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Comer en claustros, patios y galerías: los conventos de monjas que hoy son restaurantes

Sobrevivieron a la demolición, resistieron el desarrollo inmobiliario feroz y lograron mantener su espíritu original. Los conventos y monasterios que albergaron congregaciones de monjas ahora cambiaron sus hábitos. Las transformaciones urbanas y los contextos sociales y económicos reconvirtieron estos claustros en auténticas joyitas secretas para conocer y disfrutar. Con las puertas abiertas, las opciones gastronómicas instaladas donde hace años vivían las congregaciones en formato de clausura promueven la puesta en valor de los edificios históricos. Y funcionan como guardianes gourmet de los ecos del pasado. Bares y restaurantes aprovechan los patios y convierten los claustros centrales en paisajes donde las galerías y las arcadas son protagonistas.

Novedad en Devoto

En Devoto, y a dos cuadras de la plaza que ya se perfila como uno de los polos gastronómicos de la ciudad, se inauguró el mes pasado Ávito, el bistró del chef cordobés Julio Figueroa, que desde el juego de palabras (ávito-hábito) rescata la huella monacal de la congregación de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, en la calle Pareja 3670. Sobre las mismas baldosas que hace 120 años llegaron de Liguria, Figueroa respetó la estructura y los pisos originales e incorporó detalles modernos en la ex capilla. “Me interesaba generar un diálogo entre el pasado y el presente, no solo desde el diseño sino también desde una carta con pocos platos que se renuevan cada 15 días. Hacemos cocina de cuchara, pastelitos y ñoquis con toques de autor”, destaca el chef, que desembarcó con una propuesta “poco invasiva y confortable”. La música es suave, la vereda está empedrada, la cava cuenta con 30 etiquetas de vinos orgánicos. “Celebrar encuentros sagrados es la consigna”, asegura.

El convento cambió de piel en 2018 cuando la congregación se mudó a otro edificio para centralizar sus actividades. Luego de ser sede de Casa FOA (exposición de arquitectura e interiorismo), lo compró el grupo desarrollador MMCV (Mizraji-Manusovich-Cicchinelli-Cicchinelli) y levantó un complejo residencial que se integró a la estructura y la fachada histórica.

Convento en Villa Crespo

En Villa Crespo, en tanto, la personalidad del claustro del Convento de San José sigue vigente. Ahora, los claustros que habitaron cerca de 100 monjas de la congregación Hermanas Religiosas de San José alojan un espacio de cata de vinos, un café de especialidad, el local de joyería contemporánea Siete de Autor, el showroom de zapatos Antes Muertas y el de ropa de jean Limay Denim. Además, 14 departamentos residenciales de alquiler para turistas en la segunda planta. En Gurruchaga 1060, el patio central de Casa San José es un auténtico oasis urbano: con lamparitas que se prenden al atardecer, el espejo de agua y los árboles que mantienen sus copas frescas como entonces convierten al lugar en un refugio ideal para equilibrar el vértigo comercial de la zona de outlets.

Pegado a la iglesia, el convento fue una donación de la familia Malcom, los fundadores de Villa Crespo. “La propuesta busca devolver al barrio un edificio emblemático, con un ambiente único, calmo, ubicado al borde de Palermo. El enfoque apostó a revalorizar la arquitectura original y crear un entorno descontracturado”, señala la arquitecta Marina Mercer, del estudio Mercer Seward Arquitectos, al frente de la refuncionalización del edificio catalogado como histórico y de valor patrimonial. “Reorganizamos los espacios interiores y transformamos las pequeñas celdas donde dormían las monjas en lofts con bovedillas originales”, destaca.

Allí se instaló Como Club de Cocineros, en Gurruchaga 1042, un bar para almorzar o tomar un café de especialidad al aire libre o detrás de los inmensos ventanales y disfrutar la pastelería basada en plantas. Con un patio ajardinado a la vereda, los tonos cálidos elegidos subrayan la calma del lugar. También está Wining, un espacio de catas y coworking donde los productores de vino despliegan la historia, proyectos y estilos de diferentes zonas vitivinícolas del país.

En las próximas semanas, en tanto, se abrirá el callejón lateral para inaugurar Galería Café & Bistró, de Inés Sala y Juan Ignacio Pedone que proponen un homenaje al típico café porteño, con recetas clásicas inspiradas en la cocina española e italiana.

Impronta colonial

Otro oasis y en pleno centro es el de Café Bistró 1745, en el pulmón del monasterio Santa Catalina de Siena, el primero fundado para mujeres que data de 1745. En San Martín 705, frente a las Galerías Pacífico, la impronta colonial llama a bajar un par de cambios y respirar aire puro. En este Monumento Histórico Nacional vivieron las monjas de la Segunda Orden Dominicana hasta 1974, cuando la congregación decidió mudarse a San Justo y donó los edificios al Arzobispado de Buenos Aires.

