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Paco Fernández de Rosa, entre la emoción por su vuelta al teatro y el recuerdo siempre presente de su hija Valentina: “Una luz que me ilumina”.

Paco Fernández de Rosa extrañaba un poco la ceremonia del teatro, pero estaba muy cómodo en su casa de Ingeniero Maschwitz con una actividad que no interrumpe desde hace 14 años: la de ser director del Centro de Educación Agrario N°25. Sin embargo, lo sedujo la propuesta de sumarse a Mamá, de miércoles a domingos en el Multiteatro. Le gusta llegar temprano y conversar con sus compañeros, y hasta tiene un rato de relax cuando comienza la obra porque es el último en entrar a escena.

En una charla íntima con LA NACIÓN, el actor de éxitos como Mesa de noticias o Chiquititas agradece la propuesta de bucear en su pasado y repasa algunos de los personajes que lo hicieron popular. Recuerda con una sonrisa a su hija Valentina, fallecida en el 2022, y se emociona cuando confiesa qué le dijo ella cuando se despidió.

-¿Qué te dijeron para convencerte de hacer teatro?

-Yo diría “lo que no me dijeron? (risas). Fueron muy entusiastas y me convencieron, entre otras cosas, porque me dijeron que mi personaje estaba poco tiempo en escena, lo que significa menos tiempo de ensayo y más posibilidades de combinarlo con mis otras actividades. Y además leí la obra que es un relojito y me entusiasmó. Curiosamente, mi personaje tiene una sola escena, pero está presente todo el tiempo porque se habla de él antes y después, y cuando entra modifica una situación y se produce el gran cambio en la historia. Por otra parte, el director es Carlitos Olivieri, que es muy amigo mío. Es una comedia que se hizo varias veces, una de ellas con Carlin Calvo, Luisina Brando y Aída Luz. E influyó en mi decisión también Carlos Rottemberg, que es un empresario no muy convencional que tuvo una actitud afectiva conmigo a pesar de que nos conocíamos de vista porque hice una de las obras que produjo, Taxi.

-Entonces no te costó tomar la decisión….

-Me costó igual porque vivo en Ingeniero Maschwitz, soy docente, y además escribo policiales negros; publiqué una novela, un cuento en otro libro y tengo otra casi terminada que tuve que interrumpir porque no me alcanza el tiempo. Le falta un cierre que ya tengo pensando. La novela se llama Cartón pintado, porque todo sucede en unos grandes estudios de televisión, un policial donde lo de menos es descubrir al asesino sino recorrer la ciudad y la cultura. Y, sobre todo, tenía que dejar cierta pachorra provinciana (risas). El trabajo docente no es solamente cuando estás en la escuela sino también en tu casa. Soy director desde hace 14 años del Centro de Educación Agrario Número 25 de Maschwitz; damos cursos y capacitaciones.

-¿Cómo fue volver al teatro? Porque hacía unos años que te subías a un escenario…

-Antes de la pandemia estábamos haciendo Edipo Rey en el Cervantes; nos fue tan bien en esa temporada que íbamos a hacer un mes más pero, frente a las circunstancias, no pudimos seguir. Me recibieron con mucho cariño, tanto en empresario como el elenco. Con Romina (Gaetani) ya había trabajado, dirigí a (Marcelo) De Bellis durante un tiempo y con Betiana (Blum) hicimos un capítulo del ciclo que hicieron las Madres de Plaza de Mayo y nosotros fuimos un matrimonio de abuelos. Los actores nos parecemos mucho a esas cofradías de la Edad Media que se llamaban los gremios donde está el oficial, el maestro, el aprendiz y a los viejos se los respeta por el simple hecho de ser viejos; es una característica que tiene el teatro. Estoy como quiero (risas). Mirá lo que me perdía si decía que no.

