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Telo: crónica de los tres turnos performáticos del FIBA que usan un hotel alojamiento de Flores como escenario

Lunes, 11 de la mañana, a escasas cuadras de Nazca y Rivadavia, el punto de entrada a la infinidad de negocios de todo tipo que están alrededor de la Avenida Avellaneda. Sin embargo, en la calle José Martí, a pocos metros de la avenida más larga del mundo (así dicen), el ritmo es sumamente barrial. Allí está ubicada la playa de estacionamiento de un hotel alojamiento de dos plantas, con 20 habitaciones en total. Allí se inician las funciones de un ciclo performático site specific que forma parte de la programación del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA).

Los que quieren estacionar su coche en el lugar para meterse en un cuarto del segundo piso, hoy no lo podrán hacer. Es una forma de mantener distancia entre los dos públicos del hotel: aquellos que van a hacer “uso tradicional” del espacio y los espectadores que quiere ser parte de este experiencia que ocupa el primer piso de esta experiencia, creada y curada por Zoilo Garcés y Jorge Eiro (el mismo que presenta otra performance en un bar de Chacarita, llamada De la mejor manera). Como es de imaginar, llegar a este momento del debut de Telo, así se denomina, fue un trabajo complejo a nivel de producción; pero en playa de estacionamiento convertida en una especia de hall teatral la ajustada mecánica se va poniendo en movimiento.

En términos formales, Telo está compuesto por tres experiencias performáticas. Se las puede ver por separado o, para aquel que esté dispuesto a transitar los tres turnos o funciones seguidas, en tres horas ya estará de retorno esa zona de Flores. Pero, en verdad, en todo esto hay una cuarta capa: la experiencia de circular por este hotel alojamiento que posee habitaciones en suite con hidromasaje o jacuzzi, con dos opciones de películas condicionadas, venta de artículos de sex shop, iluminación digital dimerizada para ambientar y hasta un sillón erótico. Estos son algunos de los beneficios que se anuncian en la página del hotel Obsession, el albergue transitorio de Flores reconvertido en espacio escénico de Telo.

Obsession es una verdadera y cuidada instalación de arte kitsch, en la que conviven un florero con rosas de plástico rodeados de dos patos con cuadros con cuerpos gozándose, sábanas bordadas con el nombre del hotel, muebles de fórmica, espejos con marcos dorados o plateados y más luces hasta en lugares impensables, como si todo fuera una instalación de Dan Flavi, artista visual pionero en la utilización de luces fluorescentes. Desde esa perspectiva, el albergue transitorio se convierte en un museo, en una instalación en sí misma.

Turno 1: debajo de las sábanas

Minutos después de las 11, de la playa de estacionamiento se accede al pasillo del primer piso del hotel. En una de sus habitaciones tiene lugar “Hacer olas, rodar piedras”, de los talentosos bailarines y coreógrafos Celia Argüello Rena, Andrés Molina y Federice Moreno Vieyra. Los 14 espectadores se ubican alrededor de la cama, cubierta por una tela con sus brillos, en medio de ese espacio dominado por una luz de colores definidos. Debajo del cubrecama sucede algo tan indefinido como seductor.

Se adivinan movimientos del acto sexual, pero nada circula por el lugar de lo obvio, de esa métrica tan definida por el porno. Lo que era un cuerpo son dos y, en algún momento, serán tres. Del acto sexual apenas recreado debajo de una sábana se pasa a la imagen de una virgen. La cama también es un altar. Todo es posible en este especie de ceremonia acompañada por una música que potencia esta especie de viaje, de sueño envolvente.

En Hacer olas, rodar piedras, los tres perfomers despliegan un trabajo conceptual en el cual lo coreográfico y cierta línea de teatro de objeto entablan una mágica sintonía que parte de la infinidad de imaginarios que despierta esta mínima habitación en la que la cama ocupa un lugar central. El primer turno de Telo empieza muy bien, no hay forma de negarlo.

