Interés GeneralNacionalesUltimas Noticias

El secreto mejor guardado de Recoleta: es una joya histórica, ni los vecinos lo conocen y todavía guarda el brillo de su época de oro

En el frontispicio que da sobre la calle Junín se lee “Círculo Central de Obreros”, una nomenclatura que adelanta algo de lo que sucede tras los gruesos muros de otro siglo. Sin embargo, la fachada imponente no anticipa que, puertas adentro, también se esconde una de esas perlas disimuladas de la ciudad de Buenos Aires.

Atravesar el enorme hall enmarcado por escaleras de mármol es un prefacio de época de lo que se avecina. Algunas imágenes religiosas definen el espíritu eclesiástico. El forastero desprevenido no termina de entender de qué se trata. Unos pocos pasos más son necesarios para que se revele, en pleno pulmón de la poblada manzana de Recoleta, una sala teatral tan bella como antiquísima. Una “bombonera” que, rápidamente, transporta en el tiempo.

“Se inauguró en 1907, cuando Monseñor Mariano Espinosa era el arzobispo de Buenos Aires”, comienza explicando Daniel del Cerro, secretario de la Federación de Círculos Católicos de Obreros, institución a la que pertenece este teatro que, de tan oculto, pasa inadvertido para muchos, la mayoría, de los vecinos de la zona. La sala es espléndida y conserva casi todos sus atributos arquitectónicos de época.

Juan Domingo Perón y Jorge Bergoglio son algunos de los nombres de la historia que han pisado este sitio para cumplir con diversas finalidades. Una maravilla arquitectónica en el núcleo de esa zona de Buenos Aires que fuera habitada por Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, José Ortega y Gasset, Máxima Zorreguieta, Paloma “Blackie” Efron y Horacio Ferrer.

Cuando se inauguró este muy coqueto coliseo con platea a la italiana -que aún resguarda sus telones, molduras y tulipas originales- aún faltaba un año para que se levantase, por primera vez, el telón del Teatro Colón en una función de gala que ofreció la ópera Aída de Giuseppe Verdi; pero ya habían transcurrido veinticinco años desde la apertura del Liceo, la sala de Rivadavia y Paraná que continúa funcionando gracias a la iniciativa del productor Carlos Rottemberg y de su hijo Tomás, quienes la mantienen de pie sosteniendo el privilegio de ser la sala privada en actividad más antigua de Latinoamérica.

La Federación de Círculos Católicos Obreros fue fundada en 1892 por el sacerdote alemán Federico Grote. “El artículo 1° de su estatuto habla de los objetivos que movilizaron su creación, ´promover el bienestar material y espiritual de los trabajadores´”, especifica Daniel del Cerro. La de la calle Junín es la sede central de una institución que cuenta con dependencias en diversos puntos del país y que siempre tuvo el fomento de la cultura como uno de sus pilares.

Cuando este teatro ofreció su primera función, el país era gobernado por José Figueroa Alcorta y aún faltaban seis años para la inauguración de la Línea A del subterráneo porteño, el primero de América Latina. Se respiraba progreso.

Otra dimensión

El silencio estremece. Solo basta decir unas pocas palabras a medio tono para comprobar la acústica del espacio. El teatro de la Federación de Círculos Católicos de Obreros mantiene sus facciones prácticamente sin intervenciones artificiosas ni modificaciones insensibles, como sucede con tantos edificios de peso específico patrimonial.

“Tanto la Nación como la Ciudad han reconocido el valor histórico del lugar”, sostiene el secretario de la Federación. Las placas ubicadas sobre la fachada dan cuenta de estas distinciones.

Los pisos de pinotea crujen al transitarlos. La platea conserva sus butacas originales enmarcadas por galerías de palcos y un “paraíso” donde se ubicaban las localidades más elevadas, pero de mejor audición, como en toda sala de este tipo. En el techo, un óvalo con vitrales le da un marco luminoso a la cúpula.

