Luciana Aymar, a 10 años de su retiro: “Usaba las zapatillas fucsias o el palo dorado porque me encantaba estar ahí arriba”
Las zapatillas fucsias marcaron una época. Aparecieron en los pies de Luciana Aymar en 2008 y en los Juegos Olímpicos de ese año hasta Diego Maradona, que se las pidió “para La Claudia”, se quiso quedar con un par. En 2014, el fuccia cedió paso al dorado, como si el tono definiera el resultado de su carrera: brillante. Entre los dos modelos pasaron seis años, suficientes para consolidar a la leyenda que se hizo cargo de sí, que ya hacía rato que no era una jugadora más y que por el contrario, ya no quería pasar desapercibida. Las zapatillas de Luciana Aymar (que años antes usó unas plenamente amarillas) se pusieron de moda, aunque costaba encontrarlas en cualquier local comercial. Fueron marca identitaria y como toda zapatilla… Cuenta historia, su historia.
“Me acuerdo cuando me agarraron Nelly (Giscafré, psicóloga histórica de las Leonas) y Cacho (Sergio Vigil, el entrenador más influyente de su carrera) y me dijeron: ‘Pero, ¿vos querés ser esto? Porque sino solo te vas a quedar siendo una jugadora talentosa”, cuenta Lucha cuando repasa ese momento bisagra en el que el “esto” era ni más ni menos que querer ser la mejor jugadora de hockey del mundo. Asumir aquello le cambió la vida y la redimensionó. La obligó a aprender a vivir con esa condición “distinta” que aún hoy, a 10 años de su retiro, tiene secuelas en su manera de ser. Sin embargo, no reniega: “Agradezco haber sido como fui, a mí me encantaba recibir un premio, que las Leonas ganaran. Me encantaba estar ahí arriba, no lo voy a negar, por eso usaba las zapatillas fucsias o el palo dorado. Me gustaba esa presión. La sufría pero me gustaba y si conseguí lo que conseguí es también por cómo fui”, relata. Aunque también reconoce: “Me da miedo iniciar ciertas cosas por no ser la que fui”.
Luciana Paula Aymar (47 años), considerada la mejor jugadora de hockey de todos los tiempos le puso punto final a su carrera el 7 de diciembre de 2014 en Mendoza tras disputar la final del Champions Trophy y levantar el trofeo (uno más) como capitana de las Leonas, el seleccionado del que fue (y es) el emblema máximo. Con el equipo argentino jugó 376 partidos y marcó 161 goles. Ganó dos Mundiales, cuatro medallas olímpicas, seis Champions Trophy y tres Juegos Panamericanos. En su vitrina lucen 14 medallas doradas, siete de plata y cuatro de bronce. Pero sobre todo, fue dueña de un talento único: físico, velocidad, destrezas, mentalidad ganadora… Y una capacidad inventiva jamás vista. Le dieron el título de Leyenda del Hockey, que no nadie más que ella, y aún así no se conformó: siempre quiso mas.
Hoy, a una década de aquel adiós, desde Chile y casada con el ex-tenista chileno Fernando González (44), mamá de Félix (5) y Lupe González Aymar (5), accede a esta entrevista con LA NACIÓN y se mira con la perspectiva del tiempo reconociendo que hay cosas que siguen siendo difíciles, como encontrar un placer tan grande como lo fue el hockey. Pero hay otras que hacen bien y son posibles: justamente, el amor de esa familia que tanto deseó tener.
– Pasaron 10 años…
– No puedo creer hayan pasado 10 años, es una locura. La verdad es que si vos no me lo decías no me daba cuenta. No sé, quizás porque he seguido ligada, más que nada en el último tiempo con las Leonas. Entonces, me parece menos. Y ya se juega otro hockey también, ¿no? (risas).
– ¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza con esta referencia del retiro?
– Se me vino un poco la despedida del 2014 y me puse a buscar la fecha porque no la tenía presente. En todo lo que pasamos en ese Champions Trophy y en cómo se unió ese grupo nuevamente para jugar ese torneo porque veníamos todas medio, medio…
– En ese momento que fue el punto final a muchos años en los que te costó tomar la decisión. ¿Te imaginabas quizás en unos años hacia adelante? ¿Cómo te veías en el futuro si es que te veías?
– No, no me veía fuera una cancha de hockey, la verdad. Qué sé yo, como siempre digo, uno venía pensando en el retiro, pero más que nada porque los medios te hacen pensar un poco. En los últimos tres años cada vez que hacía una conferencia de prensa, que encima siempre tenía que ir porque siendo capitana tenés que estar en todas, la pregunta sobre el retiro era infaltable: ‘Lucha, ¿te vas a retirar’”. En cada torneo, en cada lugar, en cada partido escuchaba: ‘Bueno, Lucha que se va a retirar´’. Y yo pensaba: ‘Si yo no dije nada’. Pero bueno, eso te lleva a pensar que en algún momento te tenés que ir, porque si no uno va y va, vas jugando, te vas poniendo objetivos y seguís. Y yo siempre decía. ‘Mirá cuando yo vea que ya no estoy con las mismas ganas, que no me siento cómoda en la cancha o sienta en mi interior que hay algo que está quebrado, me retiraré’.
– Y finalmente pasó.
– El Mundial 2014 para mí fue un quiebre, ahí yo dije: ‘Me retiro’. Porque sentí que hubo una señal, la lesión (se quedó afuera de dos partidos de grupo y jugó las semifinales prácticamente en una pierna) . Varias cosas en mi vida fueron diferentes. En lo personal me había chocado mucho una separación, cuando yo viví muchas otras separaciones, pero esa quizás por la edad y porque yo estaba en mi último año de carrera me pegó más de lo normal y me afectó anímicamente. También en ese Mundial se estaba grabando mi película… Todo daba la pauta de que ya se venía el final.
– Aquello era una situación inédita: nunca te habías lesionado en tu carrera y ocurría en ese último Mundial. ¿Pensás que algo más te afectó, una carga emocional extra?
– A ver, interiormente yo ya sabía que me estaba retirando porque invité a mi familia, a mis amigas. Entonces, yo ya sabía, en el fondo, que era mi último Mundial y que en breve se venía el retiro. Yo creo que como vos decís tenía una carga, una mochila emocional enorme… De hecho me lesiono ahí, ese día en el que ellos llegan.
– Cuando pudiste poner el punto, que inició un proceso también de duelo, ¿confiabas en que podías llegar a lograr otras cosas por fuera del deporte?
– ¡No! (Risas). Fue muy difícil. Es muy difícil. Quizás por mi forma de ser, no significa que todos los deportistas sean iguales. Como siempre digo, yo di mi 100% porque yo amaba jugar al hockey. Me sentía que era yo misma en un campo de juego, podía comunicarme a través del deporte, expresar mis emociones, me sentía feliz, por eso entrenaba tanto. Quizás por otro lado, y cuando una hace terapia lo ve, tapaba otras cosas como no querer salir a la vida, ser una persona normal y corriente, ser mujer… Hasta que mi mamá me dijo: ‘Luciana, basta. Hiciste mucho más de lo que nos hubiésemos imaginado, o sea, ya está. Por favor, empezá a vivir’. Pensé: ‘Uf, es verdad, no estoy viviendo, no sé lo que es una vida normal’.
