Justina Bustos: “Después de lo que me pasó en la isla no proyecto más nada”
En medio de la extraña somnolencia de todo viaje en avión, a unos 10.000 o 12.000 metros de altura, con solo nubes a la vista pero a conciencia de que allá abajo se extendía el territorio africano, y bastante más lejos el océano Índico, y luego la isla Mauricio –hacia donde se dirigía el vuelo–, la actriz Justina Bustos (35) pensó: “Ojalá esto sea algo más que una película”. Cuidado con lo que deseas, advierten por ahí.
Se suponía que a Justina la esperaba el mejor de los planes. La habían convocado para la filmación de una película de producción española (Amor de madre, de Paco Caballero, finalmente estrenada en Netflix en 2022), las locaciones mauricianas prometían ser algo así como el paraíso en la Tierra, el desafío la inundaba de una adrenalina con gusto a bueno. Pero era 2020, el año que alteraría todos y cada uno de los proyectos de cada habitante de este planeta.
Se había declarado la pandemia. En la isla Mauricio, el equipo de filmación debió someterse a la rigurosa disciplina que exigía el Covid. Y un día, rodeada por un mar de ensueño, cumpliendo a rajatabla las medidas sanitarias, Justina se hizo un análisis que dio positivo.
Cuidado con lo que deseas. Efectivamente, el viaje a Mauricio iba a ser mucho más –otra cosa– de lo previsto.
“Fue una experiencia extrema” cuenta ahora, junto a una taza de café, en el espacioso departamento de la coleccionista Mercedes Pardo, madre de Máximo, su novio, y mujer a la que Justina adora por un modo de ser intrépido que, sin dudas, la interpela. “Fue una experiencia que marcó mi vida”, insiste. “Me llevó a pensar cuáles son mis verdaderas prioridades”, continúa.
Tras el primer positivo de Covid quedó recluida en un hospital público por lo que, todos suponían, apenas serían unos días. Pero el segundo test volvió a dar positivo. Y el siguiente, también. Y el otro. Los “pocos días” iniciales se convirtieron en algo más de un mes: 33 jornadas interminables, durante las que permaneció encerrada en unas instalaciones sanitarias semivacías, a miles de kilómetros de casa, en un mundo que se había detenido y para el que todavía no había diagnósticos claros. “Hubo momentos en que creí volverme loca”, diría después, al rememorar las horas que pasaban unas igual a las otras, la soledad, la vulnerabilidad de estar desprovista de casi todo y sin poder compartir ni experiencia ni lengua ni intimidad prácticamente con nadie.
De semejante tránsito nació un documental, Sola en el paraíso, que la actriz codirigió con Victoria Comune, presentó en el Bafici en abril de este año, y que hasta el 24 de julio se exhibió en el Cultural San Martín.
A veces me agarraba como una fobia al darme cuenta de que estaba encerrada en una isla en medio del Índico, del otro lado del mundo. Mi única herramienta era mi mente y tratar de controlarla
¿Se puede hacer un documental casi sin recursos, en una situación tan anómala como la que vivió Bustos? En la era de los celulares y la imagen digital, sí. En la eternidad de las horas vividas en Mauricio, Justina –a modo de diario personal– se grababa a sí misma y al pequeño grupo de mujeres, también positivas de Covid, con las que compartió parte del encierro. Finalmente, registró los últimos días: cuando todas obtuvieron el alta menos ella, el tiempo seguía su curso, los médicos tendían a pasar de largo y nadie le daba respuesta a esa argentina varada lejos de casa, sin síntomas, pero cuyos resultados en los tests decían que el coronavirus continuaba agazapado en su cuerpo.
–Qué tema el WiFi y los teléfonos celulares. En lo cotidiano nos comen la vida, pero a vos te la salvaron.
–Sí. Tenía un cuaderno, el “querido diario…”, pero me costaba mucho poner en palabras lo que me estaba pasando. Entonces, empecé a filmar. Allí estuve con mujeres hermosas, cada una diferente. Todas de la India, menos Yolanda Ramos, que es española [una de las actrices que, junto a Bustos, integra el elenco de Amor de madre]. Una de ellas, Sarita, nunca había estado sola y tenía 40 años. Cada una tuvo su experiencia allí. Pero en un momento se fueron todas, y a mí no me dejaban salir. Eso fue lo más doloroso, lo más difícil de atravesar. Ahí se puso cruda la soledad.
–En la película hablás de algo así como una sensación de abandono por parte de ese sistema de salud.
–De abandono y de no sentirme persona. Porque pasaba la gente de afuera, el personal de ese lugar, y era como si no me vieran. La despersonalización fue muy dura. Pero bueno, no tengo rencor con lo que sucedió; era el sistema de ellos y me tocó a mí. Yo fui la pelotita.
–Así y todo, ¿cómo hiciste? Porque no es solo angustia lo que grabaste. Sobre todo en el contacto con las otras mujeres, hay momentos de mucha vitalidad en el documental.
–Me hice un altar y ahí puse mis ídolos de ese momento. Desde Gabriela Sabatini, porque me encanta su forma de ser y cómo manejó su cabeza para llegar adonde llegó, hasta Pepe Mujica: vi un documental sobre su vida, y cómo tuvo que manejar la mente para sobrellevar el encierro. Después leí un artículo sobre una mujer que fue la única sobreviviente de un accidente de avión. Ella se arrastró hasta un río, se acordó que de chica le habían dicho que no vaya por los costados, porque las pirañas están por los costados, así que se metió al medio, se dejó llevar por la corriente y la rescataron unas personas después. Entonces dije: “bueno, si estas personas pudieron hacer eso, ¿por qué yo no voy a poder manejar mi mente acá?” Aunque a veces me agarraba como una fobia al darme cuenta de que estaba encerrada en una isla en medio del Índico, del otro lado del mundo. Mi única herramienta era mi mente y tratar de controlarla.
