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El Papa cumplió su promesa de visitar a misioneros argentinos que trabajan en la periferia de la periferia: “El amor es más fuerte”

VANIMO (Papúa Nueva Guinea).- Intrépido y más determinado que nunca, pese sus 87 años, achaques, temperatura tropical y humedad del 81%, el papa Francisco cumplió este domingo su sueño de ir a misionar a las periferias existenciales de Oriente que tenía de joven jesuita.

Después de presidir por la mañana una misa al aire libre en Port Moresby, en la que llamó a unos 35.000 fieles de Papúa Nueva Guinea (PNG) a tener esperanza y a abrirse a la alegría del Evangelio, y reunirse con su primer ministro, James Marape, se subió con su silla de ruedas a un C-130 de la Royal Air Force australiana. Y, sin importarle el ruido de los motores de ese avión de transporte militar, después del mediodía local partió hacia Vanimo, localidad selvática de la costa noroeste de Papúa Nueva Guinea en medio de la nada.

Cumplió, así, el gran objetivo de su visita a este paupérrimo y olvidado país de Oceanía: alentar a su pequeña y joven comunidad católica, marcada por la presencia de misioneros argentinos. Durante las 2 horas de vuelo en el C130, que fue acondicionado para que Francisco y sus máximos colaboradores pudieran estar en asientos normales -y no en los enfrentados y de espalda al fuselaje-, casi todos los tripulantes se acercaron al pasajero ilustre para sacarse selfies.

El Papa, como siempre, mostró gran disponibilidad, evidentemente contento y lleno de expectativas por estar logrando su deseo de ir a tocar con mano este sitio remoto, selvático y bellísimo de Oceanía del que tanto le habían hablado, que, con su presencia, sacó del anonimato. En Vanimo, poblado asomado al océano Pacifico de 11.000 almas, con playas de arena blanca e impactante forestación tropical, donde prácticamente no hay nada, salvo un camino principal y un aeropuerto donde no hay carburante, Francisco tuvo una recepción triunfal.

En medio de decenas de carteles de bienvenida, incluso escritos en español y globos y banderas amarillas y blancas del Vaticano, y negras y rojas de PNG, miles de personas lo esperaban agitando palmas, con danzas tradicionales, tambores, instrumentos tipo vuvuzelas tradicionales, flores y gritos de júbilo. El anfitrión de las cerca de cuatro horas que el Papa estuvo en este rincón del mundo sobrecogedor -con una exuberante vegetación tropical formada por palmeras, manglares y árboles altísimos-, fue el sacerdote argentino Martín Prado, del Instituto del Verbo Encarnado (IVE), de 36 años, que vive aquí hace una década y que suele adentrarse en la impenetrable selva del interior para llevar la palabra del Evangelio a muchos necesitados.

El padre Martín se volvió amigo del máximo líder de la Iglesia católica hace unos años, cuando lo conoció en el Vaticano y lo cautivó al hacerle descubrir el impresionante trabajo pastoral que el IVE hace aquí desde 1997. Desde entonces, Francisco estuvo en contacto. Entre otras cosas, gracias a la conferencia episcopal italiana, le hizo llegar ayuda para terminar de construir un secundario en Baro, donde se levanta la misión, a 12 kilómetros de Vanimo. Y ahora cumplió la increíble promesa de visitar personalmente su obra, algo que enloqueció a las 11.000 almas que hay aquí, que no sólo asfaltaron calles, cortaron pasto y decoraron todos los recorridos de blanco y amarillo, sino también se prepararon espiritualmente y organizando coros, cantos y danzas para la primer visita de un Pontífice de la corta historia de Vanimo.

El obispo de este lugar paradisíaco, pero lleno de dificultades, Francis Meli, como todos los que tomaron el micrófono en el encuentro que presidió en la explanada de la humilde catedral, sólo tuvo palabras de agradecimiento. En el altar montado allí, se destacaba una imagen de la Virgen de Luján, aquí introducida hace 25 años por los misioneros argentinos y venerada por los indígenas, que la llaman “Mama Lujan” y cuya imagen también llamaba la atención en remeras y pancartas. “¡Viva el Papa Francisco! ¡Viva Mama Luján!”, gritaba la multitud, llena de euforia por ver al máximo jefe de la Iglesia católioca, un mensaje claro a una zona olvidada y desconocida del globo.