– A menos de una semana de tu retiro le pediste a Delfina Merino que dedicara tiempo extra al entrenamiento con vos porque creías que tenías que mejorar el revés. Y cuando se te consultó por qué lo hacías, a poco de irte, respondiste que necesitabas certezas. ¿Las seguís necesitando en el pos hockey?
– No, no, ya vivo de otra manera. Hoy me encuentro que soy mucho más relajada en la vida que lo que fui en el hockey. No era normal. Yo me acuerdo de ese día que le pedí a Delfi. Imagínate, Delfi tiene un revés que es un animal y es verdad, me retiraba en tres días… Pero esa era yo, era mi esencia. Qué se yo, los viernes a la noche me iba a entrenar con los varones de Banco Provincia en lugar de irme al cine o a comer con amigas. Era feliz haciendo eso. Después me di cuenta que me costó mucho la vida en sí misma. Estuve mucho tiempo tratando de tener una vida normal.
– ¿Hoy sentís que te pusiste separar de la deportista?
– Sí, sí, sí, tengo una mentalidad mucho más relajada, de hecho con mis hijos soy distinta. Pero me doy cuenta que cuando me involucro en algo, como es el pádel en este momento, o algo importante de mi laburo, soy súper perfeccionista y me da bronca que no me salgan las cosas como yo quiero, me da bronca que no sea todo excelencia, y también me pasa que todavía quizás no sé si no lo resuelvo, pero me cuesta avanzar, me da miedo iniciar ciertas cosas por no ser lo que fui.
– Vayamos por ahí. Mucho tiempo se habló de vos como sinónimo de perfección en lo que hacías. Lo buscabas, pero además tenías el talento que se potenciaba con toda esa obsesión y dedicación que tuviste durante tantos años. Hoy cualquier cosa que hagas distinto a eso que hiciste perfecto va a ser menor. ¿Cómo convivís con eso?
– Hoy lo llevo un poquito mejor, ¿no? Pero bueno, también me ayudó mucho la terapia que dice pos deporte y hasta el mismo Fer (su marido), que por momentos me decía: ‘Pero por qué no haces esto’. ‘Porque no, si hago esto tiene que ser así. Si me equivoco ya no soy una X como antes’. A lo que él respondía: ‘No importa, nadie te va a juzgar, ya no sos Lucha la Leona, sos Luciana’. Y eso me cuesta, me sigue costando y quizás me traba a hacer muchas cosas.
– ¿Vas a jugar un partido de pádel y querés ser la mejor?
– Soy capaz de pelearme con la gente que está afuera… Pero me pasa, en pádel ya perdí tres finales seguidas (risas). Encima la gente va a ver el partido y espera que yo juegue como jugaba al hockey… ¡Qué presión! Esto es lo que me tira para atrás en las iniciativas, siento que no hacer bien algo me va a frustrar. Pero bueno, también es tirarse a la pileta como lo he hecho miles de veces en su momento en el deporte y si no sale bien, no sale bien, qué va a ser.
– Hoy los deportistas hablan muchísimo de la presión y de salud mental, cosas que van de la mano. En en tus años de jugadora no se hablaba de eso pero todos sabíamos de alguna manera que vos siempre eras la que conviví con la presión más grande. A la distancia, ¿cómo sentís que llevaste esa parte?
– No, está bueno que hoy se hable el tema, ¿no? Porque antes era como medio tabú o no sé si era tabú, no se hablaba. Pero obviamente que todos los deportistas de alto rendimiento sufren una presión enorme, aunque también es lo que uno elige, el estilo de vida. En mi caso aprendí a llevar la presión, a saber que en cada partido tenés una presión enorme de ser quien sos o llevar el equipo adelante y tener que ganar y tener que estar una final. El equipo tiene que estar bien y anímicamente tenés que tener empatía con todos y es difícil. Por momentos es súper frustrante. Y sí, lo padecés. En mi caso sufría cada vez que volvía de un torneo porque tenía las amígdalas así (une las manos simulando una hinchazón), no podía respirar, me tenían que poner inyecciones. Tampoco dormía en los torneos. Había un montón de cosas que mi cuerpo transmitía de alguna manera, o el estómago. O sea, en medio de la carrera me operé las amígdalas. Había un montón de cosas que quizás no expresaba, pero el cuerpo lo decía. Quizás en ese momento, si el tema hubiese estado más sobre la mesa, hubiese permitido al deportista soltarse un poco más. Pero presión vamos a seguir teniendo siempre, es parte del deporte y uno tiene que saber manejarla. Eso es mi caso, al principio lógicamente era una deportista desconocida. Aunque me acuerdo cuando me agarraron Nelly (Giscafré, psicóloga histórica de las Leonas) y Cacho (Sergio Vigil, el entrenador más influyente de su carrera) y me dijeron: ‘Pero, ¿vos querés ser esto? Porque sino solo te vas a quedar siendo una jugadora talentosa.
– ¿Te preguntaron si querías ser la mejor jugadora del mundo?
– Sí. Me preguntaron si quería ser la mejor.
– ¿Y qué respondiste? ¿Les dijiste que sí?
– No, no respondí nada en ese momento porque yo no te voy a responder nunca así. Es mi forma de ser también. Siempre trato de procesar las respuestas y me daba mucho miedo porque sentía que era mucha esa responsabilidad y una cosa era jugar y hacer las cosas que a mí me gustaban y otra cosa era tener la responsabilidad de llevar un equipo adelante. Porque él me dijo: ‘Bueno, si vos querés ser la mejor y querés ser líder tenés que cambiar muchas cosas. No podés enojarte más ni putearte con los árbitros, tenés que llegar primera entrenamiento, dar el ejemplo… Si te sacan la pelota tenés que volver a recuperarla, no quedarte parada’. Eran un montón de cosas.
– ¿No sabías si estabas dispuesta a todo eso?
– No, no sabía si iba a poder manejar todo eso, si iba a poder manejar la presión, me daba nervios. Pero después terminé jugando con zapatillas fucsias, doradas, palo de leopardo o dorado también.
– Sí, sí, después impusiste tu marca registrada… Hasta con la pollera arremangada jugaste.
– Y sigo jugando al pádel igual (risas).
– Además de esa autopresión también se iba sumando la que implicaban los premios individuales: 8 veces mejor jugadora del año (nadie ganó tanto) y en el 2008 la creación de un premio especial para vos por parte de la Federación Internacional de Hockey (FIH), un título exclusivo: Leyenda del hockey. ¿A la distancia lo podés dimensionar?
– No sé si lo puedo dimensionar, aunque lo valoro mucho más, han pasado muchos años. Al principio me separé un poco de todo eso para preservar mi salud y después me empecé a involucrar más porque amo a las Leonas, me sigo sintiendo parte y me voy a sentir parte de toda la vida. Y porque sé que apoyando, desde la contención, le sirve un montón al equipo y al hockey. Hoy valoro mucho más todo lo que hice. Porque me pongo a pensar, no solamente en lo que gané, sino la cantidad de años que jugué, todos mis viajes (desde Rosario) a Buenos Aires… Porque hoy digo: ‘¿ay, jugué cinco Mundiales’. Pero lo más difícil fue toda la etapa previa. Mi adolescencia viajando sola, quedándome en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard), extrañando un montón a mi familia, porque yo era muy familiar, muy tímida, muy introvertida.
– ¿Ese fue el regalo mayor?