Los telones de color amarillento también pertenecen al acervo original de la sala. El cortinado principal -con sistema de cierre “a cuchilla”- se encuentra elevado, desnudando un amplio escenario que cuenta con trampa -una salida hacia el subsuelo desde la escena- y un espacio para que se ubicara el apuntador o traspunte.

Las patas -los grandes rectángulos negros que se ubican en los laterales para que se “escondan” los actores antes de salir a escena-, están desparramados, dejando en claro que hace tiempo que allí no se ofrece un espectáculo. La altura de la parrilla -el techo del escenario- es de tal envergadura que haría posible subir y bajar grandes escenografías.

Debajo del escenario se encuentra el “patio de camarines”, hoy utilizado para brindar talleres de arte. Este espacio cuenta con un pasillo que lo conecta directamente con el foyer que da a la calle Junín, la famosa “salida de artistas”.

“En el hall principal se emplaza el busto del cardenal Copello, quien colaboró mucho con la obra de la Federación y de la difusión de la cultura a través de la construcción del teatro”, reconoce Daniel del Cerro. El secretario de la Federación también recuerda que en este solar “se llevaron a cabo infinidad de obras de teatro y se realizaban tardes de cine con valores cristianos para las familias”. “Además, como al padre Grote le gustaba mucho la música clásica, solían ofrecerse este tipo de propuestas para los obreros”, señala.

La acústica privilegiada hace que, aún hoy, algunas agrupaciones líricas se acerquen intentando ofrecer allí sus conciertos. Las máscaras del drama y la comedia, iconografía teatral por antonomasia, enmarcan la parte superior del escenario. Otras figuras igualmente bonitas se esparcen por las molduras que sostienen los palcos.

Personalidades

En 1944, el entonces coronel Juan Domingo Perón se acercó al lugar y ofreció una exposición desde el escenario. “Perón era secretario de trabajo y previsión y llegó hasta la Federación para brindar su agradecimiento por la propulsión de la ley del aprendiz, que las vanguardias -los movimientos juveniles de los círculos católicos- habían propiciado y que protegía el trabajo del menor y reglamentaba la capacitación y el aprendizaje de los mismos en las fábricas”, explica Daniel del Cerro, quien recuerda que “en la revista Lábaro, que edita nuestra institución, se dio cuenta de esta visita y se narra que fue sacado en andas hasta la calle”. Según sostiene la historia del lugar, aquí comenzaron a gestarse los primeros sindicatos obreros.

Otro de los visitantes ilustres del lugar fue el cardenal Jorge Bergoglio, quien ofreció una misa en el teatro cuando se cumplieron los 120 años de la creación de la Federación de Círculos Católicos de Obreros. “Tenemos muchos recuerdos de su paso por nuestra casa, meses antes de ser elegido Papa”, rememora del Cerro.

Triste, solitario, final

Cuando el 30 de diciembre de 2004 un incendio generó la tragedia en la disco República Cromañón, se abrió una nueva era en las disposiciones y protocolos de seguridad en los lugares públicos. Las salas teatrales formaron parte de ese grupo de espacios que debieron modificar sus sistemas de evacuación y de prevención del fuego.

“A pesar de la gran cantidad de matafuegos con la que contamos, se necesita invertir en un nuevo sistema hídrico. En su momento hubo que retirar la cisterna del techo, porque el peso haría colapsar su estructura, así que una nueva instalación implica una tarea compleja”, explica el secretario del Cerro.

La inversión para implementar este sistema es de un costo millonario que la institución no puede solventar, con lo cual la sala quedó inhabilitada para la actividad con público y solo tiene permiso para funcionar como “aula taller”, actividad que realizó durante un largo tiempo la Universidad del Salvador, que cuenta con varias carreras vinculadas al arte.