–¿Y el enojo?
–Y, sí. Estaba enojada. Exageraba, decía que me iba a tirar por la ventana, sobre todo al final empecé a amenazar. Aunque yo sabía que no me iba a tirar por la ventana porque no me quería morir. Y sabía que si me escapaba me metían presa. Antes yo era una persona… el enojo era mala palabra. Pero está bien el enojo, está bien la ira. Son un límite, hacen reaccionar; después, cómo los transmitís es otra cosa. Esa enseñanza también estuvo.
A través de las ventanas del hospital donde estuvo aislada, Justina no veía las playas mauricianas, sino un destacamento militar. Un día, por una de esas ventanas entró un pájaro que, desorientado, empezó a chocarse con las paredes del lugar, sin poder encontrar la vía de salida. Justina, quizás hermanada con su desesperación, lo filmó y esa es una de las escenas que nutren Sola en el paraíso, además de improvisaciones y recreaciones teatrales que se hicieron, luego, en Buenos Aires. “Creo que el día 32 subí una historia a Instagram mostrando algo de lo que había filmado –cuenta– y puse ‘busco editor’. Tuve muchos comentarios, entre ellos un actor, Guillermo Pfening, que me dice: ‘tengo la directora a la que le va a interesar esto’. Era Isabel Coixet [realizadora española, autora de, entre otras películas, la premiada Un amor]. Apenas salí de la isla fui a Madrid y le mostré el material a Isabel. Ella me ayudó mucho. Me ayudó a reconstruirme y me puso un equipo espectacular, que es con el que ella trabaja sus películas. Hicimos el tráiler, que sirvió para presentárselo a mucha gente allá, a Netflix, a Filmin. Pero todavía seguía la pandemia. Decías esa palabra y la gente no quería saber nada”.
–La posibilidad de concretar el documental, conseguir producción, llegó después, en 2021. El envión tuvo que ver con una presentación televisiva, ¿no es cierto?
–Fui al programa televisivo de Jay Mammon porque tenía ese objetivo. Era un programa muy visto en la Argentina. Así que fui con ese objetivo: contar de qué se trataba el documental y armar un crowdfunding que yo ni sabía cómo se manejaba… pero me dije: “lo menciono”. La idea me la había dado la mamá de una amiga en un viaje. A mí me parecía algo bastante loco, porque nunca lo había hecho, pero conté que estaba buscando a alguien que me ayudara y así fue que Hernán [Casciari] vio la emisión y se interesó. A los dos días ya hubo una reunión vía zoom y me dijo “yo estoy para hacerlo con vos”. Entonces empezó otra etapa, entrevistas en radio con Hernán, donde salimos a contar de qué se trataba el documental y a decir que estábamos abiertos a que la gente fuera socia y participara en el crowdfunding. Tuvo bastante resultado. Lo abrimos en diciembre y ya en febrero teníamos la plata. Para que una película sea buena realmente tienen que quedarse muchos factores y cuando sucede ¡es tan mágico!
–Sola en el paraíso tiene recursos estilísticos interesantes, como las escenas donde aparecés sumergida, como hundiéndote, en el agua. ¿Fueron todas decisiones tuyas?
–También de Victoria Comune, de ambas. Las escenas acuáticas suman mucho a que sea liviano lo que cuento y también hay un tema de cómo pensamos los seres humanos. Porque no somos lineales al pensar o recordar. Hay un libro que se llama La promesa, de Silvina Ocampo, cuya protagonista es una náufraga. Está en el medio del océano y se le vienen recuerdos distintos, sin conexión entre ellos, y algo de ese pensamiento está en la manera en que se hizo el documental. Por lo menos yo soy de pensar así, no soy tan sistemática.
–El documental tuvo su première mundial en el Bafici y se estuvo proyectando en el Cultural San Martín. En ese mismo espacio, hasta mediados de este mes, se presentó Al borde del mundo, obra de teatro en la que actuás, en cuya creación participaste y en cuya producción también interveniste, junto a Javier Furgang y Francisco Olavarría. ¿El empuje para este proyecto también te vino de la experiencia que viviste en Mauricio?
–Sí, creo que todo eso me conectó más con las historias que realmente quiero contar, o en las que reamente quiero participar. Si bien estoy súper abierta a proyectos ajenos, hice como un clic, me dije ¿adónde voy? ¿En qué derivo mi tiempo? ¿Qué es lo que realmente quiero hacer? Y más y más preguntas y más claridad a la hora de decir por qué hago las cosas.
–Sonia, el personaje que interpretaste en Al borde del mundo, carga con una enorme soledad y también con bastante enojo. ¿Algo que ver con lo que venís procesando desde 2020?
–El año pasado me encontré con mucha ira, un enojo que era como un dragón y hacer esta obra me ayudó un montón. Viste que ella está muy enojada. Bueno, hoy en día hay mucha gente enojada; de hecho, ella lo dice así. La astucia y la inteligencia están en cómo uno maneja las emociones, ¿no? Porque todos sentimos. El tema es el trabajo interno y ver qué hacer para sobrellevar eso, llegar al fondo de esa emoción, que es muy difícil. Una de las maneras de atravesar mi ira del año pasado fue convocar a varios colegas y amigos a improvisar con el objetivo de hacer una obrita. La obra se extendió y de repente tomó esta forma. Pero a ver… si reviso un poco, el documental fue lo que me dio más empuje. Me considero productora, empiezo a producir el documental, y ahora esta obra tiene que ver también con esta nueva etapa de productora.
