Por qué Lacalle Pou no logra instalar una opción para darle continuidad a su gobierno si mantiene una alta popularidad
MONTEVIDEO.- El Partido Nacional, socio principal de la coalición de gobierno en Uruguay, supuestamente no debería inquietarse de cara a las elecciones del domingo. Su candidato, Álvaro Delgado, se perfila para entrar segundo al balotaje y luego pelear mano a mano en esa instancia con el candidato del Frente Amplio, Yamandú Orsi.
Así pasó en 2019, cuando Luis Lacalle Pou salió segundo en las generales y luego arrastró los votos de la derecha, y unos cuantos del centro, para ganar el balotaje y convertirse en presidente. Por otro lado, su gestión toca a su fin con una valoración positiva.
¿Por qué no pasaría lo mismo esta vez, es decir, el triunfo del Partido Nacional, solo que ahora con Delgado, el delfín del presidente, su mano derecha, la cara más visible del gobierno durante la exitosa gestión de la pandemia? ¿Qué le impediría a Delgado repetir la historia?
El candidato se presenta como “la continuidad”, al punto que el último eslogan de campaña fue: “Reelegí un buen gobierno”. Visto así, solo le bastaría estirar la mano, tomar el fruto maduro, y salir triunfante a saludar al balcón. Pero ser el delfín tiene sus contras.
“Creo que el problema de Delgado es justamente ese, es un candidato que promete seguir con lo mismo, pero no tiene el carisma ni el atractivo de Lacalle Pou. Eso lo complica y no despierta entusiasmo”, dice a LA NACION el politólogo Daniel Chasquetti. “En Uruguay los delfines del presidente siempre han perdido. Lo que ocurre es que en verdad el delfín representa lo mismo, pero de menor calidad. Cuando un partido vuelve a ganar, el candidato no es el delfín sino el que propone un argumento distinto”, precisa.
Delgado intenta recoger lo mejor de los dos mundos, presentándose como igual, pero distinto. Para eso recurrió a un malabar semántico, distinguiendo lo que llama “el continuismo”, sin cambios, de “la continuidad”, que vendría a ser un “segundo piso de transformaciones”, otra de sus banderas. Pero los votantes esperan algo más que esas pocas letras de diferencia entre una y otra palabra.
Según coinciden distintos observadores, la idea ante nuevas elecciones es ofrecer un camino hacia adelante: una mirada nueva, atractiva, que invite a soñar. Así ganó Lacalle Pou, plantándose como el hombre del cambio luego de 15 años de gobierno del Frente Amplio. Y aun así le costó. La pregunta de muchos votantes indecisos ahora es: de alguna manera Lacalle Pou nos trajo hasta acá, ¿y ahora qué?
“Sin duda hay una valoración positiva del gobierno, pero también algunas demandas de cambio, de mejora respecto a esta gestión, que le quitan al principal partido del gobierno cierto poder de captación”, dice a LA NACION Rafael Porzecanski, director de Opinión Pública y Estudios Sociales de Opción Consultores.
Y no es que le falten credenciales a Delgado para despegarse de su modelo y mostrarse como un estadista por derecho propio, capaz de ser un buen líder. Por el contrario, tiene reconocidas sus fortalezas, en concreto buena experiencia legislativa y administrativa, como diputado, senador, y, desde 2020, secretario de la Presidencia. Allí fue clave en el suave tránsito de Uruguay a través de la pandemia. Renunció a fines de 2023 para preparar su candidatura para estas elecciones.
Quizás por eso, para explotar sus fortalezas, sorprendió avanzada la campaña con una especie de mea culpa, donde admitía su falta de poder de seducción.
“La gente no elige un candidato, elige un presidente. Yo siento que soy un candidato, quizás no el candidato que entusiasma a las masas, porque uno tiene que ser crítico consigo mismo, autocrítico. No al punto de autoflagelarse, pero hay que tratar de ser objetivo”, señaló.
Además de esa retórica zigzagueante de la continuidad y el continuismo, del candidato y el presidente, existe consenso sobre una segunda traba en la campaña del dirigente oficialista: la elección de su compañera de fórmula, su candidata a vicepresidente.
Exmilitante comunista y exdirigente sindical, panelista de televisión, la llegada de Valeria Ripoll a la boleta del Partido Nacional sorprendió a propios y extraños. Delgado la incorporó buscando captar votos de otro perfil, fuera de los votantes de derecha, más diverso.
