Llegó de Uruguay atravesada por la tragedia para reparar el nombre del padre y dejó un legado invaluable: “El General Lavalle la aferró a la vida”
La primera vez que Dolores Lavalle pisó Buenos Aires, lo hizo atravesada por las tragedias. Corría el año 1865 y tenía 34 años, cuando observó la gran urbe con templanza, a pesar de que en su corazón dolía la muerte de sus hermanos, en especial la de su querida hermana, Hortensia, ¡su amiga y su alegría!, quien dejó el mundo con apenas 24 años. Sin embargo, había sido el asesinato de su padre, el General Juan Lavalle, un hombre al que había admirado, lo que más pesaba en su espíritu. Él era su ejemplo de coraje y entrega en pos de enaltecer la Argentina.
A la ciudad porteña no había llegado sola, la acompañaban su madre, Dolores Correas, y su tía, Concepción Correas. Juntas habían emprendido un largo camino desde Chile a Buenos Aires, sin ninguna riqueza material, pero llevando su apellido con orgullo. Se instalaron en una casa en el centro de la ciudad y, poco a poco, Dolores desentrañó los secretos de esta capital, también con puerto, al igual que Colonia de Sacramento -su lugar de nacimiento-, Montevideo y Valparaíso, lugares en los que había vivido y que había aprendido a amar.
“No tenía miedo a la sociedad porteña, a pesar de que la desconocía. No se nota ese rasgo en sus escritos”, cuenta Dolores Lavalle Cobo, su sobrina en quinta generación . “Estaba acostumbrada al desarraigo, a dejar atrás una vida completa para integrase a otra”.
A Buenos Aires, Dolores había arribado con una férrea decisión de trabajar por la reivindicación del nombre de su padre, para luego dedicarse a causas justas, que consideraba que estaban por encima de sus propias emociones. A pesar de las pérdidas y el destierro, se destacaba por ser una mujer enérgica; solía posar su mirada en el futuro, trazar objetivos y trabajar para concretarlos: “Sin dejar de honrar su pasado, que era cimiento de los valores”, destaca su sobrina.
El exilio a Uruguay, la vida rural y la bandera argentina en el corazón
Dolores Lavalle llegó al mundo en Colonia de Sacramento el 27 de mayo de 1831. Hija del General Juan Lavalle y su esposa, Dolores Correas, oriunda de Mendoza. Augusto, el hijo mayor del matrimonio Lavalle Correas había nacido en Buenos Aires en 1825, pero para el año 1829, la familia se había exiliado a Uruguay, donde, aparte de su hija Dolores, le dieron la bienvenida a Hortensia y a Juan.
“Al igual que otros argentinos que habían adoptado la política liberal unitaria, ellos escaparon de la tiranía de Juan Manuel de Rosas y el terror de la mazorca. El General Lavalle y Rosas eran amigos, habían sido destinados a proteger la línea de frontera contra los indios y, además, eran hermanos de leche. Sus madres eran amigas íntimas, (la sociedad porteña de la época era muy reducida). Por otra parte, el General Lavalle había dedicado diez años de su vida a pelear por la independencia de América del Sur en Uruguay, Argentina, Chile, Perú y Ecuador “, explica Dolores Lavalle Cobo.
En Uruguay, la pequeña Dolores creció rodeada por la naturaleza. Su padre le había pedido prestado dinero a su hermano, Francisco, que utilizó para dedicarse a la labranza y cría de animales. Sin embargo, para el General Lavalle, dejar el pasado atrás para dedicarse únicamente a su familia y a “sus bichitos”, como solía llamar a sus hijos, no fue posible. Por aquellos años, recibió la vista de diversos políticos, entre ellos, Bernardino Rivadavia, así como de Mariquita Sánchez, ambos amigos íntimos de la familia. Defender y enaltecer a la Argentina, jamás había dejado de estar en sus planes.
