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Alegrías, disparates y pánico

Aturdida por la aplastante victoria de Donald Trump, la cresta mileísta (¿también Javier Milei?) deduce que ese triunfo en el otro extremo de América perpetuará en el poder al actual presidente argentino. Han leído muy poco de historia y carecen de experiencia. En primer lugar, Trump, bueno o malo, será el líder de la primera potencia del mundo y aplicará políticas para su país que beneficiarán o perjudicarán al resto de los países. O podrían beneficiar a algunos y perjudicar a otros. Es probable que en el corto plazo Trump lo ayude a Milei en el Fondo Monetario Internacional, donde Estados Unidos tiene una influencia decisiva. El gobierno argentino espera firmar un acuerdo con el Fondo que incluya el envío de recursos frescos por valor de 20.000 millones de dólares, si fuera posible. Hasta ahora, la Argentina recibió de ese organismo solo asientos contables. Sin embargo, hay cuestiones en las que Trump y Milei no piensan igual, y no son cuestiones menores. Por ejemplo, Trump cree que el principal problema de su país es la apertura de la economía y el libre comercio, esta última una política, vale la pena recordarlo, que Estados Unidos promovió desde que existe como nación. Milei, en cambio, está seguro de que el principal problema de la Argentina es una economía cerrada, con un alto grado de protección a sus industrias y reacia a practicar el libre comercio. Razón no le falta. ¿Podrán ponerse de acuerdo si los lobbies norteamericanos de los productores de limones y de acero, por caso, traban las importaciones argentinas de esos productos? Quién lo sabe. Por eso, las alegrías son prematuras, sobre todo cuando influirán también cuestiones geopolíticas importantes. ¿Qué relación tendrá Trump con Europa, a la que desdeñó en su anterior mandato? Muchos países europeos son miembros del decisivo directorio del Fondo Monetario. ¿Qué política aplicará Trump en la actual guerra entre Israel, los grupos terroristas de Hamas en Gaza y el gobierno teocrático de Irán, que alimenta el terrorismo antiisraelí? Trump no confió nunca en Irán, cuyo gobierno merece la desconfianza internacional. La Argentina lo sabe mejor que nadie. ¿Qué hará el próximo presidente norteamericano con la guerra sin fin descerrajada por el déspota Putin contra Ucrania? El mundo se colocó del lado de la víctima, que es Ucrania, pero Trump tiene su propia relación personal con Putin. ¿Seguirá Trump señalando a China como su principal enemigo por la competencia en el comercio internacional? El mundo cambiará con Trump en la Casa Blanca, pero nadie sabe todavía qué significarán esos cambios para países como la Argentina.

Más que Donald Trump, a la economía de Javier Milei la ayudará la estabilidad institucional del país

La historia sorprende con lo inevitable, pero también con lo inesperado. O como decía Keynes: “Lo inevitable rara vez sucede; es lo inesperado lo que suele ocurrir”. Pruebas: en las elecciones legislativas de 2017, la coalición liderada por el entonces presidente Mauricio Macri les ganó por más de 20 puntos al kirchnerismo y por más 35 puntos a la coalición de Sergio Massa. Eso sucedió en octubre. En diciembre, un proyecto para modificar levemente la fórmula de aumentos a los jubilados provocó un escándalo político acompañado de una descomunal violencia dentro y fuera del Congreso. Los inversores financieros comenzaron a hacer las valijas para abandonar la Argentina. Si al gobierno del entonces Cambiemos le costó tanto hacer esa reforma, ¿cómo podría avanzar con el ajuste de la economía al que se había comprometido? La Reserva Federal de los Estados Unidos (el Banco Central norteamericano) subió las tasas en 2017 y en 2018, cuando ya Trump era presidente. Una mala noticia para la Argentina. Trump había anunciado, además, el “plan de construcción de infraestructura más importante de la historia de los Estados Unidos”. Hiperbólico, como siempre. Fue suficiente. Todos los dólares que andaban en inversiones de riesgo se fueron al más seguro país de Trump, aunque este quería ayudar a Macri en la Argentina. De hecho, lo ayudó en el Fondo Monetario, porque con Macri tiene una amistad personal de más de 20 años. Pero su política económica perjudicó en la práctica a su viejo amigo argentino. El tercer elemento que influyó en la crisis final de Macri fue una de las sequías más importantes desde que existen registros, junto con la que le tocó a Cristina Kirchner en 2008 y 2009 y con la que se abatió sobre Alberto Fernández en 2022. Macri perdió la reelección en 2019, dos años después de aquella victoria en comicios legislativos. Cuando Macri ganó en 2017 el riesgo país era de 450 puntos, que fue el promedio de su gestión. Pero subió en tiempos previos a las elecciones primarias de 2019 a los mismos niveles en que se encuentra ahora: debajo de los 900 puntos.

