Gabriela Cabezón Cámara se define primero como “sociambientalista” y luego como escritora
“Estamos en una distopía –no duda en decir Gabriela Cabezón Cámara–, estamos en un momento en el que está prendido fuego todo el continente. Mirá lo que pasa en Córdoba –ejemplifica–. Se está rompiendo la corriente del Atlántico Norte, lo que puede generar que se congele Europa y que se desertifiquen todos los trópicos. Está pasando ahora. Hay inundaciones feroces, en Brasil, en otras partes del mundo, vientos, el tifón en Vietnam –enumera la escritora argentina, nacida en 1968–. Acá se da poca información internacional. Prácticamente todo esto es una distopía. Tenemos un presidente que insulta de manera soez, que hace la mímica de masturbarse en una reunión de empresarios y a todo el mundo le parece bien. Tenemos mosquitos que si nos pican podemos morir. Es una distopía. Pero podría ser peor”.
–La frase hecha “la realidad supera la ficción” con este escenario cobra fuerza.
–La literatura se queda corta todo el tiempo. Hay un texto de Max Frish (Zúrich, 1911–1991) El hombre aparece en el Holoceno, novela que habla de los días, de los seres humanos, de la relación consigo mismos y con los otros, con los padres y madres, hijas, hijos, novios, de un alma generalmente desgraciada, como si la comarca no corriera peligro alguno, como si la tierra fuera tierra de una vez para siempre y una vez para siempre el nivel del mar estuviera establecido. “Las catástrofes las conoce el hombre en la medida en que las sobrevive, la Naturaleza no conoce catástrofes”, dice Frish.
Con las escritoras, periodistas e investigadoras Dolores Reyes, Claudia Aboaf, Soledad Barruti y Maristella Svampa lanzaron El territorio habla, el podcast del grupo “Mirá Socioambiental”. “Para el primer episodio –disponible en diferentes plataformas– que titulamos ‘Todas las Fuegas el fuego’ viajamos a Córdoba a charlar con las brigadistas las Fuegas, qué tanto hacen en el territorio”, cuenta la autora de Las aventuras de la China Iron (2017).
–En tu cuenta de Instagram te presentás primero como socioambientalista, luego como escritora. ¿Tenés la camiseta puesta?
–Si no nos ponemos la camiseta por la vida de la Tierra, con todos sus seres, incluyéndonos… si no te la ponés por esto, no te la ponés por nada. Todo lo demás me parece secundario.
–¿Creés que hay una ventana de oportunidad?
–Sí, la hay. La ventana de oportunidad está. Si en unos años se moderan las emisiones de combustibles fósiles y se empieza a hacer una transición, decidida, hacia las renovables, se pueden parar los peores efectos. Porque todo ya está desatado, está todo incendiado, lo estamos viendo. El sistema de ríos voladores de la Amazonía [corriente masiva de vapor que asciende desde la vegetación amazónica y luego se desplaza a miles de kilómetros, como si fueran ríos en el cielo], por ejemplo, que son los que hacen de la Pampa húmeda una tierra fértil y húmeda, si se cae, La Pampa se convertirá en un desierto. Este sistema está conectado a nivel global… Lo que pasa es muy insoportable y doloroso, entonces cuesta. A mí también, como a tantos otros, me dan ataques de angustia. Estamos conviviendo con el humo. Lo vemos, convivimos, lo respiramos… pero nos parece lejano. Hay otros que están metidos en ese humo, que lo respiran de forma directa, que conviven todo el tiempo.
–En tus obras, como Las aventuras de la China Iron y Las niñas del naranjel, la naturaleza, la selva, está presente, obviamente narrada desde diferentes perspectivas.
–Intento todo el tiempo contar desde distintas perspectivas, es muy difícil imaginar la perspectiva de la selva o de los animales que no conozco, de los animales, en general. Sé que muchos tienen lengua y tienen una interioridad, una intención de seguir vivos, tienen sentimientos, tienen emociones, resuelven problemas, fabrican herramientas, no todas las especies, pero unas cuantas sí. Las ballenas cantan con rimas. El mundo habla constantemente. El suelo vivo emite sonido y el suelo muerto, no. Los árboles se comunican a través de los hongos, a través de una red subterránea, es muy alucinante, cuidan al tocón [el resto de tronco anclado al suelo que queda cuando un árbol cae]. El árbol sabe que el bosque importa.
–En las leyendas que narraban los pueblos originarios, en los tradicionales relatos europeos, asiáticos, africanos… siempre estuvo presente el concepto de una naturaleza bien viva, como los árboles parlantes, por ejemplo. Pero hubo un momento que esa idea desapareció.
–Eso lo hizo desaparecer Occidente, con una filosofía que le convenía mucho al capitalismo de expansión de ese momento. Hay un libro de Amitav Ghosh (Calcuta, 1958), The Great Derangement: Climate Change and the Unthinkable (2016), en el que el autor comienza preguntándose por qué la literatura “seria” se ocupa tan poco de los colapsos climáticos y dice que es porque la literatura tal y cual la entendemos ahora, nosotros, se termina de consolidar en el siglo XIX, que es cuando la burguesía está en plena expansión y su fe en lo reversible, mensurable y lo previsiblemente mensurable atado a los ritmos industriales, por eso dice que en la literatura la idea de lo verosímil pasó a ser importantísima. La literatura tal y cual la entendemos nosotros tiene en primer plano lo verosímil, lo cotidiano y algo semejante a la épica o a lo sobrenatural”.
“No es difícil establecer que el cambio climático proyecta una sombra mucho más pequeña en el panorama de la ficción literaria que incluso en el ámbito público–destaca Amitav Ghosh–. Las novelas y los cuentos rara vez se vislumbran en este horizonte. De hecho, incluso se podría decir que la ficción que trata sobre el cambio climático no es, casi por definición, del tipo que se toman en serio las revistas literarias serias: la mera mención del tema es a menudo suficiente para relegar una novela o un cuento al segundo plano”.