El traslado en 1837 a Montevideo marcó la vida de Dolores, que pronto reveló la importancia de la educación en la vida de todas las personas. Asistió a la escuela que Juana Manso había fundado en su propia casa en aquella ciudad, donde aprendieron matemáticas, historia, geografía, francés, entre otras materias. Y fue allí que se integraron a una vida social con familias como la de Bartolomé Mitre: “Si bien Mitre era diez años mayor que Dolores, el roce social entre los exiliados argentinos haría que se conocieran”.
Finalmente, en 1839 y sin su familia, el General Lavalle regresó a la Argentina con la intención de liberar a su patria de Rosas. La empresa no tuvo éxito y, con sus fuerzas militares debilitadas, se dirigió hacia Bolivia, pero el 9 de octubre de 1841 fue asesinado de un disparo en Jujuy por las fuerzas de Oribe, leales a Rosas: “Sus fieles soldados impidieron a toda costa que se lleven su cabeza y su corazón y huyeron por la Quebrada de Humahuaca hasta llegar a Potosí, Bolivia y depositar los huesos del General en la catedral de dicha localidad”, asegura su sobrina lejana.
Un nuevo comienzo en Chile y el nacimiento de un propósito: “Enaltecer el nombre de su padre en su tierra”
Dolores supo de la muerte de su padre en 1842, y en una aventura riesgosa que implicó atravesar el Cabo de Hornos, su madre empacó unas pocas pertenencias, alistó a sus hijos y decidió emigrar a Chile, donde vivía Juan Correas, el abuelo de Dolores, a quien no logró conocer, ya que murió pocos días antes de su llegada a Valparaíso.
La familia fue muy bien recibida en Chile. Dolores y Hortensia asistieron como pupilas al Colegio de los Sagrados Corazones de Jesús y de María en Santiago de Chile, donde recibieron educación formal, espiritual y musical; ambas hermanas aprendieron a tocar el piano.
Aquellos tiempos de convento fueron otro punto de inflexión para la joven Dolores. El recuerdo de su padre, lejos de debilitarse, comenzó a crecer en ella con más fuerza que nunca. En años donde las tragedias parecían perseguir a la familia: “Fue su papá, el General Lavalle, quien la aferró a la vida y la inspiró a proponerse un objetivo, que para ella significó darle un nuevo sentido a su existencia”.
A sus 18 años, cruzó junto a su madre y su tío Rafael Lavalle, la Cordillera de los Andes por primera vez para atender la salud de Augusto, su hermano mayor, quien murió poco tiempo después. En aquella travesía, Dolores pudo palpar en la piel la inmensidad de esas montañas, las mismas que cruzó su progenitor con San Martín en enero de 1817. En ese instante, Dolores sintió con más fuerza aún la conexión con su padre.
“De ojos oscuros y contextura pequeña como su madre, ella decide enaltecer el nombre de su padre en su tierra. No sabía cuándo podría concretar ese camino, pero la convicción de hacerlo jamás abandonó su mente. Pisar suelo argentino por primera vez luego de atravesar esas cumbres nevadas imprime en ella su destino a fuego“, cuenta Dolores Lavalle Cobo.
Un matrimonio y el propósito: “¿Quién sino ella podía entender lo que significaba perder a un padre, la tierra amada, sufrir el destierro…?
La partida de Hortensia había dejado mucho dolor en los corazones de su madre y de Dolores, quienes en los siguientes años guardaron luto y procuraron por el bienestar de los hijos pequeños de su hermana. Esto implicó pedir una prórroga de estadía al gobierno de Chile y un retraso hacia el destino inevitable: Buenos Aires, la capital argentina que finalmente Dolores pisó en 1865.
Ya en Argentina, y sin olvidar jamás su objetivo y sentido de vida, en 1867, a los 36 años de edad, Dolores contrajo matrimonio con su primo hermano Joaquín Lavalle Pinto, con licencia de dispensa eclesiástica por el vínculo. A pesar de no tener descendencia, ella le dio comienzo al período más fecundo de su existencia, donde entregó su vida al servicio de los demás.
