Gabriel Senanes: de sus años como periodista y oncólogo a tocar con Gian Franco Pagliaro y componer para la Sinfónica Nacional
Gabriel Senanes es capaz de demostrar la acidez de un crítico musical, el gesto adusto de un médico oncólogo, la rigurosidad de un director de orquesta, ciertos modos polite de un gestor cultural y la creatividad lúdica de un compositor ¿Será porque ha sido (y es) todo eso? Mientras que algunos necesitarían varias vidas para ser médicos, periodistas, compositores, directores de orquesta o titulares de un gran teatro lírico, para los cuarenta y pocos Senanes ya había cumplido con todo aquello. Y aunque no se trata de un corolario, porque sigue produciendo música, recientemente fue distinguido por la legislatura porteña como personalidad destacada de la cultura.
Tiene un vasto currículum como compositor y arreglador en proyectos de música popular y sinfónica, que van desde grabaciones de Paquito D’Rivera, que le valieron un Grammy, hasta producciones a partir de obras inconclusas de Enrique Cadícamo. Mañana dirigirá el concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional, a las 20, en el CCK, con entrada gratuita. El programa, además de obras de Fernando Otero y Lionel Ziblat -con la participación de los solistas Matías Romero (violín), Patricio Villarejo (cello) y Fernando Otero (piano y sintetizador moog)- incluirá el estreno de una obra de Senanes, Diablo suelto, la película. Será que no puede con su genio y que, además de escribir -es el quinto encargo que le hace la Sinfónica Nacional, desde que en 1995 Simón Blech, le encomendó un primer trabajo-, también tendrá la batuta en sus manos en el momento en que suene su flamante creación.
-¿Ese espíritu multitarea o de hombre orquesta viene de chico?
-Dirigir la propia obra me da un enorme pudor. Cierta incomodidad. Interpretarla es otra dimensión. Entenderla. Porque componerla no es entenderla. No se trata de que coincida con la misma imagen sonora que tuve en el momento de componerla. Por otro lado, disfruto que alguien la disfrute a su manera. En cuanto al multitasking, siempre traté de hacer lo que se me diera la gana. Soy músico, tengo una gran pasión por el periodismo y la medicina. En cada una de estas cosas veo cosas en juego. Un amor a la belleza, en las artes; el amor a la verdad, en el periodismo y la propensión a la salud con la medicina. Todas son vocaciones de servicio. Alguna vez me han dicho que hacen falta tres vidas para hacer ciertas cosas y que mientras todos están durmiendo, yo estoy trabajando. Algo de eso es cierto, pero en realidad lo que te mueve son las ganas. Es duro a veces. El deseo siempre despierta viento en contra, no es fácil remar en los dulces de leche de nuestro entorno histórico y geográfico. Pero no tengo otra opción, ni ahora ni antes. En mi infancia me dieron cuerda para estas cosas por la lectura que me brindaron, por la biblioteca que había en casa.
-¿Cómo era aquella casa?
-Nací en un hogar de clase media baja del barrio de Constitución. Hijo de un señor que era ingeniero y de una señora que había llegado del campo, con la primaria hecha, y que terminó la secundaria nocturna ante mis ojos. Y su amor a la cultura hizo que también estudiara bibliotecología y fuera directora de varias bibliotecas. Eso expresaba su amor al libro y a la cultura en general. El valor, en mi casa, era la cultura. Me fue dado desde chico. A mi viejo, además de ser ingeniero electromecánico, le gustaba tocar la guitarra y cantar. Yo empecé a leer de muy chico y me bajaba colecciones enteras. Soñaba con hacer cosas que había en esos libros.
-¿Ser médico oncólogo?
-Creo que nací con la música. Eso es algo constitutivo; no fue una elección. El resto diría que son vocaciones. Terminé el secundario y me metí en la UBA a estudiar medicina, pensando que sería psiquiatra, pero en el camino tuve una cursada que me desalentó y terminé haciendo la especialización de oncología y terminé siendo parte de ese servicio del Hospital Durán. Me recibí a los 23 y después de los posgrados aparecí en el Durán. Éramos solo tres. Me consiguieron una beca de investigación. Todo esto mientras trabajaba como músico. Debo haber sido el estudiante de medicina con más dinero, porque después de tocar todo el fin de semana, los lunes llegaba a la facultad con dinero en el bolsillo. Hacíamos de seis a nueve shows por fin de semana.
-¿A quiénes acompañabas?
