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Esperó toda la noche en la puerta hasta que lo perdonara y hallaron la fórmula del amor: “En la salud y la enfermedad”

Un día de noviembre de 1989, Laura y Gustavo se conocieron. Ambos tenían 21 años y estudiaban Derecho en tiempos donde la carrera, perteneciente a la Universidad de Lomas de Zamora, se dictaba en Colegio Nacional de Adrogué. En un comienzo empezaron a intercambiar palabras casualmente y, poco a poco, entre ellos surgió una complicidad que animó a Gustavo a invitarla a una primera cita.

Al primer encuentro le siguieron otros, hasta que cierto día algo salió mal: Gustavo llegó tarde. Laura, que consideraba que el tiempo ajeno debe siempre respetarse, no lo dejó entrar. Gustavo rogó por su perdón, pero ella, tan enojada, no dio el brazo a torcer. Su enamorado, consciente de su falta y decidido a verla, le dijo que no se iría hasta que ella no le abriera la puerta: “Se quedó esperando a que salga delante de la casa, en la calle, toda la noche”, cuenta hoy Nicolás, uno de sus hijos. “Finalmente lo perdonó”.

Los pactos del amor

El incidente de la cita tardía fue una de las tantas demostraciones de amor de Gustavo hacia Laura, dispuesto a no perderla y el comienzo de una relación profunda, que encontraría que uno de los secretos para sostenerse en el tiempo es escucharse para sellar buenos acuerdos.

Su primer gran desafío en su caminar de a dos llegó pronto. El día que Laura supo que estaba embarazada, el miedo la atravesó sin piedad. Somos muy jóvenes, no sé si es prudente tenerlo, dijo ella, pero Gustavo, que para entonces la amaba irremediablemente, la miró a los ojos y lanzó: claro que vamos a tenerlo, para qué considerar otra opción si igual nos vamos a casar y tener hijos. Ese embarazo resultó ser uno de gemelos y tal como había anunciado Gustavo, se casaron: “El 5 de julio de 1990″, relata Nicolás con una gran sonrisa.

Aquel fue el primero de los tantos pactos que marcarían sus vidas. A veces con más determinación por parte de uno que de otro, pero finalmente siempre de acuerdo, como aquella vez, cuando su hija menor -nacida en el 97- fue lo suficientemente grande y Laura quiso salir a trabajar para tener su propio dinero y no depender tanto de Gustavo, una decisión que impactó de manera muy positiva a la familia entera.

“Fue en esa época y un poco más tarde, cuando sus hijos ya crecimos, que empezaron a cesar las discusiones entre ellos y se hicieron más compinches”, rememora Nicolás. “Es más, eran tan compinches que si le decíamos un secreto a mamá, al rato papá ya lo sabía. También hacían de policía bueno y policía malo con complicidad para criar a sus hijos y darnos los mejores consejos”, continúa.

En la salud y la enfermedad, y la última cena

Los hijos crecieron, los “policías” transformaron su labor, aunque los consejos no menguaron. Cierto día, sin embargo, la familia entera se quedó sin habla cuando en septiembre de 2022, Laura supo que tenía cáncer de intestino y que debía someterse a un tratamiento duro de quimioterapia y rayos, aparte de atravesar diversas operaciones.

Durante un año y medio luchó contra una enfermedad que en marzo de 2024 se volvió agresiva y se esparció velozmente en su cuerpo. Durante los siguientes dos meses, Laura permaneció internada, sesenta días en los cuales Gustavo no se despegó de ella ni un instante y se ocupó de sus cuidados, incluso en los momentos delicados. No quiero que mis hijos me vean en este estado, le decía ella a su marido cuando atravesaba instancias muy vulnerables. Juntos acordaron que no eran los hijos quienes debían ocuparse de ella en los estados críticos, sino que era su deber cumplir aquella promesa matrimonial de cuidarse en la salud y en la enfermedad.