Más que Trump, a la economía de Milei la ayudará la estabilidad institucional. Es raro hablar de instituciones en un mundo que se enamoró de políticos disruptivos y de líderes mesiánicos. Los que creen en el republicanismo se están convirtiendo en pobres minorías. En Estados Unidos o en la Argentina. No obstante, eso sucede entre la gente común, insatisfecha, espoleada por el pasional vértigo de las redes, en las que predominan más el insulto y el odio que otra cosa. Milei es un producto de las redes. Pero la economía –los inversores, más que nada– sigue mirando a las instituciones más que al humor social, aunque este también importa. Una versión que surge de las entrañas oficialistas señala que Milei decidiría, ante el largo retraso del acuerdo del Senado, nombrar en comisión al juez federal Ariel Lijo como miembro de la Corte Suprema; es decir, asumiría como juez del máximo tribunal del país sin haber cumplido con los requisitos constitucionales. Macri intentó hacer algo parecido en 2017 con las designaciones de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz; los designó en comisión por un decreto. Fue un mal consejo de su asesor, el abogado Fabián “Pepín” Rodríguez Simón. Sea como fuere, se trató solo de un intento porque Rosatti y Rosenkrantz no asumieron hasta que contaron con el acuerdo de los dos tercios de los votos del Senado. Tanto jueces de la Corte como el entonces líder de la oposición senatorial, Miguel Ángel Pichetto, y dirigentes de la propia coalición Cambiemos le hicieron saber al entonces presidente que estaba buscando un atajo imposible. Pichetto contribuyó para que el Senado les diera los acuerdos correspondientes a Rosatti y Rosenkrantz, pero debe subrayarse que esos dos jueces eran –y son– personas intachables.

Según la jurisprudencia de la Corte Suprema (hubo casos parecidos en los gobiernos de Arturo Frondizi, de Héctor Cámpora y de Raúl Alfonsín), el presidente de la Nación puede nombrar jueces de la Corte Suprema solo en los meses de receso del Congreso; es decir, entre el 1º de diciembre y el 1º de marzo. Además, en los casos mencionados se trataba de presidentes que asumían luego de un gobierno militar y aspiraban a cambiar a toda la Corte de inmediato. Pero esa misma jurisprudencia señala que los jueces deben obtener el acuerdo antes del siguiente 1º de diciembre. Si comenzara el próximo receso y el juez en comisión no hubiera obtenido el acuerdo del Senado, su designación cesaría en el acto. Semejante precariedad hace suponer la inconsistencia de las decisiones de un juez en comisión, sobre todo si su voto desempatara y fuera concluyente en la decisión final del alto tribunal; estas eventuales resoluciones de la Corte recibirán seguramente constantes pedidos de nulidad.

Manuel García-Mancilla, un jurista sin manchas, no aceptará nunca una designación en esas condiciones tan inestables y mucho menos desobedeciendo el mandato constitucional que indica que los jueces de la Corte Suprema deben contar con el acuerdo previo del Senado. Es probable que tampoco Lijo se someta a nuevos y mayores cuestionamientos cuando ya carga con demasiados reparos profesionales y éticos. Pero si aceptara ser nombrado en comisión, ¿qué hará la Corte Suprema? ¿Le tomará juramento? El de Lijo no es el caso de los jueces de Frondizi, Cámpora y Alfonsín. Milei no está urgido para nombrar una Corte nueva, aun cuando llegue el día en que se jubile el juez Juan Carlos Maqueda. El Presidente los propuso a Lijo y a García-Mansilla hace ocho meses, en marzo pasado, y todavía no tienen las firmas necesarias en la Comisión de Acuerdos del Senado, imprescindibles para que las propuestas sean consideradas en el plenario del cuerpo. Los dos tercios del Senado significan una cumbre política demasiado empinada. El último kirchnerismo gobernante, el que simuló presidir Alberto Fernández, no pudo en cuatro años nombrar a un procurador general de la Nación (jefe de todos los fiscales), que debe cumplir con los mismos requisitos que los miembros de la Corte Suprema; no lo pudo el entonces presidente y su vicepresidenta, Cristina Kirchner, tampoco intentó con un candidato propio. Sabía que perdería.

