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Max Aguirre: la historieta y el tango, un camino de doble vía para la creación

Las artes a las que se dedica están en él desde siempre. Para el hombre que nació en Hurlingham en 1971, que es historietista y músico, tener el recuerdo vívido de esas escenas de la primera infancia donde todo empezó no es tarea compleja. Con las primeras lecturas y escrituras, aparecieron los globos en los dibujos; a los 12 años, al volver de jugar al fútbol, en su casa le pedían que cantara, eso que era cotidiano hacer en su familia de padres músicos, ahí donde los sonidos y las rítmicas del folclore, el tango, sonaban siempre. “Soy hijo único de una hija única”, se autodefine Max Aguirre.

El creador que se cuenta a sí mismo con trazos más marcados en la melena de rulos y gato en mano –porque adora a los gatos–, lleva 17 años como ilustrador en LA NACION, donde publica todos los días en la Última página, su tira Genio y figura. Tiene varios libros; uno de ellos, Zitarrosa, por entrar a imprenta en una nueva reedición, y una novedad: una novela gráfica de aventuras de gatos samuráis, para público infantojuvenil, que saldrá en breve por un sello de los grandes.

Entre sus maestros, señala a la profesora de dibujo del barrio, a los de la escuela de Garaycochea (“tanto a Carlos como a Eduardo Ferro”), y dentro de un listado de gente de la que aprendió y a la que admira, dice: “Lo reduzco a estos nombres: Quino, Fontanarrosa y Caloi”.

Como músico, su primer disco, Terco, fue nominado a los Premios Gardel 2020 como mejor álbum de artista de tango. Sobre su música en escena, en el lugar donde toca seguido le dicen que no hace shows, sino patios. “A mí me gusta que la gente cante y se abrace”, subraya.

En esa senda de la doble circulación de sus artes, mañana saldrá en todas las plataformas su último disco, El filo de la suerte. El mismo día miércoles Max Aguirre será declarado Personalidad Destacada de la Cultura porteña, con un acto en la Legislatura de la ciudad. La ceremonia será a las 17 y estará rodeado de músicos y amigos–Tute, entre otros–; tal vez cante su madre, Puly Ortega. Son tiempos de cosecha, entonces, en ramillete: un libro, un disco, un homenaje.

–¿Qué viene a contar ahora este nuevo disco?

–Está terminado hace rato largo. Me pasaron cosas complejas y tuve que ponerlo en stand by. Había canciones, ideas, una conceptualidad que justificaba ponerse a pensar en un segundo disco. Acá hubo arreglos, una lógica distinta: muchos amigos invitados. Lo que quiero contar es un poco más de ese espacio que era mi espacio primigenio, mi manera de entender la música sucedió ahí, alrededor de esa mesa, en esa casa, la mía. No es un disco de tango, pero por eso se llama “Mi casa” el primer tango que me salió. Contar un poco eso, unir los planetas de la música y el dibujo. Por ejemplo, hay un tema dedicado al cómic Corto maltés, habla de mi recorrido como dibujante, un poco por casualidad.

–Y en la ilustración, ¿cómo empezaste?

–Trabajo desde muy chico, de muchas cosas. Salí a buscar trabajo de dibujante con una carpeta gigante y fui al kiosco de revistas de la esquina de mi casa. Chusmée revistas y trataba de memorizar las direcciones. Me iba con algunas en la cabeza y caía de paracaidista en una editorial, sin cita. Con el tiempo me dio mucha ternura pensar en esos tipos que tenían la amabilidad de atenderme. Así conseguí mi primer trabajo en editorial Magenta, en 1988, para 13/20. Fui ayudante de historieta para Lucho Olivera, dibujante de la tira Nippur de Lagash. Trabajé con Leonardo Manco para Marvel. Y poco a poco en publicidad, muchísimos años. También en TV: fui desde camarógrafo a creativo.

–¿Y qué significa para vos esta distinción de Personalidad Destacada de la Cultura?

–El premio seguramente es producto de una gran confusión –se ríe–. Es una alegría, pero es un montón. Me niego a tomármelo pomposamente, me transformaría en un tonto. Así como cuando entré a lanacion, también, eh, porque es algo muy inesperado y muy deseado a la vez, trabajar en un medio de tamaña magnitud. Si uno realmente piensa que está ahí porque es un capo total, es un tonto. Hay que cuidarse de eso, hay que ser criterioso. Se me ocurre que cada particularidad es lo mejor que le puedo ofrecer a ese guiso de la cultura mundial. Eso: ese gustito. En tiempos de tantos no lugares, en tanto uno viaja mil horas arriba de un avión y se baja en un lugar que es el mismo al que se subió, está bueno defender los lugares. La cultura es eso, un lugar gregario.