“Esta visita del Santo Padre para nosotros, los misioneros, es una caricia al alma. Es un empuje enorme para seguir en este país, en esta nación, que nos da tanto porque la gente es muy buena y tiene una muy buena predisposición para acoger la fe”, dijo a LA NACION el padre Alejandro Díaz, también del IVE. Como los demás sacerdotes de la congregación de origen mendocina presentes -Miguel de la Calle, Tomás Ravaioli y Agustín Prado (hermano de Martín)-, sin ocultar su felicidad y gratitud al Papa, Díaz admitió que aun no podía creer que se había hecho realidad su presencia.

Como era de esperar, el exarzobispo de Buenos Aires no viajó hasta aquí con las manos vacías. Llegó con una tonelada de medicamentos, ropa, juguetes y ayuda de todo tipo, más que necesaria en esta zona fronteriza con Indonesia donde falta de todo, sobre todo, educación y no hay infraestructuras. “Estoy contento de encontrarme en esta tierra maravillosa, joven y misionera”, dijo el Papa en un discurso ante 20.000 personas, entre las cuales autoridades, sacerdotes, religiosas y religiosos, misioneros, catequistas, jóvenes y fieles, algunos venidos desde muy lejos.

“Ustedes aquí son ‘expertos’ de belleza porque están rodeados de ella. Viven en una tierra magnífica, rica en una gran variedad de plantas y aves, donde uno se queda con la boca abierta ante los colores, sonidos y olores, y el grandioso espectáculo de una naturaleza rebosante de vida, que evoca la imagen del Edén”, agregó Francisco.

“Pero nos damos cuenta de que hay un espectáculo aún más hermoso: el de lo que crece en nosotros cuando nos amamos mutuamente”, siguió, invitando a una población donde hay mucha violencia, tribal, familiar y hacia las mujeres, a cambiar de rumbo. Llamó, en efecto, a dejar de lado rivalidades, divisiones, personales, familiares y tribales y a “expulsar del corazón de las personas el miedo, la superstición y la magia”, aquí están muy arraigadas. Pidió asimismo “terminar con los comportamientos destructivos como la violencia, la infidelidad, la explotación, el consumo de alcohol y drogas, males que aprisionan y hacen infelices a tantos hermanos y hermanas”. “No lo olvidemos: el amor es más fuerte que todo esto y su belleza puede sanar al mundo, porque tiene sus raíces en Dios”, recordó, enviando un mensaje de aliento.

Después de recorrer la explanada en carrito de golf, dándose otro baño de multitud, tal como preveía la agenda, en medio de una jornada de calor bochornoso y humedad, el Papa recorrió 12 kilómetros para ir hasta la misión que tienen en la localidad de Baro los misioneros argentinos. En esos 12 kilómetros evidentemente asfaltados a nuevo para la ocasión y empapelados de carteles de bienvenida y pintados de amarillo y blanco -los colores del Vaticano-, nuevemante indígenes con rostros pintados, semidesnudos, con plumas e instrumentos, fueron dándole la bienvenida. Y centenares de personas, algunas con la camiseta de la selección argentina, remeras alusivas a su histórica visita y hábitos tradicionales, lo vivaron, tirándo a su paso hojas de plantas cortadas como si se tratara de papel picado. El paisaje era sobrecogedor: mar cristalino, playas blancas, palmeras, manglares y precarias cabañas de madera y chozas, de un lado; y del otro, una vegetación verde, tupida, con árboles altísimos que daban la idea de ese interior profundo, inaccesible, donde hay aldeas donde nunca han visto a un hombre blanco.

En la Holy Trinity School de Baro, que tienen a cargo los misioneros argentinos, Francisco fue recibido por estudiantes que le cantaron en español y por la orquesta de cuerdas -la única del país- que dirige el director venezolano Jesús Briceño, que lo deleitó con una pieza de Strauss. Sonriente y evidentemente encantado de estar ahí, en ese lugar tan a la vera del mar que se oían las olas, recibió obsequios de todo tipo, la mayoría artesanías hechas a mano, de fieles -familias, jóvenes, niños- que viven en aldeas de la selva a las que suele ir el padre Martín, tardando cuatro horas abriéndose camino a machetazos o en cuatro por cuatro. Todos se arrodillaban y le besaban la mano, emocionadísimos.