“Género de ciencia ficción. Es como si en la imaginación literaria el cambio climático fuera algo parecido a los extraterrestres o los viajes interplanetarios (…) Seguramente es muy difícil imaginar una concepción de seriedad que es ciega a amenazas que potencialmente cambian la vida -continúa Ghosh-. Y si la urgencia de un tema fuera realmente un criterio de su gravedad, entonces, considerando lo que el cambio climático presagia realmente para el futuro de la Tierra, seguramente debería seguirse que ésta sería la principal preocupación de los escritores de todo el mundo, y esto creo que está muy lejos de ser así”.
–En esta misma línea el autor considera que “lo salvaje se ha convertido en la norma”.
–Pareciera imposible relatar un colapso desde lo verosímil porque lo que sucede todo el tiempo es lo inverosímil, lo imprevisible, lo no mensurable. ¿Cómo relatás un colapso con todas estas cosas desmesuradas y fuera de toda previsión, en ese sentido? Estamos educados y formados con ese chip.
–En una entrevista reciente con la ecuatoriana María Fernanda Ampuero, en la que repasamos cómo a través de diversos géneros, la literatura latinoamericana aborda la problemática ambiental, las diversas violencias, ella consideraba la urgencia de narrar lo que ocurre. Dijo textualmente a este suplemento: “Para mí la literatura es urgente, es el ahora mismo y si lo que vas a escribir no es urgente, hacé otra cosa, plantá árboles. Para mí es así. Es urgente. Es ya”.
–Yo no sé si hay que hacer algo especial desde la literatura, es decir, no sé si la literatura debe…no debe nada. Ya que te puedas poner a jugar, poner la cabeza en otro lado cuando leés, flasheando con otras vidas, identificándote con ese grado de libertad, ya es un montón. Yo siento la urgencia de hacer con “Mirá Sociambiental”, con la literatura y con otras cosas más. También me pregunto, como María Fernanda, a la que quiero mucho –aclara–, por qué no aparecen más textos, supongo que por lo mismo que nos pasa a todos, la mayoría vivimos con algún grado de negación. Ya no digo negacionismo, digo negación.
–¿Por qué?
– Porque ves el humo y te angustiás, se va el humo y ya te olvidaste. Porque no soportás pensarlo, supongo que nos pasa a todos lo mismo. Si no, hay situaciones…
–Con las que no podés vivir, como cuando uno naturaliza o invisibiliza a las personas en situación de calle.
–Aparece el qué hago…porque lo único humano que se puede hacer con personas en situación de calle es llevártelas a tu casa, pero por las razones que quieras y se pueden hablar, debatir, no podés, entonces ofrecés abrigo, comida, escuchás. La escucha es el registro del otro como ser humano. Este tipo de fenómeno, como la expulsión de la gente a la intemperie hace que de algún modo ellos pierdan la forma humana, vas caminando por la calle y debajo de esas frazadas pierden la forma humana y vos también porque no hacés el auxilio más natural: ayudar al otro, entonces también te deshumaniza; es como si esa realidad nos pasara una lija todos los días.
–Recién hablabas de la literatura que te pone a jugar, que hace que tu cabeza vuele, que vaya por otros lados, flasheando con otras vidas, como lo que despertaba en vos la biblioteca de tu abuela.
Hace una pausa y señala. “Mirá”.
En la mesa que nos separa hay un libro forrado con las imágenes de Sarah Kay, los icónicos dibujos de la australiana Vivien Kubbos. Gabriela lo toma, le quita el papel. “Está en proceso de reconstrucción –dice del libro cuyas páginas se separan del lomo–, hay que pegarlo”. Al quitarle el papel, el color amarillo gastado devela que estamos ante un título de la colección Robin Hood: Colmillo Blanco, la gran novela del estadounidense Jack London. ”Estoy encantada”, confiesa.
Abro el libro que explora la compleja relación entre humanos y animales, la historia que deja al descubierto cómo la interacción entre ambas especies puede generar tanto amor y respeto como violencia y crueldad. Porque Colmillo Blanco, el perro-lobo, se ve influenciado por las acciones de los humanos a lo largo de su vida y será por eso que se convertirá en un representante de la lucha por la libertad y la autonomía. London, a modo de “enseñanza”, resalta cómo cada ser vivo tiene derecho a vivir en libertad y en armonía con su entorno.
En la primera página, aparece un nombre escrito a mano: Catalina Amarante de Cabezón, 1958. “Es la letra de mi abuela”, dice Gabriela con una sonrisa que expresa emoción, cariño, orgullo.
–Hermoso.
–Sí, hermoso. Mi educación sentimental está hecha por estos libros.
–Sé el valor que tuvo para vos la biblioteca de tu abuela, donde estaban éstos y otros libros. Llegaste a decir que era como estar frente a la mismísima Biblioteca de Alejandría.
–Sí [ríe], vengo de una familia obrera. Mis viejos apenas hicieron séptimo grado, mi abuela también, pero a ella le gustaba leer y se las ingenió para comprarse libros, armarse su biblioteca y eso para mí fue como encontrar una salida al mar, un mundo más hermoso, más variado, lleno de aventuras, un mundo en el que nadie me dañaba en ningún sentido. Me hacía muy bien… estaba todo el tiempo leyendo, me sumergía por completo.
–¿Eras capaz de abstraerte de lo que sucedía a tu alrededor?
–Sí, totalmente. Una vez iba leyendo por la calle y casi me atropella un tren, no escuchaba nada. Estaba yendo al Colegio Nacional de San Isidro, tenía que cruzar la vía, caminaba leyendo muy metida, andá a saber en qué, a lo mejor Colmillo blanco. Me acuerdo que escuché un ruido, era un ruido tremendo [intenta reproducir el sonido del silbato], venía la locomotora.
