Álvaro Enrigue. “En América Latina, todos hemos crecido en esa capilla de lecturas raras de Borges”
“Hace un año que no venía -dice el escritor mexicano Álvaro Enrigue (Guadalajara, 1969) en el lobby de un hotel porteño colmado de brasileños hinchas de Botafogo, campeón de la Copa Libertadores-. Pero venimos con frecuencia, a veces por motivos literarios, pero más que nada a ver a la familia. Estuve antes en algunas ferias del libro pero más que nada ya viajo más por motivos personales que profesionales”. Enrigue vive en Nueva York con su pareja, la curadora de arte argentina Aimé Iglesias Lukin, si bien en Wikipedia aún figura el nombre de su exmujer: la escritora mexicana Valeria Luiselli. Tiene cuatro hijos y es autor de siete novelas, dos libros de cuentos y uno de ensayos, Valiente clase media. Dinero, letras y cursilería.
Enrigue integró con Héctor Guyot, Vivi Tellas y Gabriela Cabezón Cámara el jurado de la quinta edición del Premio Estímulo a la Escritura Todos los tiempos el tiempo organizado por la Fundación Bunge y Born, Fundación Proa y LA NACION. Días atrás, fue noticia internacional porque su novela Tu sueño imperios han sido (Anagrama), de 2022, fue elegida por The New York Times como uno de los diez mejores libros publicados en 2024 en inglés; “Es un libro atrevido y lleno de humor”, remarca el influyente diario estadounidense sobre You Dreamed of Empires, con traducción de Natasha Wimmer.
No es casual que el título de la novela provenga de un verso de La vida es sueño, obra teatral de Calderón de la Barca. En la Universidad Hofstra de Nueva York, Enrigue da clases de literatura española del siglo XVII, que incluye el irrepetible “Siglo de Oro” con autores como Góngora, Quevedo y Cervantes. Tu sueño imperios han sido, que recrea en clave alucinógena el primer encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortés, se basa en Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, así como en la historia de la caída de la ciudad de Tenochtitlan. En 2013, Enrigue había ganado el Premio Herralde de Novela con Muerte súbita, donde Francisco de Quevedo juega (literalmente) un papel protagónico con Caravaggio.
“Escribo y doy clases dos días a la semana en una universidad -dice Enrigue-. Mitad y mitad. Soy profesor de literatura del siglo XVII, desde Colón y literaturas indígenas hasta Sor Juana Inés de la Cruz, el periodo de colonización, pero también el ‘Siglo de Oro’. Fue siempre un interés mío. Doy otras cosas también: en inglés, un curso de fútbol y literatura latinoamericana muy grande. Los estudiantes quieren un barniz de cultura global. Y luego doy clases en el Departamento de Español donde hay muchísima menos gente, solo una corte de estudiantes a los que les interesa el siglo XVII, que es un mundo minúsculo pero también por eso con mucho encanto”. En Ciudad de México, Enrigue se licenció en periodismo y se doctoró en literatura latinoamericana en la Universidad de Maryland.
-¿Hay una relación entre tu tarea como profesor y tu obra literaria?
-Sí, se comunican muchísimo. Por supuesto que leo a contemporáneos; sé lo que está pasando en la literatura argentina, la mexicana y la uruguaya. Uno anda por ahí y me llegan libros, aunque mayormente leo a personas muertas hace cuatrocientos o quinientos años; parece un chiste pero eso nutre mi trabajo. En mi novela nueva eso aparece claramente. Son libros que conozco muy bien y con lo que me muevo cómodamente. Luego, las tradiciones americanas y europeas de esos mismos siglos nutren otros trabajos. Ahora estoy trabajando en una cosa de ficción que involucra la lectura del Orlando furioso de Ariosto. La cosa cervantina es muy importante para mí. Es el universo libresco donde me muevo. Naturalmente mi cerebro deriva hacia ahí. Ni siquiera sé qué fue antes, si las clases o la escritura de libros.
-¿Te considerás barroco?
-Uno no ve como escribe. Mi mujer dice que tengo un sentido del humor barroco, un chiste que no sé si siempre se entiende. Escribo lo mejor que puedo como puedo.
-¿Tuviste que trabajar con la traductora al inglés de tu novela?