Las artes a las que se dedica están en él desde siempre. Para el hombre que nació en Hurlingham en 1971, que es historietista y músico, tener el recuerdo vívido de esas escenas de la primera infancia donde todo empezó no es tarea compleja. Con las primeras lecturas y escrituras, aparecieron los globos en los dibujos; a los 12 años, al volver de jugar al fútbol, en su casa le pedían que cantara, eso que era cotidiano hacer en su familia de padres músicos, ahí donde los sonidos y las rítmicas del folclore, el tango, sonaban siempre. “Soy hijo único de una hija única”, se autodefine Max Aguirre.

El creador que se cuenta a sí mismo con trazos más marcados en la melena de rulos y gato en mano –porque adora a los gatos–, lleva 17 años como ilustrador en LA NACION, donde publica todos los días en la Última página, su tira Genio y figura. Tiene varios libros; uno de ellos, Zitarrosa, por entrar a imprenta en una nueva reedición, y una novedad: una novela gráfica de aventuras de gatos samuráis, para público infantojuvenil, que saldrá en breve por un sello de los grandes.

Entre sus maestros, señala a la profesora de dibujo del barrio, a los de la escuela de Garaycochea (“tanto a Carlos como a Eduardo Ferro”), y dentro de un listado de gente de la que aprendió y a la que admira, dice: “Lo reduzco a estos nombres: Quino, Fontanarrosa y Caloi”.

Como músico, su primer disco, Terco, fue nominado a los Premios Gardel 2020 como mejor álbum de artista de tango. Sobre su música en escena, en el lugar donde toca seguido le dicen que no hace shows, sino patios. “A mí me gusta que la gente cante y se abrace”, subraya.

En esa senda de la doble circulación de sus artes, mañana saldrá en todas las plataformas su último disco, El filo de la suerte. El mismo día miércoles Max Aguirre será declarado Personalidad Destacada de la Cultura porteña, con un acto en la Legislatura de la ciudad. La ceremonia será a las 17 y estará rodeado de músicos y amigos–Tute, entre otros–; tal vez cante su madre, Puly Ortega. Son tiempos de cosecha, entonces, en ramillete: un libro, un disco, un homenaje.

–¿Qué viene a contar ahora este nuevo disco?

–Está terminado hace rato largo. Me pasaron cosas complejas y tuve que ponerlo en stand by. Había canciones, ideas, una conceptualidad que justificaba ponerse a pensar en un segundo disco. Acá hubo arreglos, una lógica distinta: muchos amigos invitados. Lo que quiero contar es un poco más de ese espacio que era mi espacio primigenio, mi manera de entender la música sucedió ahí, alrededor de esa mesa, en esa casa, la mía. No es un disco de tango, pero por eso se llama “Mi casa” el primer tango que me salió. Contar un poco eso, unir los planetas de la música y el dibujo. Por ejemplo, hay un tema dedicado al cómic Corto maltés, habla de mi recorrido como dibujante, un poco por casualidad.

–Y en la ilustración, ¿cómo empezaste?

–Trabajo desde muy chico, de muchas cosas. Salí a buscar trabajo de dibujante con una carpeta gigante y fui al kiosco de revistas de la esquina de mi casa. Chusmée revistas y trataba de memorizar las direcciones. Me iba con algunas en la cabeza y caía de paracaidista en una editorial, sin cita. Con el tiempo me dio mucha ternura pensar en esos tipos que tenían la amabilidad de atenderme. Así conseguí mi primer trabajo en editorial Magenta, en 1988, para 13/20. Fui ayudante de historieta para Lucho Olivera, dibujante de la tira Nippur de Lagash. Trabajé con Leonardo Manco para Marvel. Y poco a poco en publicidad, muchísimos años. También en TV: fui desde camarógrafo a creativo.

–¿Y qué significa para vos esta distinción de Personalidad Destacada de la Cultura?

–El premio seguramente es producto de una gran confusión –se ríe–. Es una alegría, pero es un montón. Me niego a tomármelo pomposamente, me transformaría en un tonto. Así como cuando entré a lanacion, también, eh, porque es algo muy inesperado y muy deseado a la vez, trabajar en un medio de tamaña magnitud. Si uno realmente piensa que está ahí porque es un capo total, es un tonto. Hay que cuidarse de eso, hay que ser criterioso. Se me ocurre que cada particularidad es lo mejor que le puedo ofrecer a ese guiso de la cultura mundial. Eso: ese gustito. En tiempos de tantos no lugares, en tanto uno viaja mil horas arriba de un avión y se baja en un lugar que es el mismo al que se subió, está bueno defender los lugares. La cultura es eso, un lugar gregario.

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