“Cuando Leo vio a Pablo, sonrió”: la videollamada con Scaloni que activó a Messi cuando todo era tinieblas
“Sean eternos los campeones” es la unión de dos sueños. A uno lo conoció la humanidad: Argentina, su fútbol, el itinerario paso a paso que desembocó en la tercera Copa del Mundo de su rica historia. En los estadios qataríes, esos dos sueños se abrazaron: la selección avanzó hacia la cumbre y generó un fenómeno que en este libro queda plasmado en imágenes únicas, que permanecerán en el recuerdo. Un sueño que se volvió gloria y un sueño que expresa una amistad. Imposible algo más emocionante, imposible algo mejor. Al otro lo acunaron dos personas: Alejando Pagni, una vida como reportero gráfico, que viajó a Qatar con la corazonada de reflejar momentos que perduraran en la memoria; y Eduardo Biscayart, periodista, narrador, compañero de Pagni en otras ilusiones y también en esa geografía.
El libro, a través de imágenes únicas, irrepetibles e inolvidables, hace un recorrido por cada uno de los siete partidos que disputó la selección argentina hasta consagrarse campeona del mundo. Los siete capítulos están soportados por textos, análisis y descripciones que ayudan a convertir el libro en un objeto de colección, en un tesoro de una maravillosa hazaña deportiva. En 240 paginas y algo mas de 200 fotografías, con una cuidada edición y una altísima calidad de impresión, se reviven muchos instantes de la consagración de la selección en la Copa del Mundo Qatar 2022. Disponible en dos ediciones: una en español y otra en inglés.
En Argentina está en venta desde fines de agosto 2024 a traves de la web www.seaneternosloscampeones2022.com. Desde otros países puede adquirirse por a través de Amazon o la plataforma especializada en venta de libros www.buscalibre.com.ar. Aquí, LA NACION comparte un capítulo de la obra, dedicado a Lionel Messi y escrito por Juan Irigoyen.
Ya no hay diablo que se atreva a cuestionarlo
“¿Qué mirás, bobo?, ¿qué mirás, bobo?, Andá, andá pa’allá, bobo”. La frase que le soltó Lionel Messi a Wout Weghorst después del triunfo de Argentina ante Países Bajos en los cuartos de final de Qatar 2022, se estampó (con dudoso gusto) en camiseta y tazas. Se repitió (hasta al hartazgo) en colegios y bares y se viralizó (símbolo de los tiempos modernos) en memes y stickers. La expresión, sin dudas, representa al nuevo Messi. Ese Messi más altivo y hasta divertido, más populista y hasta desafiante, en definitiva más argentino. Sin embargo, en Qatar soltó otra reflexión, menos adictiva en redes sociales pero mucho más potente en su contenido. “Les pido [a los argentinos] que confíen, que no los vamos a dejar tirados”, sostuvo el 10 tras la caída frente a la, en principio, frágil Arabia Saudita en el debut.
No fue el hecho de dar la cara tras una derrota, ni el de hablarle directamente a los argentinos lo que sorprendió en el seno del grupo. Tampoco su rebeldía ante la adversidad. “Fue lo que esa frase generó en un grupo de chicos que estaban entregados a él”, explica, en privado, un miembro del cuerpo técnico. “Si él confiaba, ¿cómo no iban a confiar los demás?”, insiste la misma fuente. En el tercer partido, con el marcador clavado con el 0-0, Messi erró un penal ante Polonia. Fue entonces cuando los fantasmas del mundial de Rusia volvieron a escena. “Estaba muerto después de aquel penal”, había dicho el 10 tras pifiar desde los 11 metros en el estreno ante Islandia en el 2018. Su actitud, esencialmente su estado de ánimo, se hundió en Rusia.
Messi se encerró en la habitación de la concentración -solo Agüero, su compañero de cuarto, se animaba a tocar la puerta-, y lideró junto a Mascherano una revuelta que terminó con los jugadores exigiendo a Jorge Sampaoli voz y voto: “No nos llega lo que decís. Queremos tener opinión”. Y, un Messi más beligerante, arremetió: “Me preguntaste diez veces a qué jugadores querías que pusieras y a cuáles no, y nunca te di un nombre”. La aventura de Argentina en Rusia se esfumó en octavos de final ante Francia y Messi se marchó del Mundial sin decir ni pio.