– Siempre digo a mí el deporte me salvó y me dio un montón de oportunidades y herramientas porque yo era súper tímida, no hablaba así, y el deporte me hizo hablar. Está bien, no era la más charlatana del equipo, pero quizás daba el ejemplo jugando o entrenando. Era mi forma de transmitir, por eso te digo: si yo no estaba bien anímicamente en un partido se me notaba porque tenía los hombros caídos, lo transmitía al equipo y era muy contagioso. Siempre Cacho me lo marcaba: ‘Si vos no volvés a recuperar una pelota tus compañeras lo ven, te están mirando todo, o sea, contagiás mucho. Si vos ves que tu compañera erra una pelota y tiene 20 años y bajás la cabeza y puteás… Y… esa chica no va a jugar más en todo el partido. Entonces tenía que estar pensando en muchas cosas.
– Responsabilidades.
– Sí. Y entrené mucho la paciencia. Por eso te digo: valoro un montón los cinco mundiales, las cuatro medallas olímpicas, los ocho veces mejor jugadora del mundo, la Leyenda, todas las veces que salí mejor jugadora de la Champions Trophy, un torneo que amaba jugar y para mí eran de los mejores del mundo, pero sí me genera mucha melancolía. Y creo que tiene que ver con el esfuerzo que hice como persona más que como deportista en todo lo previo. Y cuando me lo pongo a pensar es como que me agarra un nudo acá (se señala el pecho)… Pero bueno, valió la pena.
PÁDEL
– ¿Cuál creés que fue tu mejor versión? ¿Hay algún momento, un año o torneo que recuerdes y te asombres?
– Veo jugadas y digo: ‘Wow, no lo puedo creer’. Es que al principio agarraba la pelota en un arco y llegaba al otro. Pero eso se daba en ese momento. Después ya no, porque me marcaban diferente, porque tampoco estaba bueno para el equipo, porque aprendí a jugar mucho más en conjunto, porque tuve que cambiar la estrategia de juego. Entonces, yo elijo muchas de esas jugadas, pero también elijo a la Lucha del 2002 (primer título Mundial de la Argentina) que tuvo que cambiar de puesto en pos del equipo, o la Lucha del 2010 (segundo título Mundial).
– Cacho Vigil dijo en su momento que jugaste tu mejor partido en la semifinales de ese Mundial 2002.
– Claro, y vos hablás con las Vintages (así se bautizaron ellas, las Leonas fundadoras) y van a elegir ese partido, por todo el contexto. Imagínate: ese partido lo jugué de doble 5 y me salían todas. Pero claro, después no pude jugar más con ese estilo, no podía hacer esas cosas en mitad de cancha.
-Después, la Lucha campeona del 2010 jugaba más adelantada, tenía más gol…
– Por eso te digo, yo elegiría muchas y diferentes Luchas. Porque tuve que cambiar y está buenísimo, es parte del juego, como te pasa en tu profesión. Tenés que empezar a adaptarte y a reinventarte de diferentes maneras y está bueno. Yo siempre digo, con el Chapa (Carlos Retegui) entrené hasta cinco días antes del Mundial (de 2010) de doble 5 hasta que me dijo: ‘No, vas a jugar de enganche’. Y yo le decía: ‘Pero voy a tocar menos la pelota’. Y él: ‘No, pero vas a hacer más goles’. Y yo: ‘No, pero si yo no soy goleadora’. Discutíamos sobre cómo reinventarme… Y tenía razón.
– ¿Qué cosas se hicieron más relativas con los años ahora que estás lejos del hockey, que tenés tu propia familia y que sos mamá?
– Como te decía: ya no soy esa Lucha obsesionada y detallista que se quedaba una hora más practicando la pegada asiática o haciendo dribling aéreo. O que miraba los partidos y me autoflagelaba porque no me había salido tal pase o tal jugada. Era súper exigente. Pero ya te digo, no lo era solo yo, los medios lo eran conmigo también y mis entrenadores. No tenía por dónde no serlo.
– ¿Es demasiado alto el precio que se paga por ser el mejor en algo? Desde afuera, a veces parece color de rosa, pero son muchos los sufrimientos que contás.
– Era tremendo. No me acuerdo en qué momento, pero los diarios ponían números, calificaciones. O los que no ponían calificaciones decían ‘Lucha no estuvo en su mejor nivel’. Y por ahí no había jugado mi mejor partido, pero tampoco había jugado mal. Eso era tremendo, en un momento dejé de leer los diarios pos partido. Porque no quería contagiarme ni para bien ni para mal. Me proponía jugar todo el torneo sin leer los comentarios. Pero me sentaba a desayunar y las chicas empezaban a hablar y trataba de salirme de eso. Hoy en día valoro otras cosas, por ejemplo, que mis hijos estén bien. Hay otras cosas en la vida. Igualmente, agradezco haber sido como fui, a mí me encantaba recibir un premio, que las Leonas ganaran, me encantaba estar ahí arriba, no lo voy a negar, por eso usaba las zapatillas fucsias o el palo dorado. Me gustaba esa presión. La sufría pero me gustaba y si conseguí lo que conseguí es también por cómo fui.
– En la Liga Mundial de Tucumán 2013, cuando ganaste el octavo premio a la Mejor del Mundo dijiste que ni los mirabas, los agarrabas, los ponías en la vitrina, y al año siguiente lo querías ganar de nuevo.
– Obvio, sí. Era verdad. Quizás en ese momento no lo hacía notar, pero cada vez que terminaba de jugar un torneo una estaba pendiente de quién era la mejor del torneo. Y me gustaba. Y cuando no lo recibía me ponía a pensar por qué no lo había ganado, a analizar cada partido… Y ya te digo… Por más que los recibía al otro día estaba entrenado como si nada. Y no reniego con esa forma de ser.
– En algunos días en Rosario, tu ciudad, van a inaugurarte una estatua. Tenés tres canchas con tu nombre, el Estado Mundialista de la ciudad también se llama Luciana Aymar. Venís de estar en los Juegos Olímpicos de París. En los Juegos Panamericanos del año pasado en Chile también te homenajearon: ¿te sentís reconocida, abrazada de alguna manera?
– Sí, sí, la verdad que un montón. Mas allá que para mí el hockey sigue siendo un deporte poco popular y poco marketinero si lo comparás con otros en los que los ex-deportistas están más vigentes, más reconocidos. Y esto lo he hablado con el presidente de la FIH, Tayyab Ikram, con el que tengo una gran relación porque tiene una gran admiración por mí y por Shahbaz Ahmed (jugador paquistaní que brilló especialmente en la época del ‘90) y aprovecho que él me dice ‘como ustedes dos no va a haber nunca’. Me parece que la FIH necesita, más allá de la relación que tiene conmigo, seguir potenciando la imagen de esos jugadores que fueron muy importantes, que elevaron el nivel del hockey a nivel mundial. Digo, si hay un torneo en algún lugar el jugador o jugadora más conocido de ese lugar tiene que estar invitado, hay que hacer algo para que los más jóvenes los vean, reconocer el valor de esas carreras.
– ¿Y por el público te sentís valorada?