-Tenés la particularidad de que te quieren muchas generaciones, desde los más chiquitos hasta los abuelos…

-Sí, porque trabajo desde mis 11 años, hice de todo y con Violeta me conocieron las generaciones más jóvenes. Además, los chicos de hoy ven Chiquititas y a veces hay grupitos de nenas que me saludan y me llaman Saverio. He tenido mucha suerte en la permanencia y el contacto con el público con éxitos muy grandes, aunque por supuesto también hice programas con menos repercusión y tuve épocas de poco trabajo. Hice mucho teatro, bastante cine, pero en la televisión me siento como pez en el agua. Me encanta hacer televisión y lamentablemente ahora se hace muy poquito.

-Cambió la industria, pero también las políticas culturales. Vos hiciste mucho por la cultura, ¿qué pensás de las medidas de recorte que tomó el Gobierno nacional?

-Siempre trabajé en políticas públicas desde la cultura y el compromiso peronista. Fui Director General del Centro Cultural San Martín, jefe del Departamento de Arte de la Universidad de Buenos Aires, Subsecretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Algo sé del tema. Lo veo difícil, muy duro. Le dan la espalda a las industrias culturales y eso una pena porque es un desencuentro que no comprende, quizá, lo que hacen las grandes potencias. Somos un país subdesarrollado y dependiente pero los países que son potencia tienen una cultura fuerte que exportan porque es una forma de penetración cultural, de contacto e intercambio y detrás de esos viene el comercio, entre otras cosas. Es un desentendimiento y es una pena porque atrasa mucho. No digo que la intención sea mala, no lo creo, pero es un proyecto basado en un criterio destructivo para construir. Y en el mientras tanto la gente se queda sin trabajo. Está difícil. Veo muchos comercios cerrados, la pauperización de la gente. Todos sabemos que el anterior fue un mal gobierno y el anterior terrible también, o sea que venimos mal, pero a esta altura de la soirée un gobierno cuando asume tiene que solucionar cosas y no estar hablando del pasado.

-Volviendo al teatro, ¿qué te dijo tu familia sobre esta decisión de subirte a un escenario a los 80 años?

-Todos me apoyan siempre. En este momento vivo con hijo Francisco, pero en realidad él tiene su casa y yo la mía en el mismo predio. Él es profesor de artes marciales, y mi hija Guadalupe es egresada de una escuela de cine y trabaja en el Centro Cultural Recoleta, como productora. Ellos son hijos de mi segundo matrimonio con Marta López Pardo; vivimos separados, pero nos encontramos permanentemente. Es actriz, psicóloga y terapeuta. Y con Cristina Banegas, que fue mi primera mujer, también nos llevamos muy bien. Estoy acompañado.

-Con Cristina fueron padres de Valentina, que falleció hace dos años. Todavía estas de duelo…

-Es una hija que me salió trabajadora cultural. Tengo un profundo amor por Valentina porque además es mi primera hija. Valentina es como una luz que me ilumina. Dialogo con ella muchas veces, no enajenadamente.

-De corazón a corazón…

-Sí, de corazón a corazón. Y siempre recuerdo cosas que vivimos, que charlamos. Su despedida fue tan hermosa. Hasta el momento de irse nos contuvo a todos, nos llamó uno por uno y a mi me dijo: “Papá, yo me voy sin ninguna deuda, he tenido una vida muy feliz. Me hubiera gustado vivir más pero mis hijos, mi marido, mi trabajo, todo fue bueno y la pasé bien. Quédate tranquilo que estoy muy bien”. Poco antes de morirse había hecho un viaje soñado con su marido, Nicolas. Nos contuvo a nosotros en su lecho de muerte (se emociona). Entonces es una influencia muy positiva y no me deprime, al contrario, me estimula. Era un personaje extraordinario. Los mocasines que llevo puestos me los regaló ella, y las medias también. Le encantaba vestir al papá; hacía lo mismo con el marido y los hijos. Como soy un pordiosero para vestirme (risas), ella me cuidaba y todavía me visto con cosas que me regalaba.

-Muy sabia tu hija que los contuvo hasta el final. Y podés recordarla con una sonrisa.

-Sí, porque ella me habilitó para eso.

-De los muchos personajes que hiciste, ¿cuál te dejó una huella más profunda?