El espacio no cuenta subsidios del Estado Nacional ni de la Ciudad. “No se ha llegado a buen término”, se lamenta del Cerro. Por otra parte, como se trata de un solar protegido de valor patrimonial, tampoco se puede alterar su fisonomía estructural, lo cual encarece aún más las posibles tareas requeridas para una eventual habilitación. “La casa no puede modificarse por ser monumento histórico”. Desde hace varios años, el teatro se encuentra absolutamente paralizado, viviendo de sus recuerdos.

La Federación de Círculos Católicos de Obreros brinda en el sector del edificio que da a la calle Junín la formación en enfermería y comunicación social, enmarcadas en el ICES (Instituto Católico de Estudios Sociales), lo cual permite mantener, al menos, una parte del edificio en actividad.

También allí funciona la emisora de radio Grote, cuyo estudio está emplazado en el palco que perteneciera al cardenal Copello, única modificación arquitectónica que sufrió la sala. El periodista Tito Garabal, de intachable trayectoria, es uno de los comunicadores de la señal.

“Los vecinos se asombran cuando ingresan a la sala, por eso muchos lo llaman ´teatro escondido´. Incluso gente de la Comuna que desconocía la sala se sorprende al descubrirlo. Aún hoy hay gente que vive cerca y no sabe de su existencia. A todos les encanta, por eso es una pena que no le podamos dar vida. Se podría utilizar para bien de todos los vecinos del barrio y de la ciudad”, finaliza Daniel del Cerro con cierta resignación.

El “teatro oculto” es testigo de una época de opulencias y donde la cultura no era un privilegio, sino un derecho que atravesaba a todas las clases sociales. Las tulipas se apagan y una pequeña luz testigo le da un aire fantasmal a la escena. Basta cerrar los ojos y, rápidamente, la imaginación recupera algunos acordes de I pagliacci o El barbero de Sevilla; las risas que provocaban las comedias en las matinées de cine familiar; y hasta los ecos de un enfático Perón y el amén del cardenal que pronto sería Papa.

En el frontispicio que da sobre la calle Junín se lee “Círculo Central de Obreros”, una nomenclatura que adelanta algo de lo que sucede tras los gruesos muros de otro siglo. Sin embargo, la fachada imponente no anticipa que, puertas adentro, también se esconde una de esas perlas disimuladas de la ciudad de Buenos Aires.

Atravesar el enorme hall enmarcado por escaleras de mármol es un prefacio de época de lo que se avecina. Algunas imágenes religiosas definen el espíritu eclesiástico. El forastero desprevenido no termina de entender de qué se trata. Unos pocos pasos más son necesarios para que se revele, en pleno pulmón de la poblada manzana de Recoleta, una sala teatral tan bella como antiquísima. Una “bombonera” que, rápidamente, transporta en el tiempo.

“Se inauguró en 1907, cuando Monseñor Mariano Espinosa era el arzobispo de Buenos Aires”, comienza explicando Daniel del Cerro, secretario de la Federación de Círculos Católicos de Obreros, institución a la que pertenece este teatro que, de tan oculto, pasa inadvertido para muchos, la mayoría, de los vecinos de la zona. La sala es espléndida y conserva casi todos sus atributos arquitectónicos de época.

Juan Domingo Perón y Jorge Bergoglio son algunos de los nombres de la historia que han pisado este sitio para cumplir con diversas finalidades. Una maravilla arquitectónica en el núcleo de esa zona de Buenos Aires que fuera habitada por Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, José Ortega y Gasset, Máxima Zorreguieta, Paloma “Blackie” Efron y Horacio Ferrer.

Cuando se inauguró este muy coqueto coliseo con platea a la italiana -que aún resguarda sus telones, molduras y tulipas originales- aún faltaba un año para que se levantase, por primera vez, el telón del Teatro Colón en una función de gala que ofreció la ópera Aída de Giuseppe Verdi; pero ya habían transcurrido veinticinco años desde la apertura del Liceo, la sala de Rivadavia y Paraná que continúa funcionando gracias a la iniciativa del productor Carlos Rottemberg y de su hijo Tomás, quienes la mantienen de pie sosteniendo el privilegio de ser la sala privada en actividad más antigua de Latinoamérica.