–¿La obra nació de una idea tuya?
–Yo armé el grupo. La idea, el primer movimiento es mío. El año pasado estaba en casa y se me vino esta idea, una imagen, rememoré algo que tenía en la cabeza y llamé a Camilo [Polotto] y a Ana [Kowalczuk], que terminaron siendo los directores de la obra. Convocamos a las actrices [el elenco estuvo formado, además de Bustos, por Paula Kohan, Laila Maltz, Ailín Salas, Margarita Páez], conseguí una pasantía en el Centro Cultural y al mes nos pusimos a trabajar sobre esa imagen. Llevamos tres teléfonos…
–Los teléfonos de la remisería donde transcurre la obra. Esa imagen, la de una remisería atendida por mujeres, ¿de dónde vino?
–Bueno, yo soy de Córdoba y viví en Unquillo. Aunque en realidad no retratamos el pueblo de Unquillo, la imagen nace de una de mis vivencias allá. Vivía muy lejos de mi colegio, éramos los distintos, los que vivíamos entre montañas. Hoy hay más gente de Unquillo que va a la capital al colegio, pero en ese momento éramos nosotros, mi familia. No teníamos internet. Entonces, mucho auto, teníamos muchos viajes en auto y muchas veces, cuando mis padres no podían, los que nos llevaban eran Carlitos o Huguito, los remiseros. En el auto de ellos siempre escuchaba esas voces de mujeres que salían de un aparato y les avisaban los viajes que iban apareciendo. Creo que me intrigaba ese universo que no podía ver, las voces que salían de ese aparato, y sentía que había mucho mundo interno ahí.
–La obra se ubica en la Navidad del 2001, en un lugar donde la crisis llega un poco en sordina. La puesta tenía algo vintage –¡los teléfonos!– y al mismo tiempo todo sonaba muy contemporáneo.
–Bueno, es muy femenina. Y los temas femeninos… el embarazo siempre fue un tema, ¿no? Después, los sueños de cada una de las protagonistas. La decisión de quedarse en el pueblo, después aparece una quinta mujer, que es la que trae la novedad que deberán afrontar. Y hay también un duelo.
–¿Con qué expectativas nació una obra en la que pusiste tanto elemento personal?
–La verdad es que la primera expectativa era concretarla. Primero fue entretenernos y generarla. El año pasado no había mucho trabajo, entonces todos podíamos participar en las improvisaciones. Generar cosas es un desafío, pero también es una buena manera de estar en movimiento. Y a mí estar en movimiento me hace muy bien. Además, la obra fue tomando otra personalidad, terminamos teniendo una obra graciosa.
–¿No habían empezado con esa búsqueda desde el humor?
–No, había de todo un poco. Había también mucha pesadez. Creo que esa posibilidad de introducir el humor de alguna manera nos interesa a todos los que estamos ahí.
–¿Puede ser que haya en vos una capacidad particular para armar redes de gente? Eras todavía muy chica cuando dejaste Córdoba y te instalaste acá. Después viviste en París, estuviste en Nueva York, y da la sensación de que siempre supiste entramarte, construir redes de amigos, colegas. Incluso durante el aislamiento en Mauricio, construiste algo en común junto al resto de las mujeres aisladas.
–Para mí es vital porque muchas veces me encontré sola en lugares, desde chica en esa casa de Unquillo, donde todavía viven mis padres, pero sin vecinos o amigos a una cuadra. O después, viniendo a los 17 años a Buenos Aires. Siempre me generé redes para estar acompañada. Y después de lo que me pasó en la isla, me di cuenta, y esto también tiene que ver con la faceta de la producción, de que soy buena para generar equipos. Me gusta armar equipos y después sé delegar, no es que soy la que está ahí moviendo todo. Puedo armar los cimientos y que después la cosa siga su curso.
–Te estás tomando muy en serio el tema de la producción, parece.
–Con mi representante, Javier Furgang, nos unimos; él me representa como actriz y luego fuimos socios en la producción de Al borde del mundo. En el documental tuvo mucho que ver. Y la idea es seguir.
–¿Tu idea es permanecer siempre indagando en el campo del teatro y del cine?
–También me gusta el arte. Estudié Historia del Arte, estoy abierta. Tengo una idea con una amiga que es actriz, Cala Zabaleta. Venimos filmando cada encuentro que tenemos, porque ella está en Madrid. Dejamos la cámara ahí, y que grabe: puede ser un cumpleaños, una salida a la playa, leer un libro… cada una agarra la cámara y filma a la otra o encendemos la cámara y que suceda la vida. Pero generalmente cuando algo nos llama la atención, lo filmamos. Tenemos la idea de, en algún momento, hacer una exposición con todas esas filmaciones.
–¿Por el lado del videoarte, la videoinstalación?
–Sí. Tengo muchos amigos afuera, entonces quiero ver, me gusta combinar esto de viajar, trabajar, generar cosas afuera.
–La ambición es una palabra que no suele sonar bien, pero a veces nos olvidamos de su sentido más interesante, esto de ponerse un objetivo e ir hacia allá con decisión. En vos, algo de esa voluntad estuvo presente desde que sos muy chica. Por ejemplo, cuando fuiste a CQC solo porque querías que te vieran. Que la gente te vea: era el objetivo, y allá fuiste.
