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“Toto” Ferro: el tema que no habla con su papá, su amistad con Luis Ortega y su historia de amor que prefiere resguardar

Lorenzo Ferro tiene 25 años que parecen menos. Salgamos del lugar común de entrada y digamos que fue el impecable protagonista debutante de El ángel, el film de Luis Ortega, en donde le tocó interpretar a Carlos Eduardo Robledo Puch, uno de los personajes más escalofriantes de la historia criminal argentina. Le dicen “Toto” y es hijo del actor Rafael Ferro.

Cumplida la presentación de rigor -que parece inevitable y que quizás lo acompañará siempre- es tiempo de pensar en este actor que es mucho más que todo eso y que el jueves 31 de octubre volverá a probarse ante el espectador cinéfilo cuando se estrene Simón de la montaña, película en torno al universo de un grupo de adolescentes y jóvenes con discapacidades. Desafiante relato, alejado de los tabúes, ópera prima del director Federico Luis, y ganadora del premio a Mejor película de “La Semana de la Crítica”, en la última edición del Festival internacional de Cannes.

“Uno siempre se queda con cosas de los otros y los personajes, en cierta forma, son los pensamientos y la filosofía de un director”, comienza planteando Ferro, casi como declaración de principios, pero nada suena declamatorio en él.

El actor se acomoda en una de las oficinas de la productora 20/20, montada en un hermoso chalet de los sesenta en la frontera entre Vicente López y la ciudad de Buenos Aires. Sobre una mesa ratona un catering bien servido y sobre el escritorio principal cigarrillos para armar y una pila de billetes. Una curiosa puesta en escena.

Encender un camino

Toto Ferro había terminado el secundario cuando se cruzó en su camino la posibilidad de la actuación de la mano de Luis Ortega, quien encontró en él los matices necesarios para interpretar a Robledo Puch.

-Tengo entendido que, hasta que te llegó la propuesta, no tenías definida tu vocación.

-Es cierto, por eso, trato de ser consciente de esa advertencia que me dio la vida. Si uno tiene ciertas búsquedas, la vida se presenta de una manera muy fuerte o no, cuando eso sucede hay que aguantársela.

-Cuando te involucraste en El ángel, ¿rápidamente se encendió la vocación?

-En el segundo día de rodaje dije: “quiero estar filmando siempre”. Se me encendió un amor por los rodajes, de lo colectivo empujando un sueño, es como una fogata, una guitarreada de a muchos.

Así como su padre es un actor conocido, su madre, Cecilia Allassia, no es ajena al medio ya que se desempeña como vestuarista. “Siempre hubo aceptación de parte de ellos, aunque nunca les he pedido tantos consejos”.

-¿Por qué?

-No es que me las sé todas, pero es como que primero me choco antes de pedir consejos. Ellos me aceptan en los caminos que elijo, saben que soy un nómade.

Ese concepto le calza muy bien, ya que, además de actor, Ferro es músico -acaso su amor artístico más profundo-, arte que desarrolla bajo el nombre de su alter ego Kiddo Toto. El 2019 lo encontró en ese rol cuando participó de Kiddo Toto: Bzrp Music Sessions Vol 11, una de las sesiones del productor y músico Bizarrap, aunque no ha sido su única colaboración con otros artistas.

“Tengo un disco terminado, que está esperando en la heladera. Pero este año se lo dediqué a Simón de la montaña, quiero que se estrene y la vaya a ver mi abuela. Luego que se cierre este camino maravilloso de la película le pondré cabeza a la música”, dice. El disco que verá la luz se titula poéticamente Los cantos de la noche: “No hay un camino definitivo, es una búsqueda permanente de cosas nuevas, un día puedo estar actuando y al siguiente haciendo música en el estudio. Soy lo antiestable”.

-Hay que tener mucha valentía para llevar adelante una vida así y no anclarte en un espacio de una mal entendida comodidad.