A este nuevo Messi versión “Scaloneta”, en cambio, no hay manera de cerrarle el pico, mucho menos de destruirle la moral. Argentina se impuso ante Polonia y ya nadie detuvo a la Pulga para bordar la tercera estrella en la Celeste y Blanca.
Pero, entonces, después de cuatro finales perdidas y de años de frustraciones, pero sobre todo tras un período interminable (para él) de hostigamiento social (en menor medida) y mediático (en mayor dimensión), ¿cuándo comenzó la metamorfosis de Lionel Messi en Argentina? O, ¿cómo hacer para engancharlo a un nuevo proyecto tras cuatro Mundiales fallidos?
Las respuestas están en una llamada. En realidad, en una videollamada.
Lionel Scaloni estaba dirigiendo a la selección Sub 20 en el Torneo de Alcudia (Mallorca, España), cuando recibió una propuesta sorprendente: sin ninguna experiencia previa en el fútbol profesional, Claudio Chiqui Tapia, presidente de la AFA, le ofreció el cargo como entrenador de la selección mayor de manera interina. Pablo Aimar, entonces técnico de la Sub 17, estaba con él en Valencia. “Pablo, yo voy de cabeza, ¿venís conmigo?”, le preguntó Scaloni. Aimar aceptó y el nuevo técnico ya tenía un cebo para Messi. En la videollamada, en la que le comentó a la Pulga su proyecto, Scaloni sumó a Aimar.
“Cuando Leo vio a Pablo sonrió”, recuerda Scaloni. Felicidad para Messi, tranquilidad para Scaloni. La idea del nuevo técnico era la de renovar el grupo y, una vez que tuviese consolidada una nueva base de jugadores, sumar a Leo. El rosarino aceptó la propuesta.
El 10 regresó a la selección en marzo de 2019 y, unos meses más tarde, viajó a Brasil para disputar la Copa América. De entrada, un tropiezo contra Colombia y una nueva crisis interna cuando Sergio Agüero se entera por la prensa de que sería suplente en el segundo partido ante Paraguay. “¿Me tengo que enterar por los medios?”, le recriminó el Kun. Scaloni, entonces, miró a Messi. “A mí no me digas nada, las explicaciones se las tenés que dar a ellos”, le respondió el capitán. Scaloni capeó el temporal y Messi, ya sin Mascherano -su histórico compañero para llevar las riendas del grupo-, aumentó su ascendente. “Solo que esté ahí le genera algo a los compañeros. Y eso que se genera es algo positivo”, recuerda Scaloni.
Entonces, como nunca en la selección, Messi se liberó. Y tenía motivos. Se había sacado la mochila de candidato -Argentina era un grupo en formación- y la prensa argentina más agresiva con él parecía estar de vacaciones. La Pulga, de manera deliberada, fundamentalmente meditada, comenzó a controlar todos los escenarios, tanto dentro del campo (lo había hecho siempre), como también fuera (no lo había hecho nunca). La primera señal: cantar el Himno. Un hecho inédito para el 10 que, tras sufrir bromas de sus compañeros -Verón le pasaba la letra en 2010- y las críticas de la prensa, había decidido no entonar. “No lo hago a propósito”, había dicho en 2015. Pero en esa Copa América 2019 algo estaba pasando. “Hoy tenía ganas y bueno… Lo canté”, comentó después del duelo ante Venezuela. La hinchada se sorprendió, pero sobre todo lo agradeció. Lo hizo aún mucho más cuando, después de caer en las semifinales contra Brasil, arremetió contra la Conmebol. “Son todos corruptos. Está todo arreglado para que gane Brasil”, soltó.
Desde entonces, comenzó un idilio entre Argentina y Messi que paradójicamente contrastaba con su distanciamiento con el Barcelona. En agosto de 2020, tras recibir el peor cachetazo de su carrera -2-8 ante el Bayern en la Champions-, Messi pidió, vía burofax, hacer uso de la opción que tenía en su contrato para salir del Barça. La entidad azulgrana le cerró la puerta. Sin embargo, parecía que el sol estaba por salir en Barcelona. Al menos para Messi, cuando Joan Laporta ganó las elecciones a la presidencia. Con el contrato para renovar por dos años acordado de palabra, Messi se marchó a Brasil a disputar una nueva Copa América.