Al haberse cumplido los 25 años de la llegada de la Virgen de Luján a la misión, el Papa bendijo 25 estatuas de la patrona de la Argentina, que el padre Martín le anunció que llevará a 25 aldeas de la foresta. El Papa, que se sacó fotos de grupales con todos, se reservó, para el final, lo mejor: un encuentro a solas de 15 minutos con los misioneros argentinos que motivaron este viaje, con quienes compartió mate y torta frita y se puso al día. También saludó con gran cariño y se sacó fotos con las hermanas de la rama femenina del IVE, las Servidoras de la Virgen de Matará (tres de las cuales, argentinas), que están al frente de un hogar para niñas que se llama Luján, donde reciben a mujeres maltratadas, abusadas o rechazadas, con quienes bromeó y, también se sacó fotos.

“¡Es una alegría inmensa! ¿Cuándo hubiéramos pensado que el vicario de Cristo viniera a visitarnos a nosotras, a la misión?”, comentó a LA NACION, llena de entusiasmo y aún incrédula, la hermana María Reina de los Cielos Prado, que está hace seis años aquí y, también, es hermana de Martín.

Le hizo eco la hermana Esposa del Verbo, otra hermana argentina que vino especialmente a Vanimo desde las Islas Salomón, pero que vivió 15 años en la misión de Papúa Nueva Guinea: “es impresionante que el Papa, el representante de Cristo, haya venido hasta Vanimo. Nunca pensamos que podría pasar, es una gracia enorme para todos y para toda la Iglesia”, aseguró, más que sonriente.

Inagotable pero con la misión cumplida y seguramente, feliz, el Papa volvió a subirse con su silla de ruedas al C-130 de la Royal Air Force australiana con destino a Port Moresby a las 18 locales. Este lunes, después de un encuentro con jóvenes, partirá desde allí con rumbo a Timor Oriental, tercera etapa de una maratón agotadora, pero que resulta para él oxígeno y nueva energía.

VANIMO (Papúa Nueva Guinea).- Intrépido y más determinado que nunca, pese sus 87 años, achaques, temperatura tropical y humedad del 81%, el papa Francisco cumplió este domingo su sueño de ir a misionar a las periferias existenciales de Oriente que tenía de joven jesuita.

Después de presidir por la mañana una misa al aire libre en Port Moresby, en la que llamó a unos 35.000 fieles de Papúa Nueva Guinea (PNG) a tener esperanza y a abrirse a la alegría del Evangelio, y reunirse con su primer ministro, James Marape, se subió con su silla de ruedas a un C-130 de la Royal Air Force australiana. Y, sin importarle el ruido de los motores de ese avión de transporte militar, después del mediodía local partió hacia Vanimo, localidad selvática de la costa noroeste de Papúa Nueva Guinea en medio de la nada.

Cumplió, así, el gran objetivo de su visita a este paupérrimo y olvidado país de Oceanía: alentar a su pequeña y joven comunidad católica, marcada por la presencia de misioneros argentinos. Durante las 2 horas de vuelo en el C130, que fue acondicionado para que Francisco y sus máximos colaboradores pudieran estar en asientos normales -y no en los enfrentados y de espalda al fuselaje-, casi todos los tripulantes se acercaron al pasajero ilustre para sacarse selfies.

El Papa, como siempre, mostró gran disponibilidad, evidentemente contento y lleno de expectativas por estar logrando su deseo de ir a tocar con mano este sitio remoto, selvático y bellísimo de Oceanía del que tanto le habían hablado, que, con su presencia, sacó del anonimato. En Vanimo, poblado asomado al océano Pacifico de 11.000 almas, con playas de arena blanca e impactante forestación tropical, donde prácticamente no hay nada, salvo un camino principal y un aeropuerto donde no hay carburante, Francisco tuvo una recepción triunfal.