-Quedarse quieto mirando el techo es muy difícil, eso también requiere de valentía. La quietud, el silencio, que no pase nada, me asusta.

-Hablabas de “chocarte”. ¿Te ha sucedido mucho?

-Soy joven, creo que son más las veces que me chocaré que las que ya me he chocado.

Insurrecto

En plena tournée internacional del film El ángel, ganó en México el Premio Platino. Al recibirlo, expresó duros conceptos en torno al presidente argentino Mauricio Macri y su par estadounidense Donald Trump.

-¿Te trajo alguna consecuencia?

-Solo durante una semana, algún periodista y un par de personas en la calle. Nada grave.

-¿Lo habías planificado o surgió espontáneamente?

-No tenía nada pensado, pero me parecía todo muy raro lo que sucedía con Macri y Trump y me quise hacer el rebelde. A veces, uno quiere ser punk, sobre todo en momentos donde hay mucha gente de traje dentro de un teatro. Era más joven, no sé si es algo que hoy volvería a hacer. No sé si hoy diría “fuck”. A veces, lo que uno no piensa tanto también está bueno decirlo, aunque yo pensaba eso y estuvo bueno expresarlo. Después hay que pagar los platos rotos. Hay momentos donde uno tiene más fuerzas para decir lo que piensa y otros no tanto.

-En el programa PH, conducido por Andy Kusnetzoff, describiste una noche en la que saliste de una disco con algunas copas encima y sin un peso, lo cual te llevó a quedarte dormido arriba de un colectivo. ¿Qué lugar ocupan los excesos en tu vida?

-No soy una persona muy excesiva. Por suerte, lo que más consumo en exceso son películas.

-Un hermoso desborde.

-Es mi única escuela. La mayoría de las cosas que sé las aprendí por las películas. No fui a la universidad, así que el cine y la literatura son herramientas para sentir que uno aprende y que siempre se puede conocer algo más. Cine y literatura son infinitos, siempre algo nuevo te puede sorprender. Hay tanto por ver y leer.

-¿Qué estás leyendo?

-Una novela enorme, Árbol de humo de Denis Johnson; es un director maravilloso de la escuela de Raymond Carver y John Cheever.

-¿Qué películas viste últimamente?

-Vi El jockey, de Luis Ortega, película que me gustó mucho; volví a ver el clásico Sin lugar para los débiles y profundicé en el cine de Alan Clarke, lo conocí hace poco y me volvió loco.

“Toto” vuelve sobre el concepto del exceso y remarca también que esa consideración bien le cabe a su capacidad: “Escuchar la voz interna hablándome, diciéndome qué está bien y qué no; ese sería un exceso que debería controlar, acallar a ese locutor, tengo al Pollo Vignolo relatándome un partido todo el tiempo”.

-A veces el locutor interno puede ponerse un tanto lúgubre y es bueno “cambiar de radio”.

-Es lo que provoca cuando el locutor se pone en el rol de enemigo.

Público y privado

-¿Estás en pareja?

-Sí, desde hace unos tres años.

-¿Es alguien del medio?

-No.

Prefiere no ahondar sobre la cuestión, a contrapelo de un medio y de los actores de su generación que suelen hacer una exacerbación de la exhibición de la intimidad: “Es una historia de amor, prefiero no dar muchos detalles y conservar el tema en la intimidad”.

-Tu trabajo es público, pero no tiene por qué serlo tu vida personal, ¿te preocupa y ocupa mantener esas aguas bien divididas?

-No soy Mick Jagger. Mi vida privada influye en cómo abordo mi trabajo, pero, si bien todo está mezclado, hay que tratar de separar lo privado de lo público.

-Complejo en un mundo de redes sociales.

-Preferiría no tener Instagram, hay que mantener ciertas cosas por fuera de la mirada de los demás, porque la exposición vacía de esencia a determinados aspectos de la vida.

-Mencionabas a El Jockey, el último film de Luis Ortega, ¿cómo fue trabajar con él en El ángel?