Turno 2: las dos mucamas del albergue

A las 12 del mediodía se inicia “La fantasía”, de Juanse Rausch, el codirector de Viento blanco, que cuenta con las actuaciones de dos intérpretes que son verdaderas fieras escénicas: Milva Leonardi, una de las integrantes del grupo Corina Wilson, y Mariano Saborido, el premiado actor de Lo que el río hace. Interpretan a dos de las señoras de limpieza del albergue o, si se quiere, algo así como las guías del museo de arte kitsch. Se topan con los espectadores en el estrecho pasillo iluminado de un celeste furioso, con sorpresa por la cantidad de gente, pero esto no es una fiesta sexual grupal.

Desde ese momento, a lo largo de 35 minutos, las empleadas/performers hacen entrar a los espectadores a diferentes cuartos mientras limpian lo que dejó el placer ajeno y preparan la puesta en escena para los próximos visitantes. Mientras tanto, cuentan historias de sus vidas, de la vida misma del lugar, recrean los momentos cruciales de viajes telenovelas de la vieja televisión abierta, recitan un poema o acomodan de la manera más pulcra que pueden esas sábanas, testigos de tantas batallas. Las mismas sábanas bordadas que, en el piso de arriba, están al servicio de los clientes porque el albergue transitorio Obsession, al menos durante el FIBA, está al servicio de dos placeres: el de encuentro del público con el teatro y el del encuentro sexual.

En este desopilante recorrido con toques de comedias de puertas que se abren y cierran en medio de la “institución sexual”, como dice uno de los personajes, Milva Leonardi y Mariano Saborido se entregan a lo lúdico de forma admirable. La fantasía termina en el punto de partida: la playa de estacionamiento devenida en escenario, en el que Saborido interpreta un tema pop a sus anchas. Es la reina empoderada de Obsession y “La fantasía” es una pieza clave e imperdible en el entramado de Telo.

Turno 3: el papi del oeste con su chico

El tríptico se completa con Papito, propuesta con dramaturgia y dirección de Felicitas Kamien, interpretada por Chen Serna y Abian Vainstein. Tiene lugar en una de las habitaciones de lujo que habían habitado hasta hace media hora las dos mucamas de “La fantasía”. Pero, esta vez, el código cambia rotundamente. La propuesta de la directora de Vassa junta a dos personajes del conurbano de vidas complejas en un drama, aunque se cuelen en sus diálogos chispazos de humor. En el mundo de las apariencias, son dos seres toscos, algo picantes, escuetos en sus modos de expresarse. Pero también, a medida que avanza la acción, aflora entre ellos un nivel de ternura reprimida que los enaltece. Y hay que sumar un detalle: la importante diferencia de edad entre ese señor curtido, rockero, áspero, y ese pibe que está perdido en el mundo buscando su propio hueco. Están ahí por el mismo motivo que otras personas están en otras habitaciones del segundo piso del hotel; pero aunque les cueste decirlo, se desean.

La obra es muy sólida en términos interpretativos, de definición de cada uno de los dos personajes; pero dramatúrgicamente se excede en su duración (duplica en tiempo a las dos propuestas anteriores). Desde otra perspectiva, más allá de lo narrativo del encuentro de estos dos seres en un telo, es la que más dudosa en cuento a pensarla como una intervenciones site specific. No termina del todo de apropiarse del lugar, de sacarle provecho. Aunque, hay que reconocerlo, la labor de Serna y Vainstein es verdaderamente inquietante.

Así, casi a las 14, “Telo” llega a su fin. El público sale a la calle Ramón Falcón por la entrada del hotel, en donde hay otro florero con rosas rojas de plástico, el cuadro tarifario, el plano de evacuación y el listado de los precios de los tragos. Los distintos turnos de las funciones del miércoles 23 de octubre serán las últimas en el marco del Festival Internacional de Buenos Aires, y a están agotadas. Pero hay un dato no menor: los creadores y curadores de esta experiencia, Zoilo Garcés y Jorge Eiro, repondrán este atractivo trípitico. ¿Dónde será? Obvio, en el mismo albergue transitorio, “en el corazón de Flores”, como dice su página. Habrá que estar atentos.