“¿Quién sino ella podía entender lo que significaba perder a un padre, la tierra amada, sufrir el destierro y las despedidas para siempre? En carne propia había transitado el desgarro de la muerte de todos sus hermanos, la congoja de su madre, la pérdida de amistades y el desarraigo. Pero quizás lo que más la atormentaba era la reivindicación del nombre y el legado de su padre. Un hombre que se había entregado por entero a los ideales de libertad de San Martín y a sus convicciones liberales”, reflexiona su sobrina en quinta generación.
En su larga trayectoria marcada por el servicio, Dolores ingresó a la Sociedad de Beneficencia de la Capital Federal como inspectora de escuelas de niñas y de asilos para huérfanos. Cierta vez, cuando una epidemia de conjuntivitis purulenta azotó en Asilo de Huérfanos, Dolores quedó horrorizada ante el estado de los niños y del lugar. Decidió entonces atender el asunto por sus propias manos e impuso nuevas normas para los tratamientos que no fueron acatadas.
“La negligencia provocó la indignación de Dolores y se presentó con el permiso de la Sociedad de Beneficencia y orden de desalojo para echar a las religiosas y hacerse cargo del asilo. La orden fue resistida por las hermanas, pero Dolores logró imponer su voluntad y se instaló hasta que se reordenó la situación de higiene y los niños se recuperaron”, revela Dolores Lavalle Cobo.
“Esto tuvo como resultado la idea de fundar en Buenos Aires un hospital oftalmológico y que Dolores se convirtiera en cofundadora del Hospital de Ojos Santa Lucía junto a otras mujeres de la Sociedad de Beneficencia. Y en 1874 fue nombrada presidente de la Sociedad de Beneficencia; también se convirtió en cofundadora del Hospital Ricardo Gutiérrez, uno de los primeros en el mundo. El déficit de la atención médica específica para niños fue el motivo principal de esta decisión”.
“También fue presidente del Asilo de Huérfanos de Militares. Ideó el `Corso de las Flores´, un desfile de carrozas para recaudar fondos para las instituciones benéficas. Y en abril de 1894 inauguró el monumento al General Juan Lavalle, a instancias de Dolores y con la ayuda de Mitre”, agrega Dolores Lavalle Cobo, quien para cada instancia de la historia facilita documentaciones y cartas.
A 130 años de la obra cumbre: “¿Por qué no ofrecer esa educación a mujeres sin recursos?”
En los años siguientes, sin embargo, Dolores no solo trabajó arduamente en beneficencia, sino que elevó la bandera de la educación. Desde muy pequeña, inspirada por Manso, Mitre y Sarmiento, había comprendido que las mujeres, al igual que los hombres, debían acceder a una buena instrucción para colaborar en la construcción de un país próspero.
Por ello, su obra cumbre fue la instauración, en 1894, de la `Fundación Sociedad Santa Marta´, primera escuela profesional para mujeres de la Argentina: “Pionera en el campo de la educación, un tema que siempre la había preocupado y a la que había dedicado especial atención. Entendía al trabajo en todas sus formas como aquello que dignifica a la persona. ¿Por qué no ofrecer esa educación a mujeres sin recursos? ¿Por qué no brindarles la posibilidad de un trabajo honroso?”, reflexiona su sobrina.
“Alumna de Juana Manso y amiga de Sarmiento, Dolores testimonia de primera mano la educación orientada a la mujer. La Sociedad Santa Marta estaba dedicada a mujeres para que aprendan un oficio, y a remendar lo que ya tenían para darle una segunda vida, tal como hacía ella. Toma como modelo las escuelas ménagères de Francia, las que educan en labores de la vida práctica: no solo tareas domésticas”, explica Dolores Lavalle Cobo.
La hija del General Lavalle sostuvo en un comienzo a la institución con conciertos de piano, fiestas y con donaciones de sus amigas porteñas. Primero se situó en Venezuela 1362, y luego se trasladó a otro edificio en la calle Bolívar, donde se consolidó y aumentó en la currícula de alumnas.