En medio de decenas de carteles de bienvenida, incluso escritos en español y globos y banderas amarillas y blancas del Vaticano, y negras y rojas de PNG, miles de personas lo esperaban agitando palmas, con danzas tradicionales, tambores, instrumentos tipo vuvuzelas tradicionales, flores y gritos de júbilo. El anfitrión de las cerca de cuatro horas que el Papa estuvo en este rincón del mundo sobrecogedor -con una exuberante vegetación tropical formada por palmeras, manglares y árboles altísimos-, fue el sacerdote argentino Martín Prado, del Instituto del Verbo Encarnado (IVE), de 36 años, que vive aquí hace una década y que suele adentrarse en la impenetrable selva del interior para llevar la palabra del Evangelio a muchos necesitados.

El padre Martín se volvió amigo del máximo líder de la Iglesia católica hace unos años, cuando lo conoció en el Vaticano y lo cautivó al hacerle descubrir el impresionante trabajo pastoral que el IVE hace aquí desde 1997. Desde entonces, Francisco estuvo en contacto. Entre otras cosas, gracias a la conferencia episcopal italiana, le hizo llegar ayuda para terminar de construir un secundario en Baro, donde se levanta la misión, a 12 kilómetros de Vanimo. Y ahora cumplió la increíble promesa de visitar personalmente su obra, algo que enloqueció a las 11.000 almas que hay aquí, que no sólo asfaltaron calles, cortaron pasto y decoraron todos los recorridos de blanco y amarillo, sino también se prepararon espiritualmente y organizando coros, cantos y danzas para la primer visita de un Pontífice de la corta historia de Vanimo.

El obispo de este lugar paradisíaco, pero lleno de dificultades, Francis Meli, como todos los que tomaron el micrófono en el encuentro que presidió en la explanada de la humilde catedral, sólo tuvo palabras de agradecimiento. En el altar montado allí, se destacaba una imagen de la Virgen de Luján, aquí introducida hace 25 años por los misioneros argentinos y venerada por los indígenas, que la llaman “Mama Lujan” y cuya imagen también llamaba la atención en remeras y pancartas. “¡Viva el Papa Francisco! ¡Viva Mama Luján!”, gritaba la multitud, llena de euforia por ver al máximo jefe de la Iglesia católioca, un mensaje claro a una zona olvidada y desconocida del globo.

“Esta visita del Santo Padre para nosotros, los misioneros, es una caricia al alma. Es un empuje enorme para seguir en este país, en esta nación, que nos da tanto porque la gente es muy buena y tiene una muy buena predisposición para acoger la fe”, dijo a LA NACION el padre Alejandro Díaz, también del IVE. Como los demás sacerdotes de la congregación de origen mendocina presentes -Miguel de la Calle, Tomás Ravaioli y Agustín Prado (hermano de Martín)-, sin ocultar su felicidad y gratitud al Papa, Díaz admitió que aun no podía creer que se había hecho realidad su presencia.

Como era de esperar, el exarzobispo de Buenos Aires no viajó hasta aquí con las manos vacías. Llegó con una tonelada de medicamentos, ropa, juguetes y ayuda de todo tipo, más que necesaria en esta zona fronteriza con Indonesia donde falta de todo, sobre todo, educación y no hay infraestructuras. “Estoy contento de encontrarme en esta tierra maravillosa, joven y misionera”, dijo el Papa en un discurso ante 20.000 personas, entre las cuales autoridades, sacerdotes, religiosas y religiosos, misioneros, catequistas, jóvenes y fieles, algunos venidos desde muy lejos.

“Ustedes aquí son ‘expertos’ de belleza porque están rodeados de ella. Viven en una tierra magnífica, rica en una gran variedad de plantas y aves, donde uno se queda con la boca abierta ante los colores, sonidos y olores, y el grandioso espectáculo de una naturaleza rebosante de vida, que evoca la imagen del Edén”, agregó Francisco.

“Pero nos damos cuenta de que hay un espectáculo aún más hermoso: el de lo que crece en nosotros cuando nos amamos mutuamente”, siguió, invitando a una población donde hay mucha violencia, tribal, familiar y hacia las mujeres, a cambiar de rumbo. Llamó, en efecto, a dejar de lado rivalidades, divisiones, personales, familiares y tribales y a “expulsar del corazón de las personas el miedo, la superstición y la magia”, aquí están muy arraigadas. Pidió asimismo “terminar con los comportamientos destructivos como la violencia, la infidelidad, la explotación, el consumo de alcohol y drogas, males que aprisionan y hacen infelices a tantos hermanos y hermanas”. “No lo olvidemos: el amor es más fuerte que todo esto y su belleza puede sanar al mundo, porque tiene sus raíces en Dios”, recordó, enviando un mensaje de aliento.

