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Joe Biden se despidió de los demócratas y les dejó una misión: “Necesitamos preservar nuestra democracia”

CHICAGO.- Hillary Clinton lo llamó “un campeón de la democracia”, y dijo que le devolvió la “dignidad, decencia y competencia” a la Casa Blanca. Kamala Harris, en una aparición sorpresiva antes de los discursos del prime time, le agradeció su “histórico liderazgo”. Su mujer, la primera dama, Jill Biden, su pilar en la vida, dijo que había “cavado profundo en su alma” al dar un paso al costado y respaldar a Harris. Su hija, Ashley Biden, lo llamó “el amor de nuestras vidas”, un luchador subestimado toda su vida, que ahora marcaba el camino.

Biden pisó el escenario, abrazó a su hija, se secó las lágrimas de los ojos, se acercó al podio, recibió una larga ovación de su público, y se despidió honrando una vieja promesa: irse, y abrirle el paso a una nueva generación. Su mensaje, enérgico y a la vez nostálgico, combinó un amplio repaso de su legado con elogios para su sucesora, y una misión fundamental para el país en la elección presidencial: preservar la democracia.

“¡Gracias, Joe! ¡Gracias, Joe!”, le gritó el público, mientras ondeaba cárteles al aire con el mensaje: “Amamos a Joe”. Un estadio repleto, vibrante, le rindió homenaje envuelto en una energía renovada que, paradójicamente, el propio Biden desató al renunciar a su candidatura y dar un paso al costado a favor de Harris y su nuevo compañero de fórmula, Tim Walz. Ambos se abrazaron al final del discurso sobre el escenario.

“¡Amigos! ¿Están listos para votar por la libertad? ¿Están listos para votar por la democracia, por Estados Unidos?”, arengó Biden a los demócratas apenas arrancó, al pasarle la antorcha a su vicepresidenta. “Déjenme preguntarles, ¿están listos para elegir a Kamala Harris y Tim Walz?”, insistió.

Biden no fue tímido al repasar su gestión: dijo que había salvado a la democracia, que había logrado “uno de los cuatro años de progreso más extraordinarios de la historia”, y que con su liderazgo los norteamericanos estaban “construyendo un mejor país”.

“¡Gracias Joe!”, insistió el público. “Agradézcanle a Kamala también”, respondió Biden.

Biden hizo un largo repaso de los logros de su gestión, desde la recuperación a la pandemia del coronavirus, las leyes aprobadas por el Congreso, y el fortalecimiento de las viejas alianzas de Washington y de la OTAN, crítica en la defensa de Ucrania a la invasión de Rusia. Luego, el presidente dio vuelta la página, y puso la mirada en el futuro.

“Amo mi trabajo, pero amo más a mi país”, dijo. “Necesitamos preservar nuestra democracia”, remarcó, y le pidió a la gente el voto para Harris –a quien cubrió de elogios– y Walz para derrotar a Donald Trump.

“Es dura, tiene experiencia y una enorme, enorme integridad. Su historia representa la mejor historia de Estados Unidos”. Y, como muchos de nuestros mejores presidentes, también es vicepresidenta”, bromeó.

Biden cerró su mensaje con su habitual mensaje de unidad, insistiendo en que nunca ha sido más optimista sobre el futuro del país, que Estados Unidos es una nación de posibilidades, y que nada es imposible si el país está unido.

“Les dí lo mejor de mí”, dijo, citando una canción, antes del final.

Los demócratas despidieron a Biden en la primera noche de su convención en Chicago, una fiesta partidaria que un mes atrás estaba diseñada para abrirle el camino a su reelección, y que se transformó en la coronación de Harris, con un clima y un mensaje diferentes. El discurso y la fugaz aparición de Biden –apenas terminó, se fue de vacaciones con su familia a California– fueron un testimonio del histórico giro político que vivió Estados Unidos, la herida que dejó la brutal campaña interna para presionarlo a dar un paso al costado, y de una paradoja inédita que dejó esta elección: Biden es un presidente admirado, y un candidato desairado.

Antes de que se llenaran las butacas, Biden recorrió el escenario y se paró detrás del podio donde daría horas más tarde su discurso. Cuando le preguntaron si era un momento agridulce, Biden respondió: “Es un momento memorable”.