“Sin embargo, Dolores ya estaba mayor, las donaciones comenzaron a menguar por la situación económica crítica del país, por lo que estuvo a punto de cerrar y en 1909 se decide pasarla a manos estatales. La Junta Directiva integrada por amigas y colaboradoras de Dolores proponen el cambio de nombre, situación rechazada por ella. Pero ante la insistencia en esta propuesta ella decide aceptarlo”, continúa su sobrina en quinta generación, quien este miércoles 16 de octubre conmemora junto a la institución el 130 aniversario de la escuela Dolores Lavalle de Lavalle.
“Ella demostró que es la determinación de una persona lo que la mueve a cumplir un ideal”
Dolores enviudó el 4 de abril de 1906 y quedó como única y universal heredera. Los bienes sucesorios fueron un crédito hipotecario o préstamo y los muebles austeros tasados en una suma baja. En mayo de 1906, donó al Museo Histórico Nacional todas las pertenencias que guardaba de su padre, por considerar que su dueña era la patria a la que él había servido. Entre ellas se encontraba toda la correspondencia epistolar recibida por su padre y las cartas de éste a su madre.
En 1918, luego de abrir el féretro de su padre se constataron sus huesos y una caja especial que contenía el corazón del General Juan Lavalle. Se efectuó el traslado de sus restos a la bóveda definitiva destinada a su padre que había logrado erigir en la Recoleta, con desfile de granaderos y discursos alusivos.
“En 1920, gestiona el traslado de los restos de su madre, colocados en la misma urna de su esposo para cumplir con lo prometido por su padre a su madre `Hasta mis cenizas te amarán´. Con ese acto, Dolores culminó una vida dedicada a honrar su pasado, pero de forma tal que no fuera olvidado”, expresa su sobrina.
Cuando murió, sesenta y un años habían pasado ya desde la llegada de Dolores a la patria de su padre, que siempre fue la suya y a la que le ofrendó su vida entera. Sin dejarse arrastrar jamás por el sufrimiento y con la frente en alto, ella logró cerrar el círculo en la vida de su familia: regresó del exilio y luchó por sostener en alto los principios de su linaje.
Ni en sus últimos años de vida, Dolores doblegó su espíritu. Ella ocupó sus últimos años como presidenta de la primera Comisión de Mujeres de la Cruz Roja argentina, que integró junto a la médica Cecilia Grierson y continuó con la actividad pública hasta principios de 1923. Falleció el 3 de febrero de 1926 a los 95 años.
“Desde su nacimiento, Dolores Lavalle estuvo acostumbrada a la austeridad, a pesar de provenir de familias (Lavalle y Correas) aristocráticas y de buen porvenir económico. La resiliencia y capacidad de adaptación de sus padres fueron los primeros valores que Dolores conoció. Aunque sin el amor a la patria, esto no hubiera tenido sentido. Dolores se consideraba argentina a pesar de haber nacido en Uruguay”.
“Hasta el último día de su vida vivió con lo justo, lo cual jamás fue motivo de reproche ni de queja. Su desvelo era la lucha contra la desigualdad de mujeres y niños y por ellos trabajó durante toda su madurez aquí en Argentina”.
“Su esposo dejó solo deudas, además del recuerdo y los años compartidos. Y la sucesión muestra que no tenía posesiones importantes. Ella demostró que es la determinación de una persona lo que la mueve a cumplir un ideal o un propósito. Los medios serán algo que tendrá que conseguir, no para su propio bienestar individual, sino porque están destinados a suavizar la desigualdad de niños y mujeres. Sin nada, logró mucho. Y de ese `mucho´ hoy sigue en pie y al mismo servicio que ella modeló inicialmente. Éste es el aprendizaje más importante que nos deja”, concluye Dolores Lavalle Cobo.