En esa época yo tenía el cabello largo, no como ahora, y una chica me agarró de la colita [del cabello recogido] y me sacó, me había quedado petrificada, pero así vivía. Era lo que más me gustaba hacer, leer, estar así, sumergida en un libro. Era hermoso, era una época en que la lectura era ingenua. Igual amo que todavía me pase esto mismo con ciertos libros, que me enganchen, que todo el aparato crítico, o casi todo, de algún modo se caiga y entrar como una nena. El otro aparato está operando, obvio, para criticarlo, pero me entrego. Ahora tengo más requisitos que cuando tenía 15 años, pero es muy hermoso entrar así a un texto, con alegría, con felicidad, entregada totalmente.
–El clásico tirarse de cabeza, dejarse llevar por una portada, un título. La lectura es contagiosa. ¿Tu mamá y tu papá siguieron tus pasos?
–No, no entraron a este mundo, pero sí me dejaban en paz cuando lo hacía y les gustaba que lo hiciera. Era una Argentina que tenía un nivel social ascendente, con posibilidades. Es muy loco pensar que hace 50 años acá había 4%, 5% de pobreza y es una evidencia muy clara de que se hizo todo muy mal. La dictadura y todo los que siguieron también lo hicieron mal. Existía esa posibilidad y les parecía que era un camino. Ellos no siguieron estudiando porque no pudieron hacerlo, no porque no hubiesen querido; entonces, que su hija pudiera estudiar… tiene un poco esa idea de M’hijo el dotor. Yo no soy doctora, pero bueno, acá estoy.
–En ese entonces todavía se mantenía la idea de que el estudio era una manera de abrir una puerta al mundo.
–Es que básicamente se perdió la idea de que se pueda abrir un mundo. Si no le estamos dejando a los pibes un mundo dónde vivir y un trabajo posible, que no sea miserable ni muy riesgoso. Pero la historia es bastante previsible, ahora todo parece dirigirse a un colapso generalizado, civilizatorio, pero por ahí, quién sabe, se rebelan, por ahí hay otra cosa y la historia puede cambiar. Parece que estamos frente al fin del Imperio Romano, pero incluyendo la vida de la Tierra, el fin del planeta tal como lo conocemos. A lo mejor, los pibes lo impidan, a lo mejor el futuro puede ser otro, y ellos puedan pensar en un futuro mejor dentro de este planeta dañado.
“Una visión sorprendentemente fresca de la vida en las pampas del siglo XIX –destaca una reseña de la novela Las aventuras de la China Iron, publicada en 2020 en The New York Times–. El libro es también una subversión magistral de la identidad nacional argentina. El marido inútil de Josephine es el romántico renegado del poema de 1872 de José Hernández, El gaucho Martín Fierro, piedra angular de la literatura argentina. Las legendarias hazañas de Fierro se limitan en Las aventuras… a algunas indiscretas borracheras, mientras que su esposa anónima, que retoma las cuatro palabras de la epopeya original (su china, ‘su mujer’, como suele decirse), se convierte en la verdadera heroína.”
Ese mismo año, Gabriela Cabezón Cámara fue nominada al Premio Booker Internacional – anualmente elige a los mejores libros traducidos al inglés– por la novela que The New York Times calificó como “uno de los mejores libros de ficción iberoamericana de 2017″. Por su parte, The Guardian, el prestigioso medio británico, realizó una elogiosa crítica sobre la obra: “un viaje salvaje a través de las pampas que deja en el polvo los roles tradicionales de género”.
Con Las aventuras de la China Iron (traducida como The adventures of China Iron, por Fiona Mackintosh e Iona Macintyre y presentado por la editorial Charco Press, dirigida por la argentina Carolina Orloff] Cabezón Cámara ingresó al selecto grupo de los seis finalistas. “Obra maravillosa, feminista y queer de un mito fundacional americano”, destacó el jurado del Booker Prize a la historia que llegará al cine de la mano del director mendocino Alejandro Fadel y de la productora La unión de los Ríos.
–¿Te sorprende lo que pasó y sigue pasando con Las aventuras… y ahora con Las niñas…? Me refiero a cómo se abrieron camino a otros países, continentes y diferentes idiomas.
–Me parece rarísimo, es lo último que hubiera esperado de una novela como la de la China, pero fue así, generó todo eso y me sigue pareciendo rarísimo.
–¿Estás atenta a la adaptación de la China? ¿Sos parte del equipo de guionistas?
–No, no. El libro está en manos de ellos, están haciendo su obra. Mi libro es un insumo, como para mí son un insumo los libros de los otros. No podría “controlar” el trabajo creativo de otra persona. Me gustó mucho lo que se hizo con El viento que arrasa [la adaptación de la novela de Selva Almada que llevó a los cines Paula Hernández]. Una hermosura esa película. Y ahí hay un rico trabajo de adaptación, hay cambios en el proceso. Sinceramente una hermosura. Agustina Comedi (la realizadora cordobesa) va a dirigir el Romance de La Negra Rubia [novela corta publicada en 2014].
Para el escritor Walter Lezcano, Romance de… es parte de una trilogía involuntaria que se completa con sus dos nouvelles anteriores: La Virgen Cabeza y Le viste la cara a Dios. En esta instancia vale la pena recordar que Gabriela publicó su primera novela a los 39 años y fue gracias al empujón que le dio María Moreno, la autora que este año recibirá el Premio Konex de Brillante a las Letras [en las ediciones anteriores fueron reconocidos: Jorge Luis Borges, en 1984; Adolfo Bioy Casares, en 1994; Héctor Tizón, en 2004, y Abelardo Castillo y Ricardo Piglia, en 2014]. En la lista que ostenta la trayectoria más significativa de la última década (2014-2023), Gabriela Cabezón Cámara recibirá el Konex de Platino por el período que abarca 2014-2017.
“Siempre tardé mucho en escribir, en terminar una novela. Pero por sobre todo, en ese entonces tenía poca fe en mí misma –reconoce ante la mirada atenta de sus dos gatos (ese día a sus perros les tocó estar en casa de su expareja. ‘tenencia compartida’)–, mal que adolecemos bastante las mujeres en principio y unos cuantos varones también. Escribía a pesar de la poca fe, porque era lo que me interesaba. Leer y escribir. Intentaba. La Virgen Cabeza la hice en el taller de Diana Bellessi y ya cuando estaba bastante avanzada se la mostró a María Moreno. Y todo se dio muy fácil, porque María le dijo a Leonora Djament que la leyera. Leonora por aquellos años recién empezaba como editora en Eterna Cadencia. Leonora la leyó, le gustó y la publicó”.