La atmósfera en el United Center, el estadio donde los demócratas celebran su convención esta semana, anidó esa dualidad emocional reinante entre los demócratas, en la cual pocos parecen ver una contradicción. Los elogios y el amor prodigado a Biden se entrelazan con francas demostraciones de alivio por su retiro forzado, y una esperanza palpable de que el entusiasmo que ha despertado Harris –mítines multitudinarios, millones en donaciones, un repunte en las encuestas– abra el camino a la derrota definitiva de Donald Trump.

“Fue un gran presidente, pero no un gran candidato”, sintetiza a LA NACION Russel Ashton, un delegado de Massachusets de 81 años, la misma edad de Biden. “Fue el abuelo de todas las personas”, definió.

Los delegados con los que conversó LA NACION en el piso de la convención mostraron, a grandes rasgos, la misma postura. Todos fueron elegidos en las elecciones primarias en las que Biden cosechó 14 millones de votos, y todos elegirán a Harris como candidata presidencial. Una situación “desafortunada”, dijeron varios, pero que en definitiva dejó al Partido Demócrata en una posición mucho más sólida para intentar retener la Casa Blanca, algo que incluso el propio Biden reconoció al tomar su decisión. La unidad partidaria, una condición necesaria para lograr una victoria en las elecciones presidenciales en un país profundamente polarizado como Estados Unidos, se escurría con Biden al frente de la fórmula, incapaz de despejar las dudas por su vejez.

“Fue una lástima que todo sucediera así”, dijo Andrea Ramberg, delegada transgénero de Minnesota, la tierra del nuevo candidato a vicepresidente, Tim Walz. “Pero creo que Biden se dio cuenta de que esto era lo mejor para el país, y creo que fue la decisión correcta, y creo que Kamala va a ser fantástica”, agregó.

Sofia Rodriguez, una delegada de Ohio hija de mexicanos, no oculta su entusiasmo por el cambio en la fórmula presidencial. Biden, dijo, creía en la democracia, y era un presidente que luchaba por la gente. Pero no era el candidato “más excitante”, reconoce.

“Cuando se retiró, me entristeció, pero lo hizo por la razón correcta para este país, por una cuestión personal, ya sabes, por sus creencias personales, su ambición personal, porque quería hacer lo correcto, y eso era lo correcto. Y luego, cuando Kamala dijo, ‘estoy en esto’, me embalé. Porque para mí, ver a Kamala, una mujer, de color, educada, para el pueblo, luchando por el pueblo, ¡estaba extasiada!”, exclama.

Un microcosmos dentro del Partido Demócrata que ha hecho un esfuerzo nulo por ocultar su inagotable algarabía por el ascenso de Kamala Harris al tope de la fórmula presidencial es el círculo de asesores y funcionarios que trabajaron en la presidencia de Barack Obama, que nunca terminó de ver a Biden como un político disciplinado o lo suficientemente talentoso. El “bromance” entre Obama y Biden, una de las amistades más celebradas de la política norteamericana, fue una de las víctimas de la campaña para sacar a Biden: Obama nunca frenó la ola de furia contra su antiguo vicepresidente.

“Algo se ha sentido fundamentalmente diferente en la política durante el último mes”, escribió en su newsletter Dan Pfeiffer, que fue director de Comunicaciones de Obama, y participa en un podcast, Pod Save America, que defenestró a Biden. “Por primera vez en casi una década, la política no gira solo en torno a Trump. Esto es mérito de Harris, Walz y su campaña. La carrera ahora gira en torno al futuro, la esperanza y la alegría, en contraposición al miedo que dominó la política desde que Trump llegó a la escena”, amplió, un dardo a la campaña de Biden de 2020.

“Fue desafortunado”, sintetiza Ed Cranston, 78 años, delegado de Iowa. Pero al igual que otros, Cranston se muestra en paz con toda la movida orquestada por la cúpula del partido, una maniobra ciertamente atípica para la política moderna de Estados Unidos, donde todos los candidatos pasan por el tamiz de una elección interna. Harris tomará la bandera de los demócratas sin haber ganado una sola primaria.

“Creo que Joe está de acuerdo con la campaña tal como está y, como se puede ver, solo por las cifras, es una decisión muy inteligente para el partido y realmente para el país, porque queremos un futuro positivo y seguro que no lo conseguiríamos con Joe”, dice Cranston. Cuando se le pregunta qué piensa de la presidencia de Biden, responde sin dudar: “Es absolutamente uno de los mejores”.