Queda por ver si funcionará la maniobra, pero se ve difícil que arrastre votos. Los votantes de izquierda no están ni remotamente dispuestos a cambiar su voto por esa jugada. Y desde la derecha miran con escepticismo, cuando no franco rechazo, el aterrizaje sin escalas de esta extraña dama, llegada de un universo ideológico contrario.
“Lo que no me gusta de Delgado es que eligió como candidata a vicepresidente a una excomunista. Y la pusieron a dedo, no compitió en ninguna elección interna. No soy solo yo, muchos blancos (del Partido Nacional) están cambiando su voto por eso”, dijo a LA NACION Fabián Díaz, que votó por distintos partidos en su vida, y ahora estaba entregando volantes del Partido Colorado en la rambla de Pocitos.
Delgado tampoco se ayudó a sí mismo, cuando, con los dos en el escenario durante un acto en Paysandú, la semana pasada, miró a su compañera diciendo: “¡Cuarenta y dos jóvenes años! ¡Miren lo que es! ¡Un bombón!”. Las críticas, memes, bromas y reproches le llovieron de todos los rincones.
En tercer lugar, dicen los analistas, a Delgado lo complicó el meteórico ascenso del candidato del Partido Colorado, Andrés Ojeda. Los colorados integran la coalición de gobierno con el Partido Nacional y otras formaciones, pero todos compiten por separado en la primera vuelta.
Las encuestas ven a esta altura más que difícil que Ojeda pueda dar el salto que precisa para desplazarlo del segundo lugar el domingo, cerca de lo impensable, pero fue una complicación durante toda la campaña y le restará votos a él y al Partido Nacional.
Como dice Porzecanski, todo puede pasar en estas horas previas, y luego en el balotaje de noviembre. “Con la seguridad como debilidad principal de imagen del gobierno, que es sin duda un pasivo que tiene, no es tampoco un escenario de un gran fervor continuista. Tampoco de cambio. Es un escenario mixto”.
Pese a las dudas, a los errores, y a los aciertos de los rivales, desde el Partido Nacional confían en que su candidatura tome fuerza, convenza a los indecisos, y rompa por fin el maleficio de los delfines.
MONTEVIDEO.- El Partido Nacional, socio principal de la coalición de gobierno en Uruguay, supuestamente no debería inquietarse de cara a las elecciones del domingo. Su candidato, Álvaro Delgado, se perfila para entrar segundo al balotaje y luego pelear mano a mano en esa instancia con el candidato del Frente Amplio, Yamandú Orsi.
Así pasó en 2019, cuando Luis Lacalle Pou salió segundo en las generales y luego arrastró los votos de la derecha, y unos cuantos del centro, para ganar el balotaje y convertirse en presidente. Por otro lado, su gestión toca a su fin con una valoración positiva.
¿Por qué no pasaría lo mismo esta vez, es decir, el triunfo del Partido Nacional, solo que ahora con Delgado, el delfín del presidente, su mano derecha, la cara más visible del gobierno durante la exitosa gestión de la pandemia? ¿Qué le impediría a Delgado repetir la historia?
El candidato se presenta como “la continuidad”, al punto que el último eslogan de campaña fue: “Reelegí un buen gobierno”. Visto así, solo le bastaría estirar la mano, tomar el fruto maduro, y salir triunfante a saludar al balcón. Pero ser el delfín tiene sus contras.
“Creo que el problema de Delgado es justamente ese, es un candidato que promete seguir con lo mismo, pero no tiene el carisma ni el atractivo de Lacalle Pou. Eso lo complica y no despierta entusiasmo”, dice a LA NACION el politólogo Daniel Chasquetti. “En Uruguay los delfines del presidente siempre han perdido. Lo que ocurre es que en verdad el delfín representa lo mismo, pero de menor calidad. Cuando un partido vuelve a ganar, el candidato no es el delfín sino el que propone un argumento distinto”, precisa.
Delgado intenta recoger lo mejor de los dos mundos, presentándose como igual, pero distinto. Para eso recurrió a un malabar semántico, distinguiendo lo que llama “el continuismo”, sin cambios, de “la continuidad”, que vendría a ser un “segundo piso de transformaciones”, otra de sus banderas. Pero los votantes esperan algo más que esas pocas letras de diferencia entre una y otra palabra.