Los mileístas cuentan que el Presidente está contento porque su figura provoca pánico entre los funcionarios del Gobierno. Eso sucedía antes del despido injustificado y cruel de la excanciller Diana Mondino y de la soviética persecución ideológica desatada contra los diplomáticos de carrera. Ahora, cuando maltrató a Mondino, que se fue prometiendo que seguiría defendiendo al gobierno de Milei, es mucho peor. Tal vez por eso la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, difundió un documento cuyo primer punto dice textualmente: “Los periodistas ya no son el cuarto poder. Se acabaron las narrativas de los grandes medios”. Cuando ocurrió la persecución a periodistas en la gloria del kirchnerismo hubo cuatro mujeres en el Congreso que defendieron con coraje y decisión al periodismo independiente: Elisa Carrió, que era diputada nacional; Norma Morandini, entonces senadora nacional; Silvana Giudici, también diputada nacional, y Patricia Bullrich, igualmente diputada en aquella época. ¿Dónde está ahora Patricia Bullrich? ¿Qué se hizo de ella? ¿Quién se llevó a aquella persona valiente que había rectificado sus ideas del pasado y se convirtió en una vestal de la democracia y sus formas? ¿Qué hizo Milei con esa mujer que ya no está?

Aturdida por la aplastante victoria de Donald Trump, la cresta mileísta (¿también Javier Milei?) deduce que ese triunfo en el otro extremo de América perpetuará en el poder al actual presidente argentino. Han leído muy poco de historia y carecen de experiencia. En primer lugar, Trump, bueno o malo, será el líder de la primera potencia del mundo y aplicará políticas para su país que beneficiarán o perjudicarán al resto de los países. O podrían beneficiar a algunos y perjudicar a otros. Es probable que en el corto plazo Trump lo ayude a Milei en el Fondo Monetario Internacional, donde Estados Unidos tiene una influencia decisiva. El gobierno argentino espera firmar un acuerdo con el Fondo que incluya el envío de recursos frescos por valor de 20.000 millones de dólares, si fuera posible. Hasta ahora, la Argentina recibió de ese organismo solo asientos contables. Sin embargo, hay cuestiones en las que Trump y Milei no piensan igual, y no son cuestiones menores. Por ejemplo, Trump cree que el principal problema de su país es la apertura de la economía y el libre comercio, esta última una política, vale la pena recordarlo, que Estados Unidos promovió desde que existe como nación. Milei, en cambio, está seguro de que el principal problema de la Argentina es una economía cerrada, con un alto grado de protección a sus industrias y reacia a practicar el libre comercio. Razón no le falta. ¿Podrán ponerse de acuerdo si los lobbies norteamericanos de los productores de limones y de acero, por caso, traban las importaciones argentinas de esos productos? Quién lo sabe. Por eso, las alegrías son prematuras, sobre todo cuando influirán también cuestiones geopolíticas importantes. ¿Qué relación tendrá Trump con Europa, a la que desdeñó en su anterior mandato? Muchos países europeos son miembros del decisivo directorio del Fondo Monetario. ¿Qué política aplicará Trump en la actual guerra entre Israel, los grupos terroristas de Hamas en Gaza y el gobierno teocrático de Irán, que alimenta el terrorismo antiisraelí? Trump no confió nunca en Irán, cuyo gobierno merece la desconfianza internacional. La Argentina lo sabe mejor que nadie. ¿Qué hará el próximo presidente norteamericano con la guerra sin fin descerrajada por el déspota Putin contra Ucrania? El mundo se colocó del lado de la víctima, que es Ucrania, pero Trump tiene su propia relación personal con Putin. ¿Seguirá Trump señalando a China como su principal enemigo por la competencia en el comercio internacional? El mundo cambiará con Trump en la Casa Blanca, pero nadie sabe todavía qué significarán esos cambios para países como la Argentina.