Cierta noche de mayo de 2024, Gustavo le dijo a Laura que iba a comer pizza al bar de la otra cuadra. Yo también quiero pizza, le dijo ella con una mirada de quien no aceptaba un no como respuesta. No podés comer eso. Pero Laura siempre había sido terca, y decidió resolver la situación de la manera más justa: llamó a la médica, le contó la situación y con sus ojos la convenció de que era bueno brindarle aquella dosis de alegría. Está bien, pero no abuse, acordó la médica, y recalcó la importancia de que no lo vieran a Gustavo circulando con comida por el hospital: “Mi papá afirma que esa fue su última cena con mamá”, dice Nicolás, emocionado.

“Viví lo que quería vivir”

Los días pasaron y para Laura hubo algo más que había que acordar: una compañera para Gustavo, después de que ella muriera. No quiero que te quedes solo, le decía, mientras le sugería nombres de mujeres que creía que serían grandes compañeras para cuando ella no esté.

El 1ro de julio de 2024, a las 5:30 de la mañana y con 55 años, Laura dejó el mundo tras enfrentar una larga enfermedad. Se fue una mujer valiente, frontal, amada, y para Gustavo es difícil imaginar que hay puertas que en un plano se cierran definitivamente. Él, con 21 años, permaneció toda una noche esperando a que Laura le abriera la puerta para entregarle su corazón por completo. A sus 55, la acompañó cada día hasta cerrar la puerta de la vida terrenal de su amada, pero nunca jamás por ello, la despedirá de su corazón.

“Hoy estamos cada día haciendo lo posible para que ella se sienta orgullosa de los cuatro, tanto de mi papá como de nosotros tres y hacer lo posible por seguir con la vida normal, ya que ella siempre decía: yo no quiero llegar a vieja, ya viví todo lo que quería vivir y cuando yo no esté quiero que ustedes sigan sus vidas ya que la muerte es un estado natural de la vida”, concluye Nicolás con ojos brillantes y una sonrisa que le brota del alma.

*

Si querés contarle tu historia a la Señorita Heart, escribile a corazones@lanacion.com.ar

Un día de noviembre de 1989, Laura y Gustavo se conocieron. Ambos tenían 21 años y estudiaban Derecho en tiempos donde la carrera, perteneciente a la Universidad de Lomas de Zamora, se dictaba en Colegio Nacional de Adrogué. En un comienzo empezaron a intercambiar palabras casualmente y, poco a poco, entre ellos surgió una complicidad que animó a Gustavo a invitarla a una primera cita.

Al primer encuentro le siguieron otros, hasta que cierto día algo salió mal: Gustavo llegó tarde. Laura, que consideraba que el tiempo ajeno debe siempre respetarse, no lo dejó entrar. Gustavo rogó por su perdón, pero ella, tan enojada, no dio el brazo a torcer. Su enamorado, consciente de su falta y decidido a verla, le dijo que no se iría hasta que ella no le abriera la puerta: “Se quedó esperando a que salga delante de la casa, en la calle, toda la noche”, cuenta hoy Nicolás, uno de sus hijos. “Finalmente lo perdonó”.

Los pactos del amor

El incidente de la cita tardía fue una de las tantas demostraciones de amor de Gustavo hacia Laura, dispuesto a no perderla y el comienzo de una relación profunda, que encontraría que uno de los secretos para sostenerse en el tiempo es escucharse para sellar buenos acuerdos.

Su primer gran desafío en su caminar de a dos llegó pronto. El día que Laura supo que estaba embarazada, el miedo la atravesó sin piedad. Somos muy jóvenes, no sé si es prudente tenerlo, dijo ella, pero Gustavo, que para entonces la amaba irremediablemente, la miró a los ojos y lanzó: claro que vamos a tenerlo, para qué considerar otra opción si igual nos vamos a casar y tener hijos. Ese embarazo resultó ser uno de gemelos y tal como había anunciado Gustavo, se casaron: “El 5 de julio de 1990″, relata Nicolás con una gran sonrisa.