La Federación de Círculos Católicos Obreros fue fundada en 1892 por el sacerdote alemán Federico Grote. “El artículo 1° de su estatuto habla de los objetivos que movilizaron su creación, ´promover el bienestar material y espiritual de los trabajadores´”, especifica Daniel del Cerro. La de la calle Junín es la sede central de una institución que cuenta con dependencias en diversos puntos del país y que siempre tuvo el fomento de la cultura como uno de sus pilares.

Cuando este teatro ofreció su primera función, el país era gobernado por José Figueroa Alcorta y aún faltaban seis años para la inauguración de la Línea A del subterráneo porteño, el primero de América Latina. Se respiraba progreso.

Otra dimensión

El silencio estremece. Solo basta decir unas pocas palabras a medio tono para comprobar la acústica del espacio. El teatro de la Federación de Círculos Católicos de Obreros mantiene sus facciones prácticamente sin intervenciones artificiosas ni modificaciones insensibles, como sucede con tantos edificios de peso específico patrimonial.

“Tanto la Nación como la Ciudad han reconocido el valor histórico del lugar”, sostiene el secretario de la Federación. Las placas ubicadas sobre la fachada dan cuenta de estas distinciones.

Los pisos de pinotea crujen al transitarlos. La platea conserva sus butacas originales enmarcadas por galerías de palcos y un “paraíso” donde se ubicaban las localidades más elevadas, pero de mejor audición, como en toda sala de este tipo. En el techo, un óvalo con vitrales le da un marco luminoso a la cúpula.

Los telones de color amarillento también pertenecen al acervo original de la sala. El cortinado principal -con sistema de cierre “a cuchilla”- se encuentra elevado, desnudando un amplio escenario que cuenta con trampa -una salida hacia el subsuelo desde la escena- y un espacio para que se ubicara el apuntador o traspunte.

Las patas -los grandes rectángulos negros que se ubican en los laterales para que se “escondan” los actores antes de salir a escena-, están desparramados, dejando en claro que hace tiempo que allí no se ofrece un espectáculo. La altura de la parrilla -el techo del escenario- es de tal envergadura que haría posible subir y bajar grandes escenografías.

Debajo del escenario se encuentra el “patio de camarines”, hoy utilizado para brindar talleres de arte. Este espacio cuenta con un pasillo que lo conecta directamente con el foyer que da a la calle Junín, la famosa “salida de artistas”.

“En el hall principal se emplaza el busto del cardenal Copello, quien colaboró mucho con la obra de la Federación y de la difusión de la cultura a través de la construcción del teatro”, reconoce Daniel del Cerro. El secretario de la Federación también recuerda que en este solar “se llevaron a cabo infinidad de obras de teatro y se realizaban tardes de cine con valores cristianos para las familias”. “Además, como al padre Grote le gustaba mucho la música clásica, solían ofrecerse este tipo de propuestas para los obreros”, señala.

La acústica privilegiada hace que, aún hoy, algunas agrupaciones líricas se acerquen intentando ofrecer allí sus conciertos. Las máscaras del drama y la comedia, iconografía teatral por antonomasia, enmarcan la parte superior del escenario. Otras figuras igualmente bonitas se esparcen por las molduras que sostienen los palcos.

Personalidades

En 1944, el entonces coronel Juan Domingo Perón se acercó al lugar y ofreció una exposición desde el escenario. “Perón era secretario de trabajo y previsión y llegó hasta la Federación para brindar su agradecimiento por la propulsión de la ley del aprendiz, que las vanguardias -los movimientos juveniles de los círculos católicos- habían propiciado y que protegía el trabajo del menor y reglamentaba la capacitación y el aprendizaje de los mismos en las fábricas”, explica Daniel del Cerro, quien recuerda que “en la revista Lábaro, que edita nuestra institución, se dio cuenta de esta visita y se narra que fue sacado en andas hasta la calle”. Según sostiene la historia del lugar, aquí comenzaron a gestarse los primeros sindicatos obreros.