Y, como es habitual en cada concentración con Argentina, le tocó celebrar su cumpleaños (24 de junio). Agüero y Otamendi, dos de la vieja guardia, le organizaron un asado. Por supuesto, llegó el brindis. “Lo digo acá y ahora: ¡esta copa la ganamos!”, vaticinó De Paul. Esa misma noche, en la habitación de la concentración, Messi y Agüero debatieron: “¿Y qué si fuese así? ¿y qué si esta vez sí, somos campeones?”.
Al final, De Paul tenía razón. El 10 de julio, nada menos en el Maracanã y nada mejor que contra Brasil, Messi levantó su primer título con la selección mayor.
Lo que no sabía Messi era que después de vivir su momento más álgido con Argentina, lo esperaba el peor con el Barcelona. El 5 de agosto de 2021, Laporta llamó a su padre y le dijo que no podía cumplir lo prometido. Sin más alternativas, Messi, entre lágrimas, se marchó al PSG. En París, dos objetivos: levantar su quinta Champions, pero fundamentalmente el mundial. La Pulga ignoró la rabia de la eliminación de la Copa de Europa de la campaña 2021-2022 frente al Madrid e hizo oídos sordos a las críticas. Su cabeza, sin la orejona en el camino, estaba en el Mundial. Esta vez, con Agüero fuera del plantel, la Pulga optó por dormir solo. Compañía, sin embargo, no le faltaba. En Doha, la mayoría de las reuniones se celebraban en la habitación del 10.
Criado a medias entre Rosario y Barcelona, tan hijo (natural) del potrero como hijo (adoptivo) de la Masia, Messi transitó entre las dos culturas hasta que en Qatar solamente se sintió argentino. Para celebrarlo no tuvo mejor premio que la Copa del Mundo. “Sabía que Dios me estaba guardando un momento especial”, sentenció. Lo dice Messi que ya no hay diablo que se atreva a cuestionarlo, ni en Europa, tampoco (y por fin) en Argentina.
*Juan Ignacio Irigoyen (Buenos Aires, 1981) es licenciado en administración de empresas, máster de periodismo por la Universidad de Barcelona y Columbia University. Es periodista del Diario El País en Barcelona y colaborador de la Cadena Ser y Rac1.
“Sean eternos los campeones” es la unión de dos sueños. A uno lo conoció la humanidad: Argentina, su fútbol, el itinerario paso a paso que desembocó en la tercera Copa del Mundo de su rica historia. En los estadios qataríes, esos dos sueños se abrazaron: la selección avanzó hacia la cumbre y generó un fenómeno que en este libro queda plasmado en imágenes únicas, que permanecerán en el recuerdo. Un sueño que se volvió gloria y un sueño que expresa una amistad. Imposible algo más emocionante, imposible algo mejor. Al otro lo acunaron dos personas: Alejando Pagni, una vida como reportero gráfico, que viajó a Qatar con la corazonada de reflejar momentos que perduraran en la memoria; y Eduardo Biscayart, periodista, narrador, compañero de Pagni en otras ilusiones y también en esa geografía.
El libro, a través de imágenes únicas, irrepetibles e inolvidables, hace un recorrido por cada uno de los siete partidos que disputó la selección argentina hasta consagrarse campeona del mundo. Los siete capítulos están soportados por textos, análisis y descripciones que ayudan a convertir el libro en un objeto de colección, en un tesoro de una maravillosa hazaña deportiva. En 240 paginas y algo mas de 200 fotografías, con una cuidada edición y una altísima calidad de impresión, se reviven muchos instantes de la consagración de la selección en la Copa del Mundo Qatar 2022. Disponible en dos ediciones: una en español y otra en inglés.
En Argentina está en venta desde fines de agosto 2024 a traves de la web www.seaneternosloscampeones2022.com. Desde otros países puede adquirirse por a través de Amazon o la plataforma especializada en venta de libros www.buscalibre.com.ar. Aquí, LA NACION comparte un capítulo de la obra, dedicado a Lionel Messi y escrito por Juan Irigoyen.