-Tengo el privilegio de trabajar con Natasha Wimmer que es muy prestigiosa. Le interesó Muerte súbita y desde ahí trabajamos juntos. Mi día a día es en inglés, mis hijos hablan en inglés, es una lengua que conozco bien. Cuando le mandé Tu sueño imperios han sido, le escribí “lo siento mucho, Natasha”. Es una maravilla ver lo que hizo. Es cierto que con algunos libros no hay traducciones sino originales en otras lenguas.
-Salió en enero en Estados Unidos y quedó este mes en listas de los mejores libros del año.
-Está en la lista del New York Times. Están saliendo ahora las listas. Soy una persona que lee muchísimo y escribo apenas cuatro palabritas, no siempre se puede: tengo cuatro hijos. Casi siempre escribo en las mañanas.
-No aparecen muchos otros libros escritos en español.
-La verdad es que como estuve aquí no las he visto. Estuve contento diez minutos y después seguí con mi vida. Hice muchas presentaciones en Estados Unidos durante el año.
-¿Cómo surgió la idea de la novela?
-Como siempre, empezó como un cuento; llevo años tratando de escribir cuentos, pero nunca los termino y se hacen novelas; perdí el don de contar cuentos y me parece algo tristísimo. Pero uno tiene que respetar ese instinto. Estaba escribiendo un cuento en que Diego Rivera estaba pintando el mural de Tenochtitlan que está en el Palacio Nacional y tenía un sueño, y en ese sueño despertaba en Tenochtitlan: era un cuento muy político sobre el inveterado racismo mexicano y esas cosas. Empecé con la escena del banquete de los conquistadores con el que empieza la novela y cuando apareció Moctezuma me di cuenta de que debía trabajar en eso. No sabía cómo terminar la novela; sé que hay gente que sabe cómo empiezan y terminan sus libros, pero no es mi caso. Un día, en un curso panorámico de literatura española, daba una clase sobre Borges y, leyendo “El milagro secreto”, encontré la solución. Para mí lo divertido y atractivo de trabajar sobre un periodo es que me permite contar una historia que nunca es la historia real.
-Vi que no considerás que la tuya sea una novela histórica.
-Dicen que es una novela histórica, pero no me voy a meter en esa discusión. Siempre me planteé el libro como un relato fantástico y anclar en Borges era perfecto. Es uno de los autores más queridos y leídos, junto con Juan Rulfo. En Buenos Aires van a saber apreciar los guiños borgesianos, como cuando Moctezuma entra al templo y ve el futuro, como pasa en “El Aleph”.
-¿El título de dónde proviene?
-Es un verso de Calderón, de La vida es sueño. Viene de una cena argentina en Nueva York con mi mujer y una coleccionista o curadora argentina; yo había cerrado la novela y tenía dos o tres títulos, por ejemplo, “El sueño” que es como se llamó en Italia. Es bonito pero es título del poema más famoso de Sor Juana, así que si eres mexicano está complicado usarlo. Y en esa cena hablamos de Calderón y ahí estaba el título. Es un verso precioso.
-¿La novela se leyó en clave “decolonial”?
-Creo que cuando salió en México todo el mundo ya estaba harto de la decolonialidad, ya nadie podía con ello. Todavía de vez en cuando resurge, como cuando no invitaron a los reyes de España a la asunción de Claudia Sheinbaum. Alguien del equipo de la presidenta entrante se olvidó de invitarlos y, en vez de asumir el error administrativo, en quince minutos se armó una polémica sobre Cortés y la conquista. Supongo que la novela puede ser calificada como decolonial porque toda la historia de América se está escribiendo de manera no eurocéntrica; sería muy raro que alguien que trabaja en una universidad contara la historia como se contaba en el siglo XIX. Alguien de la derecha en México se quejó de que yo era un escritor woke. No sé si sabe qué significa woke y no tiene que saberlo, las palabras se resignifican y no hay por qué entender la cultura gringa tampoco. Hace treinta o cuarenta años cambiamos el punto de vista sobre la historia y resultó que había fuentes indígenas. Pero no es que haya un programa político de mi parte. A los gringos sí les pareció más radical porque están en esa discusión.
-¿En Estados Unidos hay mucha polarización ideológica?
