El intruso
En la región central de Sri Lanka, en Dambulla, existe un sistema de cuevas que habría sido – vestigios óseos parecen atestiguarlo– refugio de seres humanos durante ese periodo tremendamente largo (y del que aún prácticamente nada conocemos) que fue la prehistoria. Mucho tiempo después, en esas mismas cavidades, personas inscriptas de este lado de la historia construyeron templos y honraron a unas cuantas deidades budistas. Esta foto se tomó en el ingreso al complejo; el encuadre privilegia al ¿intruso?: un pequeño mono, sin duda inmune a la fachada dorada sobre la que se desplaza y probablemente más que acostumbrado al flujo de turistas y creyentes que pasan por el lugar. Del otro lado, hundidas en la montaña, están las cuevas y su misterio. Quizás allí los intrusos seamos nosotros, llegados de un tiempo distinto, con otras ansias y otras oscuridades a cuestas.
En la región central de Sri Lanka, en Dambulla, existe un sistema de cuevas que habría sido – vestigios óseos parecen atestiguarlo– refugio de seres humanos durante ese periodo tremendamente largo (y del que aún prácticamente nada conocemos) que fue la prehistoria. Mucho tiempo después, en esas mismas cavidades, personas inscriptas de este lado de la historia construyeron templos y honraron a unas cuantas deidades budistas. Esta foto se tomó en el ingreso al complejo; el encuadre privilegia al ¿intruso?: un pequeño mono, sin duda inmune a la fachada dorada sobre la que se desplaza y probablemente más que acostumbrado al flujo de turistas y creyentes que pasan por el lugar. Del otro lado, hundidas en la montaña, están las cuevas y su misterio. Quizás allí los intrusos seamos nosotros, llegados de un tiempo distinto, con otras ansias y otras oscuridades a cuestas.
En la región central de Sri Lanka, en Dambulla, existe un sistema de cuevas que habría sido – vestigios óseos parecen atestiguarlo– refugio de seres humanos durante ese periodo tremendamente largo (y del que aún prácticamente nada conocemos) que fue la prehistoria. Mucho tiempo después, en esas mismas cavidades, personas inscriptas de este lado de la historia construyeron templos y honraron a unas cuantas deidades budistas. Esta foto se tomó en el ingreso al complejo; el encuadre privilegia al ¿intruso?: un pequeño mono, sin duda inmune a la fachada dorada sobre la que se desplaza y probablemente más que acostumbrado al flujo de turistas y creyentes que pasan por el lugar. Del otro lado, hundidas en la montaña, están las cuevas y su misterio. Quizás allí los intrusos seamos nosotros, llegados de un tiempo distinto, con otras ansias y otras oscuridades a cuestas. LA NACION