Javier Milei, entre la utopía de mercado y el realismo de las restricciones
Entre las guerras que libra Javier Milei, las más claras se dan en el terreno de la matriz macroeconómica y productiva de la Argentina. En el mercado de las ideas y de los debates en torno a lo simbólico, sigue mucho más flojo de papeles. Prueba de lo primero es la historización de los mitos argentinos en torno a la industria que Milei hizo ayer en la Unión Industrial Argentina (UIA). Una desmitificación, por supuesto, de las supuestas bondades del proteccionismo industrial planteado a viva voz en los oídos de algunos de los hombres más poderosos de la alta burguesía nacional. Algunos de ellos, representantes de una industria argentina que fue parte del paroxismo de ese proteccionismo y se convirtió en el ejemplo de los efectos más oscuros de ese modelo de, en palabras de Milei, “tutela viciosa” del Estado, la corrupción y el Estado como botín.
En los primeros años del regreso de la democracia, la opinión pública le puso el nombre a una de las versiones de ese modelo: “la patria contratista”. Desde hace años, la etiqueta preferida es “capitalismo de amigos”.
“Tanta miseria le terminó imponiendo un modelo de negocio distinto a muchos sectores. Ya no se trataba de pensar cómo producir más, mejor y más barato sino de ver cómo acceder a la mayor cantidad de ventajas y prebendas posibles de parte del Estado para poder sobrevivir”, explicó Milei en la UIA. Fue un cuestionamiento cuádruple: a la estigmatización de la libertad de mercado como enemiga de la industria, a la política de sustitución de importaciones, al apoyo selectivo a ciertos sectores y, finalmente, a la polarización entre industria y progreso, de un lado, versus agro y desigualdad, del otro, con el agro convertido en el enemigo de la industrialización y el desarrollo.
“El período de mayor expansión industrial de la historia argentina fue, precisamente, durante el modelo agroexportador y no, como dicen algunos, con el modelo fracasado de sustitución de importaciones con patrocinio estatal. Fue el desarrollo económico generado por el sector privado el origen de nuestra primera industrialización”, afirmó el Presidente.
Milei buscó hacer un señalamiento potente del impacto negativo de esa visión económica y productiva en el equilibrio general de la economía, que podrían aceptar, incluso, voces de la política y de la academia que reconocen la potencia constructiva del peronismo. Esa política sectorial de privilegios, en realidad, condicionó a la Argentina más allá del peronismo y marcó las décadas posteriores.
Como cuando fue al Milken Institute Global Conference, en mayo, donde dio uno de sus discursos más disruptivos y cohesionados sobre su visión del caso argentino, el líder libertario hiló en la UIA una concepción articulada del problema de la industria argentina. Y planteó una palabra política con pretensión entre inspiradora y desafiante. Llegó a la Unión Industrial cargado de munición retórica provocadora para sacudir el confort del empresariado local: “Si pueden perseverar en condiciones de adversidad con impuestos leoninos, regulaciones absurdas y costos altísimos, imagínense lo que pueden hacer sin la bota del Estado en el cuello. Les digo: anímense a innovar y a competir porque no hay fuerza de la naturaleza más grande que un argentino queriendo hacer plata”, les propuso.
Milei encontró otra versión más polémica para su ideario: “Vinimos a achicar el Estado para agrandar el bolsillo de ustedes”. El rol del Estado y la función social del empresario, es decir, la creación de riqueza genuina, sobrevoló su exposición. Aunque parezca paradójico para un presidente libertario, Milei le reserva al “Leviatán empoderado” del Estado un rol central: la de guardián de una macroeconomía saludable. Y de ahí, deriva su rol en el desarrollo industrial nacional. “La mejor política industrial es tener una buena política fiscal y monetaria”, sostuvo. El Estado como el artífice de las condiciones de la cancha en la que los privados tienen que jugar.
El discurso de la UIA sorteó con invitación inspiradora a producir más y más barato los riesgos que corre el equilibrio macro recién inaugurado. Pero ahí, precisamente, están las dudas del mercado: no sobre la visión de Milei, que pueden compartir, sino en torno a las chances de dar vuelta el rumbo y conseguir implementar semejante cambio. Cepo o no cepo, devaluar o no, terminar con las retenciones lo antes posible o esperar. Esas son las respuestas que las palabras de Milei no encararon. En cambio, les habló a los empresarios con el corazón emprendedor y la cabeza de un historiador económico.