–Resulta más que interesante cómo aparece la idea de tu segunda novela.
–Fue a pedido de una amiga escritora y periodista española, Cristina Fallarás. Ella recién había fundado una editorial digital, toda una novedad en ese momento. Era una colección de clásicos infantiles reversionados. Me dijo ‘maja, quiero que reescribas La Bella durmiente’. En ese entonces tenía varias obsesiones, se me daba por leer literatura concentracionaria. Me había impactado mucho el caso de trata, esclavitud y prostitución forzada de Marita Verón [desapareció el 3 de abril de 2002 en Tucumán], yo no sabía que algo así podía pasar, no tenía idea. Fue un golpazo tremendo y así empecé. Una mujer en situación de trata es una mujer que no tiene soberanía sobre nada, ni siquiera sobre un pliegue de su cuerpo, ni cuando duerme, ni cuando se despierta. Me preocupaba cómo podía escribir sobre esto, sobre una persona torturada, sin soberanía. Yo no soy capaz.
No soy capaz de escribirlo en primera persona, si lo hacía en tercera era una persona que lo mira todo y no interviene, es horrible. Entonces la escribí en segunda persona, porque es la misma persona, que puede estar disociada. Una manera de salvar la vida y a la vez apelar a la lectora, al lector. Por eso en mis talleres hago referencia a ‘trabajar la materia, el lenguaje’. Si no, escribís un texto a los gritos, que es otra posibilidad, pero no sé cómo se lee un texto a los gritos. Habrá quien pueda hacerlo muy bien.
–¿Las historias aparecen?
–Es una mezcla de cosas. Romance… aparece porque había estado pensando mucho en cómo funcionaba el sacrificio antropológicamente, políticamente, el valor de los muertos. Toda la complejidad de la idea del sacrificio y del funcionamiento político de los sacrificados. Y después me dieron una beca como escritora residente.
–¿En Berkeley?
– Ese viaje en particular fue muy importante para mí. Me trataron como a una reina. Yo que no sé aplicar a nada, si me llega una beca es porque me cayó por la cabeza. Nunca antes me había pasado. Me invitaron a un lugar de mucho prestigio, me pagaron bien, todo fue hermoso. Fue como decir “estas cosas existen y me pueden pasar a mí también”. Estar en paz, un mes entero, para pensar lo que quería hacer, sin urgencias económicas, ni de las otras. Nunca había sentido eso.
Empecé a publicar a los 39 y a nadie más le parecía importante, necesario. Y es grato que puedas tener ese tiempo, contar con las herramientas. Si podés, escribís y, si no, no. Daba un taller de escritura creativa. Ya en esa época estaba metida con la narrativa en verso, la gauchesca, así que releí el Martín Fierro y así, poco a poco, empezó aparecer la China.
A comienzos de este año Cabezón Cámara sumó un nuevo premio internacional. Las niñas del naranjel ganó el Premio Ciutat de Barcelona de literatura en lengua castellana que otorga entre otros reconocimientos el Ayuntamiento de Barcelona desde 1949 “por su prosa arriesgada, poética y animal (…) por la complejidad del discurso colonial y de género en el que se amalgaman diferentes tradiciones, culturas y lenguas. Por la relectura audaz de una controvertida figura histórica”, la monja alférez Catalina de Erauso que, prófuga de un convento español, protagonizó como varón trans contiendas militares y extramilitares en territorio americano y al servicio de la Corona, en el siglo XVII. [Mariana Enriquez fue reconocida en 2017].
Fue un cuadro, una acuarela de Fermín Eguía que mostraba a una persona con una armadura en posición de asesinar a otra con una lanza. “La Monja Alférez”, se podía leer debajo. Esa combinación que unía a una monja con la armadura llamó la atención de la autora. “Enseguida busqué información sobre ella y encontré su autobiografía, donde cuenta sus crímenes y su participación en un genocidio afortunadamente inconcluso en la Conquista de la Araucanía”.
–¿Cómo escribís Gabriela, tenés una rutina?
–Tengo adosadas las manos en la computadora, pero ahora estoy tratando de escribir con lápiz, lapicera en mano.
–¿Una novela escrita a mano, como en los viejos tiempos?
–Sí, necesito de más tiempo, quiero un tiempo más lento. Estoy acostumbrada, muy acostumbrada, a escribir a la velocidad del periodismo [trabajó como editora de Cultura del diario Clarín], donde tengo algo que decir y lo escribo rápido, me llevan los dedos. Ahora quiero bajar, volver al manuscrito.
–¿Entendés lo que escribís a mano? Ese es un desafío.
–[ríe]. No se entiende nada, la letra es un desastre, tengo la mano dura. Hace unas semanas estaba firmando ejemplares en la Feria del Libro de Rosario y me dije “tengo que bajar un tercio la velocidad para que se entienda”.
Sinceramente no se entendía nada. Era un misterio. “¿Qué habré puesto acá?” Ya es un desafío escribir mi nombre completo: María Gabriela Cabezón Cámara, termino cansada. Lo que me interesa es que tenés que pensar de otra manera. Frente a la computadora es como pensar solo con los dedos. Durante milenios, la gente escribió de esta manera, nosotras mismas hasta cierto momento de la vida.
Cuando escribís a mano de alguna manera te queda grabado en la cabeza. No me pasa lo mismo si lo hago con la computadora, con el celular. Lo estoy intentando, vamos a ver qué pasa. Soy muy lenta, el trabajo con la materia me lleva tiempo. Tampoco es que estoy corriendo porque tengo que cumplir, sí tengo una necesidad económica, pero no tengo la disciplina de esas personas que se sientan cuatro, cinco horas por día y sacan un libro por año. Yo no. Soy un quilombo. Quizá algún día logré esa disciplina.