Más que Donald Trump, a la economía de Javier Milei la ayudará la estabilidad institucional del país

La historia sorprende con lo inevitable, pero también con lo inesperado. O como decía Keynes: “Lo inevitable rara vez sucede; es lo inesperado lo que suele ocurrir”. Pruebas: en las elecciones legislativas de 2017, la coalición liderada por el entonces presidente Mauricio Macri les ganó por más de 20 puntos al kirchnerismo y por más 35 puntos a la coalición de Sergio Massa. Eso sucedió en octubre. En diciembre, un proyecto para modificar levemente la fórmula de aumentos a los jubilados provocó un escándalo político acompañado de una descomunal violencia dentro y fuera del Congreso. Los inversores financieros comenzaron a hacer las valijas para abandonar la Argentina. Si al gobierno del entonces Cambiemos le costó tanto hacer esa reforma, ¿cómo podría avanzar con el ajuste de la economía al que se había comprometido? La Reserva Federal de los Estados Unidos (el Banco Central norteamericano) subió las tasas en 2017 y en 2018, cuando ya Trump era presidente. Una mala noticia para la Argentina. Trump había anunciado, además, el “plan de construcción de infraestructura más importante de la historia de los Estados Unidos”. Hiperbólico, como siempre. Fue suficiente. Todos los dólares que andaban en inversiones de riesgo se fueron al más seguro país de Trump, aunque este quería ayudar a Macri en la Argentina. De hecho, lo ayudó en el Fondo Monetario, porque con Macri tiene una amistad personal de más de 20 años. Pero su política económica perjudicó en la práctica a su viejo amigo argentino. El tercer elemento que influyó en la crisis final de Macri fue una de las sequías más importantes desde que existen registros, junto con la que le tocó a Cristina Kirchner en 2008 y 2009 y con la que se abatió sobre Alberto Fernández en 2022. Macri perdió la reelección en 2019, dos años después de aquella victoria en comicios legislativos. Cuando Macri ganó en 2017 el riesgo país era de 450 puntos, que fue el promedio de su gestión. Pero subió en tiempos previos a las elecciones primarias de 2019 a los mismos niveles en que se encuentra ahora: debajo de los 900 puntos.

Más que Trump, a la economía de Milei la ayudará la estabilidad institucional. Es raro hablar de instituciones en un mundo que se enamoró de políticos disruptivos y de líderes mesiánicos. Los que creen en el republicanismo se están convirtiendo en pobres minorías. En Estados Unidos o en la Argentina. No obstante, eso sucede entre la gente común, insatisfecha, espoleada por el pasional vértigo de las redes, en las que predominan más el insulto y el odio que otra cosa. Milei es un producto de las redes. Pero la economía –los inversores, más que nada– sigue mirando a las instituciones más que al humor social, aunque este también importa. Una versión que surge de las entrañas oficialistas señala que Milei decidiría, ante el largo retraso del acuerdo del Senado, nombrar en comisión al juez federal Ariel Lijo como miembro de la Corte Suprema; es decir, asumiría como juez del máximo tribunal del país sin haber cumplido con los requisitos constitucionales. Macri intentó hacer algo parecido en 2017 con las designaciones de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz; los designó en comisión por un decreto. Fue un mal consejo de su asesor, el abogado Fabián “Pepín” Rodríguez Simón. Sea como fuere, se trató solo de un intento porque Rosatti y Rosenkrantz no asumieron hasta que contaron con el acuerdo de los dos tercios de los votos del Senado. Tanto jueces de la Corte como el entonces líder de la oposición senatorial, Miguel Ángel Pichetto, y dirigentes de la propia coalición Cambiemos le hicieron saber al entonces presidente que estaba buscando un atajo imposible. Pichetto contribuyó para que el Senado les diera los acuerdos correspondientes a Rosatti y Rosenkrantz, pero debe subrayarse que esos dos jueces eran –y son– personas intachables.