-Es difícil porque no me ven cara de malo y siempre me llaman para hacer de buena gente, aunque alguna vez he sido villano. Pero esos trabajos no trascendieron: fui un pistolero en una película y cuando me levantaron la prohibición me convocaron para hacer un asesino en serie que llevaba su fusil en un estuche de violoncelo. Saverio de Chiquititas es un personaje que recuerdo con mucho cariño. El tío Teo de Grande Pá también era muy querible, muy lindo. Al igual que el Alberto de Mesa de noticias al que recuerdo con una carcajada. Si me dieras a elegir un programa para hacer de nuevo sería Mesa de noticias porque era un trabajo fuerte que escribían en el momento. Y voy a contar un secreto que no debiera decir así que no se lo cuentes a nadie (risas): cada uno de los autores estaba trabajando en un camarín y un día vino (Juan Carlos) Mesa con el esquema solamente y sin el diálogo, y nos lo dio a (Gianni) Lunadei y a mí y nos dijo que esa era la escena, que no llegaban a escribirla. Y la improvisamos porque era tal el afianzamiento que había teníamos entre nosotros y con director Coco Acosta, que todo fluía perfectamente. La agencia productora era la de Marín, Montero y Di Lorenzo, y el productor era Gustavo Yankelevich. Nos exigía, pero la pasábamos muy bien. Hasta ese momento teníamos un humor televisivo muy realista y Mesa metió el disparate: unos anteojos con los que veías desnuda a la gente, un periscopio en la redacción, Cris Morena que manejaba el ascensor y entrabas en la redacción y salías en Plaza de Mayo o en Jujuy. Ese fue el gran acierto, creo yo, porque fue una innovación. Mesa trasgredió todos los límites.

-Este año recibiste el Premio Ciudadano Distinguido de la Cultura de la ciudad de Buenos Aires, ¿qué pensaste cuando te lo dieron?

-Fue muy emocionante. Un mimo. Fue un proyecto que presentó Sergio Siciliano, un legislador del PRO del que soy amigo, y se votó ir unanimidad en la asamblea y la comisión. Me dio mucho orgullo porque además me lo dieron en la sala Eva Perón que usaba ella cuando estaba en la fundación. Y en el homenaje estuvo otro legislador, pero peronista, Eduardo Valdés. Eso es lo que pasa con los artistas, no pertenecemos a ningún partido; podemos militar y tener nuestras ideas, pero somos de todos. A veces digo medio en broma y medio en serio que somos un bien intangible de la cultura porque nos vamos en un momento, pero queda nuestro trabajo. Fue un lindo mimo, estuvo mi familia, mis amigos más íntimos. Fue maravilloso.

-Estuviste prohibido y exiliado. A la distancia, ¿qué sabor queda de esos momentos?

-El exilio es el peor castigo. Estuve en España un tiempo. Estaba haciendo la obra Orquesta de señoritas en Buenos Aires con una cooperativa de actores con la que no podíamos trabajar en teatros del Estado. No fui un militante de tirar bombas y pegar tiros, pero siempre milité en el ámbito cultural. La cosa estaba muy densa, y un empresario se interesó por esa obra y nos fuimos a España; estaba empezando mi relación con Marta López Pardo y apuramos un poco la convivencia porque quería que se viniera conmigo; allá nació Guadalupe, en Madrid. Hicimos la obra en toda España y nos fue muy bien a pesar de que al principio costó. Teníamos trabajo, pero el exilio es muy triste. Volvimos al país todavía en dictadura y tan tranquilo no estaba, pero no tuve problemas. Al poco tiempo sucedió la guerra de Malvinas y se levantaron las prohibiciones. Lo que pasa es que nadie te daba trabajo y Pedro Rosón, que es asturiano como yo, me representó y empecé a trabajar en Juan que reía con Carlin Calvo; tenía un personaje chiquito así que cuando me llamaron para Mesa de noticias tenía poca pantalla y empecé ganando un poco menos que los demás actores de reparto, y al mes me aumentaron porque me mataba para hacerlo bien (risas).