Los protagonistas
En la coyuntura que le toca navegar a Milei, esa guerra por el sentido común macroeconómico y productivo tiene protagonistas clave: de Milei a Axel Kicillof, pasando por Marcos Galperín y Mercado Libre. Mientras Milei crea un ministerio paradójico, el “Ministerio de desregulación”, un verdadero oxímoron para un Estado con capacidades máximas para regular que se propone lo contrario, la provincia de Buenos Aires se convierte en la República blue de Kicillof, un espejo invertido de la experiencia mileísta a nivel nacional.
Kicillof busca consolidarse con la intervención estatal. Así pretende hacer política, resguardar cajas y llegar a la gente con la insistencia en el desgastado “Estado presente”. Hay cuatro ejemplos. La Cuenta DNI, la billetera digital que lanzó el gobernador hace cuatro años, descuentos del 20 al 40 por ciento en ferias, supermercados y negocios de todo tipo, desde garrafas a gastronomía, con promociones especiales para jubilados y jóvenes universitarios. Tiene más de 9 millones de usuarios y desde hace meses supera a Mercado Libre y Modo en cantidad de operaciones con QR interoperables.
El kirchnerismo bonaerense está convencido de que la mejor manera de hacer política con ojos en 2025, y eventualmente en 2027, es competirle de cerca al mercado en la provisión de bienes y servicios. Dejar a un lado la retórica de género o de derechos humanos y los clásicos controles de precios. En cambio, lanzar medidas concretas que den soluciones de consumo.
El Estado presente de Kicillof se adapta al mileismo. Desde la derogacion del régimen de sociedades del Estado en diciembre, el mandatario bonaerense avanza con dos proyectos en Salud, pero con el formato de sociedades anónimas con participación mayoritaria del Estado. El Estado bonaerense en sociedad con privados, bajo control de Kicillof.
Uno es el proyecto de ley de emergencias en salud, para crear un SAME interjurisdiccional. Tiene media sanción de la Cámara de Diputados de Buenos Aires, aunque le cuesta avanzar en el Senado. Kicillof obtuvo esa aprobación con el apoyo de los “libertarios dialoguistas”, que sus críticos llaman “libertarios blue” o “libermassistas”. Pro y los libertarios más puristas lo recharzaron.
Kicillof también busca llevar al recinto de Diputados el proyecto de ley de creación de una empresa de producción pública de medicamentos. Y mientras Milei ajusta a la ciencia, el gobernador busca crear un polo de científicos en la provincia de Buenos Aires, con base en la Comisión de Investigaciones Cient´ficias (CIC), presidida por Roberto Salvarezza, exministro de Ciencia y Tecnología del kirchnerismo y expresidente del Conicet. Algo así como un exilio interno de investigadores que pueden instalarse en territorio bonaerense, que resiste el sentido común mileísta con más becas y más proyectos de investigación.
La cuarta batalla kirchnerista contra los nuevos tiempos mileístas se juega en el Consejo Federal de Inversiones, una caja de $100.000 millones anuales destinados a créditos a la industria federal, que estuvo en manos peronistas por 30 años y desde 2020 es caja de La Cámpora. Los gobernadores no peronistas la tienen en la mira.
Fue creada en 1959 como parte de esa visión económica sectorial que Milei critica: el crédito como herramienta estatal para dirigir la economía, que termina condicionándola, además de subsidios y exenciones tributarias. De la República blue de Kicillof a la Argentina de Milei, una puja entre la saga económica histórica y la ruptura que busca el presidente libertario.
Hasta ahí el plano de lo real económico. El terreno de lo intangible y los valores es mucho más arduo para Milei y eso ya es mucho decir. De Mariano Cúneo Libarona y su mirada rudimentaria sobre la diversidad a las declaraciones de Nahuel Sotelo, el nuevo secretario de Culto y Civilización, con una visión casi teocrática de la nación, pasando por la restricción al acceso a la información pública y los ataques del Presidente a la prensa, un gobierno expuesto a su peor versión.
