Maria Callas, a 47 años de su partida: pasiones, desamores y decadencia de la gran diva de la ópera
“Si siempre estoy llegando”. La frase troileana cabe a la mayoría de las grandes figuras. Esas que nunca murieron, que solo “salieron de gira”. La famosa soprano María Callas, que falleció hace 47 años (este lunes se cumple un nuevo aniversario), siempre está llegando a ojos y oídos del público, con reediciones discográficas, con espectáculos holográficos o con películas y series biopic. Semanas atrás se presentó en el festival de Venecia Maria, película dedicada a su vida que protagoniza Angelina Jolie. Cuando arribe a las pantallas de cines o de streaming, Callas tendrá el privilegio póstumo (si acaso eso existe) de llegar a las generaciones que nunca la escucharon.
¿Fue y sigue siendo la mejor soprano del mundo? Qué pregunta más difícil de responder, sobre todo cuando el resultado es algo tan atravesado por la subjetividad. Por el gusto. La idea de mejor, en el mundo de la música clásica, podría establecerse en torno a parámetros técnicos. Es decir, con una evaluación de cuestiones absolutamente formales del canto lírico. Sin embargo, la voz que “mas” nos conmueve, es aquella que terminará siendo “la mejor”, para cada oyente. Las cuestiones técnicas, por su puesto, ayudan a que esa emoción llegue a buen puerto. Sin duda, ambos elementos (la herramienta vocal y la herramienta emocional) de cada artista es la amalgama para el resultado final.
El gusto está en la variedad. Para algunos, Callas se destacó con su sensibilidad y, por momentos, en la falta de dogmatismos vocales. Otros preferirán las voces de Joan Sutherland o Renata Tebaldi (dos por las que Callas nunca tuvo mucha simpatía). Mucho depende el carácter de estos personajes para que se sostenga la perdurabilidad en una memoria colectiva. Callas no solo fue famosa por su canto. Lo fue por la fuerza de su carácter, la debilidad y el empoderamiento ante un mundo patriarcal, que en su caso la puso (o ella misma eligió ese lugar) en contraste con hombres muy poderosos. También lo fue por el ocaso de su voz, luego de haber llegado a los puntos más elevados de la popularidad que se podía ostentar en la década del cincuenta y del sesenta del siglo pasado, en el mundo lírico.
La clave de la perdurabilidad de la prima donna, quizá, sea que Callas fue una diva dentro y fuera de ese mundo. Había nacido en Nueva York, tres meses después de que sus padres, Evangelía y George, llegaran a los Estados Unidos como inmigrantes, en agosto de 1923, a probar suerte en el nuevo mundo. Su apellido, Kalogeropulu, era demasiado complicado en esas tierras, por eso terminó adaptado el “Callas”. Cuando sus padres se separaron, viajó con su madre y su hermana menor a Grecia. Allí estudió canto y debutó, con 19 años, en el Teatro Lírico Nacional de Atenas, en la opereta Boccaccio.
Cuatro años después comenzó a demostrar los primeros signos de su gran personalidad: rechazó el ofrecimiento para cantar en dos producciones operísticas del MET, por no considerar que eran lo que en ese momento necesitaba. Su debut en escenarios prestigiosos de América fue con una puesta de Turandot, en 1947, en la Opera de Chicago.
Recompensas y costos
El talento y el ímpetu en cada paso que dio tuvo sus recompensas y sus costos. Terminó sus días alejada de su familia. En varias oportunidades manifestó su enojo con su madre. Decía que no le demostraba afecto, que era exigente con su formación como cantante y que la criticaba por su peso. En la adultez, se distanció definitivamente por cuestiones económicas y lo que Callas definió como “sus chantajes”.
Para finales de esa década, su carrera comenzaba a tomar vuelo. En 1949 cantó en el Teatro Colón de Buenos Aires y comenzaba su romance con el público italiano, ese que en una de las noches de su debut en la Scala de Milán la bautizó para siempre como La Divina.