Lunes, 11 de la mañana, a escasas cuadras de Nazca y Rivadavia, el punto de entrada a la infinidad de negocios de todo tipo que están alrededor de la Avenida Avellaneda. Sin embargo, en la calle José Martí, a pocos metros de la avenida más larga del mundo (así dicen), el ritmo es sumamente barrial. Allí está ubicada la playa de estacionamiento de un hotel alojamiento de dos plantas, con 20 habitaciones en total. Allí se inician las funciones de un ciclo performático site specific que forma parte de la programación del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA).

Los que quieren estacionar su coche en el lugar para meterse en un cuarto del segundo piso, hoy no lo podrán hacer. Es una forma de mantener distancia entre los dos públicos del hotel: aquellos que van a hacer “uso tradicional” del espacio y los espectadores que quiere ser parte de este experiencia que ocupa el primer piso de esta experiencia, creada y curada por Zoilo Garcés y Jorge Eiro (el mismo que presenta otra performance en un bar de Chacarita, llamada De la mejor manera). Como es de imaginar, llegar a este momento del debut de Telo, así se denomina, fue un trabajo complejo a nivel de producción; pero en playa de estacionamiento convertida en una especia de hall teatral la ajustada mecánica se va poniendo en movimiento.

En términos formales, Telo está compuesto por tres experiencias performáticas. Se las puede ver por separado o, para aquel que esté dispuesto a transitar los tres turnos o funciones seguidas, en tres horas ya estará de retorno esa zona de Flores. Pero, en verdad, en todo esto hay una cuarta capa: la experiencia de circular por este hotel alojamiento que posee habitaciones en suite con hidromasaje o jacuzzi, con dos opciones de películas condicionadas, venta de artículos de sex shop, iluminación digital dimerizada para ambientar y hasta un sillón erótico. Estos son algunos de los beneficios que se anuncian en la página del hotel Obsession, el albergue transitorio de Flores reconvertido en espacio escénico de Telo.

Obsession es una verdadera y cuidada instalación de arte kitsch, en la que conviven un florero con rosas de plástico rodeados de dos patos con cuadros con cuerpos gozándose, sábanas bordadas con el nombre del hotel, muebles de fórmica, espejos con marcos dorados o plateados y más luces hasta en lugares impensables, como si todo fuera una instalación de Dan Flavi, artista visual pionero en la utilización de luces fluorescentes. Desde esa perspectiva, el albergue transitorio se convierte en un museo, en una instalación en sí misma.

Turno 1: debajo de las sábanas

Minutos después de las 11, de la playa de estacionamiento se accede al pasillo del primer piso del hotel. En una de sus habitaciones tiene lugar “Hacer olas, rodar piedras”, de los talentosos bailarines y coreógrafos Celia Argüello Rena, Andrés Molina y Federice Moreno Vieyra. Los 14 espectadores se ubican alrededor de la cama, cubierta por una tela con sus brillos, en medio de ese espacio dominado por una luz de colores definidos. Debajo del cubrecama sucede algo tan indefinido como seductor.

Se adivinan movimientos del acto sexual, pero nada circula por el lugar de lo obvio, de esa métrica tan definida por el porno. Lo que era un cuerpo son dos y, en algún momento, serán tres. Del acto sexual apenas recreado debajo de una sábana se pasa a la imagen de una virgen. La cama también es un altar. Todo es posible en este especie de ceremonia acompañada por una música que potencia esta especie de viaje, de sueño envolvente.

En Hacer olas, rodar piedras, los tres perfomers despliegan un trabajo conceptual en el cual lo coreográfico y cierta línea de teatro de objeto entablan una mágica sintonía que parte de la infinidad de imaginarios que despierta esta mínima habitación en la que la cama ocupa un lugar central. El primer turno de Telo empieza muy bien, no hay forma de negarlo.