-Lo considero un hermano, fue mi primer amigo cuando salí del colegio, un amigo más grande, trascendental, me puso al alcance un montón de películas. Lo mismo siento de Federico Luis, también trascendental. Son personas que llegan a la vida y te enseñan a moverte y pensar distinto.

-¿Cómo es el vínculo con Rafael Ferro, tu papá?

-Charlamos sobre todo, somos muy amigos. El otro día, yo estaba enfermo, y él quería venir a cuidarme. Me mandó un mensaje donde me decía “acordate que sos mi hijo”, una forma de ofrecer sus cuidados. Creo que de lo único que no hablamos es de la vida amorosa de cada uno.

-¿Por qué?

-Él se pone un poco incómodo.

-Antes de ser actor, ¿observabas mucho su trabajo, le hacías devoluciones sobre sus roles?

-No. A mi padre lo admiro, cuando lo he acompañado a los rodajes veía cómo se divertía con sus compañeros y me llamaba la atención que fuese un trabajo. Eso mismo sentí en El ángel y en Simón de la montaña, recordé lo que yo sentía cuando acompañaba a mi papá al set.

Atravesar barreras

-Simón de la montaña rompe fronteras, prejuicios y aborda cuestiones no tan visibilizadas. ¿Qué te llevó a aceptar la propuesta?

-En un principio no me atreví, fue una respuesta instintiva, pero Fede (Federico Luis), el director, me convenció que tenía que interpretar a Simón.

-¿Por qué cambiaste de opinión?

-Me interesa la ternura y sensibilidad con la que el director mira el mundo. Sabía que su mirada especial para ver la vida era perfecta para contar esta historia. Dejé que en él recayeran los pensamientos más racionales y filosóficos y dejarme llevar por la sensibilidad y la corporalidad de mi personaje. Confié ciento por ciento, fui el jugador de fútbol de un técnico para jugar el mejor partido.

El campo de juego lo encontró narrando la historia de Simón, un joven de 21 años que, de movida, confiesa no tener demasiadas habilidades y que, al comenzar a convivir con chicos con discapacidad, algo se despierta en él que lo lleva a convertirse en otra persona.

-Es muy interesante la manera de hablar que le imprimiste al personaje y el trabajo corporal que realizás para darle vida a Simón.

-Fue lo más difícil, ensayamos cinco meses para llegar a la comodidad física.

-Simón ingresa y sale de diversas zonas expresivas. Hay algo lúdico en torno a manifestarse diferente…

-En el rodaje hablábamos de Simón 1, más parecido a Lorenzo, y Simón 2 era el que realizaba el juego corporal. Fue como la configuración de una máquina. Incluso hubo escenas que las actué desde ambas posibilidades. Por momentos, en el buen sentido, me sentía un títere.

-La película tensiona el concepto de “normalidad”.

-Nos autoproclamamos “normales” y ponemos a la gente con discapacidad o hipersensibilidad en un lugar de “anormalidad”. Todos somos “anormales”, no es normal estar vivo ni amar desmesuradamente a una persona, tampoco son normales los sueños. Me parece que la normalidad fue inventada como un ansiolítico.

-Para tranquilizar.

-Sí, desde ya, a veces, en la vida cotidiana, no pasa mucho, pero, si la normalidad existe, no sé si vale la pena alcanzarla, no sé qué tiene de atractivo. No estoy muy seguro saber qué es la normalidad, pero sé que a muchas personas las tranquiliza. Como Simón de la montaña, uno tiene que salir a vivir, a buscar lo no estable. Creo que Lacan fue el que dijo que lo más alejado del amor es un mar quieto y el amor más profundo es como un mar bien movido. Simón hace que las aguas se muevan, busca el amor en las personas y eso lo lleva a abandonar a ciertas personas y convertirse en un antropólogo que busca luz, quiere conocer cómo se puede vivir de otras maneras.

-¿Te identificás con rasgos de Simón?