Según coinciden distintos observadores, la idea ante nuevas elecciones es ofrecer un camino hacia adelante: una mirada nueva, atractiva, que invite a soñar. Así ganó Lacalle Pou, plantándose como el hombre del cambio luego de 15 años de gobierno del Frente Amplio. Y aun así le costó. La pregunta de muchos votantes indecisos ahora es: de alguna manera Lacalle Pou nos trajo hasta acá, ¿y ahora qué?
“Sin duda hay una valoración positiva del gobierno, pero también algunas demandas de cambio, de mejora respecto a esta gestión, que le quitan al principal partido del gobierno cierto poder de captación”, dice a LA NACION Rafael Porzecanski, director de Opinión Pública y Estudios Sociales de Opción Consultores.
Y no es que le falten credenciales a Delgado para despegarse de su modelo y mostrarse como un estadista por derecho propio, capaz de ser un buen líder. Por el contrario, tiene reconocidas sus fortalezas, en concreto buena experiencia legislativa y administrativa, como diputado, senador, y, desde 2020, secretario de la Presidencia. Allí fue clave en el suave tránsito de Uruguay a través de la pandemia. Renunció a fines de 2023 para preparar su candidatura para estas elecciones.
Quizás por eso, para explotar sus fortalezas, sorprendió avanzada la campaña con una especie de mea culpa, donde admitía su falta de poder de seducción.
“La gente no elige un candidato, elige un presidente. Yo siento que soy un candidato, quizás no el candidato que entusiasma a las masas, porque uno tiene que ser crítico consigo mismo, autocrítico. No al punto de autoflagelarse, pero hay que tratar de ser objetivo”, señaló.
Además de esa retórica zigzagueante de la continuidad y el continuismo, del candidato y el presidente, existe consenso sobre una segunda traba en la campaña del dirigente oficialista: la elección de su compañera de fórmula, su candidata a vicepresidente.
Exmilitante comunista y exdirigente sindical, panelista de televisión, la llegada de Valeria Ripoll a la boleta del Partido Nacional sorprendió a propios y extraños. Delgado la incorporó buscando captar votos de otro perfil, fuera de los votantes de derecha, más diverso.
Queda por ver si funcionará la maniobra, pero se ve difícil que arrastre votos. Los votantes de izquierda no están ni remotamente dispuestos a cambiar su voto por esa jugada. Y desde la derecha miran con escepticismo, cuando no franco rechazo, el aterrizaje sin escalas de esta extraña dama, llegada de un universo ideológico contrario.
“Lo que no me gusta de Delgado es que eligió como candidata a vicepresidente a una excomunista. Y la pusieron a dedo, no compitió en ninguna elección interna. No soy solo yo, muchos blancos (del Partido Nacional) están cambiando su voto por eso”, dijo a LA NACION Fabián Díaz, que votó por distintos partidos en su vida, y ahora estaba entregando volantes del Partido Colorado en la rambla de Pocitos.
Delgado tampoco se ayudó a sí mismo, cuando, con los dos en el escenario durante un acto en Paysandú, la semana pasada, miró a su compañera diciendo: “¡Cuarenta y dos jóvenes años! ¡Miren lo que es! ¡Un bombón!”. Las críticas, memes, bromas y reproches le llovieron de todos los rincones.
En tercer lugar, dicen los analistas, a Delgado lo complicó el meteórico ascenso del candidato del Partido Colorado, Andrés Ojeda. Los colorados integran la coalición de gobierno con el Partido Nacional y otras formaciones, pero todos compiten por separado en la primera vuelta.
Las encuestas ven a esta altura más que difícil que Ojeda pueda dar el salto que precisa para desplazarlo del segundo lugar el domingo, cerca de lo impensable, pero fue una complicación durante toda la campaña y le restará votos a él y al Partido Nacional.
Como dice Porzecanski, todo puede pasar en estas horas previas, y luego en el balotaje de noviembre. “Con la seguridad como debilidad principal de imagen del gobierno, que es sin duda un pasivo que tiene, no es tampoco un escenario de un gran fervor continuista. Tampoco de cambio. Es un escenario mixto”.
Pese a las dudas, a los errores, y a los aciertos de los rivales, desde el Partido Nacional confían en que su candidatura tome fuerza, convenza a los indecisos, y rompa por fin el maleficio de los delfines.
El candidato oficialista para los comicios de este domingo, Álvaro Delgado, no figura en ninguna encuesta por encima del líder del opositor Frente Amplio; su mayor esperanza es el balotaje LA NACION