CHICAGO.- Hillary Clinton lo llamó “un campeón de la democracia”, y dijo que le devolvió la “dignidad, decencia y competencia” a la Casa Blanca. Kamala Harris, en una aparición sorpresiva antes de los discursos del prime time, le agradeció su “histórico liderazgo”. Su mujer, la primera dama, Jill Biden, su pilar en la vida, dijo que había “cavado profundo en su alma” al dar un paso al costado y respaldar a Harris. Su hija, Ashley Biden, lo llamó “el amor de nuestras vidas”, un luchador subestimado toda su vida, que ahora marcaba el camino.

Biden pisó el escenario, abrazó a su hija, se secó las lágrimas de los ojos, se acercó al podio, recibió una larga ovación de su público, y se despidió honrando una vieja promesa: irse, y abrirle el paso a una nueva generación. Su mensaje, enérgico y a la vez nostálgico, combinó un amplio repaso de su legado con elogios para su sucesora, y una misión fundamental para el país en la elección presidencial: preservar la democracia.

“¡Gracias, Joe! ¡Gracias, Joe!”, le gritó el público, mientras ondeaba cárteles al aire con el mensaje: “Amamos a Joe”. Un estadio repleto, vibrante, le rindió homenaje envuelto en una energía renovada que, paradójicamente, el propio Biden desató al renunciar a su candidatura y dar un paso al costado a favor de Harris y su nuevo compañero de fórmula, Tim Walz. Ambos se abrazaron al final del discurso sobre el escenario.

“¡Amigos! ¿Están listos para votar por la libertad? ¿Están listos para votar por la democracia, por Estados Unidos?”, arengó Biden a los demócratas apenas arrancó, al pasarle la antorcha a su vicepresidenta. “Déjenme preguntarles, ¿están listos para elegir a Kamala Harris y Tim Walz?”, insistió.

Biden no fue tímido al repasar su gestión: dijo que había salvado a la democracia, que había logrado “uno de los cuatro años de progreso más extraordinarios de la historia”, y que con su liderazgo los norteamericanos estaban “construyendo un mejor país”.

“¡Gracias Joe!”, insistió el público. “Agradézcanle a Kamala también”, respondió Biden.

Biden hizo un largo repaso de los logros de su gestión, desde la recuperación a la pandemia del coronavirus, las leyes aprobadas por el Congreso, y el fortalecimiento de las viejas alianzas de Washington y de la OTAN, crítica en la defensa de Ucrania a la invasión de Rusia. Luego, el presidente dio vuelta la página, y puso la mirada en el futuro.

“Amo mi trabajo, pero amo más a mi país”, dijo. “Necesitamos preservar nuestra democracia”, remarcó, y le pidió a la gente el voto para Harris –a quien cubrió de elogios– y Walz para derrotar a Donald Trump.

“Es dura, tiene experiencia y una enorme, enorme integridad. Su historia representa la mejor historia de Estados Unidos”. Y, como muchos de nuestros mejores presidentes, también es vicepresidenta”, bromeó.

Biden cerró su mensaje con su habitual mensaje de unidad, insistiendo en que nunca ha sido más optimista sobre el futuro del país, que Estados Unidos es una nación de posibilidades, y que nada es imposible si el país está unido.

“Les dí lo mejor de mí”, dijo, citando una canción, antes del final.

Los demócratas despidieron a Biden en la primera noche de su convención en Chicago, una fiesta partidaria que un mes atrás estaba diseñada para abrirle el camino a su reelección, y que se transformó en la coronación de Harris, con un clima y un mensaje diferentes. El discurso y la fugaz aparición de Biden –apenas terminó, se fue de vacaciones con su familia a California– fueron un testimonio del histórico giro político que vivió Estados Unidos, la herida que dejó la brutal campaña interna para presionarlo a dar un paso al costado, y de una paradoja inédita que dejó esta elección: Biden es un presidente admirado, y un candidato desairado.

Antes de que se llenaran las butacas, Biden recorrió el escenario y se paró detrás del podio donde daría horas más tarde su discurso. Cuando le preguntaron si era un momento agridulce, Biden respondió: “Es un momento memorable”.

La atmósfera en el United Center, el estadio donde los demócratas celebran su convención esta semana, anidó esa dualidad emocional reinante entre los demócratas, en la cual pocos parecen ver una contradicción. Los elogios y el amor prodigado a Biden se entrelazan con francas demostraciones de alivio por su retiro forzado, y una esperanza palpable de que el entusiasmo que ha despertado Harris –mítines multitudinarios, millones en donaciones, un repunte en las encuestas– abra el camino a la derrota definitiva de Donald Trump.