Desde 2001, funciona como Centro de Atención Espiritual. Y desde 2022 el café es uno de los secretos a voces de oficinistas que desaceleran el paso para disfrutar desayunos, almuerzos y meriendas creados por el chef ejecutivo Alejandro Bontempo y la chef pâtissier Yanina Benítez, el mismo equipo del Hotel Madero.

Un patio en Reconquista

Al restaurante El Patio, en Reconquista 269, se lo conoce como el pulmón del microcentro. En los jardines del convento San Ramón Nonato reinan el verde y el silencio, tal cual lo soñó fray Pedro López Valero cuando lo fundó en 1603, el primer Comendador de la Orden nombrado por el Padre Francisco Escudero, jesuita.

Actualmente la Orden de la Merced administra el espacio que también aloja la Biblioteca Central Mercedaria. Entre sus arcadas, columnas y senderos rodeados de pinos y palmeras se puede desayunar y almorzar comida simple y a buenos precios.

Pura vegetación

San Telmo también resguarda las paredes ancestrales que conservan la impronta histórica. Se trata del Bar Atis, en Perú 1024, a metros del famoso mercado. Con una vegetación explosiva que domina la terraza y trepa desde el patio de esta casona de 1890, se puede adivinar su historia. En sus inicios, fue un convento jesuita con pequeñas habitaciones comunicadas por pasillos, escaleras y patios. Después fue conventillo, hostel, feria de artesanos y restaurantes varios.

Desde 2020 una cooperativa gestiona el espacio que conserva el piso en damero del patio, los vitrales en las ventanas, ornamentos originales y escaleras infinitas hacia el bar, un jardín en altura. “Cada rincón es especial y aún guardan el rizoma sonoro de oraciones silenciosas, decoraciones eclécticas, y altares olvidados entre cientos de especies de plantas que dan una vida misteriosa a una de las terrazas mejor guardadas de Buenos Aires”, destacan sus dueños, que ofrecen carnes, brochettes de pollo, sándwiches, tapas y tragos.

Volver a lo simple, detener el tiempo, recuperar el silencio de los claustros: una pausa gastronómica que incluye cambios de hábitos.

Sobrevivieron a la demolición, resistieron el desarrollo inmobiliario feroz y lograron mantener su espíritu original. Los conventos y monasterios que albergaron congregaciones de monjas ahora cambiaron sus hábitos. Las transformaciones urbanas y los contextos sociales y económicos reconvirtieron estos claustros en auténticas joyitas secretas para conocer y disfrutar. Con las puertas abiertas, las opciones gastronómicas instaladas donde hace años vivían las congregaciones en formato de clausura promueven la puesta en valor de los edificios históricos. Y funcionan como guardianes gourmet de los ecos del pasado. Bares y restaurantes aprovechan los patios y convierten los claustros centrales en paisajes donde las galerías y las arcadas son protagonistas.

Novedad en Devoto

En Devoto, y a dos cuadras de la plaza que ya se perfila como uno de los polos gastronómicos de la ciudad, se inauguró el mes pasado Ávito, el bistró del chef cordobés Julio Figueroa, que desde el juego de palabras (ávito-hábito) rescata la huella monacal de la congregación de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, en la calle Pareja 3670. Sobre las mismas baldosas que hace 120 años llegaron de Liguria, Figueroa respetó la estructura y los pisos originales e incorporó detalles modernos en la ex capilla. “Me interesaba generar un diálogo entre el pasado y el presente, no solo desde el diseño sino también desde una carta con pocos platos que se renuevan cada 15 días. Hacemos cocina de cuchara, pastelitos y ñoquis con toques de autor”, destaca el chef, que desembarcó con una propuesta “poco invasiva y confortable”. La música es suave, la vereda está empedrada, la cava cuenta con 30 etiquetas de vinos orgánicos. “Celebrar encuentros sagrados es la consigna”, asegura.

El convento cambió de piel en 2018 cuando la congregación se mudó a otro edificio para centralizar sus actividades. Luego de ser sede de Casa FOA (exposición de arquitectura e interiorismo), lo compró el grupo desarrollador MMCV (Mizraji-Manusovich-Cicchinelli-Cicchinelli) y levantó un complejo residencial que se integró a la estructura y la fachada histórica.