-Me parece que esa radicalidad es discursiva y sucede en redes sociales y en los medios de comunicación. En las familias hay gente de derecha y de izquierda, y nadie se revolea cosas en las cenas de Navidad. Pero entras a X y es una batalla campal. Luego vas a comer con los amigos y es más relajado. El grado de madurez que se exhibe en las redes sociales no tiene nada que ver con la madurez real de las sociedades en que vivimos. Es como los escándalos de las universidades gringas; cuando estas ahí, ves que es un caso o dos, por supuesto que hay injusticias, pero no hay un clima de censura o cancelación. La noticia real es que las sociedades siguen funcionando, más allá de los algoritmos, signifique lo signifique eso. El de Spotify me hace sugerencias y nunca le atina: súper inteligente no es.
-¿Y hay algoritmos literarios con las tendencias o modas editoriales?
-Fui editor muchos años en México, como editor del Fondo de Cultura Económica, y luego seguí en el Ministerio de Cultura como director del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Al final me pareció poco compatible ser funcionario y escritor, y regresé a la academia. Los factores que inciden en las ventas de libros, incluido el azar, son rarísimos. Hay una serie de “leyes”. Cuando hay una crisis, no se dejan de vender libros pero el mercado sube hacia arriba, es decir que los que vendían mucho venden más y los otros no venden nada. En México y Estados Unidos es así; la Argentina es muy peculiar editorialmente. Otra de esas leyes es que los lectores son mujeres que tienen un automóvil, una señora de más de dieciocho años que tiene la capacidad de endeudarse para comprar un auto.
-Acá esta de moda el terror.
-Es un fenómeno panhispanoamericano, pero no solo el terror sino los géneros menores o que no tenían prestigio, como la ciencia ficción, el terror, la fantasía histórica. Hay poco lugar hacia adonde moverse en términos de la gran literatura masculina nacional del siglo XIX. Hay una serie de preocupaciones políticas que se representan mejor en esos géneros. Ya nadie quiere ser Tolstoi, todos queremos leerlo pero a nadie le interesa escribir así; es natural que en América Latina estemos derivando a una literatura más punk.
-¿Cómo fue tu trabajo en el jurado del Premio Estímulo?
-He sido jurado de muchas cosas; es parte de la vida de alguien que se dedica a la literatura. El premio está muy bien organizado. Los lectores que hacen la criba en la preselección son muy sensibles y la calidad de lo que leímos era muy buena, no era fácil decantarse. Fue una experiencia estupenda.
-¿Conocías a Gabriela Cabezón Cámara?
-A nadie en persona. Había leído Las aventuras de la China Iron y compré la nueva con la que le ha ido tan bien con los premios. Hay que disfrutarlo porque luego le siguen veinte años de seca.
-¿El Premio Herralde de Novela te cambió en algo?
-No, pero cuando pasan los años te das cuenta de que cambia el modo en que eres percibido. Lo que hizo fue abrir el juego; a partir del Herralde, mis libros se traducen a otras lenguas inmediatamente. En lo económico eso significa que podemos tomar una semana más de vacaciones, porque la verdad es que no hay dinero en la literatura. Quizás no sea algo bueno, pero la gente te toma más en serio al ser premiado. El caso del Sor Juana, a diferencia de otros premios más grandes, garantiza la calidad de la premiada.
-¿Crees que el Estado debe financiar la cultura, la literatura y las artes?
-Lo digo sin arrogancia: México ha sido un país tan decisivo en términos de cultura porque el Estado, fuera de izquierda o derecha, ha invertido mucho en el “poder suave”. Tuve becas que me permitieron sostener a una familia chiquita por tres años mientras escribía una novela y el Estado ha apoyado la traducción de mis libros. Ahora eso está desapareciendo gradualmente. Es importante que el Estado gaste en cultura, si bien la prioridad es la educación. No sé qué va a pasar; hay un recorte brutal desde el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México. Un poco por el prestigio, los gobiernos de derecha han invertido más.
-¿Tenés una opinión sobre este boom de adaptaciones audiovisuales de clásicos literarios latinoamericanos como Cien años de soledad, Como agua para chocolate y Pedro Páramo?
-No vi nada. No es que esté en contra de ellas, sino que no las he visto. La literatura siempre ha sido un insumo para series y películas. Tampoco sé si se polinizan tan bien, pero si tengo tres horas libres prefiero leer Pedro Páramo antes que ver la película.