En 1953, comienza a aparecer otra Callas. En apenas un año bajó 36 kilos. Y con ese cambio, comenzaron las especulaciones. Supuestas enfermedades, con la tenia (popularmente conocida como lombriz solitaria). Algunos creyeron que el cambio de su voz tenía que ver con esos kilos que nunca volvió a recuperar, aunque nada de esto fuera probado de manera científica. De hecho, hasta principios de la década del sesenta, siguió cosechando éxitos.
El detrás de escena de esta historia tuvo a dos hombres que no fueron simples actores de reparto en las decisiones de su vida artística. En 1949 se casó con el empresario italiano Giovanni Battista Meneghini, a quien dejó diez años después, por el magnate Aristóteles Onasis. También tuvo sus enamoramientos con los teatros líricos. No fue fácil su relación con las autoridades del MET, cuando quisieron contratarla para representar ciertos títulos. También es recordada una actuación en Milán, a la que llegó engripada, y terminó huyendo en la mitad de una función, por la puerta trasera. No quiso subir al escenario, pero fue obligada por los directivos del teatro. “Nadie puede sustituir a la Callas”, dijeron.
Para principios de los sesenta, su romance con Onasis y su voz eran puestas bajo la lupa de los medios del corazón y del público más exigente de la ópera. De hecho, en una de sus actuaciones, donde el público comenzó a chistar, poco conforme por su desempeño vocal, fue más inteligente y usó el texto de su personaje de Medea para interpelar a su audiencia. En vez de dirigirse al cantante que la acompañaba miró hacia la platea y dijo “¡Cruel!, Te lo he dado todo”. Y fue así que la gente reaccionó de otra manera y la ovacionó.
Fue el talento, la experiencia y esa personalidad arrolladora la que la hizo reaccionar de ese modo. Aunque no duraría demasiado. En 1965 dejó los escenarios y recién regresó ocho años después. En cuanto al problema de su voz, algunos especialistas lo atribuyeron a la dermatomiositis, enfermedad que le detectaron en 1975, aunque su diagnóstico no trascendió públicamente. Instalada en su departamento de París y retirada del trajín de las actuaciones que suelen tener las cantantes líricas de primer nivel, falleció por un ataque cardíaco, el 16 de septiembre de 1977. Como había tenido un intento de suicidio, siete años antes, por sobredosis de barbitúricos, se sospechó que su muerte no habría sido por una causa natural. Sin embargo, esa sospecha jamás pudo ser comprobada.
En 1973, Mike Wallace, encumbrado periodista del programa estadounidense 60 Minutes, viajó a París para una entrevista que realizó con Callas. Una de sus preguntas estaba relacionada con lo temperamental del mundo de la ópera; la ira, los celos. Y ella respondió: “¿Alguna vez has abandonado tu trabajo? Estoy segura de que sí. Furioso, alguna vez. Si no te enojas, a veces, nunca obtendrás los resultados buscados. Para las actuaciones, si realmente no me enojara y ellos [el resto del equipo] no tuvieran miedo, no trabajarían más de lo necesario. Tendría que azotarlos con mis enojos. Si no lo hiciera para que trabajen el doble de duro, nunca podríamos preparar una ópera en tres o cuatro días, como yo lo hago”.
¿Y, por qué lleva ocho años sin cantar en vivo?, inquirió el periodista. “Algunas de las razones son que necesitaba un descanso. También necesitaba distanciarme porque de vez en cuando creo que un artista se siente distante. Necesita tomar su distancia. Y los años pasan tan rápido”.
En ese momento salía de su letargo y recorría su vida dentro y fuera de los teatros líricos, a partir de estas reflexiones. Alguna vez dijo que necesitaba que la empujaran constantemente porque era una especie de pesimista por naturaleza. “Cualquier cosa que haga nunca es lo suficientemente buena para mí. Soy muy perfeccionista, desafortunadamente”.