–-Yo hoy lo veo, y digo “qué poco juicio tenía”, sobre todo porque sí, mi objetivo era ése, que me vean. Y me salió. Tendría 17 o 18 años. Mis padres estaban en Córdoba, ya vivía sola acá. Me acompañó un novio.
–Ahí hay un rasgo de personalidad.
–Sí, y estoy contenta con eso porque es una fuente de vitalidad. Lo mismo me recuerdan mis compañeras del colegio: a veces ellas se quedaban a dormir en casa –la casa de Unquillo– y odiaban hacerlo porque, por ejemplo, cuando teníamos pruebas, yo las hacía levantarse dos horas antes. Tenía, tengo, mucha voluntad. Ahora me propuse otra cosa: muchas veces las personas que van a la meta no disfrutan el camino. Entonces este año empecé a tomar mucha más conciencia del camino.
–¿Y qué te pasa con el riesgo?
–Me gusta el riesgo. Y me encanta conocer gente, me gusta mucho el ser humano, conocerlo. Me atraen las personas, me pregunto mucho sobre la intimidad del otro, a veces sin darme cuenta. Y pasa que me dicen: “¡pero vos no tenés filtro!”
–Sos actriz; imagino que de esa manera encontrás material para tus personajes. Pero hay otras facetas tuyas. Durante un tiempo trabajaste como modelo, en publicidad, y además sos una de las representantes en la Argentina de la marca francesa Chanel. ¿Me contarías un poco de qué se trata eso?
–Con Chanel se armó una relación que hoy se convirtió en familia, un lugar que me da seguridad. Los que trabajan allá tienen una actitud de hacerte sentir parte. Te mandan tarjetas escritas a puño y letra, siempre te llaman por tu nombre, saben de tus proyectos, te hacen sentir muy bien. Hace unos años las cabezas de Chanel Latinoamérica vinieron a buscar actrices y tomé con ellas un té en el Four Seasons. Ahí fue que vieron que podría representar a la casa Chanel en Latinoamérica. Aportaron al documental, o sea, creyeron en mi proyecto y fueron una parte del rompecabezas que me ayudó a darle forma y terminar de presentarlo en festivales. Confiaron en mi arte.
–¿Cómo son tus encuentros con la gente de Chanel en París?
–Hermosos. Te acompañan, te llevan al atelier, hay todo un equipo que se fija qué te vas a poner, del detalle del detalle. Hay una costurera que está con vos. Y el trato, remarco, es hermoso. Fui varias veces a la Semana de la Moda, y resulta que terminás sentada al lado de chicas como Lily-Rose, que es la hija de Johnny Depp, o Charlotte Casiraghi, Kristen Stewart. Y bueno, ir a un lugar donde te sentís bien recibida es hermoso. Te tratan como a una reina. Tuve la oportunidad de llevarla a mi mamá, que es fanática de la moda. Desde muy chica compraba las revistas Vogue y tiene una colección enorme; por ella me introduje al mundo de la moda, que me encanta, pero no soy tan observadora. Teniendo esta madre que me mostró este mundo, cuando me invitaron a un desfile en París pregunté si la podía llevar y le cumplí un sueño. Llegamos al hotel donde nos invitaron, teníamos un ramo de flores para cada una, cremas para las dos. Mi mamá no podía creerlo. La pusieron en la segunda fila del desfile. Yo me di vuelta y la vi: estaba llorando de emoción.
–¿Qué ocurre con las mujeres que te generan admiración? Tu suegra, por caso.
–Mecha es un ejemplo. Es coleccionista y esa es su manera de expresarse en cuanto al arte. También es triatlonista. Se entrena todos los días y tiene una vitalidad enorme, muy motivante. También admiro a mi abuela, que no está más. Totalmente transformada, aparece en Al borde del mundo. Mi mamá. Mi hermana. Admiro mucho a una amiga que se llama Victoria Kamerath, que tiene un estudio de abogacía propio en Nueva York; me genera una admiración profunda.
–Mujeres que se hacen a sí mismas.
–Totalmente.
–A principios de mes se estrenó Culpa Cero, segunda película que dirige y protagoniza Valeria Bertuccelli, cuyas otras dos protagonistas son Cecilia Roth y vos. Te convocaron para ser parte del elenco de En el barro, la serie, spin-off de El marginal, que Sebastián Ortega produce para Netflix y que está en pleno proceso de filmación. Además, el documental. Y la obra de teatro en el Cultural San Martín, que llenó sala todos los fines de semana durante una temporada de tres meses, y a la que proyectan llevar de gira por el interior. La última noticia es que fuiste nominada a los Martín Fierro como actriz protagónica por la segunda temporada de Argentina, tierra de amor y venganza. No se puede decir que 2024 no esté siendo productivo para Justina Bustos.
–Me gusta estar en movimiento. Pero, a la vez, el estar en constante movimiento me hace prestar atención a los momentos de tranquilidad, porque no está bueno ser una pelota que nunca frena, se te pasan un montón de cosas por el costado. Entonces, trato de buscar el equilibrio. Pero sí, tengo mucha energía, es verdad.
–Incluso en medio de tantas cosas, ¿hay algún otro proyecto cercano?
–Voy viendo. Por ahora, voy viendo. Porque después de lo que pasó en la isla, yo no proyecto más nada.