Otro de los visitantes ilustres del lugar fue el cardenal Jorge Bergoglio, quien ofreció una misa en el teatro cuando se cumplieron los 120 años de la creación de la Federación de Círculos Católicos de Obreros. “Tenemos muchos recuerdos de su paso por nuestra casa, meses antes de ser elegido Papa”, rememora del Cerro.

Triste, solitario, final

Cuando el 30 de diciembre de 2004 un incendio generó la tragedia en la disco República Cromañón, se abrió una nueva era en las disposiciones y protocolos de seguridad en los lugares públicos. Las salas teatrales formaron parte de ese grupo de espacios que debieron modificar sus sistemas de evacuación y de prevención del fuego.

“A pesar de la gran cantidad de matafuegos con la que contamos, se necesita invertir en un nuevo sistema hídrico. En su momento hubo que retirar la cisterna del techo, porque el peso haría colapsar su estructura, así que una nueva instalación implica una tarea compleja”, explica el secretario del Cerro.

La inversión para implementar este sistema es de un costo millonario que la institución no puede solventar, con lo cual la sala quedó inhabilitada para la actividad con público y solo tiene permiso para funcionar como “aula taller”, actividad que realizó durante un largo tiempo la Universidad del Salvador, que cuenta con varias carreras vinculadas al arte.

El espacio no cuenta subsidios del Estado Nacional ni de la Ciudad. “No se ha llegado a buen término”, se lamenta del Cerro. Por otra parte, como se trata de un solar protegido de valor patrimonial, tampoco se puede alterar su fisonomía estructural, lo cual encarece aún más las posibles tareas requeridas para una eventual habilitación. “La casa no puede modificarse por ser monumento histórico”. Desde hace varios años, el teatro se encuentra absolutamente paralizado, viviendo de sus recuerdos.

La Federación de Círculos Católicos de Obreros brinda en el sector del edificio que da a la calle Junín la formación en enfermería y comunicación social, enmarcadas en el ICES (Instituto Católico de Estudios Sociales), lo cual permite mantener, al menos, una parte del edificio en actividad.

También allí funciona la emisora de radio Grote, cuyo estudio está emplazado en el palco que perteneciera al cardenal Copello, única modificación arquitectónica que sufrió la sala. El periodista Tito Garabal, de intachable trayectoria, es uno de los comunicadores de la señal.

“Los vecinos se asombran cuando ingresan a la sala, por eso muchos lo llaman ´teatro escondido´. Incluso gente de la Comuna que desconocía la sala se sorprende al descubrirlo. Aún hoy hay gente que vive cerca y no sabe de su existencia. A todos les encanta, por eso es una pena que no le podamos dar vida. Se podría utilizar para bien de todos los vecinos del barrio y de la ciudad”, finaliza Daniel del Cerro con cierta resignación.

El “teatro oculto” es testigo de una época de opulencias y donde la cultura no era un privilegio, sino un derecho que atravesaba a todas las clases sociales. Las tulipas se apagan y una pequeña luz testigo le da un aire fantasmal a la escena. Basta cerrar los ojos y, rápidamente, la imaginación recupera algunos acordes de I pagliacci o El barbero de Sevilla; las risas que provocaban las comedias en las matinées de cine familiar; y hasta los ecos de un enfático Perón y el amén del cardenal que pronto sería Papa.

 El teatro pertenece a la Federación de Círculos Católicos de Obreros y su edificio se encuentra protegido por su valor patrimonial; en su escenario estuvieron desde Perón hasta Bergoglio; recorrido, fotos y recovecos que valen la pena conocer  LA NACION

Read More

Artículos relacionados

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button
Close
Close