Ya no hay diablo que se atreva a cuestionarlo
“¿Qué mirás, bobo?, ¿qué mirás, bobo?, Andá, andá pa’allá, bobo”. La frase que le soltó Lionel Messi a Wout Weghorst después del triunfo de Argentina ante Países Bajos en los cuartos de final de Qatar 2022, se estampó (con dudoso gusto) en camiseta y tazas. Se repitió (hasta al hartazgo) en colegios y bares y se viralizó (símbolo de los tiempos modernos) en memes y stickers. La expresión, sin dudas, representa al nuevo Messi. Ese Messi más altivo y hasta divertido, más populista y hasta desafiante, en definitiva más argentino. Sin embargo, en Qatar soltó otra reflexión, menos adictiva en redes sociales pero mucho más potente en su contenido. “Les pido [a los argentinos] que confíen, que no los vamos a dejar tirados”, sostuvo el 10 tras la caída frente a la, en principio, frágil Arabia Saudita en el debut.
No fue el hecho de dar la cara tras una derrota, ni el de hablarle directamente a los argentinos lo que sorprendió en el seno del grupo. Tampoco su rebeldía ante la adversidad. “Fue lo que esa frase generó en un grupo de chicos que estaban entregados a él”, explica, en privado, un miembro del cuerpo técnico. “Si él confiaba, ¿cómo no iban a confiar los demás?”, insiste la misma fuente. En el tercer partido, con el marcador clavado con el 0-0, Messi erró un penal ante Polonia. Fue entonces cuando los fantasmas del mundial de Rusia volvieron a escena. “Estaba muerto después de aquel penal”, había dicho el 10 tras pifiar desde los 11 metros en el estreno ante Islandia en el 2018. Su actitud, esencialmente su estado de ánimo, se hundió en Rusia.
Messi se encerró en la habitación de la concentración -solo Agüero, su compañero de cuarto, se animaba a tocar la puerta-, y lideró junto a Mascherano una revuelta que terminó con los jugadores exigiendo a Jorge Sampaoli voz y voto: “No nos llega lo que decís. Queremos tener opinión”. Y, un Messi más beligerante, arremetió: “Me preguntaste diez veces a qué jugadores querías que pusieras y a cuáles no, y nunca te di un nombre”. La aventura de Argentina en Rusia se esfumó en octavos de final ante Francia y Messi se marchó del Mundial sin decir ni pio.
A este nuevo Messi versión “Scaloneta”, en cambio, no hay manera de cerrarle el pico, mucho menos de destruirle la moral. Argentina se impuso ante Polonia y ya nadie detuvo a la Pulga para bordar la tercera estrella en la Celeste y Blanca.
Pero, entonces, después de cuatro finales perdidas y de años de frustraciones, pero sobre todo tras un período interminable (para él) de hostigamiento social (en menor medida) y mediático (en mayor dimensión), ¿cuándo comenzó la metamorfosis de Lionel Messi en Argentina? O, ¿cómo hacer para engancharlo a un nuevo proyecto tras cuatro Mundiales fallidos?
Las respuestas están en una llamada. En realidad, en una videollamada.
Lionel Scaloni estaba dirigiendo a la selección Sub 20 en el Torneo de Alcudia (Mallorca, España), cuando recibió una propuesta sorprendente: sin ninguna experiencia previa en el fútbol profesional, Claudio Chiqui Tapia, presidente de la AFA, le ofreció el cargo como entrenador de la selección mayor de manera interina. Pablo Aimar, entonces técnico de la Sub 17, estaba con él en Valencia. “Pablo, yo voy de cabeza, ¿venís conmigo?”, le preguntó Scaloni. Aimar aceptó y el nuevo técnico ya tenía un cebo para Messi. En la videollamada, en la que le comentó a la Pulga su proyecto, Scaloni sumó a Aimar.
“Cuando Leo vio a Pablo sonrió”, recuerda Scaloni. Felicidad para Messi, tranquilidad para Scaloni. La idea del nuevo técnico era la de renovar el grupo y, una vez que tuviese consolidada una nueva base de jugadores, sumar a Leo. El rosarino aceptó la propuesta.
El 10 regresó a la selección en marzo de 2019 y, unos meses más tarde, viajó a Brasil para disputar la Copa América. De entrada, un tropiezo contra Colombia y una nueva crisis interna cuando Sergio Agüero se entera por la prensa de que sería suplente en el segundo partido ante Paraguay. “¿Me tengo que enterar por los medios?”, le recriminó el Kun. Scaloni, entonces, miró a Messi. “A mí no me digas nada, las explicaciones se las tenés que dar a ellos”, le respondió el capitán. Scaloni capeó el temporal y Messi, ya sin Mascherano -su histórico compañero para llevar las riendas del grupo-, aumentó su ascendente. “Solo que esté ahí le genera algo a los compañeros. Y eso que se genera es algo positivo”, recuerda Scaloni.