La primera vez que Dolores Lavalle pisó Buenos Aires, lo hizo atravesada por las tragedias. Corría el año 1865 y tenía 34 años, cuando observó la gran urbe con templanza, a pesar de que en su corazón dolía la muerte de sus hermanos, en especial la de su querida hermana, Hortensia, ¡su amiga y su alegría!, quien dejó el mundo con apenas 24 años. Sin embargo, había sido el asesinato de su padre, el General Juan Lavalle, un hombre al que había admirado, lo que más pesaba en su espíritu. Él era su ejemplo de coraje y entrega en pos de enaltecer la Argentina.
A la ciudad porteña no había llegado sola, la acompañaban su madre, Dolores Correas, y su tía, Concepción Correas. Juntas habían emprendido un largo camino desde Chile a Buenos Aires, sin ninguna riqueza material, pero llevando su apellido con orgullo. Se instalaron en una casa en el centro de la ciudad y, poco a poco, Dolores desentrañó los secretos de esta capital, también con puerto, al igual que Colonia de Sacramento -su lugar de nacimiento-, Montevideo y Valparaíso, lugares en los que había vivido y que había aprendido a amar.
“No tenía miedo a la sociedad porteña, a pesar de que la desconocía. No se nota ese rasgo en sus escritos”, cuenta Dolores Lavalle Cobo, su sobrina en quinta generación . “Estaba acostumbrada al desarraigo, a dejar atrás una vida completa para integrase a otra”.
A Buenos Aires, Dolores había arribado con una férrea decisión de trabajar por la reivindicación del nombre de su padre, para luego dedicarse a causas justas, que consideraba que estaban por encima de sus propias emociones. A pesar de las pérdidas y el destierro, se destacaba por ser una mujer enérgica; solía posar su mirada en el futuro, trazar objetivos y trabajar para concretarlos: “Sin dejar de honrar su pasado, que era cimiento de los valores”, destaca su sobrina.
El exilio a Uruguay, la vida rural y la bandera argentina en el corazón
Dolores Lavalle llegó al mundo en Colonia de Sacramento el 27 de mayo de 1831. Hija del General Juan Lavalle y su esposa, Dolores Correas, oriunda de Mendoza. Augusto, el hijo mayor del matrimonio Lavalle Correas había nacido en Buenos Aires en 1825, pero para el año 1829, la familia se había exiliado a Uruguay, donde, aparte de su hija Dolores, le dieron la bienvenida a Hortensia y a Juan.
“Al igual que otros argentinos que habían adoptado la política liberal unitaria, ellos escaparon de la tiranía de Juan Manuel de Rosas y el terror de la mazorca. El General Lavalle y Rosas eran amigos, habían sido destinados a proteger la línea de frontera contra los indios y, además, eran hermanos de leche. Sus madres eran amigas íntimas, (la sociedad porteña de la época era muy reducida). Por otra parte, el General Lavalle había dedicado diez años de su vida a pelear por la independencia de América del Sur en Uruguay, Argentina, Chile, Perú y Ecuador “, explica Dolores Lavalle Cobo.
En Uruguay, la pequeña Dolores creció rodeada por la naturaleza. Su padre le había pedido prestado dinero a su hermano, Francisco, que utilizó para dedicarse a la labranza y cría de animales. Sin embargo, para el General Lavalle, dejar el pasado atrás para dedicarse únicamente a su familia y a “sus bichitos”, como solía llamar a sus hijos, no fue posible. Por aquellos años, recibió la vista de diversos políticos, entre ellos, Bernardino Rivadavia, así como de Mariquita Sánchez, ambos amigos íntimos de la familia. Defender y enaltecer a la Argentina, jamás había dejado de estar en sus planes.
El traslado en 1837 a Montevideo marcó la vida de Dolores, que pronto reveló la importancia de la educación en la vida de todas las personas. Asistió a la escuela que Juana Manso había fundado en su propia casa en aquella ciudad, donde aprendieron matemáticas, historia, geografía, francés, entre otras materias. Y fue allí que se integraron a una vida social con familias como la de Bartolomé Mitre: “Si bien Mitre era diez años mayor que Dolores, el roce social entre los exiliados argentinos haría que se conocieran”.