-Siempre traté de buscar la belleza en ciertos rincones y sentir que se puede perder todo de un momento para otro y que eso le de valor al sentimiento de estar vivo.

A pesar de sus escasos 25 años, “Toto” Ferro piensa en voz alta planteos existencialistas, profundamente filosóficos, como alguien que se escudriña hacia adentro permanentemente y que no da nada por sentado.

-¿Hacés terapia?

-Sí. ¿Por qué me lo preguntás?

-Porque te percibo muy pensante en torno a cuestiones que suelen emerger ante el trabajo con un terapeuta.

-Hice un año de terapia, dejé, y ahora volví. Cuando no hice terapia también fue bueno.

-¿Por qué?

-Dejé de ponerle un filtro analítico a todo para que las cosas sucedan y ya, olvidar la racionalidad y ser ciento por ciento pasional. Uno siempre va a terminar tropezando con algo.

-¿Cómo resultó la relación con tus compañeros Kiara Supini y Pehuén Pedre?

-Fue hermosa, con Pehuén nos hicimos como hermanos, hace pocos estuvimos juntos en el Festival de San Sebastián acompañando a la película. Era la primera vez que él visitaba Europa, así que aprovechamos para pasear por Madrid. Con Kiara también nos llevamos muy bien. Con ambos, la relación se comenzó a construir en los ensayos. Los padres de Kiara y Pehuen se ayudan, se armó como una familia muy linda, donde todos están pendientes de todos.

-Tus compañeros realizan un trabajo notable en el film. La actriz Kiara Supini tiene Síndrome de Down y el actor Pehuén Pedre nació con hidrocefalia. ¿Son conscientes de su condición?

-Sí y lo usan a su favor, no se paran en el lugar de víctimas. Son superdotados, estudian actuación con Tamara Garzón, hacen teatro y musicales. Son cracks.

-Existen intérpretes, incluso de los más prestigiosos, que construyeron carreras enteras apelando a una misma fórmula expresiva, a través de personajes que dicen y se mueven con similitud. En tu caso, hasta ahora, se te ha visto en caracterizaciones muy diferentes. ¿Te preocupa sostener esa diversidad creativa?

-Siento que un actor es como una plastilina, me interesa hacer invenciones desde cero. Si tengo que esperar mucho para hacer un buen personaje, prefiero esperar.

-¿Algún referente?

-Muchos, pero pienso en Joaquin Phoenix, un actor que siempre se está arriesgando. En cada película se juega la vida. Me interesa buscar ese sentimiento en los proyectos.

-Fuiste parte de la tercera temporada de El marginal. ¿Estarás en En el barro, su spin-off?

-No.

-¿Qué proyectos tenés en carpeta?

-Acompañar a Simón de la montaña en diversos festivales de Colombia y Canadá. Para el año que viene hay algunos proyectos prometedores. Además, ya hice tres cortometrajes y me gustaría seguir filmando.

-¿Te interesaría rodar un largometraje?

-Sí, es un sueño.

-¿Alguna historia ya ronda en tu cabeza?

-Historias me sobran.

-¿Te gustaría hacer teatro?

-No me animo.

-Una leyenda de nuestro cine fue Olga Zubarry, actriz que tampoco se atrevía al acontecimiento de la escena.

-Creo que ya me llegará el momento de subirme a un escenario, por ahora no me siento con ese deseo, el teatro es otro deporte, por ahora mi deporte es el cine.

Lorenzo “Toto” Ferro se despide muy formalmente. Da la mano y sale de la sala. Antes, deja flotando una idea poderosa: “Me interesa actuar con el corazón en la mano”.

-¿Vivís con el corazón en la mano?

-A veces puede parecer que llevo una armadura, que soy la frialdad en persona, pero la realidad es que trato de vivir con el corazón en la mano y que todo el amor que tengo adentro no termine en mí, sino poder sacarlo. Si se deja el amor dentro de uno, se puede pudrir, es desperdiciarlo. Hay que ofrecer la ternura.