“Estamos en una distopía –no duda en decir Gabriela Cabezón Cámara–, estamos en un momento en el que está prendido fuego todo el continente. Mirá lo que pasa en Córdoba –ejemplifica–. Se está rompiendo la corriente del Atlántico Norte, lo que puede generar que se congele Europa y que se desertifiquen todos los trópicos. Está pasando ahora. Hay inundaciones feroces, en Brasil, en otras partes del mundo, vientos, el tifón en Vietnam –enumera la escritora argentina, nacida en 1968–. Acá se da poca información internacional. Prácticamente todo esto es una distopía. Tenemos un presidente que insulta de manera soez, que hace la mímica de masturbarse en una reunión de empresarios y a todo el mundo le parece bien. Tenemos mosquitos que si nos pican podemos morir. Es una distopía. Pero podría ser peor”.
–La frase hecha “la realidad supera la ficción” con este escenario cobra fuerza.
–La literatura se queda corta todo el tiempo. Hay un texto de Max Frish (Zúrich, 1911–1991) El hombre aparece en el Holoceno, novela que habla de los días, de los seres humanos, de la relación consigo mismos y con los otros, con los padres y madres, hijas, hijos, novios, de un alma generalmente desgraciada, como si la comarca no corriera peligro alguno, como si la tierra fuera tierra de una vez para siempre y una vez para siempre el nivel del mar estuviera establecido. “Las catástrofes las conoce el hombre en la medida en que las sobrevive, la Naturaleza no conoce catástrofes”, dice Frish.
Con las escritoras, periodistas e investigadoras Dolores Reyes, Claudia Aboaf, Soledad Barruti y Maristella Svampa lanzaron El territorio habla, el podcast del grupo “Mirá Socioambiental”. “Para el primer episodio –disponible en diferentes plataformas– que titulamos ‘Todas las Fuegas el fuego’ viajamos a Córdoba a charlar con las brigadistas las Fuegas, qué tanto hacen en el territorio”, cuenta la autora de Las aventuras de la China Iron (2017).
–En tu cuenta de Instagram te presentás primero como socioambientalista, luego como escritora. ¿Tenés la camiseta puesta?
–Si no nos ponemos la camiseta por la vida de la Tierra, con todos sus seres, incluyéndonos… si no te la ponés por esto, no te la ponés por nada. Todo lo demás me parece secundario.
–¿Creés que hay una ventana de oportunidad?
–Sí, la hay. La ventana de oportunidad está. Si en unos años se moderan las emisiones de combustibles fósiles y se empieza a hacer una transición, decidida, hacia las renovables, se pueden parar los peores efectos. Porque todo ya está desatado, está todo incendiado, lo estamos viendo. El sistema de ríos voladores de la Amazonía [corriente masiva de vapor que asciende desde la vegetación amazónica y luego se desplaza a miles de kilómetros, como si fueran ríos en el cielo], por ejemplo, que son los que hacen de la Pampa húmeda una tierra fértil y húmeda, si se cae, La Pampa se convertirá en un desierto. Este sistema está conectado a nivel global… Lo que pasa es muy insoportable y doloroso, entonces cuesta. A mí también, como a tantos otros, me dan ataques de angustia. Estamos conviviendo con el humo. Lo vemos, convivimos, lo respiramos… pero nos parece lejano. Hay otros que están metidos en ese humo, que lo respiran de forma directa, que conviven todo el tiempo.
–En tus obras, como Las aventuras de la China Iron y Las niñas del naranjel, la naturaleza, la selva, está presente, obviamente narrada desde diferentes perspectivas.
–Intento todo el tiempo contar desde distintas perspectivas, es muy difícil imaginar la perspectiva de la selva o de los animales que no conozco, de los animales, en general. Sé que muchos tienen lengua y tienen una interioridad, una intención de seguir vivos, tienen sentimientos, tienen emociones, resuelven problemas, fabrican herramientas, no todas las especies, pero unas cuantas sí. Las ballenas cantan con rimas. El mundo habla constantemente. El suelo vivo emite sonido y el suelo muerto, no. Los árboles se comunican a través de los hongos, a través de una red subterránea, es muy alucinante, cuidan al tocón [el resto de tronco anclado al suelo que queda cuando un árbol cae]. El árbol sabe que el bosque importa.
–En las leyendas que narraban los pueblos originarios, en los tradicionales relatos europeos, asiáticos, africanos… siempre estuvo presente el concepto de una naturaleza bien viva, como los árboles parlantes, por ejemplo. Pero hubo un momento que esa idea desapareció.
–Eso lo hizo desaparecer Occidente, con una filosofía que le convenía mucho al capitalismo de expansión de ese momento. Hay un libro de Amitav Ghosh (Calcuta, 1958), The Great Derangement: Climate Change and the Unthinkable (2016), en el que el autor comienza preguntándose por qué la literatura “seria” se ocupa tan poco de los colapsos climáticos y dice que es porque la literatura tal y cual la entendemos ahora, nosotros, se termina de consolidar en el siglo XIX, que es cuando la burguesía está en plena expansión y su fe en lo reversible, mensurable y lo previsiblemente mensurable atado a los ritmos industriales, por eso dice que en la literatura la idea de lo verosímil pasó a ser importantísima. La literatura tal y cual la entendemos nosotros tiene en primer plano lo verosímil, lo cotidiano y algo semejante a la épica o a lo sobrenatural”.
“No es difícil establecer que el cambio climático proyecta una sombra mucho más pequeña en el panorama de la ficción literaria que incluso en el ámbito público–destaca Amitav Ghosh–. Las novelas y los cuentos rara vez se vislumbran en este horizonte. De hecho, incluso se podría decir que la ficción que trata sobre el cambio climático no es, casi por definición, del tipo que se toman en serio las revistas literarias serias: la mera mención del tema es a menudo suficiente para relegar una novela o un cuento al segundo plano”.