Aun así, su carrera había sido todo lo exitosa que había podido imaginar. Y mucho más. Era en su vida privada donde encontraba algunas cuentas pendientes. A los 50 (apenas un par de años antes de su temprana muerte) estaba sola, pero no se sentía sola. Sin embargo, admitía haber sido desafortunada en el amor. “Me hice demasiado famosa para mi propio bien. Y, tal vez, también haya puesto a los hombres en un pedestal. A mi marido, por ejemplo. Pero creo que él amaba lo que yo representaba. Fui desafortunada en ese sentido. No hay muchos hombres que puedan estar cerca de mí. Podría ser un inconveniente ser famoso. Pero tampoco es que esté buscando nada. Estoy en paz conmigo misma”.
Su historia renace cada vez que alguien decide ponerla en un escenario o en la pantalla. En 2002 Franco Zeffirelli estrenó la película Callas Forever y se espera que en algunos meses tenga estreno comercial, en cine o en plataformas, María, la versión de los últimos años de la soprano, que Angelina Jolie protagonizó, a las órdenes del director chileno Pablo Larraín. Siete meses de preparación vocal le habría demandado a Jolie para encarnar este personaje.
Mientras tanto, en distintas partes del mundo el nombre de La Divina se vuelve a escuchar. Generalmente, son fragmentos de su historia los que llegan a los escenarios. A 100 años del nacimiento de la diva se estrenó en Buenos Aires María, es Callas, obra protagonizada por Natalia Cociuffo. Hace algo más de un lustro, en Italia, se presentó María Callas Master Class, inspirada en los años en los que la cantante, prácticamente retirada de la escena, compartía sus conocimientos en la escuela Juilliard de Nueva York. Además, giró por el mundo un espectáculo holográfico que revivió las grandes interpretaciones de la soprano.
“Si siempre estoy llegando”. La frase troileana cabe a la mayoría de las grandes figuras. Esas que nunca murieron, que solo “salieron de gira”. La famosa soprano María Callas, que falleció hace 47 años (este lunes se cumple un nuevo aniversario), siempre está llegando a ojos y oídos del público, con reediciones discográficas, con espectáculos holográficos o con películas y series biopic. Semanas atrás se presentó en el festival de Venecia Maria, película dedicada a su vida que protagoniza Angelina Jolie. Cuando arribe a las pantallas de cines o de streaming, Callas tendrá el privilegio póstumo (si acaso eso existe) de llegar a las generaciones que nunca la escucharon.
¿Fue y sigue siendo la mejor soprano del mundo? Qué pregunta más difícil de responder, sobre todo cuando el resultado es algo tan atravesado por la subjetividad. Por el gusto. La idea de mejor, en el mundo de la música clásica, podría establecerse en torno a parámetros técnicos. Es decir, con una evaluación de cuestiones absolutamente formales del canto lírico. Sin embargo, la voz que “mas” nos conmueve, es aquella que terminará siendo “la mejor”, para cada oyente. Las cuestiones técnicas, por su puesto, ayudan a que esa emoción llegue a buen puerto. Sin duda, ambos elementos (la herramienta vocal y la herramienta emocional) de cada artista es la amalgama para el resultado final.
El gusto está en la variedad. Para algunos, Callas se destacó con su sensibilidad y, por momentos, en la falta de dogmatismos vocales. Otros preferirán las voces de Joan Sutherland o Renata Tebaldi (dos por las que Callas nunca tuvo mucha simpatía). Mucho depende el carácter de estos personajes para que se sostenga la perdurabilidad en una memoria colectiva. Callas no solo fue famosa por su canto. Lo fue por la fuerza de su carácter, la debilidad y el empoderamiento ante un mundo patriarcal, que en su caso la puso (o ella misma eligió ese lugar) en contraste con hombres muy poderosos. También lo fue por el ocaso de su voz, luego de haber llegado a los puntos más elevados de la popularidad que se podía ostentar en la década del cincuenta y del sesenta del siglo pasado, en el mundo lírico.