Finalmente, en 1839 y sin su familia, el General Lavalle regresó a la Argentina con la intención de liberar a su patria de Rosas. La empresa no tuvo éxito y, con sus fuerzas militares debilitadas, se dirigió hacia Bolivia, pero el 9 de octubre de 1841 fue asesinado de un disparo en Jujuy por las fuerzas de Oribe, leales a Rosas: “Sus fieles soldados impidieron a toda costa que se lleven su cabeza y su corazón y huyeron por la Quebrada de Humahuaca hasta llegar a Potosí, Bolivia y depositar los huesos del General en la catedral de dicha localidad”, asegura su sobrina lejana.
Un nuevo comienzo en Chile y el nacimiento de un propósito: “Enaltecer el nombre de su padre en su tierra”
Dolores supo de la muerte de su padre en 1842, y en una aventura riesgosa que implicó atravesar el Cabo de Hornos, su madre empacó unas pocas pertenencias, alistó a sus hijos y decidió emigrar a Chile, donde vivía Juan Correas, el abuelo de Dolores, a quien no logró conocer, ya que murió pocos días antes de su llegada a Valparaíso.
La familia fue muy bien recibida en Chile. Dolores y Hortensia asistieron como pupilas al Colegio de los Sagrados Corazones de Jesús y de María en Santiago de Chile, donde recibieron educación formal, espiritual y musical; ambas hermanas aprendieron a tocar el piano.
Aquellos tiempos de convento fueron otro punto de inflexión para la joven Dolores. El recuerdo de su padre, lejos de debilitarse, comenzó a crecer en ella con más fuerza que nunca. En años donde las tragedias parecían perseguir a la familia: “Fue su papá, el General Lavalle, quien la aferró a la vida y la inspiró a proponerse un objetivo, que para ella significó darle un nuevo sentido a su existencia”.
A sus 18 años, cruzó junto a su madre y su tío Rafael Lavalle, la Cordillera de los Andes por primera vez para atender la salud de Augusto, su hermano mayor, quien murió poco tiempo después. En aquella travesía, Dolores pudo palpar en la piel la inmensidad de esas montañas, las mismas que cruzó su progenitor con San Martín en enero de 1817. En ese instante, Dolores sintió con más fuerza aún la conexión con su padre.
“De ojos oscuros y contextura pequeña como su madre, ella decide enaltecer el nombre de su padre en su tierra. No sabía cuándo podría concretar ese camino, pero la convicción de hacerlo jamás abandonó su mente. Pisar suelo argentino por primera vez luego de atravesar esas cumbres nevadas imprime en ella su destino a fuego“, cuenta Dolores Lavalle Cobo.
Un matrimonio y el propósito: “¿Quién sino ella podía entender lo que significaba perder a un padre, la tierra amada, sufrir el destierro…?
La partida de Hortensia había dejado mucho dolor en los corazones de su madre y de Dolores, quienes en los siguientes años guardaron luto y procuraron por el bienestar de los hijos pequeños de su hermana. Esto implicó pedir una prórroga de estadía al gobierno de Chile y un retraso hacia el destino inevitable: Buenos Aires, la capital argentina que finalmente Dolores pisó en 1865.
Ya en Argentina, y sin olvidar jamás su objetivo y sentido de vida, en 1867, a los 36 años de edad, Dolores contrajo matrimonio con su primo hermano Joaquín Lavalle Pinto, con licencia de dispensa eclesiástica por el vínculo. A pesar de no tener descendencia, ella le dio comienzo al período más fecundo de su existencia, donde entregó su vida al servicio de los demás.