“Género de ciencia ficción. Es como si en la imaginación literaria el cambio climático fuera algo parecido a los extraterrestres o los viajes interplanetarios (…) Seguramente es muy difícil imaginar una concepción de seriedad que es ciega a amenazas que potencialmente cambian la vida -continúa Ghosh-. Y si la urgencia de un tema fuera realmente un criterio de su gravedad, entonces, considerando lo que el cambio climático presagia realmente para el futuro de la Tierra, seguramente debería seguirse que ésta sería la principal preocupación de los escritores de todo el mundo, y esto creo que está muy lejos de ser así”.
–En esta misma línea el autor considera que “lo salvaje se ha convertido en la norma”.
–Pareciera imposible relatar un colapso desde lo verosímil porque lo que sucede todo el tiempo es lo inverosímil, lo imprevisible, lo no mensurable. ¿Cómo relatás un colapso con todas estas cosas desmesuradas y fuera de toda previsión, en ese sentido? Estamos educados y formados con ese chip.
–En una entrevista reciente con la ecuatoriana María Fernanda Ampuero, en la que repasamos cómo a través de diversos géneros, la literatura latinoamericana aborda la problemática ambiental, las diversas violencias, ella consideraba la urgencia de narrar lo que ocurre. Dijo textualmente a este suplemento: “Para mí la literatura es urgente, es el ahora mismo y si lo que vas a escribir no es urgente, hacé otra cosa, plantá árboles. Para mí es así. Es urgente. Es ya”.
–Yo no sé si hay que hacer algo especial desde la literatura, es decir, no sé si la literatura debe…no debe nada. Ya que te puedas poner a jugar, poner la cabeza en otro lado cuando leés, flasheando con otras vidas, identificándote con ese grado de libertad, ya es un montón. Yo siento la urgencia de hacer con “Mirá Sociambiental”, con la literatura y con otras cosas más. También me pregunto, como María Fernanda, a la que quiero mucho –aclara–, por qué no aparecen más textos, supongo que por lo mismo que nos pasa a todos, la mayoría vivimos con algún grado de negación. Ya no digo negacionismo, digo negación.
–¿Por qué?
– Porque ves el humo y te angustiás, se va el humo y ya te olvidaste. Porque no soportás pensarlo, supongo que nos pasa a todos lo mismo. Si no, hay situaciones…
–Con las que no podés vivir, como cuando uno naturaliza o invisibiliza a las personas en situación de calle.
–Aparece el qué hago…porque lo único humano que se puede hacer con personas en situación de calle es llevártelas a tu casa, pero por las razones que quieras y se pueden hablar, debatir, no podés, entonces ofrecés abrigo, comida, escuchás. La escucha es el registro del otro como ser humano. Este tipo de fenómeno, como la expulsión de la gente a la intemperie hace que de algún modo ellos pierdan la forma humana, vas caminando por la calle y debajo de esas frazadas pierden la forma humana y vos también porque no hacés el auxilio más natural: ayudar al otro, entonces también te deshumaniza; es como si esa realidad nos pasara una lija todos los días.
–Recién hablabas de la literatura que te pone a jugar, que hace que tu cabeza vuele, que vaya por otros lados, flasheando con otras vidas, como lo que despertaba en vos la biblioteca de tu abuela.
Hace una pausa y señala. “Mirá”.
En la mesa que nos separa hay un libro forrado con las imágenes de Sarah Kay, los icónicos dibujos de la australiana Vivien Kubbos. Gabriela lo toma, le quita el papel. “Está en proceso de reconstrucción –dice del libro cuyas páginas se separan del lomo–, hay que pegarlo”. Al quitarle el papel, el color amarillo gastado devela que estamos ante un título de la colección Robin Hood: Colmillo Blanco, la gran novela del estadounidense Jack London. ”Estoy encantada”, confiesa.
Abro el libro que explora la compleja relación entre humanos y animales, la historia que deja al descubierto cómo la interacción entre ambas especies puede generar tanto amor y respeto como violencia y crueldad. Porque Colmillo Blanco, el perro-lobo, se ve influenciado por las acciones de los humanos a lo largo de su vida y será por eso que se convertirá en un representante de la lucha por la libertad y la autonomía. London, a modo de “enseñanza”, resalta cómo cada ser vivo tiene derecho a vivir en libertad y en armonía con su entorno.
En la primera página, aparece un nombre escrito a mano: Catalina Amarante de Cabezón, 1958. “Es la letra de mi abuela”, dice Gabriela con una sonrisa que expresa emoción, cariño, orgullo.
–Hermoso.
–Sí, hermoso. Mi educación sentimental está hecha por estos libros.
–Sé el valor que tuvo para vos la biblioteca de tu abuela, donde estaban éstos y otros libros. Llegaste a decir que era como estar frente a la mismísima Biblioteca de Alejandría.
–Sí [ríe], vengo de una familia obrera. Mis viejos apenas hicieron séptimo grado, mi abuela también, pero a ella le gustaba leer y se las ingenió para comprarse libros, armarse su biblioteca y eso para mí fue como encontrar una salida al mar, un mundo más hermoso, más variado, lleno de aventuras, un mundo en el que nadie me dañaba en ningún sentido. Me hacía muy bien… estaba todo el tiempo leyendo, me sumergía por completo.
–¿Eras capaz de abstraerte de lo que sucedía a tu alrededor?
–Sí, totalmente. Una vez iba leyendo por la calle y casi me atropella un tren, no escuchaba nada. Estaba yendo al Colegio Nacional de San Isidro, tenía que cruzar la vía, caminaba leyendo muy metida, andá a saber en qué, a lo mejor Colmillo blanco. Me acuerdo que escuché un ruido, era un ruido tremendo [intenta reproducir el sonido del silbato], venía la locomotora.
En esa época yo tenía el cabello largo, no como ahora, y una chica me agarró de la colita [del cabello recogido] y me sacó, me había quedado petrificada, pero así vivía. Era lo que más me gustaba hacer, leer, estar así, sumergida en un libro. Era hermoso, era una época en que la lectura era ingenua. Igual amo que todavía me pase esto mismo con ciertos libros, que me enganchen, que todo el aparato crítico, o casi todo, de algún modo se caiga y entrar como una nena. El otro aparato está operando, obvio, para criticarlo, pero me entrego. Ahora tengo más requisitos que cuando tenía 15 años, pero es muy hermoso entrar así a un texto, con alegría, con felicidad, entregada totalmente.