La clave de la perdurabilidad de la prima donna, quizá, sea que Callas fue una diva dentro y fuera de ese mundo. Había nacido en Nueva York, tres meses después de que sus padres, Evangelía y George, llegaran a los Estados Unidos como inmigrantes, en agosto de 1923, a probar suerte en el nuevo mundo. Su apellido, Kalogeropulu, era demasiado complicado en esas tierras, por eso terminó adaptado el “Callas”. Cuando sus padres se separaron, viajó con su madre y su hermana menor a Grecia. Allí estudió canto y debutó, con 19 años, en el Teatro Lírico Nacional de Atenas, en la opereta Boccaccio.
Cuatro años después comenzó a demostrar los primeros signos de su gran personalidad: rechazó el ofrecimiento para cantar en dos producciones operísticas del MET, por no considerar que eran lo que en ese momento necesitaba. Su debut en escenarios prestigiosos de América fue con una puesta de Turandot, en 1947, en la Opera de Chicago.
Recompensas y costos
El talento y el ímpetu en cada paso que dio tuvo sus recompensas y sus costos. Terminó sus días alejada de su familia. En varias oportunidades manifestó su enojo con su madre. Decía que no le demostraba afecto, que era exigente con su formación como cantante y que la criticaba por su peso. En la adultez, se distanció definitivamente por cuestiones económicas y lo que Callas definió como “sus chantajes”.
Para finales de esa década, su carrera comenzaba a tomar vuelo. En 1949 cantó en el Teatro Colón de Buenos Aires y comenzaba su romance con el público italiano, ese que en una de las noches de su debut en la Scala de Milán la bautizó para siempre como La Divina.
En 1953, comienza a aparecer otra Callas. En apenas un año bajó 36 kilos. Y con ese cambio, comenzaron las especulaciones. Supuestas enfermedades, con la tenia (popularmente conocida como lombriz solitaria). Algunos creyeron que el cambio de su voz tenía que ver con esos kilos que nunca volvió a recuperar, aunque nada de esto fuera probado de manera científica. De hecho, hasta principios de la década del sesenta, siguió cosechando éxitos.
El detrás de escena de esta historia tuvo a dos hombres que no fueron simples actores de reparto en las decisiones de su vida artística. En 1949 se casó con el empresario italiano Giovanni Battista Meneghini, a quien dejó diez años después, por el magnate Aristóteles Onasis. También tuvo sus enamoramientos con los teatros líricos. No fue fácil su relación con las autoridades del MET, cuando quisieron contratarla para representar ciertos títulos. También es recordada una actuación en Milán, a la que llegó engripada, y terminó huyendo en la mitad de una función, por la puerta trasera. No quiso subir al escenario, pero fue obligada por los directivos del teatro. “Nadie puede sustituir a la Callas”, dijeron.
Para principios de los sesenta, su romance con Onasis y su voz eran puestas bajo la lupa de los medios del corazón y del público más exigente de la ópera. De hecho, en una de sus actuaciones, donde el público comenzó a chistar, poco conforme por su desempeño vocal, fue más inteligente y usó el texto de su personaje de Medea para interpelar a su audiencia. En vez de dirigirse al cantante que la acompañaba miró hacia la platea y dijo “¡Cruel!, Te lo he dado todo”. Y fue así que la gente reaccionó de otra manera y la ovacionó.