Paco Fernández de Rosa extrañaba un poco la ceremonia del teatro, pero estaba muy cómodo en su casa de Ingeniero Maschwitz con una actividad que no interrumpe desde hace 14 años: la de ser director del Centro de Educación Agrario N°25. Sin embargo, lo sedujo la propuesta de sumarse a Mamá, de miércoles a domingos en el Multiteatro. Le gusta llegar temprano y conversar con sus compañeros, y hasta tiene un rato de relax cuando comienza la obra porque es el último en entrar a escena.

En una charla íntima con LA NACIÓN, el actor de éxitos como Mesa de noticias o Chiquititas agradece la propuesta de bucear en su pasado y repasa algunos de los personajes que lo hicieron popular. Recuerda con una sonrisa a su hija Valentina, fallecida en el 2022, y se emociona cuando confiesa qué le dijo ella cuando se despidió.

-¿Qué te dijeron para convencerte de hacer teatro?

-Yo diría “lo que no me dijeron? (risas). Fueron muy entusiastas y me convencieron, entre otras cosas, porque me dijeron que mi personaje estaba poco tiempo en escena, lo que significa menos tiempo de ensayo y más posibilidades de combinarlo con mis otras actividades. Y además leí la obra que es un relojito y me entusiasmó. Curiosamente, mi personaje tiene una sola escena, pero está presente todo el tiempo porque se habla de él antes y después, y cuando entra modifica una situación y se produce el gran cambio en la historia. Por otra parte, el director es Carlitos Olivieri, que es muy amigo mío. Es una comedia que se hizo varias veces, una de ellas con Carlin Calvo, Luisina Brando y Aída Luz. E influyó en mi decisión también Carlos Rottemberg, que es un empresario no muy convencional que tuvo una actitud afectiva conmigo a pesar de que nos conocíamos de vista porque hice una de las obras que produjo, Taxi.

-Entonces no te costó tomar la decisión….

-Me costó igual porque vivo en Ingeniero Maschwitz, soy docente, y además escribo policiales negros; publiqué una novela, un cuento en otro libro y tengo otra casi terminada que tuve que interrumpir porque no me alcanza el tiempo. Le falta un cierre que ya tengo pensando. La novela se llama Cartón pintado, porque todo sucede en unos grandes estudios de televisión, un policial donde lo de menos es descubrir al asesino sino recorrer la ciudad y la cultura. Y, sobre todo, tenía que dejar cierta pachorra provinciana (risas). El trabajo docente no es solamente cuando estás en la escuela sino también en tu casa. Soy director desde hace 14 años del Centro de Educación Agrario Número 25 de Maschwitz; damos cursos y capacitaciones.

-¿Cómo fue volver al teatro? Porque hacía unos años que te subías a un escenario…

-Antes de la pandemia estábamos haciendo Edipo Rey en el Cervantes; nos fue tan bien en esa temporada que íbamos a hacer un mes más pero, frente a las circunstancias, no pudimos seguir. Me recibieron con mucho cariño, tanto en empresario como el elenco. Con Romina (Gaetani) ya había trabajado, dirigí a (Marcelo) De Bellis durante un tiempo y con Betiana (Blum) hicimos un capítulo del ciclo que hicieron las Madres de Plaza de Mayo y nosotros fuimos un matrimonio de abuelos. Los actores nos parecemos mucho a esas cofradías de la Edad Media que se llamaban los gremios donde está el oficial, el maestro, el aprendiz y a los viejos se los respeta por el simple hecho de ser viejos; es una característica que tiene el teatro. Estoy como quiero (risas). Mirá lo que me perdía si decía que no.

-Tenés la particularidad de que te quieren muchas generaciones, desde los más chiquitos hasta los abuelos…

-Sí, porque trabajo desde mis 11 años, hice de todo y con Violeta me conocieron las generaciones más jóvenes. Además, los chicos de hoy ven Chiquititas y a veces hay grupitos de nenas que me saludan y me llaman Saverio. He tenido mucha suerte en la permanencia y el contacto con el público con éxitos muy grandes, aunque por supuesto también hice programas con menos repercusión y tuve épocas de poco trabajo. Hice mucho teatro, bastante cine, pero en la televisión me siento como pez en el agua. Me encanta hacer televisión y lamentablemente ahora se hace muy poquito.