-¿Qué pensás del regreso de Donald Trump al poder en Estados Unidos?
-La primera vez es como tragedia y la segunda como parodia. Ya pasé la primera presidencia, así que vengo del futuro. Como dice mi hija, finalmente se va a ir. En su primer gobierno estábamos todos muy enojados. No entiendo por qué la gente apoya a un candidato que reproduce la riqueza de los ricos y quita la asistencia a la población, pero es lo que está pasando en todo el mundo. Los que también ganan son los medios que analizan la retórica incendiaria y enloquecida: el terror produce más tráfico. Yo me salto toda la sección del diario dedicada a Trump, ya entendí que el próximo miembro de su gabinete va a ser el Pingüino: es como un cómic de Batman. Pero incluso en su gobierno la república se ha sostenido.
-¿Te gusta la vida de escritor?
-Me gusta escribir, ya no me acuerdo de cuál era mi fantasía con ser escritor. La vida literaria, que tiene sus beneficios, no me gusta mucho; me gusta leer y escribir. Es una diferencia abismal, pero hay momentos en que tienes que ir a cócteles.
-¿Qué te interesa de Borges?
-Su vista muy amplia de América Latina, no solo eurocéntrica; su sentido del humor, su “mala onda” y acidez como crítico y su gusto por libros que parecen para niños; le encantaba Stevenson. Es como un gran profe de literatura. En América Latina somos muy lectores de Chesterton, de De Quincey, de Marcel Schowb por culpa de Borges; en Bélgica nadie sabe quién es Marcel Schwob. Todos hemos crecido en esa capilla de lecturas raras de Borges. Es casi un costumbre para mí leerlo. El otro es Rulfo, con una obra muy acotada, pero gigantesca en inteligencia y poder lírico. Siempre me pregunto cómo es que alguien pudo haber elaborado con el español de todos los días Pedro Páramo y El llano en llamas, con ese sonido arcaico y ultramoderno que tiene. Su literatura se convierte en un continente abierto.
“Hace un año que no venía -dice el escritor mexicano Álvaro Enrigue (Guadalajara, 1969) en el lobby de un hotel porteño colmado de brasileños hinchas de Botafogo, campeón de la Copa Libertadores-. Pero venimos con frecuencia, a veces por motivos literarios, pero más que nada a ver a la familia. Estuve antes en algunas ferias del libro pero más que nada ya viajo más por motivos personales que profesionales”. Enrigue vive en Nueva York con su pareja, la curadora de arte argentina Aimé Iglesias Lukin, si bien en Wikipedia aún figura el nombre de su exmujer: la escritora mexicana Valeria Luiselli. Tiene cuatro hijos y es autor de siete novelas, dos libros de cuentos y uno de ensayos, Valiente clase media. Dinero, letras y cursilería.
Enrigue integró con Héctor Guyot, Vivi Tellas y Gabriela Cabezón Cámara el jurado de la quinta edición del Premio Estímulo a la Escritura Todos los tiempos el tiempo organizado por la Fundación Bunge y Born, Fundación Proa y LA NACION. Días atrás, fue noticia internacional porque su novela Tu sueño imperios han sido (Anagrama), de 2022, fue elegida por The New York Times como uno de los diez mejores libros publicados en 2024 en inglés; “Es un libro atrevido y lleno de humor”, remarca el influyente diario estadounidense sobre You Dreamed of Empires, con traducción de Natasha Wimmer.
No es casual que el título de la novela provenga de un verso de La vida es sueño, obra teatral de Calderón de la Barca. En la Universidad Hofstra de Nueva York, Enrigue da clases de literatura española del siglo XVII, que incluye el irrepetible “Siglo de Oro” con autores como Góngora, Quevedo y Cervantes. Tu sueño imperios han sido, que recrea en clave alucinógena el primer encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortés, se basa en Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, así como en la historia de la caída de la ciudad de Tenochtitlan. En 2013, Enrigue había ganado el Premio Herralde de Novela con Muerte súbita, donde Francisco de Quevedo juega (literalmente) un papel protagónico con Caravaggio.