Convento en Villa Crespo

En Villa Crespo, en tanto, la personalidad del claustro del Convento de San José sigue vigente. Ahora, los claustros que habitaron cerca de 100 monjas de la congregación Hermanas Religiosas de San José alojan un espacio de cata de vinos, un café de especialidad, el local de joyería contemporánea Siete de Autor, el showroom de zapatos Antes Muertas y el de ropa de jean Limay Denim. Además, 14 departamentos residenciales de alquiler para turistas en la segunda planta. En Gurruchaga 1060, el patio central de Casa San José es un auténtico oasis urbano: con lamparitas que se prenden al atardecer, el espejo de agua y los árboles que mantienen sus copas frescas como entonces convierten al lugar en un refugio ideal para equilibrar el vértigo comercial de la zona de outlets.

Pegado a la iglesia, el convento fue una donación de la familia Malcom, los fundadores de Villa Crespo. “La propuesta busca devolver al barrio un edificio emblemático, con un ambiente único, calmo, ubicado al borde de Palermo. El enfoque apostó a revalorizar la arquitectura original y crear un entorno descontracturado”, señala la arquitecta Marina Mercer, del estudio Mercer Seward Arquitectos, al frente de la refuncionalización del edificio catalogado como histórico y de valor patrimonial. “Reorganizamos los espacios interiores y transformamos las pequeñas celdas donde dormían las monjas en lofts con bovedillas originales”, destaca.

Allí se instaló Como Club de Cocineros, en Gurruchaga 1042, un bar para almorzar o tomar un café de especialidad al aire libre o detrás de los inmensos ventanales y disfrutar la pastelería basada en plantas. Con un patio ajardinado a la vereda, los tonos cálidos elegidos subrayan la calma del lugar. También está Wining, un espacio de catas y coworking donde los productores de vino despliegan la historia, proyectos y estilos de diferentes zonas vitivinícolas del país.

En las próximas semanas, en tanto, se abrirá el callejón lateral para inaugurar Galería Café & Bistró, de Inés Sala y Juan Ignacio Pedone que proponen un homenaje al típico café porteño, con recetas clásicas inspiradas en la cocina española e italiana.

Impronta colonial

Otro oasis y en pleno centro es el de Café Bistró 1745, en el pulmón del monasterio Santa Catalina de Siena, el primero fundado para mujeres que data de 1745. En San Martín 705, frente a las Galerías Pacífico, la impronta colonial llama a bajar un par de cambios y respirar aire puro. En este Monumento Histórico Nacional vivieron las monjas de la Segunda Orden Dominicana hasta 1974, cuando la congregación decidió mudarse a San Justo y donó los edificios al Arzobispado de Buenos Aires.

Desde 2001, funciona como Centro de Atención Espiritual. Y desde 2022 el café es uno de los secretos a voces de oficinistas que desaceleran el paso para disfrutar desayunos, almuerzos y meriendas creados por el chef ejecutivo Alejandro Bontempo y la chef pâtissier Yanina Benítez, el mismo equipo del Hotel Madero.

Un patio en Reconquista

Al restaurante El Patio, en Reconquista 269, se lo conoce como el pulmón del microcentro. En los jardines del convento San Ramón Nonato reinan el verde y el silencio, tal cual lo soñó fray Pedro López Valero cuando lo fundó en 1603, el primer Comendador de la Orden nombrado por el Padre Francisco Escudero, jesuita.

Actualmente la Orden de la Merced administra el espacio que también aloja la Biblioteca Central Mercedaria. Entre sus arcadas, columnas y senderos rodeados de pinos y palmeras se puede desayunar y almorzar comida simple y a buenos precios.

Pura vegetación

San Telmo también resguarda las paredes ancestrales que conservan la impronta histórica. Se trata del Bar Atis, en Perú 1024, a metros del famoso mercado. Con una vegetación explosiva que domina la terraza y trepa desde el patio de esta casona de 1890, se puede adivinar su historia. En sus inicios, fue un convento jesuita con pequeñas habitaciones comunicadas por pasillos, escaleras y patios. Después fue conventillo, hostel, feria de artesanos y restaurantes varios.

Desde 2020 una cooperativa gestiona el espacio que conserva el piso en damero del patio, los vitrales en las ventanas, ornamentos originales y escaleras infinitas hacia el bar, un jardín en altura. “Cada rincón es especial y aún guardan el rizoma sonoro de oraciones silenciosas, decoraciones eclécticas, y altares olvidados entre cientos de especies de plantas que dan una vida misteriosa a una de las terrazas mejor guardadas de Buenos Aires”, destacan sus dueños, que ofrecen carnes, brochettes de pollo, sándwiches, tapas y tragos.

Volver a lo simple, detener el tiempo, recuperar el silencio de los claustros: una pausa gastronómica que incluye cambios de hábitos.

 Los edificios históricos que albergaron congregaciones religiosas se transforman: hoy son bares y restaurantes que aprovechan al máximo los patios, claustros, arcadas y galerías  LA NACION

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