Según la jurisprudencia de la Corte Suprema (hubo casos parecidos en los gobiernos de Arturo Frondizi, de Héctor Cámpora y de Raúl Alfonsín), el presidente de la Nación puede nombrar jueces de la Corte Suprema solo en los meses de receso del Congreso; es decir, entre el 1º de diciembre y el 1º de marzo. Además, en los casos mencionados se trataba de presidentes que asumían luego de un gobierno militar y aspiraban a cambiar a toda la Corte de inmediato. Pero esa misma jurisprudencia señala que los jueces deben obtener el acuerdo antes del siguiente 1º de diciembre. Si comenzara el próximo receso y el juez en comisión no hubiera obtenido el acuerdo del Senado, su designación cesaría en el acto. Semejante precariedad hace suponer la inconsistencia de las decisiones de un juez en comisión, sobre todo si su voto desempatara y fuera concluyente en la decisión final del alto tribunal; estas eventuales resoluciones de la Corte recibirán seguramente constantes pedidos de nulidad.

Manuel García-Mancilla, un jurista sin manchas, no aceptará nunca una designación en esas condiciones tan inestables y mucho menos desobedeciendo el mandato constitucional que indica que los jueces de la Corte Suprema deben contar con el acuerdo previo del Senado. Es probable que tampoco Lijo se someta a nuevos y mayores cuestionamientos cuando ya carga con demasiados reparos profesionales y éticos. Pero si aceptara ser nombrado en comisión, ¿qué hará la Corte Suprema? ¿Le tomará juramento? El de Lijo no es el caso de los jueces de Frondizi, Cámpora y Alfonsín. Milei no está urgido para nombrar una Corte nueva, aun cuando llegue el día en que se jubile el juez Juan Carlos Maqueda. El Presidente los propuso a Lijo y a García-Mansilla hace ocho meses, en marzo pasado, y todavía no tienen las firmas necesarias en la Comisión de Acuerdos del Senado, imprescindibles para que las propuestas sean consideradas en el plenario del cuerpo. Los dos tercios del Senado significan una cumbre política demasiado empinada. El último kirchnerismo gobernante, el que simuló presidir Alberto Fernández, no pudo en cuatro años nombrar a un procurador general de la Nación (jefe de todos los fiscales), que debe cumplir con los mismos requisitos que los miembros de la Corte Suprema; no lo pudo el entonces presidente y su vicepresidenta, Cristina Kirchner, tampoco intentó con un candidato propio. Sabía que perdería.

Los mileístas cuentan que el Presidente está contento porque su figura provoca pánico entre los funcionarios del Gobierno. Eso sucedía antes del despido injustificado y cruel de la excanciller Diana Mondino y de la soviética persecución ideológica desatada contra los diplomáticos de carrera. Ahora, cuando maltrató a Mondino, que se fue prometiendo que seguiría defendiendo al gobierno de Milei, es mucho peor. Tal vez por eso la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, difundió un documento cuyo primer punto dice textualmente: “Los periodistas ya no son el cuarto poder. Se acabaron las narrativas de los grandes medios”. Cuando ocurrió la persecución a periodistas en la gloria del kirchnerismo hubo cuatro mujeres en el Congreso que defendieron con coraje y decisión al periodismo independiente: Elisa Carrió, que era diputada nacional; Norma Morandini, entonces senadora nacional; Silvana Giudici, también diputada nacional, y Patricia Bullrich, igualmente diputada en aquella época. ¿Dónde está ahora Patricia Bullrich? ¿Qué se hizo de ella? ¿Quién se llevó a aquella persona valiente que había rectificado sus ideas del pasado y se convirtió en una vestal de la democracia y sus formas? ¿Qué hizo Milei con esa mujer que ya no está?

 El regreso de Trump a la Casa Blanca y la creencia de la cresta mileísta, que deduce que ese triunfo perpetuará al libertario en la Argentina; más que el republicano, a la economía del Presidente la ayudará la estabilidad institucional del país  LA NACION

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