Turno 2: las dos mucamas del albergue

A las 12 del mediodía se inicia “La fantasía”, de Juanse Rausch, el codirector de Viento blanco, que cuenta con las actuaciones de dos intérpretes que son verdaderas fieras escénicas: Milva Leonardi, una de las integrantes del grupo Corina Wilson, y Mariano Saborido, el premiado actor de Lo que el río hace. Interpretan a dos de las señoras de limpieza del albergue o, si se quiere, algo así como las guías del museo de arte kitsch. Se topan con los espectadores en el estrecho pasillo iluminado de un celeste furioso, con sorpresa por la cantidad de gente, pero esto no es una fiesta sexual grupal.

Desde ese momento, a lo largo de 35 minutos, las empleadas/performers hacen entrar a los espectadores a diferentes cuartos mientras limpian lo que dejó el placer ajeno y preparan la puesta en escena para los próximos visitantes. Mientras tanto, cuentan historias de sus vidas, de la vida misma del lugar, recrean los momentos cruciales de viajes telenovelas de la vieja televisión abierta, recitan un poema o acomodan de la manera más pulcra que pueden esas sábanas, testigos de tantas batallas. Las mismas sábanas bordadas que, en el piso de arriba, están al servicio de los clientes porque el albergue transitorio Obsession, al menos durante el FIBA, está al servicio de dos placeres: el de encuentro del público con el teatro y el del encuentro sexual.

En este desopilante recorrido con toques de comedias de puertas que se abren y cierran en medio de la “institución sexual”, como dice uno de los personajes, Milva Leonardi y Mariano Saborido se entregan a lo lúdico de forma admirable. La fantasía termina en el punto de partida: la playa de estacionamiento devenida en escenario, en el que Saborido interpreta un tema pop a sus anchas. Es la reina empoderada de Obsession y “La fantasía” es una pieza clave e imperdible en el entramado de Telo.

Turno 3: el papi del oeste con su chico

El tríptico se completa con Papito, propuesta con dramaturgia y dirección de Felicitas Kamien, interpretada por Chen Serna y Abian Vainstein. Tiene lugar en una de las habitaciones de lujo que habían habitado hasta hace media hora las dos mucamas de “La fantasía”. Pero, esta vez, el código cambia rotundamente. La propuesta de la directora de Vassa junta a dos personajes del conurbano de vidas complejas en un drama, aunque se cuelen en sus diálogos chispazos de humor. En el mundo de las apariencias, son dos seres toscos, algo picantes, escuetos en sus modos de expresarse. Pero también, a medida que avanza la acción, aflora entre ellos un nivel de ternura reprimida que los enaltece. Y hay que sumar un detalle: la importante diferencia de edad entre ese señor curtido, rockero, áspero, y ese pibe que está perdido en el mundo buscando su propio hueco. Están ahí por el mismo motivo que otras personas están en otras habitaciones del segundo piso del hotel; pero aunque les cueste decirlo, se desean.

La obra es muy sólida en términos interpretativos, de definición de cada uno de los dos personajes; pero dramatúrgicamente se excede en su duración (duplica en tiempo a las dos propuestas anteriores). Desde otra perspectiva, más allá de lo narrativo del encuentro de estos dos seres en un telo, es la que más dudosa en cuento a pensarla como una intervenciones site specific. No termina del todo de apropiarse del lugar, de sacarle provecho. Aunque, hay que reconocerlo, la labor de Serna y Vainstein es verdaderamente inquietante.

Así, casi a las 14, “Telo” llega a su fin. El público sale a la calle Ramón Falcón por la entrada del hotel, en donde hay otro florero con rosas rojas de plástico, el cuadro tarifario, el plano de evacuación y el listado de los precios de los tragos. Los distintos turnos de las funciones del miércoles 23 de octubre serán las últimas en el marco del Festival Internacional de Buenos Aires, y a están agotadas. Pero hay un dato no menor: los creadores y curadores de esta experiencia, Zoilo Garcés y Jorge Eiro, repondrán este atractivo trípitico. ¿Dónde será? Obvio, en el mismo albergue transitorio, “en el corazón de Flores”, como dice su página. Habrá que estar atentos.

 Como parte del encuentro que concluye el domingo 27 se realiza esta potente propuesta, compuesta por tres experiencias muy diversas entre sí, que ocupan habitaciones y pasillos de esta “institución del sexo”  LA NACION

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