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Union Berlin vs. St. Pauli, un clásico de Alemania con toque vintage que debuta en la Bundesliga: modestos y 100 por ciento de los socios

Blutsbrüder, “hermanos de sangre”, puede leerse en una histórica insignia bordada sobre camisetas y demás indumentarias confeccionadas hace exactamente 20 años. Sobre ella destacan dos brazos cruzados con los puños cerrados, y junto a ellos, los escudos del Union Berlin y el Sankt Pauli.

Corría 2004, el club de la capital alemana no tenía dinero ni para inscribir a su equipo principal en la cuarta categoría del fútbol local y había lanzado una campaña singular para recaudar fondos: se llamó Bleeding for Union, e invitaba a sus hinchas a donar sangre en los centros sanitarios de la ciudad y aportar al club el dinero que recibieran a cambio. En la otra punta de Alemania, una institución que destaca por su apoyo a causas que parecen perdidas acudió en su ayuda. El St. Pauli de Hamburgo se ofreció para disputar un partido amistoso y sumar algo más de dinero a las famélicas arcas del Unión. El gesto pareció consumar una amistad eterna entre las dos entidades, pero la vida y la historia dan demasiadas vueltas y las relaciones no siempre están teñidas de color rosa.

Este viernes, por la segunda fecha de la Bundesliga, berlineses y hamburgueses se medirán en Alte Försterei, el pequeño estadio del este de la capital. Será la primera vez que lo hagan en la máxima categoría del fútbol germano, y el partido enciende las alarmas entre las fuerzas de seguridad, porque aunque ambos clubes sigan compartiendo muchos de los valores que alguna vez los acercó, ya muy poco es lo que era.

En los últimos tiempos, las noticias acerca de la lucha de los aficionados alemanes por mantener la singularidad de la concepción societaria de sus instituciones ganaron espacio en la prensa deportiva mundial debido a diversas decisiones de los entes que dirigen el fútbol nacional. Si la norma del “50+1″ que permite a los socios mantener el control de sus clubes, más allá de la participación de capitales privados en su propiedad, continúa siendo una rareza en medio de la hiperprofesionalización que se ha impuesto en Europa, el hecho de que los socios sigan siendo dueños del 100% de las acciones suena directamente anacrónico. Pero en la actual temporada de la Bundesliga se da en un par de casos: Union Berlin y St. Pauli, por supuesto.

El modelo social, con todo lo que implica en el devenir de un club, no es la única característica que comparten rojiblancos y marrones. En ambos casos nacieron y perviven en barrios periféricos de sus poderosas ciudades -el Union en el bosque de Köpenick; el St. Pauli en el área portuaria de Hamburgo, distrito desde siempre marcado en rojo por su marginalidad y por acoger una de las zonas de prostitución más amplias del continente-; los dos han vivido a la sombra de equipos grandes, el Hertha y el Hamburgo, aunque curiosamente desde hace algunas temporadas ambos se encuentren en Segunda División. También unos y otros se preocupan por participar en acciones comunitaria en sus áreas de influencia y, en líneas generales, en cumplir normas de respeto hacia los adversarios. Pero a partir de este punto surgen las diferencias.

Ya en 2007, un artículo de la publicación Jungle World titulado “Fin de un malentendido” ponía el acento en las distancias que empezaban a separar a los “hermanos de sangre”. Una gran pancarta con la frase “¡A la mierda el Unión!”, colgada por los hinchas ultras del St. Pauli durante un partido de pretemporada inició las hostilidades, respondidas con agresiones a los simpatizantes hamburgueses en ocasión de sus visitas a Berlín. ¿Qué fue lo que generó la enemistad? Las causas hay que rastrearlas tanto en la política como en el devenir histórico de las dos instituciones.

Fundado en 1910, a partir de los años 80 el St. Pauli comenzó a aumentar su identificación ideológica, claramente volcada a la izquierda, que con el tiempo se plasmó en los estatutos de la entidad y rige incluso las actividades de marketing y la elección de patrocinadores. El equipo del puerto se define como “antifascista, antirracista y antihomofóbico”, las banderas con el rostro del Che Guevara y el arco iris del movimiento LGBTI+ decoran habitualmente las tribunas -además de la calavera pirata que identifica al club por el mundo-; la justicia social y la sostenibilidad ambiental mueven a su gente; y su participación en cuanta campaña de apoyo a comunidades e identidades minoritarias o en problemas se trate está garantizada (aunque en el último año la reticencia a condenar la intervención de Israel en la franja de Gaza ocasionó una profunda grieta entre las peñas que el club tiene repartidas por el mundo).

