de tumba se quiebra con la melodía de los violines. Rezar y cantar en croata a la misma Virgen a quien le rezo en castellano fue otro regalo.

En este santuario se respira comunión y hermandad. Gozo y alegría. Ver miles de ómnibus con gente bajando de los puntos más recónditos del planeta; rezar en italiano; cantar en italiano o en francés; llorar de risa con mi grupo de Buenos Aires, comprar y bendecir innumerables rosarios que traje de regalo a mi seres queridos, me confirmó que el camino a la felicidad es posible pero siempre con otros, en tribu.

 Peregrinación hacia el pequeño pueblo donde la Virgen Reina de la Paz hace apariciones diarias desde hace más de cuatro décadas y convoca a un millón de viajeros por año  LA NACION

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