Lorenzo Ferro tiene 25 años que parecen menos. Salgamos del lugar común de entrada y digamos que fue el impecable protagonista debutante de El ángel, el film de Luis Ortega, en donde le tocó interpretar a Carlos Eduardo Robledo Puch, uno de los personajes más escalofriantes de la historia criminal argentina. Le dicen “Toto” y es hijo del actor Rafael Ferro.

Cumplida la presentación de rigor -que parece inevitable y que quizás lo acompañará siempre- es tiempo de pensar en este actor que es mucho más que todo eso y que el jueves 31 de octubre volverá a probarse ante el espectador cinéfilo cuando se estrene Simón de la montaña, película en torno al universo de un grupo de adolescentes y jóvenes con discapacidades. Desafiante relato, alejado de los tabúes, ópera prima del director Federico Luis, y ganadora del premio a Mejor película de “La Semana de la Crítica”, en la última edición del Festival internacional de Cannes.

“Uno siempre se queda con cosas de los otros y los personajes, en cierta forma, son los pensamientos y la filosofía de un director”, comienza planteando Ferro, casi como declaración de principios, pero nada suena declamatorio en él.

El actor se acomoda en una de las oficinas de la productora 20/20, montada en un hermoso chalet de los sesenta en la frontera entre Vicente López y la ciudad de Buenos Aires. Sobre una mesa ratona un catering bien servido y sobre el escritorio principal cigarrillos para armar y una pila de billetes. Una curiosa puesta en escena.

Encender un camino

Toto Ferro había terminado el secundario cuando se cruzó en su camino la posibilidad de la actuación de la mano de Luis Ortega, quien encontró en él los matices necesarios para interpretar a Robledo Puch.

-Tengo entendido que, hasta que te llegó la propuesta, no tenías definida tu vocación.

-Es cierto, por eso, trato de ser consciente de esa advertencia que me dio la vida. Si uno tiene ciertas búsquedas, la vida se presenta de una manera muy fuerte o no, cuando eso sucede hay que aguantársela.

-Cuando te involucraste en El ángel, ¿rápidamente se encendió la vocación?

-En el segundo día de rodaje dije: “quiero estar filmando siempre”. Se me encendió un amor por los rodajes, de lo colectivo empujando un sueño, es como una fogata, una guitarreada de a muchos.

Así como su padre es un actor conocido, su madre, Cecilia Allassia, no es ajena al medio ya que se desempeña como vestuarista. “Siempre hubo aceptación de parte de ellos, aunque nunca les he pedido tantos consejos”.

-¿Por qué?

-No es que me las sé todas, pero es como que primero me choco antes de pedir consejos. Ellos me aceptan en los caminos que elijo, saben que soy un nómade.

Ese concepto le calza muy bien, ya que, además de actor, Ferro es músico -acaso su amor artístico más profundo-, arte que desarrolla bajo el nombre de su alter ego Kiddo Toto. El 2019 lo encontró en ese rol cuando participó de Kiddo Toto: Bzrp Music Sessions Vol 11, una de las sesiones del productor y músico Bizarrap, aunque no ha sido su única colaboración con otros artistas.

“Tengo un disco terminado, que está esperando en la heladera. Pero este año se lo dediqué a Simón de la montaña, quiero que se estrene y la vaya a ver mi abuela. Luego que se cierre este camino maravilloso de la película le pondré cabeza a la música”, dice. El disco que verá la luz se titula poéticamente Los cantos de la noche: “No hay un camino definitivo, es una búsqueda permanente de cosas nuevas, un día puedo estar actuando y al siguiente haciendo música en el estudio. Soy lo antiestable”.

-Hay que tener mucha valentía para llevar adelante una vida así y no anclarte en un espacio de una mal entendida comodidad.

-Quedarse quieto mirando el techo es muy difícil, eso también requiere de valentía. La quietud, el silencio, que no pase nada, me asusta.

-Hablabas de “chocarte”. ¿Te ha sucedido mucho?