-Cambió la industria, pero también las políticas culturales. Vos hiciste mucho por la cultura, ¿qué pensás de las medidas de recorte que tomó el Gobierno nacional?

-Siempre trabajé en políticas públicas desde la cultura y el compromiso peronista. Fui Director General del Centro Cultural San Martín, jefe del Departamento de Arte de la Universidad de Buenos Aires, Subsecretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Algo sé del tema. Lo veo difícil, muy duro. Le dan la espalda a las industrias culturales y eso una pena porque es un desencuentro que no comprende, quizá, lo que hacen las grandes potencias. Somos un país subdesarrollado y dependiente pero los países que son potencia tienen una cultura fuerte que exportan porque es una forma de penetración cultural, de contacto e intercambio y detrás de esos viene el comercio, entre otras cosas. Es un desentendimiento y es una pena porque atrasa mucho. No digo que la intención sea mala, no lo creo, pero es un proyecto basado en un criterio destructivo para construir. Y en el mientras tanto la gente se queda sin trabajo. Está difícil. Veo muchos comercios cerrados, la pauperización de la gente. Todos sabemos que el anterior fue un mal gobierno y el anterior terrible también, o sea que venimos mal, pero a esta altura de la soirée un gobierno cuando asume tiene que solucionar cosas y no estar hablando del pasado.

-Volviendo al teatro, ¿qué te dijo tu familia sobre esta decisión de subirte a un escenario a los 80 años?

-Todos me apoyan siempre. En este momento vivo con hijo Francisco, pero en realidad él tiene su casa y yo la mía en el mismo predio. Él es profesor de artes marciales, y mi hija Guadalupe es egresada de una escuela de cine y trabaja en el Centro Cultural Recoleta, como productora. Ellos son hijos de mi segundo matrimonio con Marta López Pardo; vivimos separados, pero nos encontramos permanentemente. Es actriz, psicóloga y terapeuta. Y con Cristina Banegas, que fue mi primera mujer, también nos llevamos muy bien. Estoy acompañado.

-Con Cristina fueron padres de Valentina, que falleció hace dos años. Todavía estas de duelo…

-Es una hija que me salió trabajadora cultural. Tengo un profundo amor por Valentina porque además es mi primera hija. Valentina es como una luz que me ilumina. Dialogo con ella muchas veces, no enajenadamente.

-De corazón a corazón…

-Sí, de corazón a corazón. Y siempre recuerdo cosas que vivimos, que charlamos. Su despedida fue tan hermosa. Hasta el momento de irse nos contuvo a todos, nos llamó uno por uno y a mi me dijo: “Papá, yo me voy sin ninguna deuda, he tenido una vida muy feliz. Me hubiera gustado vivir más pero mis hijos, mi marido, mi trabajo, todo fue bueno y la pasé bien. Quédate tranquilo que estoy muy bien”. Poco antes de morirse había hecho un viaje soñado con su marido, Nicolas. Nos contuvo a nosotros en su lecho de muerte (se emociona). Entonces es una influencia muy positiva y no me deprime, al contrario, me estimula. Era un personaje extraordinario. Los mocasines que llevo puestos me los regaló ella, y las medias también. Le encantaba vestir al papá; hacía lo mismo con el marido y los hijos. Como soy un pordiosero para vestirme (risas), ella me cuidaba y todavía me visto con cosas que me regalaba.

-Muy sabia tu hija que los contuvo hasta el final. Y podés recordarla con una sonrisa.

-Sí, porque ella me habilitó para eso.

-De los muchos personajes que hiciste, ¿cuál te dejó una huella más profunda?