“Fue un gran presidente, pero no un gran candidato”, sintetiza a LA NACION Russel Ashton, un delegado de Massachusets de 81 años, la misma edad de Biden. “Fue el abuelo de todas las personas”, definió.

Los delegados con los que conversó LA NACION en el piso de la convención mostraron, a grandes rasgos, la misma postura. Todos fueron elegidos en las elecciones primarias en las que Biden cosechó 14 millones de votos, y todos elegirán a Harris como candidata presidencial. Una situación “desafortunada”, dijeron varios, pero que en definitiva dejó al Partido Demócrata en una posición mucho más sólida para intentar retener la Casa Blanca, algo que incluso el propio Biden reconoció al tomar su decisión. La unidad partidaria, una condición necesaria para lograr una victoria en las elecciones presidenciales en un país profundamente polarizado como Estados Unidos, se escurría con Biden al frente de la fórmula, incapaz de despejar las dudas por su vejez.

“Fue una lástima que todo sucediera así”, dijo Andrea Ramberg, delegada transgénero de Minnesota, la tierra del nuevo candidato a vicepresidente, Tim Walz. “Pero creo que Biden se dio cuenta de que esto era lo mejor para el país, y creo que fue la decisión correcta, y creo que Kamala va a ser fantástica”, agregó.

Sofia Rodriguez, una delegada de Ohio hija de mexicanos, no oculta su entusiasmo por el cambio en la fórmula presidencial. Biden, dijo, creía en la democracia, y era un presidente que luchaba por la gente. Pero no era el candidato “más excitante”, reconoce.

“Cuando se retiró, me entristeció, pero lo hizo por la razón correcta para este país, por una cuestión personal, ya sabes, por sus creencias personales, su ambición personal, porque quería hacer lo correcto, y eso era lo correcto. Y luego, cuando Kamala dijo, ‘estoy en esto’, me embalé. Porque para mí, ver a Kamala, una mujer, de color, educada, para el pueblo, luchando por el pueblo, ¡estaba extasiada!”, exclama.

Un microcosmos dentro del Partido Demócrata que ha hecho un esfuerzo nulo por ocultar su inagotable algarabía por el ascenso de Kamala Harris al tope de la fórmula presidencial es el círculo de asesores y funcionarios que trabajaron en la presidencia de Barack Obama, que nunca terminó de ver a Biden como un político disciplinado o lo suficientemente talentoso. El “bromance” entre Obama y Biden, una de las amistades más celebradas de la política norteamericana, fue una de las víctimas de la campaña para sacar a Biden: Obama nunca frenó la ola de furia contra su antiguo vicepresidente.

“Algo se ha sentido fundamentalmente diferente en la política durante el último mes”, escribió en su newsletter Dan Pfeiffer, que fue director de Comunicaciones de Obama, y participa en un podcast, Pod Save America, que defenestró a Biden. “Por primera vez en casi una década, la política no gira solo en torno a Trump. Esto es mérito de Harris, Walz y su campaña. La carrera ahora gira en torno al futuro, la esperanza y la alegría, en contraposición al miedo que dominó la política desde que Trump llegó a la escena”, amplió, un dardo a la campaña de Biden de 2020.

“Fue desafortunado”, sintetiza Ed Cranston, 78 años, delegado de Iowa. Pero al igual que otros, Cranston se muestra en paz con toda la movida orquestada por la cúpula del partido, una maniobra ciertamente atípica para la política moderna de Estados Unidos, donde todos los candidatos pasan por el tamiz de una elección interna. Harris tomará la bandera de los demócratas sin haber ganado una sola primaria.

“Creo que Joe está de acuerdo con la campaña tal como está y, como se puede ver, solo por las cifras, es una decisión muy inteligente para el partido y realmente para el país, porque queremos un futuro positivo y seguro que no lo conseguiríamos con Joe”, dice Cranston. Cuando se le pregunta qué piensa de la presidencia de Biden, responde sin dudar: “Es absolutamente uno de los mejores”.

 El presidente cerró la primera noche de la Convención Nacional Demócrata con un fuerte respaldo a su vicepresidente, Kamala Harris  LA NACION

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