Entre las guerras que libra Javier Milei, las más claras se dan en el terreno de la matriz macroeconómica y productiva de la Argentina. En el mercado de las ideas y de los debates en torno a lo simbólico, sigue mucho más flojo de papeles. Prueba de lo primero es la historización de los mitos argentinos en torno a la industria que Milei hizo ayer en la Unión Industrial Argentina (UIA). Una desmitificación, por supuesto, de las supuestas bondades del proteccionismo industrial planteado a viva voz en los oídos de algunos de los hombres más poderosos de la alta burguesía nacional. Algunos de ellos, representantes de una industria argentina que fue parte del paroxismo de ese proteccionismo y se convirtió en el ejemplo de los efectos más oscuros de ese modelo de, en palabras de Milei, “tutela viciosa” del Estado, la corrupción y el Estado como botín.
En los primeros años del regreso de la democracia, la opinión pública le puso el nombre a una de las versiones de ese modelo: “la patria contratista”. Desde hace años, la etiqueta preferida es “capitalismo de amigos”.
“Tanta miseria le terminó imponiendo un modelo de negocio distinto a muchos sectores. Ya no se trataba de pensar cómo producir más, mejor y más barato sino de ver cómo acceder a la mayor cantidad de ventajas y prebendas posibles de parte del Estado para poder sobrevivir”, explicó Milei en la UIA. Fue un cuestionamiento cuádruple: a la estigmatización de la libertad de mercado como enemiga de la industria, a la política de sustitución de importaciones, al apoyo selectivo a ciertos sectores y, finalmente, a la polarización entre industria y progreso, de un lado, versus agro y desigualdad, del otro, con el agro convertido en el enemigo de la industrialización y el desarrollo.
“El período de mayor expansión industrial de la historia argentina fue, precisamente, durante el modelo agroexportador y no, como dicen algunos, con el modelo fracasado de sustitución de importaciones con patrocinio estatal. Fue el desarrollo económico generado por el sector privado el origen de nuestra primera industrialización”, afirmó el Presidente.
Milei buscó hacer un señalamiento potente del impacto negativo de esa visión económica y productiva en el equilibrio general de la economía, que podrían aceptar, incluso, voces de la política y de la academia que reconocen la potencia constructiva del peronismo. Esa política sectorial de privilegios, en realidad, condicionó a la Argentina más allá del peronismo y marcó las décadas posteriores.
Como cuando fue al Milken Institute Global Conference, en mayo, donde dio uno de sus discursos más disruptivos y cohesionados sobre su visión del caso argentino, el líder libertario hiló en la UIA una concepción articulada del problema de la industria argentina. Y planteó una palabra política con pretensión entre inspiradora y desafiante. Llegó a la Unión Industrial cargado de munición retórica provocadora para sacudir el confort del empresariado local: “Si pueden perseverar en condiciones de adversidad con impuestos leoninos, regulaciones absurdas y costos altísimos, imagínense lo que pueden hacer sin la bota del Estado en el cuello. Les digo: anímense a innovar y a competir porque no hay fuerza de la naturaleza más grande que un argentino queriendo hacer plata”, les propuso.
Milei encontró otra versión más polémica para su ideario: “Vinimos a achicar el Estado para agrandar el bolsillo de ustedes”. El rol del Estado y la función social del empresario, es decir, la creación de riqueza genuina, sobrevoló su exposición. Aunque parezca paradójico para un presidente libertario, Milei le reserva al “Leviatán empoderado” del Estado un rol central: la de guardián de una macroeconomía saludable. Y de ahí, deriva su rol en el desarrollo industrial nacional. “La mejor política industrial es tener una buena política fiscal y monetaria”, sostuvo. El Estado como el artífice de las condiciones de la cancha en la que los privados tienen que jugar.
El discurso de la UIA sorteó con invitación inspiradora a producir más y más barato los riesgos que corre el equilibrio macro recién inaugurado. Pero ahí, precisamente, están las dudas del mercado: no sobre la visión de Milei, que pueden compartir, sino en torno a las chances de dar vuelta el rumbo y conseguir implementar semejante cambio. Cepo o no cepo, devaluar o no, terminar con las retenciones lo antes posible o esperar. Esas son las respuestas que las palabras de Milei no encararon. En cambio, les habló a los empresarios con el corazón emprendedor y la cabeza de un historiador económico.