-Empecé a los 16 acompañando cantantes. Uno de ellos fue el “Tano” Pagliaro, en la época de “Amigos míos me enamoré”. Llegaba, sin dormir, el lunes a la mañana. Quizá venía de un show en Santa Fe en micro, por ejemplo, y me iba directo a la facultad. Resistía todo lo que podía hasta que me quedaba dormido.
-¿Cómo comenzaste a tocar con Gian Franco?
-Como venía de acompañar cantantes, me recomendaban. Yo aprendí armonía de ahí. Esa fue la mejor formación que alguien puede tener. Hoy, como profesor de composición de la UNA, mi criterio es que no se puede entrar a esta carrera de la Universidad Nacional de la Artes sin saber acompañar una canción que sepamos todos.
-¿Cuál fue la primera formación académica?
-Estuve en varios conservatorios. Existen profesores y maestros. Tuve maestros que me marcaron. Brahms fue un maestro a la distancia porque fue un modelo de trabajar y pensar. Ese modelo de invención musical es una guía para mí. Y también tuve maestros importantes como Mariano Drago y Simón Blech. Cuando era médico, la mañana era para la vida hospitalaria y la tarde para la música, hasta que se sumó el periodismo. Estuve más de una década en el diario Clarín y en radio.
-¿Cómo fueron las decisiones en el momento de tomar y dejar cosas?
-Me parecía que iba a sufrir si no hacía algunas cosas en el campo de la música. Así fue que un día renuncié al ejercicio cotidiano de la medicina. Mi jefe me dijo que había 500 médicos que querrían estar en mi lugar. Y eso me hizo pensar que sería fácil reemplazarle. Había otras cosas que en la música quería hacer sí o sí.
-También fuiste director de música de la ciudad y del Colón, ¿qué recordás de ese tiempo?
-Años extremadamente difíciles. El teatro se encontraba inmerso en la situación económica complicadísima que vivía el país. Nunca me detuve en ese momento a contar el estado de situación. Por suerte, ya había sido director de Música de la Ciudad y allí había tenido un curso intensivo de lo que considero que son los pilares de esta cuestión. Son tres cuestiones: la artística, la administrativa y técnica. No hay programación artística si no hay solidez administrativa y técnica. Eso me sirvió para atender la situación del Colón, un lugar con enorme exposición y valor simbólico inmenso. Es símbolo de identidad nacional, haya uno ido alguna vez al teatro o no. Es duro todo lo que puede suceder atrás, con lo que está escondido, cuando se abre el telón. Yo fui director general y artístico, lo cual no me parece mal, porque hay cuestiones que se deben compatibilizar. A pesar de la situación logramos superar en un 26 por ciento la actividad [de la gestión] anterior. Hacíamos el Colón por dos pesos, por ejemplo. Y a mucha gente le permitió ingresar por primera vez. Hubo perlas, como los conciertos de Egberto Gismonti o Spinetta, y los de Martha Argerich con Mercedes Sosa y la Camerata Bariloche, aunque fueron resistidos.
-¿Por qué?
-Se dijo que obligué a Martha Argerich a hacer ese concierto con Mercedes, como si alguien realmente pudiera decirle a Martha Argerich lo que tiene que hacer. Fue una idea de ella. Conoció a Mercedes Sosa en el exilio y quiso que estuviera en el Colón. Fue una noche hermosísima. La verdad que había mucha predisposición de los artistas para hacer aquellas temporadas, porque no había dinero en aquel momento. No se habría podido programar nada. Pero lo que había no era poco: era el Teatro Colón y su gente.
-¿Cómo ves la situación actual?
-Bueno, siempre suena la cuestión de saber para qué está el Colón. Si para consagración o para las nuevas oportunidades. Siempre pasa con los cambios de gestión. Ratifico que es de la gente de Buenos Aires y que hay expresiones artísticas que necesitan del Estado para no extinguirse. Por supuesto, la cultura no se puede medir solo desde la contabilidad. El universo subjetivo de una nación es sentido desde el esfuerzo de toda una nación.
-Teniendo tanta música escrita, de cámara, sinfónica, también para cine y teatro, ¿cómo te llevás con las plataformas digitales?
-Lo que han hecho las plataformas, que traen tan poca información, es que uno termine diciendo: “Escuché un tema de Beethoven”. Es una expresión rara, ¿no? O decir “Una canción de Frank Sinatra”, aunque Sinatra nunca compuso. Tampoco aparecen los créditos de orquestas ni nada. Parecen canciones escritas por los que las cantan. Y ya no hay más sinfonías, son… temas de Beethoven. Todo esto contribuye a saber poco. Las plataformas difunden mucho, pero enseñan poco.