-Soy joven, creo que son más las veces que me chocaré que las que ya me he chocado.

Insurrecto

En plena tournée internacional del film El ángel, ganó en México el Premio Platino. Al recibirlo, expresó duros conceptos en torno al presidente argentino Mauricio Macri y su par estadounidense Donald Trump.

-¿Te trajo alguna consecuencia?

-Solo durante una semana, algún periodista y un par de personas en la calle. Nada grave.

-¿Lo habías planificado o surgió espontáneamente?

-No tenía nada pensado, pero me parecía todo muy raro lo que sucedía con Macri y Trump y me quise hacer el rebelde. A veces, uno quiere ser punk, sobre todo en momentos donde hay mucha gente de traje dentro de un teatro. Era más joven, no sé si es algo que hoy volvería a hacer. No sé si hoy diría “fuck”. A veces, lo que uno no piensa tanto también está bueno decirlo, aunque yo pensaba eso y estuvo bueno expresarlo. Después hay que pagar los platos rotos. Hay momentos donde uno tiene más fuerzas para decir lo que piensa y otros no tanto.

-En el programa PH, conducido por Andy Kusnetzoff, describiste una noche en la que saliste de una disco con algunas copas encima y sin un peso, lo cual te llevó a quedarte dormido arriba de un colectivo. ¿Qué lugar ocupan los excesos en tu vida?

-No soy una persona muy excesiva. Por suerte, lo que más consumo en exceso son películas.

-Un hermoso desborde.

-Es mi única escuela. La mayoría de las cosas que sé las aprendí por las películas. No fui a la universidad, así que el cine y la literatura son herramientas para sentir que uno aprende y que siempre se puede conocer algo más. Cine y literatura son infinitos, siempre algo nuevo te puede sorprender. Hay tanto por ver y leer.

-¿Qué estás leyendo?

-Una novela enorme, Árbol de humo de Denis Johnson; es un director maravilloso de la escuela de Raymond Carver y John Cheever.

-¿Qué películas viste últimamente?

-Vi El jockey, de Luis Ortega, película que me gustó mucho; volví a ver el clásico Sin lugar para los débiles y profundicé en el cine de Alan Clarke, lo conocí hace poco y me volvió loco.

“Toto” vuelve sobre el concepto del exceso y remarca también que esa consideración bien le cabe a su capacidad: “Escuchar la voz interna hablándome, diciéndome qué está bien y qué no; ese sería un exceso que debería controlar, acallar a ese locutor, tengo al Pollo Vignolo relatándome un partido todo el tiempo”.

-A veces el locutor interno puede ponerse un tanto lúgubre y es bueno “cambiar de radio”.

-Es lo que provoca cuando el locutor se pone en el rol de enemigo.

Público y privado

-¿Estás en pareja?

-Sí, desde hace unos tres años.

-¿Es alguien del medio?

-No.

Prefiere no ahondar sobre la cuestión, a contrapelo de un medio y de los actores de su generación que suelen hacer una exacerbación de la exhibición de la intimidad: “Es una historia de amor, prefiero no dar muchos detalles y conservar el tema en la intimidad”.

-Tu trabajo es público, pero no tiene por qué serlo tu vida personal, ¿te preocupa y ocupa mantener esas aguas bien divididas?

-No soy Mick Jagger. Mi vida privada influye en cómo abordo mi trabajo, pero, si bien todo está mezclado, hay que tratar de separar lo privado de lo público.

-Complejo en un mundo de redes sociales.

-Preferiría no tener Instagram, hay que mantener ciertas cosas por fuera de la mirada de los demás, porque la exposición vacía de esencia a determinados aspectos de la vida.

-Mencionabas a El Jockey, el último film de Luis Ortega, ¿cómo fue trabajar con él en El ángel?

-Lo considero un hermano, fue mi primer amigo cuando salí del colegio, un amigo más grande, trascendental, me puso al alcance un montón de películas. Lo mismo siento de Federico Luis, también trascendental. Son personas que llegan a la vida y te enseñan a moverte y pensar distinto.