Los protagonistas
En la coyuntura que le toca navegar a Milei, esa guerra por el sentido común macroeconómico y productivo tiene protagonistas clave: de Milei a Axel Kicillof, pasando por Marcos Galperín y Mercado Libre. Mientras Milei crea un ministerio paradójico, el “Ministerio de desregulación”, un verdadero oxímoron para un Estado con capacidades máximas para regular que se propone lo contrario, la provincia de Buenos Aires se convierte en la República blue de Kicillof, un espejo invertido de la experiencia mileísta a nivel nacional.
Kicillof busca consolidarse con la intervención estatal. Así pretende hacer política, resguardar cajas y llegar a la gente con la insistencia en el desgastado “Estado presente”. Hay cuatro ejemplos. La Cuenta DNI, la billetera digital que lanzó el gobernador hace cuatro años, descuentos del 20 al 40 por ciento en ferias, supermercados y negocios de todo tipo, desde garrafas a gastronomía, con promociones especiales para jubilados y jóvenes universitarios. Tiene más de 9 millones de usuarios y desde hace meses supera a Mercado Libre y Modo en cantidad de operaciones con QR interoperables.
El kirchnerismo bonaerense está convencido de que la mejor manera de hacer política con ojos en 2025, y eventualmente en 2027, es competirle de cerca al mercado en la provisión de bienes y servicios. Dejar a un lado la retórica de género o de derechos humanos y los clásicos controles de precios. En cambio, lanzar medidas concretas que den soluciones de consumo.
El Estado presente de Kicillof se adapta al mileismo. Desde la derogacion del régimen de sociedades del Estado en diciembre, el mandatario bonaerense avanza con dos proyectos en Salud, pero con el formato de sociedades anónimas con participación mayoritaria del Estado. El Estado bonaerense en sociedad con privados, bajo control de Kicillof.
Uno es el proyecto de ley de emergencias en salud, para crear un SAME interjurisdiccional. Tiene media sanción de la Cámara de Diputados de Buenos Aires, aunque le cuesta avanzar en el Senado. Kicillof obtuvo esa aprobación con el apoyo de los “libertarios dialoguistas”, que sus críticos llaman “libertarios blue” o “libermassistas”. Pro y los libertarios más puristas lo recharzaron.
Kicillof también busca llevar al recinto de Diputados el proyecto de ley de creación de una empresa de producción pública de medicamentos. Y mientras Milei ajusta a la ciencia, el gobernador busca crear un polo de científicos en la provincia de Buenos Aires, con base en la Comisión de Investigaciones Cient´ficias (CIC), presidida por Roberto Salvarezza, exministro de Ciencia y Tecnología del kirchnerismo y expresidente del Conicet. Algo así como un exilio interno de investigadores que pueden instalarse en territorio bonaerense, que resiste el sentido común mileísta con más becas y más proyectos de investigación.
La cuarta batalla kirchnerista contra los nuevos tiempos mileístas se juega en el Consejo Federal de Inversiones, una caja de $100.000 millones anuales destinados a créditos a la industria federal, que estuvo en manos peronistas por 30 años y desde 2020 es caja de La Cámpora. Los gobernadores no peronistas la tienen en la mira.
Fue creada en 1959 como parte de esa visión económica sectorial que Milei critica: el crédito como herramienta estatal para dirigir la economía, que termina condicionándola, además de subsidios y exenciones tributarias. De la República blue de Kicillof a la Argentina de Milei, una puja entre la saga económica histórica y la ruptura que busca el presidente libertario.
Hasta ahí el plano de lo real económico. El terreno de lo intangible y los valores es mucho más arduo para Milei y eso ya es mucho decir. De Mariano Cúneo Libarona y su mirada rudimentaria sobre la diversidad a las declaraciones de Nahuel Sotelo, el nuevo secretario de Culto y Civilización, con una visión casi teocrática de la nación, pasando por la restricción al acceso a la información pública y los ataques del Presidente a la prensa, un gobierno expuesto a su peor versión.
En su mensaje en la Unión Industrial Argentina (UIA), el Presidente desmitificó las ventajas del proteccionismo industrial y definió estas políticas como una “tutela viciosa” del Estado que favorece la corrupción LA NACION