Después de recorrer la explanada en carrito de golf, dándose otro baño de multitud, tal como preveía la agenda, en medio de una jornada de calor bochornoso y humedad, el Papa recorrió 12 kilómetros para ir hasta la misión que tienen en la localidad de Baro los misioneros argentinos. En esos 12 kilómetros evidentemente asfaltados a nuevo para la ocasión y empapelados de carteles de bienvenida y pintados de amarillo y blanco -los colores del Vaticano-, nuevemante indígenes con rostros pintados, semidesnudos, con plumas e instrumentos, fueron dándole la bienvenida. Y centenares de personas, algunas con la camiseta de la selección argentina, remeras alusivas a su histórica visita y hábitos tradicionales, lo vivaron, tirándo a su paso hojas de plantas cortadas como si se tratara de papel picado. El paisaje era sobrecogedor: mar cristalino, playas blancas, palmeras, manglares y precarias cabañas de madera y chozas, de un lado; y del otro, una vegetación verde, tupida, con árboles altísimos que daban la idea de ese interior profundo, inaccesible, donde hay aldeas donde nunca han visto a un hombre blanco.

En la Holy Trinity School de Baro, que tienen a cargo los misioneros argentinos, Francisco fue recibido por estudiantes que le cantaron en español y por la orquesta de cuerdas -la única del país- que dirige el director venezolano Jesús Briceño, que lo deleitó con una pieza de Strauss. Sonriente y evidentemente encantado de estar ahí, en ese lugar tan a la vera del mar que se oían las olas, recibió obsequios de todo tipo, la mayoría artesanías hechas a mano, de fieles -familias, jóvenes, niños- que viven en aldeas de la selva a las que suele ir el padre Martín, tardando cuatro horas abriéndose camino a machetazos o en cuatro por cuatro. Todos se arrodillaban y le besaban la mano, emocionadísimos.

Al haberse cumplido los 25 años de la llegada de la Virgen de Luján a la misión, el Papa bendijo 25 estatuas de la patrona de la Argentina, que el padre Martín le anunció que llevará a 25 aldeas de la foresta. El Papa, que se sacó fotos de grupales con todos, se reservó, para el final, lo mejor: un encuentro a solas de 15 minutos con los misioneros argentinos que motivaron este viaje, con quienes compartió mate y torta frita y se puso al día. También saludó con gran cariño y se sacó fotos con las hermanas de la rama femenina del IVE, las Servidoras de la Virgen de Matará (tres de las cuales, argentinas), que están al frente de un hogar para niñas que se llama Luján, donde reciben a mujeres maltratadas, abusadas o rechazadas, con quienes bromeó y, también se sacó fotos.

“¡Es una alegría inmensa! ¿Cuándo hubiéramos pensado que el vicario de Cristo viniera a visitarnos a nosotras, a la misión?”, comentó a LA NACION, llena de entusiasmo y aún incrédula, la hermana María Reina de los Cielos Prado, que está hace seis años aquí y, también, es hermana de Martín.

Le hizo eco la hermana Esposa del Verbo, otra hermana argentina que vino especialmente a Vanimo desde las Islas Salomón, pero que vivió 15 años en la misión de Papúa Nueva Guinea: “es impresionante que el Papa, el representante de Cristo, haya venido hasta Vanimo. Nunca pensamos que podría pasar, es una gracia enorme para todos y para toda la Iglesia”, aseguró, más que sonriente.

Inagotable pero con la misión cumplida y seguramente, feliz, el Papa volvió a subirse con su silla de ruedas al C-130 de la Royal Air Force australiana con destino a Port Moresby a las 18 locales. Este lunes, después de un encuentro con jóvenes, partirá desde allí con rumbo a Timor Oriental, tercera etapa de una maratón agotadora, pero que resulta para él oxígeno y nueva energía.

 Francisco visitó este domingo una remota comunidad en medio de la selva en Papúa Nueva Guinea, donde instó a poner fin a la violencia y a la “superstición y la magia” que empañan un lugar que comparó con el Edén.  LA NACION

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