-¿Cómo es el vínculo con Rafael Ferro, tu papá?

-Charlamos sobre todo, somos muy amigos. El otro día, yo estaba enfermo, y él quería venir a cuidarme. Me mandó un mensaje donde me decía “acordate que sos mi hijo”, una forma de ofrecer sus cuidados. Creo que de lo único que no hablamos es de la vida amorosa de cada uno.

-¿Por qué?

-Él se pone un poco incómodo.

-Antes de ser actor, ¿observabas mucho su trabajo, le hacías devoluciones sobre sus roles?

-No. A mi padre lo admiro, cuando lo he acompañado a los rodajes veía cómo se divertía con sus compañeros y me llamaba la atención que fuese un trabajo. Eso mismo sentí en El ángel y en Simón de la montaña, recordé lo que yo sentía cuando acompañaba a mi papá al set.

Atravesar barreras

-Simón de la montaña rompe fronteras, prejuicios y aborda cuestiones no tan visibilizadas. ¿Qué te llevó a aceptar la propuesta?

-En un principio no me atreví, fue una respuesta instintiva, pero Fede (Federico Luis), el director, me convenció que tenía que interpretar a Simón.

-¿Por qué cambiaste de opinión?

-Me interesa la ternura y sensibilidad con la que el director mira el mundo. Sabía que su mirada especial para ver la vida era perfecta para contar esta historia. Dejé que en él recayeran los pensamientos más racionales y filosóficos y dejarme llevar por la sensibilidad y la corporalidad de mi personaje. Confié ciento por ciento, fui el jugador de fútbol de un técnico para jugar el mejor partido.

El campo de juego lo encontró narrando la historia de Simón, un joven de 21 años que, de movida, confiesa no tener demasiadas habilidades y que, al comenzar a convivir con chicos con discapacidad, algo se despierta en él que lo lleva a convertirse en otra persona.

-Es muy interesante la manera de hablar que le imprimiste al personaje y el trabajo corporal que realizás para darle vida a Simón.

-Fue lo más difícil, ensayamos cinco meses para llegar a la comodidad física.

-Simón ingresa y sale de diversas zonas expresivas. Hay algo lúdico en torno a manifestarse diferente…

-En el rodaje hablábamos de Simón 1, más parecido a Lorenzo, y Simón 2 era el que realizaba el juego corporal. Fue como la configuración de una máquina. Incluso hubo escenas que las actué desde ambas posibilidades. Por momentos, en el buen sentido, me sentía un títere.

-La película tensiona el concepto de “normalidad”.

-Nos autoproclamamos “normales” y ponemos a la gente con discapacidad o hipersensibilidad en un lugar de “anormalidad”. Todos somos “anormales”, no es normal estar vivo ni amar desmesuradamente a una persona, tampoco son normales los sueños. Me parece que la normalidad fue inventada como un ansiolítico.

-Para tranquilizar.

-Sí, desde ya, a veces, en la vida cotidiana, no pasa mucho, pero, si la normalidad existe, no sé si vale la pena alcanzarla, no sé qué tiene de atractivo. No estoy muy seguro saber qué es la normalidad, pero sé que a muchas personas las tranquiliza. Como Simón de la montaña, uno tiene que salir a vivir, a buscar lo no estable. Creo que Lacan fue el que dijo que lo más alejado del amor es un mar quieto y el amor más profundo es como un mar bien movido. Simón hace que las aguas se muevan, busca el amor en las personas y eso lo lleva a abandonar a ciertas personas y convertirse en un antropólogo que busca luz, quiere conocer cómo se puede vivir de otras maneras.

-¿Te identificás con rasgos de Simón?

-Siempre traté de buscar la belleza en ciertos rincones y sentir que se puede perder todo de un momento para otro y que eso le de valor al sentimiento de estar vivo.