El Union ha sido y es otra cosa. Aunque nacido también a principios del siglo XX, las consecuencias de la guerra determinaron su desarrollo. Köpenick quedó enmarcado en el sector oriental de Berlín y por lo tanto, el club pasó a disputar los torneos de la Alemania Democrática. Identificado con los obreros del hierro, vivió varias décadas compitiendo en clara desventaja con el Dinamo, el conjunto de la Stasi, la policía secreta del régimen gobernante.

La evidente disparidad motivó la resistencia y rebeldía de sus hinchas, que supieron soportar las persecuciones y, luego de la reunificación del país, mantener el espíritu comunitario como, por ejemplo, para reacondicionar con sus propias manos su estadio en 2008 para poder utilizarlo en Segunda División. Pero su perfil no sigue exactamente la línea de sus pares de Hamburgo. Sus ultras, muy alejados de las ideas de sus pares del St. Pauli, llegaron a pedir “la cámara de gas” para los simpatizantes del Hertha o a publicar un CD con letras racistas, nacionalistas y homofóbicas en los años siguientes a la caída del Muro, una época en que las expresiones antisemitas se hicieron un hábito en las gradas.

El tiempo, es verdad, fue corrigiendo estos desvíos. Hoy en Alte Försterei está prohibido silbar a los adversarios, y mucho menos insultarlos, pero la institución huye de los encasillamientos ideológicos y las expresiones políticas suelen brillar por su ausencia en el estadio. El exponencial crecimiento económico y deportivo experimentado tras el ascenso a la Bundesliga en 2019, con una participación en Champions League incluida en la temporada 23/24, también contribuyó a establecer distancias con el St. Pauli.

Este viernes se verán las caras en Berlín, inaugurando la estadística de enfrentamientos, con ambos equipos situados entre los grandes de Alemania. El historial en las categorías menores marca una ventaja para los “hombres de hierro”: vencieron en 11 de los 23 enfrentamientos oficiales anteriores contra 7 triunfos de los piratas del puerto; y también en la tabla del presente torneo, ya que en la primera jornada rescataron un empate en cancha del Mainz, mientras los de Hamburgo cayeron 2-0 como locales ante el Heidenheim.

Las apariencias engañan. El Unión-Sankt Pauli parece un clásico y no lo es. O tal vez sí, aunque a partir de la discordia en lugar de aquella vieja hermandad sanguínea jamás restituida. En cualquiera de los dos casos, nada podrá quitarle ese sabor a fútbol de otra época. Lo entendió la propia Bundesliga, atenta a todo lo que pueda oler a negocio: programó el partido como único adelanto de la jornada. En definitiva, lo vintage también forma parte del espectáculo.

Blutsbrüder, “hermanos de sangre”, puede leerse en una histórica insignia bordada sobre camisetas y demás indumentarias confeccionadas hace exactamente 20 años. Sobre ella destacan dos brazos cruzados con los puños cerrados, y junto a ellos, los escudos del Union Berlin y el Sankt Pauli.

Corría 2004, el club de la capital alemana no tenía dinero ni para inscribir a su equipo principal en la cuarta categoría del fútbol local y había lanzado una campaña singular para recaudar fondos: se llamó Bleeding for Union, e invitaba a sus hinchas a donar sangre en los centros sanitarios de la ciudad y aportar al club el dinero que recibieran a cambio. En la otra punta de Alemania, una institución que destaca por su apoyo a causas que parecen perdidas acudió en su ayuda. El St. Pauli de Hamburgo se ofreció para disputar un partido amistoso y sumar algo más de dinero a las famélicas arcas del Unión. El gesto pareció consumar una amistad eterna entre las dos entidades, pero la vida y la historia dan demasiadas vueltas y las relaciones no siempre están teñidas de color rosa.

Este viernes, por la segunda fecha de la Bundesliga, berlineses y hamburgueses se medirán en Alte Försterei, el pequeño estadio del este de la capital. Será la primera vez que lo hagan en la máxima categoría del fútbol germano, y el partido enciende las alarmas entre las fuerzas de seguridad, porque aunque ambos clubes sigan compartiendo muchos de los valores que alguna vez los acercó, ya muy poco es lo que era.

En los últimos tiempos, las noticias acerca de la lucha de los aficionados alemanes por mantener la singularidad de la concepción societaria de sus instituciones ganaron espacio en la prensa deportiva mundial debido a diversas decisiones de los entes que dirigen el fútbol nacional. Si la norma del “50+1″ que permite a los socios mantener el control de sus clubes, más allá de la participación de capitales privados en su propiedad, continúa siendo una rareza en medio de la hiperprofesionalización que se ha impuesto en Europa, el hecho de que los socios sigan siendo dueños del 100% de las acciones suena directamente anacrónico. Pero en la actual temporada de la Bundesliga se da en un par de casos: Union Berlin y St. Pauli, por supuesto.

