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Miedos irracionales, que van desde la fobia a la felicidad hasta el terror al chat de mamis y papis

El miedo no es zonzo pero la fobia sí. Ahí donde uno activa los sentidos para salvarnos de un eventual peligro, la otra nos enrosca en sus boberías: ¿cómo es posible que alguien piense que puede morir por subir cinco pisos en ascensor o ante la aparición de una arañita escuálida? En El libro de las fobias recién publicado acá, ocho escritores argentinos, una colombiana y una mexicana enumeran sus miedos irracionales, que van desde la fobia a la felicidad hasta el terror a los papis y las mamis del chat del jardín. Tiene sentido: si la vulgata psicológica asegura que los miedos surgen en la infancia, aquello que remita a la salita rosa puede tornarse rojo sangre.

“La definición de fobia que más me gusta es esa que dice que es un fracaso en el desaprendizaje de miedos”, escribe Margarita García Robayo, una de los diez autores. Para ella, la cultura nos enseña a perderle el miedo a ciertas cosas a las que sí deberíamos temer pero hay gente que falla, que no consigue cerrar esa puerta por la que se cuela el cuiqui: “Y, cuando ese miedo se extrema, supongo, aparece la fobia”. Una vez le pregunté a un psicólogo cómo puede ser posible que algunos le temamos a criaturas mucho más pequeñas e inofensivas que nosotros, los murciélagos o las ratas por ejemplo, y me dijo que el miedo es una información atávica con la que venimos de fábrica heredada de nuestros antepasados más lejanos: hace siglos, esos bichos transmitían enfermedades que podían matarnos y la repulsa o el temor radican en el inconsciente colectivo. Fue original: esa vez no le echó la culpa a mi vieja.

Para la mexicana Brenda Lozano, las ratas constituyen el epítome del pánico y si ahora, que ya es adulta, puede recordar al menos tres historias de terror con roedores, en realidad los años no importan: “Emocionalmente ante los miedos tenemos siempre la misma edad”. Es que una fobia puede ser lógica pero también absurda o hasta cómica para los otros: la periodista Maia Debowicz le teme a los aviones, el novelista Pablo Maurette a las sillas y el escritor Mauro Libertella al aire libre (“¡el problema con la naturaleza es que hay tanto de ella!”, dijo una vez una prominente dama).

Existen fobias que conspiran contra la vida: no es lo mismo temerle a un volcán si uno vive en la llanura que temerle a los colectivos si vive en Cabildo y Juramento. En esos casos, la percepción del riesgo se aleja tanto de la magnitud del peligro real que el fóbico piensa que se va a morir ya no por una rata, un vuelo, una silla, un árbol, un volcán o un bondi: se va a morir del miedo. Según concluye Lozano, “quizás una fobia, en el fondo, sea el terror a perder el control”.

¿Pero qué podemos controlar? ¿Cuándo controlamos algo? En El libro de las fobias, Analía Couceyro confiesa su pánico al psicoanálisis, Paula Hernández al encierro, Ariana Harwicz a los gatos, Santiago Llach a la gente y Esteban Schmidt a los papis: la experiencia humana se condensa no en la virtud sino en el espanto. Mientras se diga que todas las fobias son fobias a la muerte porque el fóbico no teme a la vida (de hecho, la ama tanto que teme a cualquier cosa que pueda amenazarla), en la paradoja está la contradicción final del ser humano: según Debowicz, “tener miedo es guardar un muerto dentro del cuerpo”. Y esa es una manera agonizante de vivir.

ABC

A.

La expresión “fobia” viene de la mitología griega: Fobos era hijo de los dioses Ares y Afrodita y personificaba el miedo y el horror.

B.

En psicología, la fobia se distingue del miedo porque es una aversión obsesiva a alguien o algo y un temor irracional que se vuelve compulsivo.

C.

La fobia es la enfermedad mental más común entre las mujeres de todas las edades y la segunda entre los hombres mayores de 25 años.