Entonces, como nunca en la selección, Messi se liberó. Y tenía motivos. Se había sacado la mochila de candidato -Argentina era un grupo en formación- y la prensa argentina más agresiva con él parecía estar de vacaciones. La Pulga, de manera deliberada, fundamentalmente meditada, comenzó a controlar todos los escenarios, tanto dentro del campo (lo había hecho siempre), como también fuera (no lo había hecho nunca). La primera señal: cantar el Himno. Un hecho inédito para el 10 que, tras sufrir bromas de sus compañeros -Verón le pasaba la letra en 2010- y las críticas de la prensa, había decidido no entonar. “No lo hago a propósito”, había dicho en 2015. Pero en esa Copa América 2019 algo estaba pasando. “Hoy tenía ganas y bueno… Lo canté”, comentó después del duelo ante Venezuela. La hinchada se sorprendió, pero sobre todo lo agradeció. Lo hizo aún mucho más cuando, después de caer en las semifinales contra Brasil, arremetió contra la Conmebol. “Son todos corruptos. Está todo arreglado para que gane Brasil”, soltó.
Desde entonces, comenzó un idilio entre Argentina y Messi que paradójicamente contrastaba con su distanciamiento con el Barcelona. En agosto de 2020, tras recibir el peor cachetazo de su carrera -2-8 ante el Bayern en la Champions-, Messi pidió, vía burofax, hacer uso de la opción que tenía en su contrato para salir del Barça. La entidad azulgrana le cerró la puerta. Sin embargo, parecía que el sol estaba por salir en Barcelona. Al menos para Messi, cuando Joan Laporta ganó las elecciones a la presidencia. Con el contrato para renovar por dos años acordado de palabra, Messi se marchó a Brasil a disputar una nueva Copa América.
Y, como es habitual en cada concentración con Argentina, le tocó celebrar su cumpleaños (24 de junio). Agüero y Otamendi, dos de la vieja guardia, le organizaron un asado. Por supuesto, llegó el brindis. “Lo digo acá y ahora: ¡esta copa la ganamos!”, vaticinó De Paul. Esa misma noche, en la habitación de la concentración, Messi y Agüero debatieron: “¿Y qué si fuese así? ¿y qué si esta vez sí, somos campeones?”.
Al final, De Paul tenía razón. El 10 de julio, nada menos en el Maracanã y nada mejor que contra Brasil, Messi levantó su primer título con la selección mayor.
Lo que no sabía Messi era que después de vivir su momento más álgido con Argentina, lo esperaba el peor con el Barcelona. El 5 de agosto de 2021, Laporta llamó a su padre y le dijo que no podía cumplir lo prometido. Sin más alternativas, Messi, entre lágrimas, se marchó al PSG. En París, dos objetivos: levantar su quinta Champions, pero fundamentalmente el mundial. La Pulga ignoró la rabia de la eliminación de la Copa de Europa de la campaña 2021-2022 frente al Madrid e hizo oídos sordos a las críticas. Su cabeza, sin la orejona en el camino, estaba en el Mundial. Esta vez, con Agüero fuera del plantel, la Pulga optó por dormir solo. Compañía, sin embargo, no le faltaba. En Doha, la mayoría de las reuniones se celebraban en la habitación del 10.
Criado a medias entre Rosario y Barcelona, tan hijo (natural) del potrero como hijo (adoptivo) de la Masia, Messi transitó entre las dos culturas hasta que en Qatar solamente se sintió argentino. Para celebrarlo no tuvo mejor premio que la Copa del Mundo. “Sabía que Dios me estaba guardando un momento especial”, sentenció. Lo dice Messi que ya no hay diablo que se atreva a cuestionarlo, ni en Europa, tampoco (y por fin) en Argentina.
*Juan Ignacio Irigoyen (Buenos Aires, 1981) es licenciado en administración de empresas, máster de periodismo por la Universidad de Barcelona y Columbia University. Es periodista del Diario El País en Barcelona y colaborador de la Cadena Ser y Rac1.
El libro “Sean eternos los campeones” retrata, a través de distintos autores, la epopeya de la selección argentina en el Mundial de Qatar LA NACION