Gabriel Senanes es capaz de demostrar la acidez de un crítico musical, el gesto adusto de un médico oncólogo, la rigurosidad de un director de orquesta, ciertos modos polite de un gestor cultural y la creatividad lúdica de un compositor ¿Será porque ha sido (y es) todo eso? Mientras que algunos necesitarían varias vidas para ser médicos, periodistas, compositores, directores de orquesta o titulares de un gran teatro lírico, para los cuarenta y pocos Senanes ya había cumplido con todo aquello. Y aunque no se trata de un corolario, porque sigue produciendo música, recientemente fue distinguido por la legislatura porteña como personalidad destacada de la cultura.
Tiene un vasto currículum como compositor y arreglador en proyectos de música popular y sinfónica, que van desde grabaciones de Paquito D’Rivera, que le valieron un Grammy, hasta producciones a partir de obras inconclusas de Enrique Cadícamo. Mañana dirigirá el concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional, a las 20, en el CCK, con entrada gratuita. El programa, además de obras de Fernando Otero y Lionel Ziblat -con la participación de los solistas Matías Romero (violín), Patricio Villarejo (cello) y Fernando Otero (piano y sintetizador moog)- incluirá el estreno de una obra de Senanes, Diablo suelto, la película. Será que no puede con su genio y que, además de escribir -es el quinto encargo que le hace la Sinfónica Nacional, desde que en 1995 Simón Blech, le encomendó un primer trabajo-, también tendrá la batuta en sus manos en el momento en que suene su flamante creación.
-¿Ese espíritu multitarea o de hombre orquesta viene de chico?
-Dirigir la propia obra me da un enorme pudor. Cierta incomodidad. Interpretarla es otra dimensión. Entenderla. Porque componerla no es entenderla. No se trata de que coincida con la misma imagen sonora que tuve en el momento de componerla. Por otro lado, disfruto que alguien la disfrute a su manera. En cuanto al multitasking, siempre traté de hacer lo que se me diera la gana. Soy músico, tengo una gran pasión por el periodismo y la medicina. En cada una de estas cosas veo cosas en juego. Un amor a la belleza, en las artes; el amor a la verdad, en el periodismo y la propensión a la salud con la medicina. Todas son vocaciones de servicio. Alguna vez me han dicho que hacen falta tres vidas para hacer ciertas cosas y que mientras todos están durmiendo, yo estoy trabajando. Algo de eso es cierto, pero en realidad lo que te mueve son las ganas. Es duro a veces. El deseo siempre despierta viento en contra, no es fácil remar en los dulces de leche de nuestro entorno histórico y geográfico. Pero no tengo otra opción, ni ahora ni antes. En mi infancia me dieron cuerda para estas cosas por la lectura que me brindaron, por la biblioteca que había en casa.
-¿Cómo era aquella casa?
-Nací en un hogar de clase media baja del barrio de Constitución. Hijo de un señor que era ingeniero y de una señora que había llegado del campo, con la primaria hecha, y que terminó la secundaria nocturna ante mis ojos. Y su amor a la cultura hizo que también estudiara bibliotecología y fuera directora de varias bibliotecas. Eso expresaba su amor al libro y a la cultura en general. El valor, en mi casa, era la cultura. Me fue dado desde chico. A mi viejo, además de ser ingeniero electromecánico, le gustaba tocar la guitarra y cantar. Yo empecé a leer de muy chico y me bajaba colecciones enteras. Soñaba con hacer cosas que había en esos libros.
-¿Ser médico oncólogo?
-Creo que nací con la música. Eso es algo constitutivo; no fue una elección. El resto diría que son vocaciones. Terminé el secundario y me metí en la UBA a estudiar medicina, pensando que sería psiquiatra, pero en el camino tuve una cursada que me desalentó y terminé haciendo la especialización de oncología y terminé siendo parte de ese servicio del Hospital Durán. Me recibí a los 23 y después de los posgrados aparecí en el Durán. Éramos solo tres. Me consiguieron una beca de investigación. Todo esto mientras trabajaba como músico. Debo haber sido el estudiante de medicina con más dinero, porque después de tocar todo el fin de semana, los lunes llegaba a la facultad con dinero en el bolsillo. Hacíamos de seis a nueve shows por fin de semana.
-¿A quiénes acompañabas?
-Empecé a los 16 acompañando cantantes. Uno de ellos fue el “Tano” Pagliaro, en la época de “Amigos míos me enamoré”. Llegaba, sin dormir, el lunes a la mañana. Quizá venía de un show en Santa Fe en micro, por ejemplo, y me iba directo a la facultad. Resistía todo lo que podía hasta que me quedaba dormido.