– Sí, un montón, me doy cuenta más que nada cuando voy a los eventos, porque hoy cuando voy a Argentina paso un montón desapercibida. Cuando estoy en un evento digo ‘qué lindo, tengo que venir más seguido’. Pero bueno, ahora lo puedo hacer porque mis hijos ya son un poquito más grandes, en su momento con la pandemia y el nacimiento prematuro de Félix se complicó, pero hoy lo puedo hacer y lo disfruto desde otro lugar. Ahora cuando fui a los Juegos (Olímpicos, París 2024) con Delfi (Merino) lo disfruté mucho y creo que eso es lo que más se extraña, se necesita ese reconocimiento.
– ¿Y qué te pasa cuando agarrás el palo y hacés un jueguito en un campus o en una clínica?
– Obviamente que cuando estoy dentro de una cancha de hockey me siento que puedo volver a jugar en las Leonas (risas). ‘Si entreno cuatro veces por semana creo que lo puedo lograr…’, mirá en lo que pienso. Claro, a una le encantaría poder hacer las cosas que hacía, después te das cuenta que no, que ya no se puede.
– Te costó tanto dejar que no hubiera sido extraño si a los pocos meses pegabas la vuelta, ¿viste que pasó con muchos?
– ¿Con muchos? Yo díría con la mayoría (risas).
– Entonces bien que te sostuviste…
– ¡Y mirá que me llamaron para preguntarme el talle de ropa! El Chapa (Retegui) me llamó para Tokio (los Juegos Olímpicos de 2020 que finalmente se realizaron en 2021 por la pandemia) y me decía ‘jugás de líbero’. Y yo: ‘A ver cómo puedo hacer…’ No, no, estas cosas… Yo intenté volver a jugar con mis compañeras del club (en Rosario), me han fichado, me decían que vaya cuando quisiera. Pero no, yo no puedo así, no puedo hacer eso, no va con mi forma de ser estar a medias y si no puedo hacer las cosas diferente me terminó enojando conmigo, por ende me enojo con mi compañera, con la contraria…
– ¿Te ves en algún momento en algún rol de enseñanza o como entrenadora?
– No sé, debería tener una propuesta, analizarla y tirarme la pileta como te dije antes y jugármela. Porque siempre estuve en el ‘no sé, esto me da miedo, no sé si lo podré transmitir, no sé qué tengo que hacer’. Qué sé yo, no es fácil estar desde el otro lugar. Yo también, que no soy buena para comunicarme, porque no es una de mis cualidades… Para conducir un equipo tenés que saber bien cómo comunicar lo que querés comunicar, por más que sea la mejor del mundo o pueda saber un montón de cosas, si no sabés comunicarlo…
– ¿Te acordás cómo lo cuestionaban a Maradona cuando empezó como entrenador?
– A él le ganaba lo pasional… Bueno, cuando ‘Cacho’ me llamó para estar un poco con (el seleccionado de) Chile me dijo: ‘Mirá yo solamente quiero que vengas y que juegues con los chicas porque ya con lo que le puedas decir o marcar bien este detalle para mí ya está’. Sin embargo, yo estaba también recién retirada, tenía otros objetivo. Al final estaba saliendo de algo que era súper competitivo con una rutina estructural y me estaba metiendo casi prácticamente lo mismo. Entonces decidí decir que no para poder soltarlo.
– Si te pido que armes una mesa con ídolos del deporte argentino, ¿con quién te sentarás?
– Diego… Diego (Maradona) el primero. Gaby (Sabatini), la Peque (Paula Pareto), Delpo (Juan Martín Del Potro), Manu (Emanuel Ginóbili) y (Leo) Messi, obviamente.
– ¿Qué sentís cuando, diferencia más o menos, siempre se te tiene ahí considerada entre los deportistas más grande de la historia?
– Me genera mucha emoción, nunca se me hubiera ocurrido poder estar en esa mesa, nunca la verdad. Así que es mucho agradecimiento a gente que estuvo alrededor mío. Porque yo hice un esfuerzo enorme, pero también mucha gente en mi entorno hizo un esfuerzo enorme. No es que Lucha tenía talento y se esforzó y llegó. No, hubo toda una familia atrás empujando, llevándome, como en muchos momentos en los que yo ya no quería hacerme el bolso los domingos, no quería viajar, lloraba yendo a la estación de colectivos (para viajar a Buenos Aires)… Mucha gente me empujaba porque quizás sabía del talento que tenía… Desde mis entrenadores de los clubes, Jorge Mallo, El Rata, que lo tuve en el Club Atlético Fisherton, o Ernesto Morlan en Jockey… Porque a Ernesto lo tuve a los 17 años, pero me dejaba afuera por mal comportamiento. Todos pusieron un granito de arena que me ayudó a forjar cierta personalidad.
– Desde que te fuiste nadie más usó la camiseta N° 8, la tuya. Nunca se oficializó un retiro, pero tampoco nadie se atrevió a pedirla. Dicen que es una especie de acuerdo tácito en las Leonas: ¿qué te genera?
– Sí, lo pienso siempre. Al principio buscaba a ver quién tenía la 8, ahora ya ni la busco, porque ya sé que es como decís… Y pensé en eso mismo, que es honrar el número, la carrera, es un agradecimiento a todo eso. Y eso me emociona, no te lo voy a negar. De hecho lo he hablado con alguna de las chicas y me han dicho ‘quién va a querer agarrar el 8, ¿estás loca?’. En algún momento, algún día, alguien se va a tener que animar a agarrarlo. No pasa nada.
– Félix y Lupe, tus hijos, aún son chiquitos. Pero, ¿qué les dirías mañana cuando te pregunten quién fuiste?
– Ya saben que jugué en las Leonas porque cada vez que las ven empiezan ‘mamá, mamá’, pero no, mamá ya no juega más. O agarran el palo de hockey todo el tiempo y juegan entre ellos. Y la verdad que cada tanto le ponemos videos de los dos (se refiere también a Fernando). A mí me interesa que ellos conozcan, no que gané premios, pero sí que hicimos los dos una carrera de alto rendimiento a la que le pusimos mucho esfuerzo y muchas cosas para llegar. Me encantaría que ellos hagan deporte, no sé si alto rendimiento, pero sí, mostrarle las carreras para transmitirles que en la vida hay que esforzarse y lo que tenemos lo conseguimos con mucho esfuerzo. Que valoren mucho lo que tenemos. Porque ambos nos costó mucho llegar a donde llegamos y tener las cosas y demás. Entonces sí me gustaría que ellos reconozcan eso más allá de los premios y demás, que papá y mamá tuvieron una vida, con lo cual para conseguir lo que tienen se esforzaron un montón.
– Al principio te pregunté si hace 10 años te veías hacia adelante. Para cerrar, ¿te ves de acá a diez años más de alguna manera? ¿Qué te gustaría que para entonces le haya pasado a Luciana?
¿Qué me gustaría? Mmmmmm… Tener cosas en mi vida más allá de la familia que pude lograr. Me siento súper orgullosa porque pude soltar un poco el deporte para poder transformarme, disfrutar de la vida y encontrar una pareja extraordinaria… Pude formar una familia, cosa que para mí en su momento era impensado, no me lo hubiese imaginado, porque la verdad es que dejé de jugar a los 37 años y pasé por un proceso difícil, estuve como dos años en ese proceso y demás. Quisiera seguir encontrando cosas que me generen alegría y motivación, la felicidad que me generaba el hockey. No lo creo tanto, es difícil, pero sí encontrar cosas en las que me sienta útil, valorada y que me generen esa, no obsesión, pero sí ganas de desafiarme.