Para la producción: Fernanda Striano, makeup; Joaquín Persson, hair; Lusoan Peluquería. Estilismo: Franqui Nencini
En medio de la extraña somnolencia de todo viaje en avión, a unos 10.000 o 12.000 metros de altura, con solo nubes a la vista pero a conciencia de que allá abajo se extendía el territorio africano, y bastante más lejos el océano Índico, y luego la isla Mauricio –hacia donde se dirigía el vuelo–, la actriz Justina Bustos (35) pensó: “Ojalá esto sea algo más que una película”. Cuidado con lo que deseas, advierten por ahí.
Se suponía que a Justina la esperaba el mejor de los planes. La habían convocado para la filmación de una película de producción española (Amor de madre, de Paco Caballero, finalmente estrenada en Netflix en 2022), las locaciones mauricianas prometían ser algo así como el paraíso en la Tierra, el desafío la inundaba de una adrenalina con gusto a bueno. Pero era 2020, el año que alteraría todos y cada uno de los proyectos de cada habitante de este planeta.
Se había declarado la pandemia. En la isla Mauricio, el equipo de filmación debió someterse a la rigurosa disciplina que exigía el Covid. Y un día, rodeada por un mar de ensueño, cumpliendo a rajatabla las medidas sanitarias, Justina se hizo un análisis que dio positivo.
Cuidado con lo que deseas. Efectivamente, el viaje a Mauricio iba a ser mucho más –otra cosa– de lo previsto.
“Fue una experiencia extrema” cuenta ahora, junto a una taza de café, en el espacioso departamento de la coleccionista Mercedes Pardo, madre de Máximo, su novio, y mujer a la que Justina adora por un modo de ser intrépido que, sin dudas, la interpela. “Fue una experiencia que marcó mi vida”, insiste. “Me llevó a pensar cuáles son mis verdaderas prioridades”, continúa.
Tras el primer positivo de Covid quedó recluida en un hospital público por lo que, todos suponían, apenas serían unos días. Pero el segundo test volvió a dar positivo. Y el siguiente, también. Y el otro. Los “pocos días” iniciales se convirtieron en algo más de un mes: 33 jornadas interminables, durante las que permaneció encerrada en unas instalaciones sanitarias semivacías, a miles de kilómetros de casa, en un mundo que se había detenido y para el que todavía no había diagnósticos claros. “Hubo momentos en que creí volverme loca”, diría después, al rememorar las horas que pasaban unas igual a las otras, la soledad, la vulnerabilidad de estar desprovista de casi todo y sin poder compartir ni experiencia ni lengua ni intimidad prácticamente con nadie.
De semejante tránsito nació un documental, Sola en el paraíso, que la actriz codirigió con Victoria Comune, presentó en el Bafici en abril de este año, y que hasta el 24 de julio se exhibió en el Cultural San Martín.
A veces me agarraba como una fobia al darme cuenta de que estaba encerrada en una isla en medio del Índico, del otro lado del mundo. Mi única herramienta era mi mente y tratar de controlarla
¿Se puede hacer un documental casi sin recursos, en una situación tan anómala como la que vivió Bustos? En la era de los celulares y la imagen digital, sí. En la eternidad de las horas vividas en Mauricio, Justina –a modo de diario personal– se grababa a sí misma y al pequeño grupo de mujeres, también positivas de Covid, con las que compartió parte del encierro. Finalmente, registró los últimos días: cuando todas obtuvieron el alta menos ella, el tiempo seguía su curso, los médicos tendían a pasar de largo y nadie le daba respuesta a esa argentina varada lejos de casa, sin síntomas, pero cuyos resultados en los tests decían que el coronavirus continuaba agazapado en su cuerpo.
–Qué tema el WiFi y los teléfonos celulares. En lo cotidiano nos comen la vida, pero a vos te la salvaron.
–Sí. Tenía un cuaderno, el “querido diario…”, pero me costaba mucho poner en palabras lo que me estaba pasando. Entonces, empecé a filmar. Allí estuve con mujeres hermosas, cada una diferente. Todas de la India, menos Yolanda Ramos, que es española [una de las actrices que, junto a Bustos, integra el elenco de Amor de madre]. Una de ellas, Sarita, nunca había estado sola y tenía 40 años. Cada una tuvo su experiencia allí. Pero en un momento se fueron todas, y a mí no me dejaban salir. Eso fue lo más doloroso, lo más difícil de atravesar. Ahí se puso cruda la soledad.
–En la película hablás de algo así como una sensación de abandono por parte de ese sistema de salud.
–De abandono y de no sentirme persona. Porque pasaba la gente de afuera, el personal de ese lugar, y era como si no me vieran. La despersonalización fue muy dura. Pero bueno, no tengo rencor con lo que sucedió; era el sistema de ellos y me tocó a mí. Yo fui la pelotita.
–Así y todo, ¿cómo hiciste? Porque no es solo angustia lo que grabaste. Sobre todo en el contacto con las otras mujeres, hay momentos de mucha vitalidad en el documental.
–Me hice un altar y ahí puse mis ídolos de ese momento. Desde Gabriela Sabatini, porque me encanta su forma de ser y cómo manejó su cabeza para llegar adonde llegó, hasta Pepe Mujica: vi un documental sobre su vida, y cómo tuvo que manejar la mente para sobrellevar el encierro. Después leí un artículo sobre una mujer que fue la única sobreviviente de un accidente de avión. Ella se arrastró hasta un río, se acordó que de chica le habían dicho que no vaya por los costados, porque las pirañas están por los costados, así que se metió al medio, se dejó llevar por la corriente y la rescataron unas personas después. Entonces dije: “bueno, si estas personas pudieron hacer eso, ¿por qué yo no voy a poder manejar mi mente acá?” Aunque a veces me agarraba como una fobia al darme cuenta de que estaba encerrada en una isla en medio del Índico, del otro lado del mundo. Mi única herramienta era mi mente y tratar de controlarla.