–El clásico tirarse de cabeza, dejarse llevar por una portada, un título. La lectura es contagiosa. ¿Tu mamá y tu papá siguieron tus pasos?
–No, no entraron a este mundo, pero sí me dejaban en paz cuando lo hacía y les gustaba que lo hiciera. Era una Argentina que tenía un nivel social ascendente, con posibilidades. Es muy loco pensar que hace 50 años acá había 4%, 5% de pobreza y es una evidencia muy clara de que se hizo todo muy mal. La dictadura y todo los que siguieron también lo hicieron mal. Existía esa posibilidad y les parecía que era un camino. Ellos no siguieron estudiando porque no pudieron hacerlo, no porque no hubiesen querido; entonces, que su hija pudiera estudiar… tiene un poco esa idea de M’hijo el dotor. Yo no soy doctora, pero bueno, acá estoy.
–En ese entonces todavía se mantenía la idea de que el estudio era una manera de abrir una puerta al mundo.
–Es que básicamente se perdió la idea de que se pueda abrir un mundo. Si no le estamos dejando a los pibes un mundo dónde vivir y un trabajo posible, que no sea miserable ni muy riesgoso. Pero la historia es bastante previsible, ahora todo parece dirigirse a un colapso generalizado, civilizatorio, pero por ahí, quién sabe, se rebelan, por ahí hay otra cosa y la historia puede cambiar. Parece que estamos frente al fin del Imperio Romano, pero incluyendo la vida de la Tierra, el fin del planeta tal como lo conocemos. A lo mejor, los pibes lo impidan, a lo mejor el futuro puede ser otro, y ellos puedan pensar en un futuro mejor dentro de este planeta dañado.
“Una visión sorprendentemente fresca de la vida en las pampas del siglo XIX –destaca una reseña de la novela Las aventuras de la China Iron, publicada en 2020 en The New York Times–. El libro es también una subversión magistral de la identidad nacional argentina. El marido inútil de Josephine es el romántico renegado del poema de 1872 de José Hernández, El gaucho Martín Fierro, piedra angular de la literatura argentina. Las legendarias hazañas de Fierro se limitan en Las aventuras… a algunas indiscretas borracheras, mientras que su esposa anónima, que retoma las cuatro palabras de la epopeya original (su china, ‘su mujer’, como suele decirse), se convierte en la verdadera heroína.”
Ese mismo año, Gabriela Cabezón Cámara fue nominada al Premio Booker Internacional – anualmente elige a los mejores libros traducidos al inglés– por la novela que The New York Times calificó como “uno de los mejores libros de ficción iberoamericana de 2017″. Por su parte, The Guardian, el prestigioso medio británico, realizó una elogiosa crítica sobre la obra: “un viaje salvaje a través de las pampas que deja en el polvo los roles tradicionales de género”.
Con Las aventuras de la China Iron (traducida como The adventures of China Iron, por Fiona Mackintosh e Iona Macintyre y presentado por la editorial Charco Press, dirigida por la argentina Carolina Orloff] Cabezón Cámara ingresó al selecto grupo de los seis finalistas. “Obra maravillosa, feminista y queer de un mito fundacional americano”, destacó el jurado del Booker Prize a la historia que llegará al cine de la mano del director mendocino Alejandro Fadel y de la productora La unión de los Ríos.
–¿Te sorprende lo que pasó y sigue pasando con Las aventuras… y ahora con Las niñas…? Me refiero a cómo se abrieron camino a otros países, continentes y diferentes idiomas.
–Me parece rarísimo, es lo último que hubiera esperado de una novela como la de la China, pero fue así, generó todo eso y me sigue pareciendo rarísimo.
–¿Estás atenta a la adaptación de la China? ¿Sos parte del equipo de guionistas?
–No, no. El libro está en manos de ellos, están haciendo su obra. Mi libro es un insumo, como para mí son un insumo los libros de los otros. No podría “controlar” el trabajo creativo de otra persona. Me gustó mucho lo que se hizo con El viento que arrasa [la adaptación de la novela de Selva Almada que llevó a los cines Paula Hernández]. Una hermosura esa película. Y ahí hay un rico trabajo de adaptación, hay cambios en el proceso. Sinceramente una hermosura. Agustina Comedi (la realizadora cordobesa) va a dirigir el Romance de La Negra Rubia [novela corta publicada en 2014].
Para el escritor Walter Lezcano, Romance de… es parte de una trilogía involuntaria que se completa con sus dos nouvelles anteriores: La Virgen Cabeza y Le viste la cara a Dios. En esta instancia vale la pena recordar que Gabriela publicó su primera novela a los 39 años y fue gracias al empujón que le dio María Moreno, la autora que este año recibirá el Premio Konex de Brillante a las Letras [en las ediciones anteriores fueron reconocidos: Jorge Luis Borges, en 1984; Adolfo Bioy Casares, en 1994; Héctor Tizón, en 2004, y Abelardo Castillo y Ricardo Piglia, en 2014]. En la lista que ostenta la trayectoria más significativa de la última década (2014-2023), Gabriela Cabezón Cámara recibirá el Konex de Platino por el período que abarca 2014-2017.
“Siempre tardé mucho en escribir, en terminar una novela. Pero por sobre todo, en ese entonces tenía poca fe en mí misma –reconoce ante la mirada atenta de sus dos gatos (ese día a sus perros les tocó estar en casa de su expareja. ‘tenencia compartida’)–, mal que adolecemos bastante las mujeres en principio y unos cuantos varones también. Escribía a pesar de la poca fe, porque era lo que me interesaba. Leer y escribir. Intentaba. La Virgen Cabeza la hice en el taller de Diana Bellessi y ya cuando estaba bastante avanzada se la mostró a María Moreno. Y todo se dio muy fácil, porque María le dijo a Leonora Djament que la leyera. Leonora por aquellos años recién empezaba como editora en Eterna Cadencia. Leonora la leyó, le gustó y la publicó”.