Aquel fue el primero de los tantos pactos que marcarían sus vidas. A veces con más determinación por parte de uno que de otro, pero finalmente siempre de acuerdo, como aquella vez, cuando su hija menor -nacida en el 97- fue lo suficientemente grande y Laura quiso salir a trabajar para tener su propio dinero y no depender tanto de Gustavo, una decisión que impactó de manera muy positiva a la familia entera.

“Fue en esa época y un poco más tarde, cuando sus hijos ya crecimos, que empezaron a cesar las discusiones entre ellos y se hicieron más compinches”, rememora Nicolás. “Es más, eran tan compinches que si le decíamos un secreto a mamá, al rato papá ya lo sabía. También hacían de policía bueno y policía malo con complicidad para criar a sus hijos y darnos los mejores consejos”, continúa.

En la salud y la enfermedad, y la última cena

Los hijos crecieron, los “policías” transformaron su labor, aunque los consejos no menguaron. Cierto día, sin embargo, la familia entera se quedó sin habla cuando en septiembre de 2022, Laura supo que tenía cáncer de intestino y que debía someterse a un tratamiento duro de quimioterapia y rayos, aparte de atravesar diversas operaciones.

Durante un año y medio luchó contra una enfermedad que en marzo de 2024 se volvió agresiva y se esparció velozmente en su cuerpo. Durante los siguientes dos meses, Laura permaneció internada, sesenta días en los cuales Gustavo no se despegó de ella ni un instante y se ocupó de sus cuidados, incluso en los momentos delicados. No quiero que mis hijos me vean en este estado, le decía ella a su marido cuando atravesaba instancias muy vulnerables. Juntos acordaron que no eran los hijos quienes debían ocuparse de ella en los estados críticos, sino que era su deber cumplir aquella promesa matrimonial de cuidarse en la salud y en la enfermedad.

Cierta noche de mayo de 2024, Gustavo le dijo a Laura que iba a comer pizza al bar de la otra cuadra. Yo también quiero pizza, le dijo ella con una mirada de quien no aceptaba un no como respuesta. No podés comer eso. Pero Laura siempre había sido terca, y decidió resolver la situación de la manera más justa: llamó a la médica, le contó la situación y con sus ojos la convenció de que era bueno brindarle aquella dosis de alegría. Está bien, pero no abuse, acordó la médica, y recalcó la importancia de que no lo vieran a Gustavo circulando con comida por el hospital: “Mi papá afirma que esa fue su última cena con mamá”, dice Nicolás, emocionado.

“Viví lo que quería vivir”

Los días pasaron y para Laura hubo algo más que había que acordar: una compañera para Gustavo, después de que ella muriera. No quiero que te quedes solo, le decía, mientras le sugería nombres de mujeres que creía que serían grandes compañeras para cuando ella no esté.

El 1ro de julio de 2024, a las 5:30 de la mañana y con 55 años, Laura dejó el mundo tras enfrentar una larga enfermedad. Se fue una mujer valiente, frontal, amada, y para Gustavo es difícil imaginar que hay puertas que en un plano se cierran definitivamente. Él, con 21 años, permaneció toda una noche esperando a que Laura le abriera la puerta para entregarle su corazón por completo. A sus 55, la acompañó cada día hasta cerrar la puerta de la vida terrenal de su amada, pero nunca jamás por ello, la despedirá de su corazón.

“Hoy estamos cada día haciendo lo posible para que ella se sienta orgullosa de los cuatro, tanto de mi papá como de nosotros tres y hacer lo posible por seguir con la vida normal, ya que ella siempre decía: yo no quiero llegar a vieja, ya viví todo lo que quería vivir y cuando yo no esté quiero que ustedes sigan sus vidas ya que la muerte es un estado natural de la vida”, concluye Nicolás con ojos brillantes y una sonrisa que le brota del alma.

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 “Viví lo que quería vivir”, le dijo ella en su última cena, tras construir juntos un amor indestructible  LA NACION

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