-¿Cómo comenzaste a tocar con Gian Franco?
-Como venía de acompañar cantantes, me recomendaban. Yo aprendí armonía de ahí. Esa fue la mejor formación que alguien puede tener. Hoy, como profesor de composición de la UNA, mi criterio es que no se puede entrar a esta carrera de la Universidad Nacional de la Artes sin saber acompañar una canción que sepamos todos.
-¿Cuál fue la primera formación académica?
-Estuve en varios conservatorios. Existen profesores y maestros. Tuve maestros que me marcaron. Brahms fue un maestro a la distancia porque fue un modelo de trabajar y pensar. Ese modelo de invención musical es una guía para mí. Y también tuve maestros importantes como Mariano Drago y Simón Blech. Cuando era médico, la mañana era para la vida hospitalaria y la tarde para la música, hasta que se sumó el periodismo. Estuve más de una década en el diario Clarín y en radio.
-¿Cómo fueron las decisiones en el momento de tomar y dejar cosas?
-Me parecía que iba a sufrir si no hacía algunas cosas en el campo de la música. Así fue que un día renuncié al ejercicio cotidiano de la medicina. Mi jefe me dijo que había 500 médicos que querrían estar en mi lugar. Y eso me hizo pensar que sería fácil reemplazarle. Había otras cosas que en la música quería hacer sí o sí.
-También fuiste director de música de la ciudad y del Colón, ¿qué recordás de ese tiempo?
-Años extremadamente difíciles. El teatro se encontraba inmerso en la situación económica complicadísima que vivía el país. Nunca me detuve en ese momento a contar el estado de situación. Por suerte, ya había sido director de Música de la Ciudad y allí había tenido un curso intensivo de lo que considero que son los pilares de esta cuestión. Son tres cuestiones: la artística, la administrativa y técnica. No hay programación artística si no hay solidez administrativa y técnica. Eso me sirvió para atender la situación del Colón, un lugar con enorme exposición y valor simbólico inmenso. Es símbolo de identidad nacional, haya uno ido alguna vez al teatro o no. Es duro todo lo que puede suceder atrás, con lo que está escondido, cuando se abre el telón. Yo fui director general y artístico, lo cual no me parece mal, porque hay cuestiones que se deben compatibilizar. A pesar de la situación logramos superar en un 26 por ciento la actividad [de la gestión] anterior. Hacíamos el Colón por dos pesos, por ejemplo. Y a mucha gente le permitió ingresar por primera vez. Hubo perlas, como los conciertos de Egberto Gismonti o Spinetta, y los de Martha Argerich con Mercedes Sosa y la Camerata Bariloche, aunque fueron resistidos.
-¿Por qué?
-Se dijo que obligué a Martha Argerich a hacer ese concierto con Mercedes, como si alguien realmente pudiera decirle a Martha Argerich lo que tiene que hacer. Fue una idea de ella. Conoció a Mercedes Sosa en el exilio y quiso que estuviera en el Colón. Fue una noche hermosísima. La verdad que había mucha predisposición de los artistas para hacer aquellas temporadas, porque no había dinero en aquel momento. No se habría podido programar nada. Pero lo que había no era poco: era el Teatro Colón y su gente.
-¿Cómo ves la situación actual?
-Bueno, siempre suena la cuestión de saber para qué está el Colón. Si para consagración o para las nuevas oportunidades. Siempre pasa con los cambios de gestión. Ratifico que es de la gente de Buenos Aires y que hay expresiones artísticas que necesitan del Estado para no extinguirse. Por supuesto, la cultura no se puede medir solo desde la contabilidad. El universo subjetivo de una nación es sentido desde el esfuerzo de toda una nación.
-Teniendo tanta música escrita, de cámara, sinfónica, también para cine y teatro, ¿cómo te llevás con las plataformas digitales?
-Lo que han hecho las plataformas, que traen tan poca información, es que uno termine diciendo: “Escuché un tema de Beethoven”. Es una expresión rara, ¿no? O decir “Una canción de Frank Sinatra”, aunque Sinatra nunca compuso. Tampoco aparecen los créditos de orquestas ni nada. Parecen canciones escritas por los que las cantan. Y ya no hay más sinfonías, son… temas de Beethoven. Todo esto contribuye a saber poco. Las plataformas difunden mucho, pero enseñan poco.
El miércoles, el artista “multitasking” estrenará una nueva obra y dirigirá a la Orquesta Sinfónica Nacional, en el CCK, donde también se presentarán obras de Fernando Otero y Lionel Ziblat LA NACION