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El ejemplo de Paraguay

La agencia internacional Moody’s elevó la calificación de Paraguay llevándola por encima del límite admitido como “grado de inversión”. Esto implica el reconocimiento a la solidez económica y fiscal de un país, que involucra también el combate contra la corrupción y la libertad de prensa, entre otras variables. Otras dos calificadoras de importancia mundial, Standard & Poors y Fitch, convalidaron ese paso.

Paraguay se agrega así al grupo de naciones latinoamericanas que ya revestían ese grado: Uruguay, Chile, Colombia, México y Perú. Son países que acceden al crédito internacional en condiciones similares a las de economías desarrolladas. Esta ventaja no solo comprende a sus gobiernos, sino que también se extiende al sector privado.

La percepción de la solvencia y la seguridad de cumplir con el pago de sus deudas tiene naturalmente impacto en la tasa de interés que se acuerde sobre estas deudas. Cuanto mayor sea el riesgo que perciba un acreedor, tanto mayor será la tasa de interés que se le cargue al deudor. El índice de riesgo país mide la diferencia entre la tasa de interés reconocida a los títulos soberanos emitidos por el gobierno de un país respecto de aquellos considerados internacionalmente sin riesgo. Se lo suele expresar en puntos básicos que equivalen a un centésimo de un punto porcentual. El riesgo país de Paraguay se ubica hoy en torno de 189 puntos básicos, acercándose al de Uruguay, que es de 103; al de Chile, de 144, y al de Perú, de 185, según el índice de J.P. Morgan publicado la semana última. Alejados de los mejores del barrio se encuentran Bolivia, con 2200, y Ecuador, con 1400. Prácticamente fuera del planeta y del acceso al crédito se hallan Venezuela y Cuba.

El caso de Paraguay nos dice que no hay que encerrarse en un fatalismo pesimista. Como la Argentina, Paraguay registra diez defaults en su historia y hoy su riesgo país es de solo 189 puntos

La Argentina ha evolucionado desde los 2600 puntos básicos antes de las elecciones del 19 de noviembre de 2023 a los actuales 1653, luego de acercarse a los 1200 en mayo. Se ha corregido mucho y se está caminando en la dirección correcta, pero aún hay un larguísimo trecho para llegar al grado de inversión. Sin embargo, el caso de Paraguay nos dice que es posible y que no hay que encerrarse en un fatalismo pesimista. A quienes piensan que a un país que ha caído diez veces en default le resultará imposible hacer creíble que una política sana pueda perdurar, hay que informarles que Paraguay también registra diez defaults en su historia. Los inversores y los mercados saben mirar aquellos factores que dan solidez y permanencia a las instituciones y que son determinantes de la solvencia futura de un gobierno. Cuando se perciba que la disciplina fiscal y la monetaria han sido adoptadas como políticas de Estado y que cualquier alternancia de gobierno ya no las pondrá en riesgo, se estará en las puertas del grado de inversión. Cuando la estabilidad sea apreciada por toda la comunidad por haber probado el inmenso daño personal y social de la inflación, se sabrá que ninguna fuerza política se arriesgará a perder esa estabilidad. Los ejemplos de Perú y Chile son bien demostrativos. Cuando las mayorías aprendan que los altos impuestos ahuyentan a los inversores y destruyen oportunidades de trabajo, se logrará que ningún político gane elecciones aumentando el tamaño del Estado. Esa realidad contribuirá a fundamentar la confianza de inversores y entidades crediticias. Eso es lo que interesa y no el tamaño de una economía ni la abundancia de recursos naturales. Paraguay ha logrado construir estas percepciones. No es casual que haya sido elegido y mantenga un alto índice de popularidad un presidente de la calidad y experiencia profesional de Santiago Peña.

Nuestro país ha elegido un presidente cuyas propuestas económicas tienen la orientación acertada y que cuenta con una fuerte determinación, tan necesaria frente a una herencia que requiere cirugía mayor. En todo caso, Javier Milei debería entender que no se necesitan actitudes personales agresivas ni modales inadecuados para demostrar esa determinación. También eso es posible.