“¿Quién sino ella podía entender lo que significaba perder a un padre, la tierra amada, sufrir el destierro y las despedidas para siempre? En carne propia había transitado el desgarro de la muerte de todos sus hermanos, la congoja de su madre, la pérdida de amistades y el desarraigo. Pero quizás lo que más la atormentaba era la reivindicación del nombre y el legado de su padre. Un hombre que se había entregado por entero a los ideales de libertad de San Martín y a sus convicciones liberales”, reflexiona su sobrina en quinta generación.
En su larga trayectoria marcada por el servicio, Dolores ingresó a la Sociedad de Beneficencia de la Capital Federal como inspectora de escuelas de niñas y de asilos para huérfanos. Cierta vez, cuando una epidemia de conjuntivitis purulenta azotó en Asilo de Huérfanos, Dolores quedó horrorizada ante el estado de los niños y del lugar. Decidió entonces atender el asunto por sus propias manos e impuso nuevas normas para los tratamientos que no fueron acatadas.
“La negligencia provocó la indignación de Dolores y se presentó con el permiso de la Sociedad de Beneficencia y orden de desalojo para echar a las religiosas y hacerse cargo del asilo. La orden fue resistida por las hermanas, pero Dolores logró imponer su voluntad y se instaló hasta que se reordenó la situación de higiene y los niños se recuperaron”, revela Dolores Lavalle Cobo.
“Esto tuvo como resultado la idea de fundar en Buenos Aires un hospital oftalmológico y que Dolores se convirtiera en cofundadora del Hospital de Ojos Santa Lucía junto a otras mujeres de la Sociedad de Beneficencia. Y en 1874 fue nombrada presidente de la Sociedad de Beneficencia; también se convirtió en cofundadora del Hospital Ricardo Gutiérrez, uno de los primeros en el mundo. El déficit de la atención médica específica para niños fue el motivo principal de esta decisión”.
“También fue presidente del Asilo de Huérfanos de Militares. Ideó el `Corso de las Flores´, un desfile de carrozas para recaudar fondos para las instituciones benéficas. Y en abril de 1894 inauguró el monumento al General Juan Lavalle, a instancias de Dolores y con la ayuda de Mitre”, agrega Dolores Lavalle Cobo, quien para cada instancia de la historia facilita documentaciones y cartas.
A 130 años de la obra cumbre: “¿Por qué no ofrecer esa educación a mujeres sin recursos?”
En los años siguientes, sin embargo, Dolores no solo trabajó arduamente en beneficencia, sino que elevó la bandera de la educación. Desde muy pequeña, inspirada por Manso, Mitre y Sarmiento, había comprendido que las mujeres, al igual que los hombres, debían acceder a una buena instrucción para colaborar en la construcción de un país próspero.
Por ello, su obra cumbre fue la instauración, en 1894, de la `Fundación Sociedad Santa Marta´, primera escuela profesional para mujeres de la Argentina: “Pionera en el campo de la educación, un tema que siempre la había preocupado y a la que había dedicado especial atención. Entendía al trabajo en todas sus formas como aquello que dignifica a la persona. ¿Por qué no ofrecer esa educación a mujeres sin recursos? ¿Por qué no brindarles la posibilidad de un trabajo honroso?”, reflexiona su sobrina.
“Alumna de Juana Manso y amiga de Sarmiento, Dolores testimonia de primera mano la educación orientada a la mujer. La Sociedad Santa Marta estaba dedicada a mujeres para que aprendan un oficio, y a remendar lo que ya tenían para darle una segunda vida, tal como hacía ella. Toma como modelo las escuelas ménagères de Francia, las que educan en labores de la vida práctica: no solo tareas domésticas”, explica Dolores Lavalle Cobo.
La hija del General Lavalle sostuvo en un comienzo a la institución con conciertos de piano, fiestas y con donaciones de sus amigas porteñas. Primero se situó en Venezuela 1362, y luego se trasladó a otro edificio en la calle Bolívar, donde se consolidó y aumentó en la currícula de alumnas.