“Escribo y doy clases dos días a la semana en una universidad -dice Enrigue-. Mitad y mitad. Soy profesor de literatura del siglo XVII, desde Colón y literaturas indígenas hasta Sor Juana Inés de la Cruz, el periodo de colonización, pero también el ‘Siglo de Oro’. Fue siempre un interés mío. Doy otras cosas también: en inglés, un curso de fútbol y literatura latinoamericana muy grande. Los estudiantes quieren un barniz de cultura global. Y luego doy clases en el Departamento de Español donde hay muchísima menos gente, solo una corte de estudiantes a los que les interesa el siglo XVII, que es un mundo minúsculo pero también por eso con mucho encanto”. En Ciudad de México, Enrigue se licenció en periodismo y se doctoró en literatura latinoamericana en la Universidad de Maryland.
-¿Hay una relación entre tu tarea como profesor y tu obra literaria?
-Sí, se comunican muchísimo. Por supuesto que leo a contemporáneos; sé lo que está pasando en la literatura argentina, la mexicana y la uruguaya. Uno anda por ahí y me llegan libros, aunque mayormente leo a personas muertas hace cuatrocientos o quinientos años; parece un chiste pero eso nutre mi trabajo. En mi novela nueva eso aparece claramente. Son libros que conozco muy bien y con lo que me muevo cómodamente. Luego, las tradiciones americanas y europeas de esos mismos siglos nutren otros trabajos. Ahora estoy trabajando en una cosa de ficción que involucra la lectura del Orlando furioso de Ariosto. La cosa cervantina es muy importante para mí. Es el universo libresco donde me muevo. Naturalmente mi cerebro deriva hacia ahí. Ni siquiera sé qué fue antes, si las clases o la escritura de libros.
-¿Te considerás barroco?
-Uno no ve como escribe. Mi mujer dice que tengo un sentido del humor barroco, un chiste que no sé si siempre se entiende. Escribo lo mejor que puedo como puedo.
-¿Tuviste que trabajar con la traductora al inglés de tu novela?
-Tengo el privilegio de trabajar con Natasha Wimmer que es muy prestigiosa. Le interesó Muerte súbita y desde ahí trabajamos juntos. Mi día a día es en inglés, mis hijos hablan en inglés, es una lengua que conozco bien. Cuando le mandé Tu sueño imperios han sido, le escribí “lo siento mucho, Natasha”. Es una maravilla ver lo que hizo. Es cierto que con algunos libros no hay traducciones sino originales en otras lenguas.
-Salió en enero en Estados Unidos y quedó este mes en listas de los mejores libros del año.
-Está en la lista del New York Times. Están saliendo ahora las listas. Soy una persona que lee muchísimo y escribo apenas cuatro palabritas, no siempre se puede: tengo cuatro hijos. Casi siempre escribo en las mañanas.
-No aparecen muchos otros libros escritos en español.
-La verdad es que como estuve aquí no las he visto. Estuve contento diez minutos y después seguí con mi vida. Hice muchas presentaciones en Estados Unidos durante el año.
-¿Cómo surgió la idea de la novela?
-Como siempre, empezó como un cuento; llevo años tratando de escribir cuentos, pero nunca los termino y se hacen novelas; perdí el don de contar cuentos y me parece algo tristísimo. Pero uno tiene que respetar ese instinto. Estaba escribiendo un cuento en que Diego Rivera estaba pintando el mural de Tenochtitlan que está en el Palacio Nacional y tenía un sueño, y en ese sueño despertaba en Tenochtitlan: era un cuento muy político sobre el inveterado racismo mexicano y esas cosas. Empecé con la escena del banquete de los conquistadores con el que empieza la novela y cuando apareció Moctezuma me di cuenta de que debía trabajar en eso. No sabía cómo terminar la novela; sé que hay gente que sabe cómo empiezan y terminan sus libros, pero no es mi caso. Un día, en un curso panorámico de literatura española, daba una clase sobre Borges y, leyendo “El milagro secreto”, encontré la solución. Para mí lo divertido y atractivo de trabajar sobre un periodo es que me permite contar una historia que nunca es la historia real.
-Vi que no considerás que la tuya sea una novela histórica.