–¿Y el enojo?
–Y, sí. Estaba enojada. Exageraba, decía que me iba a tirar por la ventana, sobre todo al final empecé a amenazar. Aunque yo sabía que no me iba a tirar por la ventana porque no me quería morir. Y sabía que si me escapaba me metían presa. Antes yo era una persona… el enojo era mala palabra. Pero está bien el enojo, está bien la ira. Son un límite, hacen reaccionar; después, cómo los transmitís es otra cosa. Esa enseñanza también estuvo.
A través de las ventanas del hospital donde estuvo aislada, Justina no veía las playas mauricianas, sino un destacamento militar. Un día, por una de esas ventanas entró un pájaro que, desorientado, empezó a chocarse con las paredes del lugar, sin poder encontrar la vía de salida. Justina, quizás hermanada con su desesperación, lo filmó y esa es una de las escenas que nutren Sola en el paraíso, además de improvisaciones y recreaciones teatrales que se hicieron, luego, en Buenos Aires. “Creo que el día 32 subí una historia a Instagram mostrando algo de lo que había filmado –cuenta– y puse ‘busco editor’. Tuve muchos comentarios, entre ellos un actor, Guillermo Pfening, que me dice: ‘tengo la directora a la que le va a interesar esto’. Era Isabel Coixet [realizadora española, autora de, entre otras películas, la premiada Un amor]. Apenas salí de la isla fui a Madrid y le mostré el material a Isabel. Ella me ayudó mucho. Me ayudó a reconstruirme y me puso un equipo espectacular, que es con el que ella trabaja sus películas. Hicimos el tráiler, que sirvió para presentárselo a mucha gente allá, a Netflix, a Filmin. Pero todavía seguía la pandemia. Decías esa palabra y la gente no quería saber nada”.
–La posibilidad de concretar el documental, conseguir producción, llegó después, en 2021. El envión tuvo que ver con una presentación televisiva, ¿no es cierto?
–Fui al programa televisivo de Jay Mammon porque tenía ese objetivo. Era un programa muy visto en la Argentina. Así que fui con ese objetivo: contar de qué se trataba el documental y armar un crowdfunding que yo ni sabía cómo se manejaba… pero me dije: “lo menciono”. La idea me la había dado la mamá de una amiga en un viaje. A mí me parecía algo bastante loco, porque nunca lo había hecho, pero conté que estaba buscando a alguien que me ayudara y así fue que Hernán [Casciari] vio la emisión y se interesó. A los dos días ya hubo una reunión vía zoom y me dijo “yo estoy para hacerlo con vos”. Entonces empezó otra etapa, entrevistas en radio con Hernán, donde salimos a contar de qué se trataba el documental y a decir que estábamos abiertos a que la gente fuera socia y participara en el crowdfunding. Tuvo bastante resultado. Lo abrimos en diciembre y ya en febrero teníamos la plata. Para que una película sea buena realmente tienen que quedarse muchos factores y cuando sucede ¡es tan mágico!
–Sola en el paraíso tiene recursos estilísticos interesantes, como las escenas donde aparecés sumergida, como hundiéndote, en el agua. ¿Fueron todas decisiones tuyas?
–También de Victoria Comune, de ambas. Las escenas acuáticas suman mucho a que sea liviano lo que cuento y también hay un tema de cómo pensamos los seres humanos. Porque no somos lineales al pensar o recordar. Hay un libro que se llama La promesa, de Silvina Ocampo, cuya protagonista es una náufraga. Está en el medio del océano y se le vienen recuerdos distintos, sin conexión entre ellos, y algo de ese pensamiento está en la manera en que se hizo el documental. Por lo menos yo soy de pensar así, no soy tan sistemática.
–El documental tuvo su première mundial en el Bafici y se estuvo proyectando en el Cultural San Martín. En ese mismo espacio, hasta mediados de este mes, se presentó Al borde del mundo, obra de teatro en la que actuás, en cuya creación participaste y en cuya producción también interveniste, junto a Javier Furgang y Francisco Olavarría. ¿El empuje para este proyecto también te vino de la experiencia que viviste en Mauricio?
–Sí, creo que todo eso me conectó más con las historias que realmente quiero contar, o en las que reamente quiero participar. Si bien estoy súper abierta a proyectos ajenos, hice como un clic, me dije ¿adónde voy? ¿En qué derivo mi tiempo? ¿Qué es lo que realmente quiero hacer? Y más y más preguntas y más claridad a la hora de decir por qué hago las cosas.
–Sonia, el personaje que interpretaste en Al borde del mundo, carga con una enorme soledad y también con bastante enojo. ¿Algo que ver con lo que venís procesando desde 2020?
–El año pasado me encontré con mucha ira, un enojo que era como un dragón y hacer esta obra me ayudó un montón. Viste que ella está muy enojada. Bueno, hoy en día hay mucha gente enojada; de hecho, ella lo dice así. La astucia y la inteligencia están en cómo uno maneja las emociones, ¿no? Porque todos sentimos. El tema es el trabajo interno y ver qué hacer para sobrellevar eso, llegar al fondo de esa emoción, que es muy difícil. Una de las maneras de atravesar mi ira del año pasado fue convocar a varios colegas y amigos a improvisar con el objetivo de hacer una obrita. La obra se extendió y de repente tomó esta forma. Pero a ver… si reviso un poco, el documental fue lo que me dio más empuje. Me considero productora, empiezo a producir el documental, y ahora esta obra tiene que ver también con esta nueva etapa de productora.