“Sin embargo, Dolores ya estaba mayor, las donaciones comenzaron a menguar por la situación económica crítica del país, por lo que estuvo a punto de cerrar y en 1909 se decide pasarla a manos estatales. La Junta Directiva integrada por amigas y colaboradoras de Dolores proponen el cambio de nombre, situación rechazada por ella. Pero ante la insistencia en esta propuesta ella decide aceptarlo”, continúa su sobrina en quinta generación, quien este miércoles 16 de octubre conmemora junto a la institución el 130 aniversario de la escuela Dolores Lavalle de Lavalle.
“Ella demostró que es la determinación de una persona lo que la mueve a cumplir un ideal”
Dolores enviudó el 4 de abril de 1906 y quedó como única y universal heredera. Los bienes sucesorios fueron un crédito hipotecario o préstamo y los muebles austeros tasados en una suma baja. En mayo de 1906, donó al Museo Histórico Nacional todas las pertenencias que guardaba de su padre, por considerar que su dueña era la patria a la que él había servido. Entre ellas se encontraba toda la correspondencia epistolar recibida por su padre y las cartas de éste a su madre.
En 1918, luego de abrir el féretro de su padre se constataron sus huesos y una caja especial que contenía el corazón del General Juan Lavalle. Se efectuó el traslado de sus restos a la bóveda definitiva destinada a su padre que había logrado erigir en la Recoleta, con desfile de granaderos y discursos alusivos.
“En 1920, gestiona el traslado de los restos de su madre, colocados en la misma urna de su esposo para cumplir con lo prometido por su padre a su madre `Hasta mis cenizas te amarán´. Con ese acto, Dolores culminó una vida dedicada a honrar su pasado, pero de forma tal que no fuera olvidado”, expresa su sobrina.
Cuando murió, sesenta y un años habían pasado ya desde la llegada de Dolores a la patria de su padre, que siempre fue la suya y a la que le ofrendó su vida entera. Sin dejarse arrastrar jamás por el sufrimiento y con la frente en alto, ella logró cerrar el círculo en la vida de su familia: regresó del exilio y luchó por sostener en alto los principios de su linaje.
Ni en sus últimos años de vida, Dolores doblegó su espíritu. Ella ocupó sus últimos años como presidenta de la primera Comisión de Mujeres de la Cruz Roja argentina, que integró junto a la médica Cecilia Grierson y continuó con la actividad pública hasta principios de 1923. Falleció el 3 de febrero de 1926 a los 95 años.
“Desde su nacimiento, Dolores Lavalle estuvo acostumbrada a la austeridad, a pesar de provenir de familias (Lavalle y Correas) aristocráticas y de buen porvenir económico. La resiliencia y capacidad de adaptación de sus padres fueron los primeros valores que Dolores conoció. Aunque sin el amor a la patria, esto no hubiera tenido sentido. Dolores se consideraba argentina a pesar de haber nacido en Uruguay”.
“Hasta el último día de su vida vivió con lo justo, lo cual jamás fue motivo de reproche ni de queja. Su desvelo era la lucha contra la desigualdad de mujeres y niños y por ellos trabajó durante toda su madurez aquí en Argentina”.
“Su esposo dejó solo deudas, además del recuerdo y los años compartidos. Y la sucesión muestra que no tenía posesiones importantes. Ella demostró que es la determinación de una persona lo que la mueve a cumplir un ideal o un propósito. Los medios serán algo que tendrá que conseguir, no para su propio bienestar individual, sino porque están destinados a suavizar la desigualdad de niños y mujeres. Sin nada, logró mucho. Y de ese `mucho´ hoy sigue en pie y al mismo servicio que ella modeló inicialmente. Éste es el aprendizaje más importante que nos deja”, concluye Dolores Lavalle Cobo.
Sufrió el destierro, perdió al padre, a los hermanos y todo lo que amaba, y a los 34 años decidió venir a la Argentina para cerrar el círculo y enaltecer el legado de quien le enseñó a luchar por el país LA NACION