El modelo social, con todo lo que implica en el devenir de un club, no es la única característica que comparten rojiblancos y marrones. En ambos casos nacieron y perviven en barrios periféricos de sus poderosas ciudades -el Union en el bosque de Köpenick; el St. Pauli en el área portuaria de Hamburgo, distrito desde siempre marcado en rojo por su marginalidad y por acoger una de las zonas de prostitución más amplias del continente-; los dos han vivido a la sombra de equipos grandes, el Hertha y el Hamburgo, aunque curiosamente desde hace algunas temporadas ambos se encuentren en Segunda División. También unos y otros se preocupan por participar en acciones comunitaria en sus áreas de influencia y, en líneas generales, en cumplir normas de respeto hacia los adversarios. Pero a partir de este punto surgen las diferencias.

Ya en 2007, un artículo de la publicación Jungle World titulado “Fin de un malentendido” ponía el acento en las distancias que empezaban a separar a los “hermanos de sangre”. Una gran pancarta con la frase “¡A la mierda el Unión!”, colgada por los hinchas ultras del St. Pauli durante un partido de pretemporada inició las hostilidades, respondidas con agresiones a los simpatizantes hamburgueses en ocasión de sus visitas a Berlín. ¿Qué fue lo que generó la enemistad? Las causas hay que rastrearlas tanto en la política como en el devenir histórico de las dos instituciones.

Fundado en 1910, a partir de los años 80 el St. Pauli comenzó a aumentar su identificación ideológica, claramente volcada a la izquierda, que con el tiempo se plasmó en los estatutos de la entidad y rige incluso las actividades de marketing y la elección de patrocinadores. El equipo del puerto se define como “antifascista, antirracista y antihomofóbico”, las banderas con el rostro del Che Guevara y el arco iris del movimiento LGBTI+ decoran habitualmente las tribunas -además de la calavera pirata que identifica al club por el mundo-; la justicia social y la sostenibilidad ambiental mueven a su gente; y su participación en cuanta campaña de apoyo a comunidades e identidades minoritarias o en problemas se trate está garantizada (aunque en el último año la reticencia a condenar la intervención de Israel en la franja de Gaza ocasionó una profunda grieta entre las peñas que el club tiene repartidas por el mundo).

El Union ha sido y es otra cosa. Aunque nacido también a principios del siglo XX, las consecuencias de la guerra determinaron su desarrollo. Köpenick quedó enmarcado en el sector oriental de Berlín y por lo tanto, el club pasó a disputar los torneos de la Alemania Democrática. Identificado con los obreros del hierro, vivió varias décadas compitiendo en clara desventaja con el Dinamo, el conjunto de la Stasi, la policía secreta del régimen gobernante.

La evidente disparidad motivó la resistencia y rebeldía de sus hinchas, que supieron soportar las persecuciones y, luego de la reunificación del país, mantener el espíritu comunitario como, por ejemplo, para reacondicionar con sus propias manos su estadio en 2008 para poder utilizarlo en Segunda División. Pero su perfil no sigue exactamente la línea de sus pares de Hamburgo. Sus ultras, muy alejados de las ideas de sus pares del St. Pauli, llegaron a pedir “la cámara de gas” para los simpatizantes del Hertha o a publicar un CD con letras racistas, nacionalistas y homofóbicas en los años siguientes a la caída del Muro, una época en que las expresiones antisemitas se hicieron un hábito en las gradas.

El tiempo, es verdad, fue corrigiendo estos desvíos. Hoy en Alte Försterei está prohibido silbar a los adversarios, y mucho menos insultarlos, pero la institución huye de los encasillamientos ideológicos y las expresiones políticas suelen brillar por su ausencia en el estadio. El exponencial crecimiento económico y deportivo experimentado tras el ascenso a la Bundesliga en 2019, con una participación en Champions League incluida en la temporada 23/24, también contribuyó a establecer distancias con el St. Pauli.

Este viernes se verán las caras en Berlín, inaugurando la estadística de enfrentamientos, con ambos equipos situados entre los grandes de Alemania. El historial en las categorías menores marca una ventaja para los “hombres de hierro”: vencieron en 11 de los 23 enfrentamientos oficiales anteriores contra 7 triunfos de los piratas del puerto; y también en la tabla del presente torneo, ya que en la primera jornada rescataron un empate en cancha del Mainz, mientras los de Hamburgo cayeron 2-0 como locales ante el Heidenheim.

Las apariencias engañan. El Unión-Sankt Pauli parece un clásico y no lo es. O tal vez sí, aunque a partir de la discordia en lugar de aquella vieja hermandad sanguínea jamás restituida. En cualquiera de los dos casos, nada podrá quitarle ese sabor a fútbol de otra época. Lo entendió la propia Bundesliga, atenta a todo lo que pueda oler a negocio: programó el partido como único adelanto de la jornada. En definitiva, lo vintage también forma parte del espectáculo.

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