–Resulta más que interesante cómo aparece la idea de tu segunda novela.
–Fue a pedido de una amiga escritora y periodista española, Cristina Fallarás. Ella recién había fundado una editorial digital, toda una novedad en ese momento. Era una colección de clásicos infantiles reversionados. Me dijo ‘maja, quiero que reescribas La Bella durmiente’. En ese entonces tenía varias obsesiones, se me daba por leer literatura concentracionaria. Me había impactado mucho el caso de trata, esclavitud y prostitución forzada de Marita Verón [desapareció el 3 de abril de 2002 en Tucumán], yo no sabía que algo así podía pasar, no tenía idea. Fue un golpazo tremendo y así empecé. Una mujer en situación de trata es una mujer que no tiene soberanía sobre nada, ni siquiera sobre un pliegue de su cuerpo, ni cuando duerme, ni cuando se despierta. Me preocupaba cómo podía escribir sobre esto, sobre una persona torturada, sin soberanía. Yo no soy capaz.
No soy capaz de escribirlo en primera persona, si lo hacía en tercera era una persona que lo mira todo y no interviene, es horrible. Entonces la escribí en segunda persona, porque es la misma persona, que puede estar disociada. Una manera de salvar la vida y a la vez apelar a la lectora, al lector. Por eso en mis talleres hago referencia a ‘trabajar la materia, el lenguaje’. Si no, escribís un texto a los gritos, que es otra posibilidad, pero no sé cómo se lee un texto a los gritos. Habrá quien pueda hacerlo muy bien.
–¿Las historias aparecen?
–Es una mezcla de cosas. Romance… aparece porque había estado pensando mucho en cómo funcionaba el sacrificio antropológicamente, políticamente, el valor de los muertos. Toda la complejidad de la idea del sacrificio y del funcionamiento político de los sacrificados. Y después me dieron una beca como escritora residente.
–¿En Berkeley?
– Ese viaje en particular fue muy importante para mí. Me trataron como a una reina. Yo que no sé aplicar a nada, si me llega una beca es porque me cayó por la cabeza. Nunca antes me había pasado. Me invitaron a un lugar de mucho prestigio, me pagaron bien, todo fue hermoso. Fue como decir “estas cosas existen y me pueden pasar a mí también”. Estar en paz, un mes entero, para pensar lo que quería hacer, sin urgencias económicas, ni de las otras. Nunca había sentido eso.
Empecé a publicar a los 39 y a nadie más le parecía importante, necesario. Y es grato que puedas tener ese tiempo, contar con las herramientas. Si podés, escribís y, si no, no. Daba un taller de escritura creativa. Ya en esa época estaba metida con la narrativa en verso, la gauchesca, así que releí el Martín Fierro y así, poco a poco, empezó aparecer la China.
A comienzos de este año Cabezón Cámara sumó un nuevo premio internacional. Las niñas del naranjel ganó el Premio Ciutat de Barcelona de literatura en lengua castellana que otorga entre otros reconocimientos el Ayuntamiento de Barcelona desde 1949 “por su prosa arriesgada, poética y animal (…) por la complejidad del discurso colonial y de género en el que se amalgaman diferentes tradiciones, culturas y lenguas. Por la relectura audaz de una controvertida figura histórica”, la monja alférez Catalina de Erauso que, prófuga de un convento español, protagonizó como varón trans contiendas militares y extramilitares en territorio americano y al servicio de la Corona, en el siglo XVII. [Mariana Enriquez fue reconocida en 2017].
Fue un cuadro, una acuarela de Fermín Eguía que mostraba a una persona con una armadura en posición de asesinar a otra con una lanza. “La Monja Alférez”, se podía leer debajo. Esa combinación que unía a una monja con la armadura llamó la atención de la autora. “Enseguida busqué información sobre ella y encontré su autobiografía, donde cuenta sus crímenes y su participación en un genocidio afortunadamente inconcluso en la Conquista de la Araucanía”.
–¿Cómo escribís Gabriela, tenés una rutina?
–Tengo adosadas las manos en la computadora, pero ahora estoy tratando de escribir con lápiz, lapicera en mano.
–¿Una novela escrita a mano, como en los viejos tiempos?
–Sí, necesito de más tiempo, quiero un tiempo más lento. Estoy acostumbrada, muy acostumbrada, a escribir a la velocidad del periodismo [trabajó como editora de Cultura del diario Clarín], donde tengo algo que decir y lo escribo rápido, me llevan los dedos. Ahora quiero bajar, volver al manuscrito.
–¿Entendés lo que escribís a mano? Ese es un desafío.
–[ríe]. No se entiende nada, la letra es un desastre, tengo la mano dura. Hace unas semanas estaba firmando ejemplares en la Feria del Libro de Rosario y me dije “tengo que bajar un tercio la velocidad para que se entienda”.
Sinceramente no se entendía nada. Era un misterio. “¿Qué habré puesto acá?” Ya es un desafío escribir mi nombre completo: María Gabriela Cabezón Cámara, termino cansada. Lo que me interesa es que tenés que pensar de otra manera. Frente a la computadora es como pensar solo con los dedos. Durante milenios, la gente escribió de esta manera, nosotras mismas hasta cierto momento de la vida.
Cuando escribís a mano de alguna manera te queda grabado en la cabeza. No me pasa lo mismo si lo hago con la computadora, con el celular. Lo estoy intentando, vamos a ver qué pasa. Soy muy lenta, el trabajo con la materia me lleva tiempo. Tampoco es que estoy corriendo porque tengo que cumplir, sí tengo una necesidad económica, pero no tengo la disciplina de esas personas que se sientan cuatro, cinco horas por día y sacan un libro por año. Yo no. Soy un quilombo. Quizá algún día logré esa disciplina.
La autora de “Las aventuras de la China Iron” reconocida con el Premio Konex de Platino dice: “Si no te ponés la camiseta por la Tierra, no te la ponés por nada” LA NACION