–¿La obra nació de una idea tuya?
–Yo armé el grupo. La idea, el primer movimiento es mío. El año pasado estaba en casa y se me vino esta idea, una imagen, rememoré algo que tenía en la cabeza y llamé a Camilo [Polotto] y a Ana [Kowalczuk], que terminaron siendo los directores de la obra. Convocamos a las actrices [el elenco estuvo formado, además de Bustos, por Paula Kohan, Laila Maltz, Ailín Salas, Margarita Páez], conseguí una pasantía en el Centro Cultural y al mes nos pusimos a trabajar sobre esa imagen. Llevamos tres teléfonos…
–Los teléfonos de la remisería donde transcurre la obra. Esa imagen, la de una remisería atendida por mujeres, ¿de dónde vino?
–Bueno, yo soy de Córdoba y viví en Unquillo. Aunque en realidad no retratamos el pueblo de Unquillo, la imagen nace de una de mis vivencias allá. Vivía muy lejos de mi colegio, éramos los distintos, los que vivíamos entre montañas. Hoy hay más gente de Unquillo que va a la capital al colegio, pero en ese momento éramos nosotros, mi familia. No teníamos internet. Entonces, mucho auto, teníamos muchos viajes en auto y muchas veces, cuando mis padres no podían, los que nos llevaban eran Carlitos o Huguito, los remiseros. En el auto de ellos siempre escuchaba esas voces de mujeres que salían de un aparato y les avisaban los viajes que iban apareciendo. Creo que me intrigaba ese universo que no podía ver, las voces que salían de ese aparato, y sentía que había mucho mundo interno ahí.
–La obra se ubica en la Navidad del 2001, en un lugar donde la crisis llega un poco en sordina. La puesta tenía algo vintage –¡los teléfonos!– y al mismo tiempo todo sonaba muy contemporáneo.
–Bueno, es muy femenina. Y los temas femeninos… el embarazo siempre fue un tema, ¿no? Después, los sueños de cada una de las protagonistas. La decisión de quedarse en el pueblo, después aparece una quinta mujer, que es la que trae la novedad que deberán afrontar. Y hay también un duelo.
–¿Con qué expectativas nació una obra en la que pusiste tanto elemento personal?
–La verdad es que la primera expectativa era concretarla. Primero fue entretenernos y generarla. El año pasado no había mucho trabajo, entonces todos podíamos participar en las improvisaciones. Generar cosas es un desafío, pero también es una buena manera de estar en movimiento. Y a mí estar en movimiento me hace muy bien. Además, la obra fue tomando otra personalidad, terminamos teniendo una obra graciosa.
–¿No habían empezado con esa búsqueda desde el humor?
–No, había de todo un poco. Había también mucha pesadez. Creo que esa posibilidad de introducir el humor de alguna manera nos interesa a todos los que estamos ahí.
–¿Puede ser que haya en vos una capacidad particular para armar redes de gente? Eras todavía muy chica cuando dejaste Córdoba y te instalaste acá. Después viviste en París, estuviste en Nueva York, y da la sensación de que siempre supiste entramarte, construir redes de amigos, colegas. Incluso durante el aislamiento en Mauricio, construiste algo en común junto al resto de las mujeres aisladas.
–Para mí es vital porque muchas veces me encontré sola en lugares, desde chica en esa casa de Unquillo, donde todavía viven mis padres, pero sin vecinos o amigos a una cuadra. O después, viniendo a los 17 años a Buenos Aires. Siempre me generé redes para estar acompañada. Y después de lo que me pasó en la isla, me di cuenta, y esto también tiene que ver con la faceta de la producción, de que soy buena para generar equipos. Me gusta armar equipos y después sé delegar, no es que soy la que está ahí moviendo todo. Puedo armar los cimientos y que después la cosa siga su curso.
–Te estás tomando muy en serio el tema de la producción, parece.
–Con mi representante, Javier Furgang, nos unimos; él me representa como actriz y luego fuimos socios en la producción de Al borde del mundo. En el documental tuvo mucho que ver. Y la idea es seguir.
–¿Tu idea es permanecer siempre indagando en el campo del teatro y del cine?
–También me gusta el arte. Estudié Historia del Arte, estoy abierta. Tengo una idea con una amiga que es actriz, Cala Zabaleta. Venimos filmando cada encuentro que tenemos, porque ella está en Madrid. Dejamos la cámara ahí, y que grabe: puede ser un cumpleaños, una salida a la playa, leer un libro… cada una agarra la cámara y filma a la otra o encendemos la cámara y que suceda la vida. Pero generalmente cuando algo nos llama la atención, lo filmamos. Tenemos la idea de, en algún momento, hacer una exposición con todas esas filmaciones.
–¿Por el lado del videoarte, la videoinstalación?
–Sí. Tengo muchos amigos afuera, entonces quiero ver, me gusta combinar esto de viajar, trabajar, generar cosas afuera.
–La ambición es una palabra que no suele sonar bien, pero a veces nos olvidamos de su sentido más interesante, esto de ponerse un objetivo e ir hacia allá con decisión. En vos, algo de esa voluntad estuvo presente desde que sos muy chica. Por ejemplo, cuando fuiste a CQC solo porque querías que te vieran. Que la gente te vea: era el objetivo, y allá fuiste.