Las zapatillas fucsias marcaron una época. Aparecieron en los pies de Luciana Aymar en 2008 y en los Juegos Olímpicos de ese año hasta Diego Maradona, que se las pidió “para La Claudia”, se quiso quedar con un par. En 2014, el fuccia cedió paso al dorado, como si el tono definiera el resultado de su carrera: brillante. Entre los dos modelos pasaron seis años, suficientes para consolidar a la leyenda que se hizo cargo de sí, que ya hacía rato que no era una jugadora más y que por el contrario, ya no quería pasar desapercibida. Las zapatillas de Luciana Aymar (que años antes usó unas plenamente amarillas) se pusieron de moda, aunque costaba encontrarlas en cualquier local comercial. Fueron marca identitaria y como toda zapatilla… Cuenta historia, su historia.
“Me acuerdo cuando me agarraron Nelly (Giscafré, psicóloga histórica de las Leonas) y Cacho (Sergio Vigil, el entrenador más influyente de su carrera) y me dijeron: ‘Pero, ¿vos querés ser esto? Porque sino solo te vas a quedar siendo una jugadora talentosa”, cuenta Lucha cuando repasa ese momento bisagra en el que el “esto” era ni más ni menos que querer ser la mejor jugadora de hockey del mundo. Asumir aquello le cambió la vida y la redimensionó. La obligó a aprender a vivir con esa condición “distinta” que aún hoy, a 10 años de su retiro, tiene secuelas en su manera de ser. Sin embargo, no reniega: “Agradezco haber sido como fui, a mí me encantaba recibir un premio, que las Leonas ganaran. Me encantaba estar ahí arriba, no lo voy a negar, por eso usaba las zapatillas fucsias o el palo dorado. Me gustaba esa presión. La sufría pero me gustaba y si conseguí lo que conseguí es también por cómo fui”, relata. Aunque también reconoce: “Me da miedo iniciar ciertas cosas por no ser la que fui”.
Luciana Paula Aymar (47 años), considerada la mejor jugadora de hockey de todos los tiempos le puso punto final a su carrera el 7 de diciembre de 2014 en Mendoza tras disputar la final del Champions Trophy y levantar el trofeo (uno más) como capitana de las Leonas, el seleccionado del que fue (y es) el emblema máximo. Con el equipo argentino jugó 376 partidos y marcó 161 goles. Ganó dos Mundiales, cuatro medallas olímpicas, seis Champions Trophy y tres Juegos Panamericanos. En su vitrina lucen 14 medallas doradas, siete de plata y cuatro de bronce. Pero sobre todo, fue dueña de un talento único: físico, velocidad, destrezas, mentalidad ganadora… Y una capacidad inventiva jamás vista. Le dieron el título de Leyenda del Hockey, que no nadie más que ella, y aún así no se conformó: siempre quiso mas.
Hoy, a una década de aquel adiós, desde Chile y casada con el ex-tenista chileno Fernando González (44), mamá de Félix (5) y Lupe González Aymar (5), accede a esta entrevista con LA NACIÓN y se mira con la perspectiva del tiempo reconociendo que hay cosas que siguen siendo difíciles, como encontrar un placer tan grande como lo fue el hockey. Pero hay otras que hacen bien y son posibles: justamente, el amor de esa familia que tanto deseó tener.
– Pasaron 10 años…
– No puedo creer hayan pasado 10 años, es una locura. La verdad es que si vos no me lo decías no me daba cuenta. No sé, quizás porque he seguido ligada, más que nada en el último tiempo con las Leonas. Entonces, me parece menos. Y ya se juega otro hockey también, ¿no? (risas).
– ¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza con esta referencia del retiro?
– Se me vino un poco la despedida del 2014 y me puse a buscar la fecha porque no la tenía presente. En todo lo que pasamos en ese Champions Trophy y en cómo se unió ese grupo nuevamente para jugar ese torneo porque veníamos todas medio, medio…
– En ese momento que fue el punto final a muchos años en los que te costó tomar la decisión. ¿Te imaginabas quizás en unos años hacia adelante? ¿Cómo te veías en el futuro si es que te veías?
– No, no me veía fuera una cancha de hockey, la verdad. Qué sé yo, como siempre digo, uno venía pensando en el retiro, pero más que nada porque los medios te hacen pensar un poco. En los últimos tres años cada vez que hacía una conferencia de prensa, que encima siempre tenía que ir porque siendo capitana tenés que estar en todas, la pregunta sobre el retiro era infaltable: ‘Lucha, ¿te vas a retirar’”. En cada torneo, en cada lugar, en cada partido escuchaba: ‘Bueno, Lucha que se va a retirar´’. Y yo pensaba: ‘Si yo no dije nada’. Pero bueno, eso te lleva a pensar que en algún momento te tenés que ir, porque si no uno va y va, vas jugando, te vas poniendo objetivos y seguís. Y yo siempre decía. ‘Mirá cuando yo vea que ya no estoy con las mismas ganas, que no me siento cómoda en la cancha o sienta en mi interior que hay algo que está quebrado, me retiraré’.
– Y finalmente pasó.
– El Mundial 2014 para mí fue un quiebre, ahí yo dije: ‘Me retiro’. Porque sentí que hubo una señal, la lesión (se quedó afuera de dos partidos de grupo y jugó las semifinales prácticamente en una pierna) . Varias cosas en mi vida fueron diferentes. En lo personal me había chocado mucho una separación, cuando yo viví muchas otras separaciones, pero esa quizás por la edad y porque yo estaba en mi último año de carrera me pegó más de lo normal y me afectó anímicamente. También en ese Mundial se estaba grabando mi película… Todo daba la pauta de que ya se venía el final.
– Aquello era una situación inédita: nunca te habías lesionado en tu carrera y ocurría en ese último Mundial. ¿Pensás que algo más te afectó, una carga emocional extra?
– A ver, interiormente yo ya sabía que me estaba retirando porque invité a mi familia, a mis amigas. Entonces, yo ya sabía, en el fondo, que era mi último Mundial y que en breve se venía el retiro. Yo creo que como vos decís tenía una carga, una mochila emocional enorme… De hecho me lesiono ahí, ese día en el que ellos llegan.
– Cuando pudiste poner el punto, que inició un proceso también de duelo, ¿confiabas en que podías llegar a lograr otras cosas por fuera del deporte?
– ¡No! (Risas). Fue muy difícil. Es muy difícil. Quizás por mi forma de ser, no significa que todos los deportistas sean iguales. Como siempre digo, yo di mi 100% porque yo amaba jugar al hockey. Me sentía que era yo misma en un campo de juego, podía comunicarme a través del deporte, expresar mis emociones, me sentía feliz, por eso entrenaba tanto. Quizás por otro lado, y cuando una hace terapia lo ve, tapaba otras cosas como no querer salir a la vida, ser una persona normal y corriente, ser mujer… Hasta que mi mamá me dijo: ‘Luciana, basta. Hiciste mucho más de lo que nos hubiésemos imaginado, o sea, ya está. Por favor, empezá a vivir’. Pensé: ‘Uf, es verdad, no estoy viviendo, no sé lo que es una vida normal’.
– A menos de una semana de tu retiro le pediste a Delfina Merino que dedicara tiempo extra al entrenamiento con vos porque creías que tenías que mejorar el revés. Y cuando se te consultó por qué lo hacías, a poco de irte, respondiste que necesitabas certezas. ¿Las seguís necesitando en el pos hockey?