Fue el talento, la experiencia y esa personalidad arrolladora la que la hizo reaccionar de ese modo. Aunque no duraría demasiado. En 1965 dejó los escenarios y recién regresó ocho años después. En cuanto al problema de su voz, algunos especialistas lo atribuyeron a la dermatomiositis, enfermedad que le detectaron en 1975, aunque su diagnóstico no trascendió públicamente. Instalada en su departamento de París y retirada del trajín de las actuaciones que suelen tener las cantantes líricas de primer nivel, falleció por un ataque cardíaco, el 16 de septiembre de 1977. Como había tenido un intento de suicidio, siete años antes, por sobredosis de barbitúricos, se sospechó que su muerte no habría sido por una causa natural. Sin embargo, esa sospecha jamás pudo ser comprobada.
En 1973, Mike Wallace, encumbrado periodista del programa estadounidense 60 Minutes, viajó a París para una entrevista que realizó con Callas. Una de sus preguntas estaba relacionada con lo temperamental del mundo de la ópera; la ira, los celos. Y ella respondió: “¿Alguna vez has abandonado tu trabajo? Estoy segura de que sí. Furioso, alguna vez. Si no te enojas, a veces, nunca obtendrás los resultados buscados. Para las actuaciones, si realmente no me enojara y ellos [el resto del equipo] no tuvieran miedo, no trabajarían más de lo necesario. Tendría que azotarlos con mis enojos. Si no lo hiciera para que trabajen el doble de duro, nunca podríamos preparar una ópera en tres o cuatro días, como yo lo hago”.
¿Y, por qué lleva ocho años sin cantar en vivo?, inquirió el periodista. “Algunas de las razones son que necesitaba un descanso. También necesitaba distanciarme porque de vez en cuando creo que un artista se siente distante. Necesita tomar su distancia. Y los años pasan tan rápido”.
En ese momento salía de su letargo y recorría su vida dentro y fuera de los teatros líricos, a partir de estas reflexiones. Alguna vez dijo que necesitaba que la empujaran constantemente porque era una especie de pesimista por naturaleza. “Cualquier cosa que haga nunca es lo suficientemente buena para mí. Soy muy perfeccionista, desafortunadamente”.
Aun así, su carrera había sido todo lo exitosa que había podido imaginar. Y mucho más. Era en su vida privada donde encontraba algunas cuentas pendientes. A los 50 (apenas un par de años antes de su temprana muerte) estaba sola, pero no se sentía sola. Sin embargo, admitía haber sido desafortunada en el amor. “Me hice demasiado famosa para mi propio bien. Y, tal vez, también haya puesto a los hombres en un pedestal. A mi marido, por ejemplo. Pero creo que él amaba lo que yo representaba. Fui desafortunada en ese sentido. No hay muchos hombres que puedan estar cerca de mí. Podría ser un inconveniente ser famoso. Pero tampoco es que esté buscando nada. Estoy en paz conmigo misma”.
Su historia renace cada vez que alguien decide ponerla en un escenario o en la pantalla. En 2002 Franco Zeffirelli estrenó la película Callas Forever y se espera que en algunos meses tenga estreno comercial, en cine o en plataformas, María, la versión de los últimos años de la soprano, que Angelina Jolie protagonizó, a las órdenes del director chileno Pablo Larraín. Siete meses de preparación vocal le habría demandado a Jolie para encarnar este personaje.
Mientras tanto, en distintas partes del mundo el nombre de La Divina se vuelve a escuchar. Generalmente, son fragmentos de su historia los que llegan a los escenarios. A 100 años del nacimiento de la diva se estrenó en Buenos Aires María, es Callas, obra protagonizada por Natalia Cociuffo. Hace algo más de un lustro, en Italia, se presentó María Callas Master Class, inspirada en los años en los que la cantante, prácticamente retirada de la escena, compartía sus conocimientos en la escuela Juilliard de Nueva York. Además, giró por el mundo un espectáculo holográfico que revivió las grandes interpretaciones de la soprano.
Su evocación siempre vuelve a los escenarios y las pantallas; luego de su presentación en el Festival de Venecia, se espera el estreno de María, la película protagonizada por Angelina Jolie LA NACION