–-Yo hoy lo veo, y digo “qué poco juicio tenía”, sobre todo porque sí, mi objetivo era ése, que me vean. Y me salió. Tendría 17 o 18 años. Mis padres estaban en Córdoba, ya vivía sola acá. Me acompañó un novio.
–Ahí hay un rasgo de personalidad.
–Sí, y estoy contenta con eso porque es una fuente de vitalidad. Lo mismo me recuerdan mis compañeras del colegio: a veces ellas se quedaban a dormir en casa –la casa de Unquillo– y odiaban hacerlo porque, por ejemplo, cuando teníamos pruebas, yo las hacía levantarse dos horas antes. Tenía, tengo, mucha voluntad. Ahora me propuse otra cosa: muchas veces las personas que van a la meta no disfrutan el camino. Entonces este año empecé a tomar mucha más conciencia del camino.
–¿Y qué te pasa con el riesgo?
–Me gusta el riesgo. Y me encanta conocer gente, me gusta mucho el ser humano, conocerlo. Me atraen las personas, me pregunto mucho sobre la intimidad del otro, a veces sin darme cuenta. Y pasa que me dicen: “¡pero vos no tenés filtro!”
–Sos actriz; imagino que de esa manera encontrás material para tus personajes. Pero hay otras facetas tuyas. Durante un tiempo trabajaste como modelo, en publicidad, y además sos una de las representantes en la Argentina de la marca francesa Chanel. ¿Me contarías un poco de qué se trata eso?
–Con Chanel se armó una relación que hoy se convirtió en familia, un lugar que me da seguridad. Los que trabajan allá tienen una actitud de hacerte sentir parte. Te mandan tarjetas escritas a puño y letra, siempre te llaman por tu nombre, saben de tus proyectos, te hacen sentir muy bien. Hace unos años las cabezas de Chanel Latinoamérica vinieron a buscar actrices y tomé con ellas un té en el Four Seasons. Ahí fue que vieron que podría representar a la casa Chanel en Latinoamérica. Aportaron al documental, o sea, creyeron en mi proyecto y fueron una parte del rompecabezas que me ayudó a darle forma y terminar de presentarlo en festivales. Confiaron en mi arte.
–¿Cómo son tus encuentros con la gente de Chanel en París?
–Hermosos. Te acompañan, te llevan al atelier, hay todo un equipo que se fija qué te vas a poner, del detalle del detalle. Hay una costurera que está con vos. Y el trato, remarco, es hermoso. Fui varias veces a la Semana de la Moda, y resulta que terminás sentada al lado de chicas como Lily-Rose, que es la hija de Johnny Depp, o Charlotte Casiraghi, Kristen Stewart. Y bueno, ir a un lugar donde te sentís bien recibida es hermoso. Te tratan como a una reina. Tuve la oportunidad de llevarla a mi mamá, que es fanática de la moda. Desde muy chica compraba las revistas Vogue y tiene una colección enorme; por ella me introduje al mundo de la moda, que me encanta, pero no soy tan observadora. Teniendo esta madre que me mostró este mundo, cuando me invitaron a un desfile en París pregunté si la podía llevar y le cumplí un sueño. Llegamos al hotel donde nos invitaron, teníamos un ramo de flores para cada una, cremas para las dos. Mi mamá no podía creerlo. La pusieron en la segunda fila del desfile. Yo me di vuelta y la vi: estaba llorando de emoción.
–¿Qué ocurre con las mujeres que te generan admiración? Tu suegra, por caso.
–Mecha es un ejemplo. Es coleccionista y esa es su manera de expresarse en cuanto al arte. También es triatlonista. Se entrena todos los días y tiene una vitalidad enorme, muy motivante. También admiro a mi abuela, que no está más. Totalmente transformada, aparece en Al borde del mundo. Mi mamá. Mi hermana. Admiro mucho a una amiga que se llama Victoria Kamerath, que tiene un estudio de abogacía propio en Nueva York; me genera una admiración profunda.
–Mujeres que se hacen a sí mismas.
–Totalmente.
–A principios de mes se estrenó Culpa Cero, segunda película que dirige y protagoniza Valeria Bertuccelli, cuyas otras dos protagonistas son Cecilia Roth y vos. Te convocaron para ser parte del elenco de En el barro, la serie, spin-off de El marginal, que Sebastián Ortega produce para Netflix y que está en pleno proceso de filmación. Además, el documental. Y la obra de teatro en el Cultural San Martín, que llenó sala todos los fines de semana durante una temporada de tres meses, y a la que proyectan llevar de gira por el interior. La última noticia es que fuiste nominada a los Martín Fierro como actriz protagónica por la segunda temporada de Argentina, tierra de amor y venganza. No se puede decir que 2024 no esté siendo productivo para Justina Bustos.
–Me gusta estar en movimiento. Pero, a la vez, el estar en constante movimiento me hace prestar atención a los momentos de tranquilidad, porque no está bueno ser una pelota que nunca frena, se te pasan un montón de cosas por el costado. Entonces, trato de buscar el equilibrio. Pero sí, tengo mucha energía, es verdad.
–Incluso en medio de tantas cosas, ¿hay algún otro proyecto cercano?
–Voy viendo. Por ahora, voy viendo. Porque después de lo que pasó en la isla, yo no proyecto más nada.
Para la producción: Fernanda Striano, makeup; Joaquín Persson, hair; Lusoan Peluquería. Estilismo: Franqui Nencini
Durante la pandemia, la actriz quedó varada, sola, en Mauricio; la experiencia se tradujo en un documental y un impulso que no para: teatro, cine, una serie y la nominación a los Martín Fierro LA NACION