– No, no, ya vivo de otra manera. Hoy me encuentro que soy mucho más relajada en la vida que lo que fui en el hockey. No era normal. Yo me acuerdo de ese día que le pedí a Delfi. Imagínate, Delfi tiene un revés que es un animal y es verdad, me retiraba en tres días… Pero esa era yo, era mi esencia. Qué se yo, los viernes a la noche me iba a entrenar con los varones de Banco Provincia en lugar de irme al cine o a comer con amigas. Era feliz haciendo eso. Después me di cuenta que me costó mucho la vida en sí misma. Estuve mucho tiempo tratando de tener una vida normal.
– ¿Hoy sentís que te pusiste separar de la deportista?
– Sí, sí, sí, tengo una mentalidad mucho más relajada, de hecho con mis hijos soy distinta. Pero me doy cuenta que cuando me involucro en algo, como es el pádel en este momento, o algo importante de mi laburo, soy súper perfeccionista y me da bronca que no me salgan las cosas como yo quiero, me da bronca que no sea todo excelencia, y también me pasa que todavía quizás no sé si no lo resuelvo, pero me cuesta avanzar, me da miedo iniciar ciertas cosas por no ser lo que fui.
– Vayamos por ahí. Mucho tiempo se habló de vos como sinónimo de perfección en lo que hacías. Lo buscabas, pero además tenías el talento que se potenciaba con toda esa obsesión y dedicación que tuviste durante tantos años. Hoy cualquier cosa que hagas distinto a eso que hiciste perfecto va a ser menor. ¿Cómo convivís con eso?
– Hoy lo llevo un poquito mejor, ¿no? Pero bueno, también me ayudó mucho la terapia que dice pos deporte y hasta el mismo Fer (su marido), que por momentos me decía: ‘Pero por qué no haces esto’. ‘Porque no, si hago esto tiene que ser así. Si me equivoco ya no soy una X como antes’. A lo que él respondía: ‘No importa, nadie te va a juzgar, ya no sos Lucha la Leona, sos Luciana’. Y eso me cuesta, me sigue costando y quizás me traba a hacer muchas cosas.
– ¿Vas a jugar un partido de pádel y querés ser la mejor?
– Soy capaz de pelearme con la gente que está afuera… Pero me pasa, en pádel ya perdí tres finales seguidas (risas). Encima la gente va a ver el partido y espera que yo juegue como jugaba al hockey… ¡Qué presión! Esto es lo que me tira para atrás en las iniciativas, siento que no hacer bien algo me va a frustrar. Pero bueno, también es tirarse a la pileta como lo he hecho miles de veces en su momento en el deporte y si no sale bien, no sale bien, qué va a ser.
– Hoy los deportistas hablan muchísimo de la presión y de salud mental, cosas que van de la mano. En en tus años de jugadora no se hablaba de eso pero todos sabíamos de alguna manera que vos siempre eras la que conviví con la presión más grande. A la distancia, ¿cómo sentís que llevaste esa parte?
– No, está bueno que hoy se hable el tema, ¿no? Porque antes era como medio tabú o no sé si era tabú, no se hablaba. Pero obviamente que todos los deportistas de alto rendimiento sufren una presión enorme, aunque también es lo que uno elige, el estilo de vida. En mi caso aprendí a llevar la presión, a saber que en cada partido tenés una presión enorme de ser quien sos o llevar el equipo adelante y tener que ganar y tener que estar una final. El equipo tiene que estar bien y anímicamente tenés que tener empatía con todos y es difícil. Por momentos es súper frustrante. Y sí, lo padecés. En mi caso sufría cada vez que volvía de un torneo porque tenía las amígdalas así (une las manos simulando una hinchazón), no podía respirar, me tenían que poner inyecciones. Tampoco dormía en los torneos. Había un montón de cosas que mi cuerpo transmitía de alguna manera, o el estómago. O sea, en medio de la carrera me operé las amígdalas. Había un montón de cosas que quizás no expresaba, pero el cuerpo lo decía. Quizás en ese momento, si el tema hubiese estado más sobre la mesa, hubiese permitido al deportista soltarse un poco más. Pero presión vamos a seguir teniendo siempre, es parte del deporte y uno tiene que saber manejarla. Eso es mi caso, al principio lógicamente era una deportista desconocida. Aunque me acuerdo cuando me agarraron Nelly (Giscafré, psicóloga histórica de las Leonas) y Cacho (Sergio Vigil, el entrenador más influyente de su carrera) y me dijeron: ‘Pero, ¿vos querés ser esto? Porque sino solo te vas a quedar siendo una jugadora talentosa.
– ¿Te preguntaron si querías ser la mejor jugadora del mundo?
– Sí. Me preguntaron si quería ser la mejor.
– ¿Y qué respondiste? ¿Les dijiste que sí?
– No, no respondí nada en ese momento porque yo no te voy a responder nunca así. Es mi forma de ser también. Siempre trato de procesar las respuestas y me daba mucho miedo porque sentía que era mucha esa responsabilidad y una cosa era jugar y hacer las cosas que a mí me gustaban y otra cosa era tener la responsabilidad de llevar un equipo adelante. Porque él me dijo: ‘Bueno, si vos querés ser la mejor y querés ser líder tenés que cambiar muchas cosas. No podés enojarte más ni putearte con los árbitros, tenés que llegar primera entrenamiento, dar el ejemplo… Si te sacan la pelota tenés que volver a recuperarla, no quedarte parada’. Eran un montón de cosas.
– ¿No sabías si estabas dispuesta a todo eso?
– No, no sabía si iba a poder manejar todo eso, si iba a poder manejar la presión, me daba nervios. Pero después terminé jugando con zapatillas fucsias, doradas, palo de leopardo o dorado también.
– Sí, sí, después impusiste tu marca registrada… Hasta con la pollera arremangada jugaste.
– Y sigo jugando al pádel igual (risas).
– Además de esa autopresión también se iba sumando la que implicaban los premios individuales: 8 veces mejor jugadora del año (nadie ganó tanto) y en el 2008 la creación de un premio especial para vos por parte de la Federación Internacional de Hockey (FIH), un título exclusivo: Leyenda del hockey. ¿A la distancia lo podés dimensionar?
– No sé si lo puedo dimensionar, aunque lo valoro mucho más, han pasado muchos años. Al principio me separé un poco de todo eso para preservar mi salud y después me empecé a involucrar más porque amo a las Leonas, me sigo sintiendo parte y me voy a sentir parte de toda la vida. Y porque sé que apoyando, desde la contención, le sirve un montón al equipo y al hockey. Hoy valoro mucho más todo lo que hice. Porque me pongo a pensar, no solamente en lo que gané, sino la cantidad de años que jugué, todos mis viajes (desde Rosario) a Buenos Aires… Porque hoy digo: ‘¿ay, jugué cinco Mundiales’. Pero lo más difícil fue toda la etapa previa. Mi adolescencia viajando sola, quedándome en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard), extrañando un montón a mi familia, porque yo era muy familiar, muy tímida, muy introvertida.
– ¿Ese fue el regalo mayor?