El miedo no es zonzo pero la fobia sí. Ahí donde uno activa los sentidos para salvarnos de un eventual peligro, la otra nos enrosca en sus boberías: ¿cómo es posible que alguien piense que puede morir por subir cinco pisos en ascensor o ante la aparición de una arañita escuálida? En El libro de las fobias recién publicado acá, ocho escritores argentinos, una colombiana y una mexicana enumeran sus miedos irracionales, que van desde la fobia a la felicidad hasta el terror a los papis y las mamis del chat del jardín. Tiene sentido: si la vulgata psicológica asegura que los miedos surgen en la infancia, aquello que remita a la salita rosa puede tornarse rojo sangre.

“La definición de fobia que más me gusta es esa que dice que es un fracaso en el desaprendizaje de miedos”, escribe Margarita García Robayo, una de los diez autores. Para ella, la cultura nos enseña a perderle el miedo a ciertas cosas a las que sí deberíamos temer pero hay gente que falla, que no consigue cerrar esa puerta por la que se cuela el cuiqui: “Y, cuando ese miedo se extrema, supongo, aparece la fobia”. Una vez le pregunté a un psicólogo cómo puede ser posible que algunos le temamos a criaturas mucho más pequeñas e inofensivas que nosotros, los murciélagos o las ratas por ejemplo, y me dijo que el miedo es una información atávica con la que venimos de fábrica heredada de nuestros antepasados más lejanos: hace siglos, esos bichos transmitían enfermedades que podían matarnos y la repulsa o el temor radican en el inconsciente colectivo. Fue original: esa vez no le echó la culpa a mi vieja.

Para la mexicana Brenda Lozano, las ratas constituyen el epítome del pánico y si ahora, que ya es adulta, puede recordar al menos tres historias de terror con roedores, en realidad los años no importan: “Emocionalmente ante los miedos tenemos siempre la misma edad”. Es que una fobia puede ser lógica pero también absurda o hasta cómica para los otros: la periodista Maia Debowicz le teme a los aviones, el novelista Pablo Maurette a las sillas y el escritor Mauro Libertella al aire libre (“¡el problema con la naturaleza es que hay tanto de ella!”, dijo una vez una prominente dama).

Existen fobias que conspiran contra la vida: no es lo mismo temerle a un volcán si uno vive en la llanura que temerle a los colectivos si vive en Cabildo y Juramento. En esos casos, la percepción del riesgo se aleja tanto de la magnitud del peligro real que el fóbico piensa que se va a morir ya no por una rata, un vuelo, una silla, un árbol, un volcán o un bondi: se va a morir del miedo. Según concluye Lozano, “quizás una fobia, en el fondo, sea el terror a perder el control”.

¿Pero qué podemos controlar? ¿Cuándo controlamos algo? En El libro de las fobias, Analía Couceyro confiesa su pánico al psicoanálisis, Paula Hernández al encierro, Ariana Harwicz a los gatos, Santiago Llach a la gente y Esteban Schmidt a los papis: la experiencia humana se condensa no en la virtud sino en el espanto. Mientras se diga que todas las fobias son fobias a la muerte porque el fóbico no teme a la vida (de hecho, la ama tanto que teme a cualquier cosa que pueda amenazarla), en la paradoja está la contradicción final del ser humano: según Debowicz, “tener miedo es guardar un muerto dentro del cuerpo”. Y esa es una manera agonizante de vivir.

ABC

A.

La expresión “fobia” viene de la mitología griega: Fobos era hijo de los dioses Ares y Afrodita y personificaba el miedo y el horror.

B.

En psicología, la fobia se distingue del miedo porque es una aversión obsesiva a alguien o algo y un temor irracional que se vuelve compulsivo.

C.

La fobia es la enfermedad mental más común entre las mujeres de todas las edades y la segunda entre los hombres mayores de 25 años.

 Ocho escritores argentinos, una colombiana y una mexicana enumeran sus peores pesadillas. Temores que pueden ser lógicos pero también absurdos o hasta cómicos para los otros  LA NACION

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