La agencia internacional Moody’s elevó la calificación de Paraguay llevándola por encima del límite admitido como “grado de inversión”. Esto implica el reconocimiento a la solidez económica y fiscal de un país, que involucra también el combate contra la corrupción y la libertad de prensa, entre otras variables. Otras dos calificadoras de importancia mundial, Standard & Poors y Fitch, convalidaron ese paso.

Paraguay se agrega así al grupo de naciones latinoamericanas que ya revestían ese grado: Uruguay, Chile, Colombia, México y Perú. Son países que acceden al crédito internacional en condiciones similares a las de economías desarrolladas. Esta ventaja no solo comprende a sus gobiernos, sino que también se extiende al sector privado.

La percepción de la solvencia y la seguridad de cumplir con el pago de sus deudas tiene naturalmente impacto en la tasa de interés que se acuerde sobre estas deudas. Cuanto mayor sea el riesgo que perciba un acreedor, tanto mayor será la tasa de interés que se le cargue al deudor. El índice de riesgo país mide la diferencia entre la tasa de interés reconocida a los títulos soberanos emitidos por el gobierno de un país respecto de aquellos considerados internacionalmente sin riesgo. Se lo suele expresar en puntos básicos que equivalen a un centésimo de un punto porcentual. El riesgo país de Paraguay se ubica hoy en torno de 189 puntos básicos, acercándose al de Uruguay, que es de 103; al de Chile, de 144, y al de Perú, de 185, según el índice de J.P. Morgan publicado la semana última. Alejados de los mejores del barrio se encuentran Bolivia, con 2200, y Ecuador, con 1400. Prácticamente fuera del planeta y del acceso al crédito se hallan Venezuela y Cuba.

El caso de Paraguay nos dice que no hay que encerrarse en un fatalismo pesimista. Como la Argentina, Paraguay registra diez defaults en su historia y hoy su riesgo país es de solo 189 puntos

La Argentina ha evolucionado desde los 2600 puntos básicos antes de las elecciones del 19 de noviembre de 2023 a los actuales 1653, luego de acercarse a los 1200 en mayo. Se ha corregido mucho y se está caminando en la dirección correcta, pero aún hay un larguísimo trecho para llegar al grado de inversión. Sin embargo, el caso de Paraguay nos dice que es posible y que no hay que encerrarse en un fatalismo pesimista. A quienes piensan que a un país que ha caído diez veces en default le resultará imposible hacer creíble que una política sana pueda perdurar, hay que informarles que Paraguay también registra diez defaults en su historia. Los inversores y los mercados saben mirar aquellos factores que dan solidez y permanencia a las instituciones y que son determinantes de la solvencia futura de un gobierno. Cuando se perciba que la disciplina fiscal y la monetaria han sido adoptadas como políticas de Estado y que cualquier alternancia de gobierno ya no las pondrá en riesgo, se estará en las puertas del grado de inversión. Cuando la estabilidad sea apreciada por toda la comunidad por haber probado el inmenso daño personal y social de la inflación, se sabrá que ninguna fuerza política se arriesgará a perder esa estabilidad. Los ejemplos de Perú y Chile son bien demostrativos. Cuando las mayorías aprendan que los altos impuestos ahuyentan a los inversores y destruyen oportunidades de trabajo, se logrará que ningún político gane elecciones aumentando el tamaño del Estado. Esa realidad contribuirá a fundamentar la confianza de inversores y entidades crediticias. Eso es lo que interesa y no el tamaño de una economía ni la abundancia de recursos naturales. Paraguay ha logrado construir estas percepciones. No es casual que haya sido elegido y mantenga un alto índice de popularidad un presidente de la calidad y experiencia profesional de Santiago Peña.

Nuestro país ha elegido un presidente cuyas propuestas económicas tienen la orientación acertada y que cuenta con una fuerte determinación, tan necesaria frente a una herencia que requiere cirugía mayor. En todo caso, Javier Milei debería entender que no se necesitan actitudes personales agresivas ni modales inadecuados para demostrar esa determinación. También eso es posible.

 La calificación de nuestro vecino, que alcanzó el “grado de inversión”, nos enseña que es posible dejar atrás los elevadísimos niveles de riesgo país  LA NACION

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