-Es difícil porque no me ven cara de malo y siempre me llaman para hacer de buena gente, aunque alguna vez he sido villano. Pero esos trabajos no trascendieron: fui un pistolero en una película y cuando me levantaron la prohibición me convocaron para hacer un asesino en serie que llevaba su fusil en un estuche de violoncelo. Saverio de Chiquititas es un personaje que recuerdo con mucho cariño. El tío Teo de Grande Pá también era muy querible, muy lindo. Al igual que el Alberto de Mesa de noticias al que recuerdo con una carcajada. Si me dieras a elegir un programa para hacer de nuevo sería Mesa de noticias porque era un trabajo fuerte que escribían en el momento. Y voy a contar un secreto que no debiera decir así que no se lo cuentes a nadie (risas): cada uno de los autores estaba trabajando en un camarín y un día vino (Juan Carlos) Mesa con el esquema solamente y sin el diálogo, y nos lo dio a (Gianni) Lunadei y a mí y nos dijo que esa era la escena, que no llegaban a escribirla. Y la improvisamos porque era tal el afianzamiento que había teníamos entre nosotros y con director Coco Acosta, que todo fluía perfectamente. La agencia productora era la de Marín, Montero y Di Lorenzo, y el productor era Gustavo Yankelevich. Nos exigía, pero la pasábamos muy bien. Hasta ese momento teníamos un humor televisivo muy realista y Mesa metió el disparate: unos anteojos con los que veías desnuda a la gente, un periscopio en la redacción, Cris Morena que manejaba el ascensor y entrabas en la redacción y salías en Plaza de Mayo o en Jujuy. Ese fue el gran acierto, creo yo, porque fue una innovación. Mesa trasgredió todos los límites.

-Este año recibiste el Premio Ciudadano Distinguido de la Cultura de la ciudad de Buenos Aires, ¿qué pensaste cuando te lo dieron?

-Fue muy emocionante. Un mimo. Fue un proyecto que presentó Sergio Siciliano, un legislador del PRO del que soy amigo, y se votó ir unanimidad en la asamblea y la comisión. Me dio mucho orgullo porque además me lo dieron en la sala Eva Perón que usaba ella cuando estaba en la fundación. Y en el homenaje estuvo otro legislador, pero peronista, Eduardo Valdés. Eso es lo que pasa con los artistas, no pertenecemos a ningún partido; podemos militar y tener nuestras ideas, pero somos de todos. A veces digo medio en broma y medio en serio que somos un bien intangible de la cultura porque nos vamos en un momento, pero queda nuestro trabajo. Fue un lindo mimo, estuvo mi familia, mis amigos más íntimos. Fue maravilloso.

-Estuviste prohibido y exiliado. A la distancia, ¿qué sabor queda de esos momentos?

-El exilio es el peor castigo. Estuve en España un tiempo. Estaba haciendo la obra Orquesta de señoritas en Buenos Aires con una cooperativa de actores con la que no podíamos trabajar en teatros del Estado. No fui un militante de tirar bombas y pegar tiros, pero siempre milité en el ámbito cultural. La cosa estaba muy densa, y un empresario se interesó por esa obra y nos fuimos a España; estaba empezando mi relación con Marta López Pardo y apuramos un poco la convivencia porque quería que se viniera conmigo; allá nació Guadalupe, en Madrid. Hicimos la obra en toda España y nos fue muy bien a pesar de que al principio costó. Teníamos trabajo, pero el exilio es muy triste. Volvimos al país todavía en dictadura y tan tranquilo no estaba, pero no tuve problemas. Al poco tiempo sucedió la guerra de Malvinas y se levantaron las prohibiciones. Lo que pasa es que nadie te daba trabajo y Pedro Rosón, que es asturiano como yo, me representó y empecé a trabajar en Juan que reía con Carlin Calvo; tenía un personaje chiquito así que cuando me llamaron para Mesa de noticias tenía poca pantalla y empecé ganando un poco menos que los demás actores de reparto, y al mes me aumentaron porque me mataba para hacerlo bien (risas).

 El actor, que se luce en la obra Mamá, confiesa que le costó tomar la decisión de subirse a un escenario después de cuatro años  LA NACION

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