– Siempre digo a mí el deporte me salvó y me dio un montón de oportunidades y herramientas porque yo era súper tímida, no hablaba así, y el deporte me hizo hablar. Está bien, no era la más charlatana del equipo, pero quizás daba el ejemplo jugando o entrenando. Era mi forma de transmitir, por eso te digo: si yo no estaba bien anímicamente en un partido se me notaba porque tenía los hombros caídos, lo transmitía al equipo y era muy contagioso. Siempre Cacho me lo marcaba: ‘Si vos no volvés a recuperar una pelota tus compañeras lo ven, te están mirando todo, o sea, contagiás mucho. Si vos ves que tu compañera erra una pelota y tiene 20 años y bajás la cabeza y puteás… Y… esa chica no va a jugar más en todo el partido. Entonces tenía que estar pensando en muchas cosas.
– Responsabilidades.
– Sí. Y entrené mucho la paciencia. Por eso te digo: valoro un montón los cinco mundiales, las cuatro medallas olímpicas, los ocho veces mejor jugadora del mundo, la Leyenda, todas las veces que salí mejor jugadora de la Champions Trophy, un torneo que amaba jugar y para mí eran de los mejores del mundo, pero sí me genera mucha melancolía. Y creo que tiene que ver con el esfuerzo que hice como persona más que como deportista en todo lo previo. Y cuando me lo pongo a pensar es como que me agarra un nudo acá (se señala el pecho)… Pero bueno, valió la pena.
PÁDEL
– ¿Cuál creés que fue tu mejor versión? ¿Hay algún momento, un año o torneo que recuerdes y te asombres?
– Veo jugadas y digo: ‘Wow, no lo puedo creer’. Es que al principio agarraba la pelota en un arco y llegaba al otro. Pero eso se daba en ese momento. Después ya no, porque me marcaban diferente, porque tampoco estaba bueno para el equipo, porque aprendí a jugar mucho más en conjunto, porque tuve que cambiar la estrategia de juego. Entonces, yo elijo muchas de esas jugadas, pero también elijo a la Lucha del 2002 (primer título Mundial de la Argentina) que tuvo que cambiar de puesto en pos del equipo, o la Lucha del 2010 (segundo título Mundial).
– Cacho Vigil dijo en su momento que jugaste tu mejor partido en la semifinales de ese Mundial 2002.
– Claro, y vos hablás con las Vintages (así se bautizaron ellas, las Leonas fundadoras) y van a elegir ese partido, por todo el contexto. Imagínate: ese partido lo jugué de doble 5 y me salían todas. Pero claro, después no pude jugar más con ese estilo, no podía hacer esas cosas en mitad de cancha.
-Después, la Lucha campeona del 2010 jugaba más adelantada, tenía más gol…
– Por eso te digo, yo elegiría muchas y diferentes Luchas. Porque tuve que cambiar y está buenísimo, es parte del juego, como te pasa en tu profesión. Tenés que empezar a adaptarte y a reinventarte de diferentes maneras y está bueno. Yo siempre digo, con el Chapa (Carlos Retegui) entrené hasta cinco días antes del Mundial (de 2010) de doble 5 hasta que me dijo: ‘No, vas a jugar de enganche’. Y yo le decía: ‘Pero voy a tocar menos la pelota’. Y él: ‘No, pero vas a hacer más goles’. Y yo: ‘No, pero si yo no soy goleadora’. Discutíamos sobre cómo reinventarme… Y tenía razón.
– ¿Qué cosas se hicieron más relativas con los años ahora que estás lejos del hockey, que tenés tu propia familia y que sos mamá?
– Como te decía: ya no soy esa Lucha obsesionada y detallista que se quedaba una hora más practicando la pegada asiática o haciendo dribling aéreo. O que miraba los partidos y me autoflagelaba porque no me había salido tal pase o tal jugada. Era súper exigente. Pero ya te digo, no lo era solo yo, los medios lo eran conmigo también y mis entrenadores. No tenía por dónde no serlo.
– ¿Es demasiado alto el precio que se paga por ser el mejor en algo? Desde afuera, a veces parece color de rosa, pero son muchos los sufrimientos que contás.
– Era tremendo. No me acuerdo en qué momento, pero los diarios ponían números, calificaciones. O los que no ponían calificaciones decían ‘Lucha no estuvo en su mejor nivel’. Y por ahí no había jugado mi mejor partido, pero tampoco había jugado mal. Eso era tremendo, en un momento dejé de leer los diarios pos partido. Porque no quería contagiarme ni para bien ni para mal. Me proponía jugar todo el torneo sin leer los comentarios. Pero me sentaba a desayunar y las chicas empezaban a hablar y trataba de salirme de eso. Hoy en día valoro otras cosas, por ejemplo, que mis hijos estén bien. Hay otras cosas en la vida. Igualmente, agradezco haber sido como fui, a mí me encantaba recibir un premio, que las Leonas ganaran, me encantaba estar ahí arriba, no lo voy a negar, por eso usaba las zapatillas fucsias o el palo dorado. Me gustaba esa presión. La sufría pero me gustaba y si conseguí lo que conseguí es también por cómo fui.
– En la Liga Mundial de Tucumán 2013, cuando ganaste el octavo premio a la Mejor del Mundo dijiste que ni los mirabas, los agarrabas, los ponías en la vitrina, y al año siguiente lo querías ganar de nuevo.
– Obvio, sí. Era verdad. Quizás en ese momento no lo hacía notar, pero cada vez que terminaba de jugar un torneo una estaba pendiente de quién era la mejor del torneo. Y me gustaba. Y cuando no lo recibía me ponía a pensar por qué no lo había ganado, a analizar cada partido… Y ya te digo… Por más que los recibía al otro día estaba entrenado como si nada. Y no reniego con esa forma de ser.
– En algunos días en Rosario, tu ciudad, van a inaugurarte una estatua. Tenés tres canchas con tu nombre, el Estado Mundialista de la ciudad también se llama Luciana Aymar. Venís de estar en los Juegos Olímpicos de París. En los Juegos Panamericanos del año pasado en Chile también te homenajearon: ¿te sentís reconocida, abrazada de alguna manera?
– Sí, sí, la verdad que un montón. Mas allá que para mí el hockey sigue siendo un deporte poco popular y poco marketinero si lo comparás con otros en los que los ex-deportistas están más vigentes, más reconocidos. Y esto lo he hablado con el presidente de la FIH, Tayyab Ikram, con el que tengo una gran relación porque tiene una gran admiración por mí y por Shahbaz Ahmed (jugador paquistaní que brilló especialmente en la época del ‘90) y aprovecho que él me dice ‘como ustedes dos no va a haber nunca’. Me parece que la FIH necesita, más allá de la relación que tiene conmigo, seguir potenciando la imagen de esos jugadores que fueron muy importantes, que elevaron el nivel del hockey a nivel mundial. Digo, si hay un torneo en algún lugar el jugador o jugadora más conocido de ese lugar tiene que estar invitado, hay que hacer algo para que los más jóvenes los vean, reconocer el valor de esas carreras.
– ¿Y por el público te sentís valorada?
– Sí, un montón, me doy cuenta más que nada cuando voy a los eventos, porque hoy cuando voy a Argentina paso un montón desapercibida. Cuando estoy en un evento digo ‘qué lindo, tengo que venir más seguido’. Pero bueno, ahora lo puedo hacer porque mis hijos ya son un poquito más grandes, en su momento con la pandemia y el nacimiento prematuro de Félix se complicó, pero hoy lo puedo hacer y lo disfruto desde otro lugar. Ahora cuando fui a los Juegos (Olímpicos, París 2024) con Delfi (Merino) lo disfruté mucho y creo que eso es lo que más se extraña, se necesita ese reconocimiento.