A pesar de sus escasos 25 años, “Toto” Ferro piensa en voz alta planteos existencialistas, profundamente filosóficos, como alguien que se escudriña hacia adentro permanentemente y que no da nada por sentado.

-¿Hacés terapia?

-Sí. ¿Por qué me lo preguntás?

-Porque te percibo muy pensante en torno a cuestiones que suelen emerger ante el trabajo con un terapeuta.

-Hice un año de terapia, dejé, y ahora volví. Cuando no hice terapia también fue bueno.

-¿Por qué?

-Dejé de ponerle un filtro analítico a todo para que las cosas sucedan y ya, olvidar la racionalidad y ser ciento por ciento pasional. Uno siempre va a terminar tropezando con algo.

-¿Cómo resultó la relación con tus compañeros Kiara Supini y Pehuén Pedre?

-Fue hermosa, con Pehuén nos hicimos como hermanos, hace pocos estuvimos juntos en el Festival de San Sebastián acompañando a la película. Era la primera vez que él visitaba Europa, así que aprovechamos para pasear por Madrid. Con Kiara también nos llevamos muy bien. Con ambos, la relación se comenzó a construir en los ensayos. Los padres de Kiara y Pehuen se ayudan, se armó como una familia muy linda, donde todos están pendientes de todos.

-Tus compañeros realizan un trabajo notable en el film. La actriz Kiara Supini tiene Síndrome de Down y el actor Pehuén Pedre nació con hidrocefalia. ¿Son conscientes de su condición?

-Sí y lo usan a su favor, no se paran en el lugar de víctimas. Son superdotados, estudian actuación con Tamara Garzón, hacen teatro y musicales. Son cracks.

-Existen intérpretes, incluso de los más prestigiosos, que construyeron carreras enteras apelando a una misma fórmula expresiva, a través de personajes que dicen y se mueven con similitud. En tu caso, hasta ahora, se te ha visto en caracterizaciones muy diferentes. ¿Te preocupa sostener esa diversidad creativa?

-Siento que un actor es como una plastilina, me interesa hacer invenciones desde cero. Si tengo que esperar mucho para hacer un buen personaje, prefiero esperar.

-¿Algún referente?

-Muchos, pero pienso en Joaquin Phoenix, un actor que siempre se está arriesgando. En cada película se juega la vida. Me interesa buscar ese sentimiento en los proyectos.

-Fuiste parte de la tercera temporada de El marginal. ¿Estarás en En el barro, su spin-off?

-No.

-¿Qué proyectos tenés en carpeta?

-Acompañar a Simón de la montaña en diversos festivales de Colombia y Canadá. Para el año que viene hay algunos proyectos prometedores. Además, ya hice tres cortometrajes y me gustaría seguir filmando.

-¿Te interesaría rodar un largometraje?

-Sí, es un sueño.

-¿Alguna historia ya ronda en tu cabeza?

-Historias me sobran.

-¿Te gustaría hacer teatro?

-No me animo.

-Una leyenda de nuestro cine fue Olga Zubarry, actriz que tampoco se atrevía al acontecimiento de la escena.

-Creo que ya me llegará el momento de subirme a un escenario, por ahora no me siento con ese deseo, el teatro es otro deporte, por ahora mi deporte es el cine.

Lorenzo “Toto” Ferro se despide muy formalmente. Da la mano y sale de la sala. Antes, deja flotando una idea poderosa: “Me interesa actuar con el corazón en la mano”.

-¿Vivís con el corazón en la mano?

-A veces puede parecer que llevo una armadura, que soy la frialdad en persona, pero la realidad es que trato de vivir con el corazón en la mano y que todo el amor que tengo adentro no termine en mí, sino poder sacarlo. Si se deja el amor dentro de uno, se puede pudrir, es desperdiciarlo. Hay que ofrecer la ternura.

 El actor, reconocido por sus trabajos en El ángel y El marginal, estrenará Simón de la montaña, film en torno a los vínculos  LA NACION

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