-Dicen que es una novela histórica, pero no me voy a meter en esa discusión. Siempre me planteé el libro como un relato fantástico y anclar en Borges era perfecto. Es uno de los autores más queridos y leídos, junto con Juan Rulfo. En Buenos Aires van a saber apreciar los guiños borgesianos, como cuando Moctezuma entra al templo y ve el futuro, como pasa en “El Aleph”.
-¿El título de dónde proviene?
-Es un verso de Calderón, de La vida es sueño. Viene de una cena argentina en Nueva York con mi mujer y una coleccionista o curadora argentina; yo había cerrado la novela y tenía dos o tres títulos, por ejemplo, “El sueño” que es como se llamó en Italia. Es bonito pero es título del poema más famoso de Sor Juana, así que si eres mexicano está complicado usarlo. Y en esa cena hablamos de Calderón y ahí estaba el título. Es un verso precioso.
-¿La novela se leyó en clave “decolonial”?
-Creo que cuando salió en México todo el mundo ya estaba harto de la decolonialidad, ya nadie podía con ello. Todavía de vez en cuando resurge, como cuando no invitaron a los reyes de España a la asunción de Claudia Sheinbaum. Alguien del equipo de la presidenta entrante se olvidó de invitarlos y, en vez de asumir el error administrativo, en quince minutos se armó una polémica sobre Cortés y la conquista. Supongo que la novela puede ser calificada como decolonial porque toda la historia de América se está escribiendo de manera no eurocéntrica; sería muy raro que alguien que trabaja en una universidad contara la historia como se contaba en el siglo XIX. Alguien de la derecha en México se quejó de que yo era un escritor woke. No sé si sabe qué significa woke y no tiene que saberlo, las palabras se resignifican y no hay por qué entender la cultura gringa tampoco. Hace treinta o cuarenta años cambiamos el punto de vista sobre la historia y resultó que había fuentes indígenas. Pero no es que haya un programa político de mi parte. A los gringos sí les pareció más radical porque están en esa discusión.
-¿En Estados Unidos hay mucha polarización ideológica?
-Me parece que esa radicalidad es discursiva y sucede en redes sociales y en los medios de comunicación. En las familias hay gente de derecha y de izquierda, y nadie se revolea cosas en las cenas de Navidad. Pero entras a X y es una batalla campal. Luego vas a comer con los amigos y es más relajado. El grado de madurez que se exhibe en las redes sociales no tiene nada que ver con la madurez real de las sociedades en que vivimos. Es como los escándalos de las universidades gringas; cuando estas ahí, ves que es un caso o dos, por supuesto que hay injusticias, pero no hay un clima de censura o cancelación. La noticia real es que las sociedades siguen funcionando, más allá de los algoritmos, signifique lo signifique eso. El de Spotify me hace sugerencias y nunca le atina: súper inteligente no es.
-¿Y hay algoritmos literarios con las tendencias o modas editoriales?
-Fui editor muchos años en México, como editor del Fondo de Cultura Económica, y luego seguí en el Ministerio de Cultura como director del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Al final me pareció poco compatible ser funcionario y escritor, y regresé a la academia. Los factores que inciden en las ventas de libros, incluido el azar, son rarísimos. Hay una serie de “leyes”. Cuando hay una crisis, no se dejan de vender libros pero el mercado sube hacia arriba, es decir que los que vendían mucho venden más y los otros no venden nada. En México y Estados Unidos es así; la Argentina es muy peculiar editorialmente. Otra de esas leyes es que los lectores son mujeres que tienen un automóvil, una señora de más de dieciocho años que tiene la capacidad de endeudarse para comprar un auto.
-Acá esta de moda el terror.
-Es un fenómeno panhispanoamericano, pero no solo el terror sino los géneros menores o que no tenían prestigio, como la ciencia ficción, el terror, la fantasía histórica. Hay poco lugar hacia adonde moverse en términos de la gran literatura masculina nacional del siglo XIX. Hay una serie de preocupaciones políticas que se representan mejor en esos géneros. Ya nadie quiere ser Tolstoi, todos queremos leerlo pero a nadie le interesa escribir así; es natural que en América Latina estemos derivando a una literatura más punk.
-¿Cómo fue tu trabajo en el jurado del Premio Estímulo?
-He sido jurado de muchas cosas; es parte de la vida de alguien que se dedica a la literatura. El premio está muy bien organizado. Los lectores que hacen la criba en la preselección son muy sensibles y la calidad de lo que leímos era muy buena, no era fácil decantarse. Fue una experiencia estupenda.