– ¿Y qué te pasa cuando agarrás el palo y hacés un jueguito en un campus o en una clínica?
– Obviamente que cuando estoy dentro de una cancha de hockey me siento que puedo volver a jugar en las Leonas (risas). ‘Si entreno cuatro veces por semana creo que lo puedo lograr…’, mirá en lo que pienso. Claro, a una le encantaría poder hacer las cosas que hacía, después te das cuenta que no, que ya no se puede.
– Te costó tanto dejar que no hubiera sido extraño si a los pocos meses pegabas la vuelta, ¿viste que pasó con muchos?
– ¿Con muchos? Yo díría con la mayoría (risas).
– Entonces bien que te sostuviste…
– ¡Y mirá que me llamaron para preguntarme el talle de ropa! El Chapa (Retegui) me llamó para Tokio (los Juegos Olímpicos de 2020 que finalmente se realizaron en 2021 por la pandemia) y me decía ‘jugás de líbero’. Y yo: ‘A ver cómo puedo hacer…’ No, no, estas cosas… Yo intenté volver a jugar con mis compañeras del club (en Rosario), me han fichado, me decían que vaya cuando quisiera. Pero no, yo no puedo así, no puedo hacer eso, no va con mi forma de ser estar a medias y si no puedo hacer las cosas diferente me terminó enojando conmigo, por ende me enojo con mi compañera, con la contraria…
– ¿Te ves en algún momento en algún rol de enseñanza o como entrenadora?
– No sé, debería tener una propuesta, analizarla y tirarme la pileta como te dije antes y jugármela. Porque siempre estuve en el ‘no sé, esto me da miedo, no sé si lo podré transmitir, no sé qué tengo que hacer’. Qué sé yo, no es fácil estar desde el otro lugar. Yo también, que no soy buena para comunicarme, porque no es una de mis cualidades… Para conducir un equipo tenés que saber bien cómo comunicar lo que querés comunicar, por más que sea la mejor del mundo o pueda saber un montón de cosas, si no sabés comunicarlo…
– ¿Te acordás cómo lo cuestionaban a Maradona cuando empezó como entrenador?
– A él le ganaba lo pasional… Bueno, cuando ‘Cacho’ me llamó para estar un poco con (el seleccionado de) Chile me dijo: ‘Mirá yo solamente quiero que vengas y que juegues con los chicas porque ya con lo que le puedas decir o marcar bien este detalle para mí ya está’. Sin embargo, yo estaba también recién retirada, tenía otros objetivo. Al final estaba saliendo de algo que era súper competitivo con una rutina estructural y me estaba metiendo casi prácticamente lo mismo. Entonces decidí decir que no para poder soltarlo.
– Si te pido que armes una mesa con ídolos del deporte argentino, ¿con quién te sentarás?
– Diego… Diego (Maradona) el primero. Gaby (Sabatini), la Peque (Paula Pareto), Delpo (Juan Martín Del Potro), Manu (Emanuel Ginóbili) y (Leo) Messi, obviamente.
– ¿Qué sentís cuando, diferencia más o menos, siempre se te tiene ahí considerada entre los deportistas más grande de la historia?
– Me genera mucha emoción, nunca se me hubiera ocurrido poder estar en esa mesa, nunca la verdad. Así que es mucho agradecimiento a gente que estuvo alrededor mío. Porque yo hice un esfuerzo enorme, pero también mucha gente en mi entorno hizo un esfuerzo enorme. No es que Lucha tenía talento y se esforzó y llegó. No, hubo toda una familia atrás empujando, llevándome, como en muchos momentos en los que yo ya no quería hacerme el bolso los domingos, no quería viajar, lloraba yendo a la estación de colectivos (para viajar a Buenos Aires)… Mucha gente me empujaba porque quizás sabía del talento que tenía… Desde mis entrenadores de los clubes, Jorge Mallo, El Rata, que lo tuve en el Club Atlético Fisherton, o Ernesto Morlan en Jockey… Porque a Ernesto lo tuve a los 17 años, pero me dejaba afuera por mal comportamiento. Todos pusieron un granito de arena que me ayudó a forjar cierta personalidad.
– Desde que te fuiste nadie más usó la camiseta N° 8, la tuya. Nunca se oficializó un retiro, pero tampoco nadie se atrevió a pedirla. Dicen que es una especie de acuerdo tácito en las Leonas: ¿qué te genera?
– Sí, lo pienso siempre. Al principio buscaba a ver quién tenía la 8, ahora ya ni la busco, porque ya sé que es como decís… Y pensé en eso mismo, que es honrar el número, la carrera, es un agradecimiento a todo eso. Y eso me emociona, no te lo voy a negar. De hecho lo he hablado con alguna de las chicas y me han dicho ‘quién va a querer agarrar el 8, ¿estás loca?’. En algún momento, algún día, alguien se va a tener que animar a agarrarlo. No pasa nada.
– Félix y Lupe, tus hijos, aún son chiquitos. Pero, ¿qué les dirías mañana cuando te pregunten quién fuiste?
– Ya saben que jugué en las Leonas porque cada vez que las ven empiezan ‘mamá, mamá’, pero no, mamá ya no juega más. O agarran el palo de hockey todo el tiempo y juegan entre ellos. Y la verdad que cada tanto le ponemos videos de los dos (se refiere también a Fernando). A mí me interesa que ellos conozcan, no que gané premios, pero sí que hicimos los dos una carrera de alto rendimiento a la que le pusimos mucho esfuerzo y muchas cosas para llegar. Me encantaría que ellos hagan deporte, no sé si alto rendimiento, pero sí, mostrarle las carreras para transmitirles que en la vida hay que esforzarse y lo que tenemos lo conseguimos con mucho esfuerzo. Que valoren mucho lo que tenemos. Porque ambos nos costó mucho llegar a donde llegamos y tener las cosas y demás. Entonces sí me gustaría que ellos reconozcan eso más allá de los premios y demás, que papá y mamá tuvieron una vida, con lo cual para conseguir lo que tienen se esforzaron un montón.
– Al principio te pregunté si hace 10 años te veías hacia adelante. Para cerrar, ¿te ves de acá a diez años más de alguna manera? ¿Qué te gustaría que para entonces le haya pasado a Luciana?
¿Qué me gustaría? Mmmmmm… Tener cosas en mi vida más allá de la familia que pude lograr. Me siento súper orgullosa porque pude soltar un poco el deporte para poder transformarme, disfrutar de la vida y encontrar una pareja extraordinaria… Pude formar una familia, cosa que para mí en su momento era impensado, no me lo hubiese imaginado, porque la verdad es que dejé de jugar a los 37 años y pasé por un proceso difícil, estuve como dos años en ese proceso y demás. Quisiera seguir encontrando cosas que me generen alegría y motivación, la felicidad que me generaba el hockey. No lo creo tanto, es difícil, pero sí encontrar cosas en las que me sienta útil, valorada y que me generen esa, no obsesión, pero sí ganas de desafiarme.
La mejor jugadora de la historia y emblema de las Leonas por más de 15 años contó cómo fue convivir con esa condición y cómo se redimensiona hoy, a una década de haber dejado el hockey LA NACION