-¿Conocías a Gabriela Cabezón Cámara?
-A nadie en persona. Había leído Las aventuras de la China Iron y compré la nueva con la que le ha ido tan bien con los premios. Hay que disfrutarlo porque luego le siguen veinte años de seca.
-¿El Premio Herralde de Novela te cambió en algo?
-No, pero cuando pasan los años te das cuenta de que cambia el modo en que eres percibido. Lo que hizo fue abrir el juego; a partir del Herralde, mis libros se traducen a otras lenguas inmediatamente. En lo económico eso significa que podemos tomar una semana más de vacaciones, porque la verdad es que no hay dinero en la literatura. Quizás no sea algo bueno, pero la gente te toma más en serio al ser premiado. El caso del Sor Juana, a diferencia de otros premios más grandes, garantiza la calidad de la premiada.
-¿Crees que el Estado debe financiar la cultura, la literatura y las artes?
-Lo digo sin arrogancia: México ha sido un país tan decisivo en términos de cultura porque el Estado, fuera de izquierda o derecha, ha invertido mucho en el “poder suave”. Tuve becas que me permitieron sostener a una familia chiquita por tres años mientras escribía una novela y el Estado ha apoyado la traducción de mis libros. Ahora eso está desapareciendo gradualmente. Es importante que el Estado gaste en cultura, si bien la prioridad es la educación. No sé qué va a pasar; hay un recorte brutal desde el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México. Un poco por el prestigio, los gobiernos de derecha han invertido más.
-¿Tenés una opinión sobre este boom de adaptaciones audiovisuales de clásicos literarios latinoamericanos como Cien años de soledad, Como agua para chocolate y Pedro Páramo?
-No vi nada. No es que esté en contra de ellas, sino que no las he visto. La literatura siempre ha sido un insumo para series y películas. Tampoco sé si se polinizan tan bien, pero si tengo tres horas libres prefiero leer Pedro Páramo antes que ver la película.
-¿Qué pensás del regreso de Donald Trump al poder en Estados Unidos?
-La primera vez es como tragedia y la segunda como parodia. Ya pasé la primera presidencia, así que vengo del futuro. Como dice mi hija, finalmente se va a ir. En su primer gobierno estábamos todos muy enojados. No entiendo por qué la gente apoya a un candidato que reproduce la riqueza de los ricos y quita la asistencia a la población, pero es lo que está pasando en todo el mundo. Los que también ganan son los medios que analizan la retórica incendiaria y enloquecida: el terror produce más tráfico. Yo me salto toda la sección del diario dedicada a Trump, ya entendí que el próximo miembro de su gabinete va a ser el Pingüino: es como un cómic de Batman. Pero incluso en su gobierno la república se ha sostenido.
-¿Te gusta la vida de escritor?
-Me gusta escribir, ya no me acuerdo de cuál era mi fantasía con ser escritor. La vida literaria, que tiene sus beneficios, no me gusta mucho; me gusta leer y escribir. Es una diferencia abismal, pero hay momentos en que tienes que ir a cócteles.
-¿Qué te interesa de Borges?
-Su vista muy amplia de América Latina, no solo eurocéntrica; su sentido del humor, su “mala onda” y acidez como crítico y su gusto por libros que parecen para niños; le encantaba Stevenson. Es como un gran profe de literatura. En América Latina somos muy lectores de Chesterton, de De Quincey, de Marcel Schowb por culpa de Borges; en Bélgica nadie sabe quién es Marcel Schwob. Todos hemos crecido en esa capilla de lecturas raras de Borges. Es casi un costumbre para mí leerlo. El otro es Rulfo, con una obra muy acotada, pero gigantesca en inteligencia y poder lírico. Siempre me pregunto cómo es que alguien pudo haber elaborado con el español de todos los días Pedro Páramo y El llano en llamas, con ese sonido arcaico y ultramoderno que tiene. Su literatura se convierte en un continente abierto.
El escritor mexicano integró el jurado del Premio Estímulo a la Escritura; su novela más reciente, “Tu sueño imperios han sido”, se tradujo al inglés a comienzos de 2024 y fue elegida uno de los “libros del año” en Estados Unidos LA NACION