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“Su vida fue una película”. Fue secuestrado por Montoneros, torturado por los militares y terminó preso en Italia

Pocos hombres pueden decir que han enfrentado tres secuestros y han vivido para contarlo. Pero José Siderman no era un hombre común. Hijo de un inmigrante ucraniano que hizo los suelos de algunos de los edificios más icónicos de Argentina, entre ellos los del Círculo Militar y la Embajada de Francia, Siderman pasó de ser un joven constructor en Tucumán a convertirse en el protagonista de una odisea que abarca persecuciones, golpes de estado y juicios históricos. Fue secuestrado por Montoneros, perseguido por la dictadura militar y encarcelado injustamente en Italia, pero, lejos de quebrarse, su vida se convirtió en un testimonio de resistencia y principios.

Hoy, su hijo Carlos, quien a los 23 años tuvo que negociar por la vida de su padre con quienes lo mantenían cautivo, comparte los capítulos más impactantes de esta historia en una entrevista con LA NACION.

La historia completa de José Siderman está documentada en El caso Siderman, escrito por Alberto Zuppi. Este libro no solo relata el calvario del protagonista y sus familiares, sino que también examina cómo este caso expuso temas fundamentales sobre los derechos humanos a nivel internacional.

Entre los hechos más desgarradores, se cuenta cómo Siderman fue secuestrado y torturado durante once días por el último gobierno militar, en un episodio marcado por el antisemitismo. Ante la persecución, los Siderman huyeron a Estados Unidos, dejando atrás su hogar y viéndose obligados a vender a precio de remate 57992 hectáreas de tierra y los activos de su empresa, INOSA.

Años después, José presentó una demanda en los Estados Unidos contra Argentina por tortura. El fallo reflejó el peso del caso Siderman como parte de un debate global sobre derechos humanos y justicia.

La batalla de Siderman trascendió lo personal, convirtiéndose en un emblema de resistencia ante la barbarie y en una referencia para el derecho internacional. Carlos, al narrar los episodios, ilumina la necesidad de preservar los principios fundamentales que nos definen como humanidad.

-Carlos, ¿quién era su padre?

-Mi padre, José Siderman, nació en Rosario, Argentina. Tenía un hermano, Sergio, con quien recibió el negocio de los pisos parquet una vez que mi abuelo se retiró. Sergio consiguió un gran campo en Tucumán donde compró la madera para los pisos de parquet. Entonces José, que es mi papá, viajó a Tucumán a comprar la madera. Pero en vez de comprar solo eso, compró todo un campo.

-¿Cómo fue su infancia?

-Tuvo una vida normal, aunque pasó muchos apuros por la economía. Luego tuvo 3 hijos, mis dos hermanas mayores y yo. Y me acuerdo que fueron algunos momentos muy duros financieramente, pero papá era un gran trabajador. Y eventualmente las cosas fueron mejor para él. Siempre construyó. Se hizo un hombre de bien, mucha gente se acuerda cómo él ayudaba y donaba. No era el hombre más adinerado de Tucumán, pero su riqueza era más visible que la de otros, ya que leías “Siderman” en muchos edificios. Siderman, Siderman, Siderman…

-¿Cómo es que lo secuestran la primera vez?

-En el año 1974, papá fue secuestrado por Montoneros. Fue muy duro porque uno no llega a entender noticias como esa… Necesitás que te lo repitan porque estás en un estado de no poder creer que algo así pueda pasar. Y fue a través de un llamado de teléfono de mi madre que me avisa que lo habían secuestrado. Yo trabajaba en la compañía de mi padre. Era mediodía, en el período de la siesta, mi padre estaba volviendo a su casa y ahí lo raptan, en una ruta rural.

-¿Cómo fueron los primeros días del secuestro?

-El mismo día nos pidieron un pago por el rescate. Recuerdo las emociones, los gritos… y la tranquilidad de mamá al verme. Eventualmente estaba solo y no podía concentrarme en qué es lo que debía hacer. Y en ese momento sonó el teléfono. La persona se introdujo como el captor, y dijo su nombre, “Capitán Correa”. Fue muy lacónico. Yo quería hacer preguntas. Estaba desesperado. Quería hablar con mi padre pero no hubo ningún tipo de respuesta. Solamente me dijo “empezás a juntar dinero si querés ver a tu padre en vida de vuelta”. Y cortó el teléfono. Esa fue toda la conversación. Pidieron 10 millones de dólares. Había dos puntos de importancia que se repetían. Uno era la pregunta “¿Cuánto juntaste hasta hoy?”. Ellos querían saber al momento del llamado, día por día, cuánto había juntado. Y el segundo punto era la frase “No estás haciendo suficiente, no te estás esforzando, vas a perder a tu padre”. Y cortaban el teléfono.

-¿En algún momento ofrecieron pruebas de vida?

-Sí, pero tardaron en darlas. Yo les repetía que quería pruebas de que mi padre estuviese vivo. “Pero lo vas a matar a tu padre”, me apuraban. “Tenés que contestarme lo que te pregunto. ¿Cuánto dinero juntaste hasta hoy?”, decían. Las pruebas llegaron de una forma muy lacónica: me hicieron ir a un café donde había un periódico del día con la firma de mi padre escrita encima del diario…

-¿En algún momento llamaron a la policía con la familia?

-No, porque Correa dijo que si la policía llegaba a tomar acción de esto, o el ejército, mi padre iba a ser inmediatamente liquidado. Yo tenía 23 años, quería a mi papá de vuelta. No iba a tomar ningún riesgo, por supuesto.

-¿De qué otras maneras juntó dinero?

-Hubo gente de la que nunca esperé nada, pero que me ayudó muchísimo. Hubo donaciones. Y por otro lado, una gran ayuda de la iglesia católica. Papá había hecho muchísimas donaciones y ayudas y una de ellas había sido un pedazo de tierra muy grande para construir una iglesia católica. Nosotros somos judíos. El monseñor Ferro, que en ese momento era muy conocido, se enteró del secuestro. A pesar de que yo no dije nada a los militares ni a la prensa ni nada, ya había salido “Siderman secuestrado” en la primera página del diario local, el diario La Gaceta. Pero yo no dije nada. Posiblemente los testigos que presenciaron el secuestro fueron a hablar. El monseñor Ferro llegó con joyas que tenía depositadas en la iglesia y dijo “no las vendas, pero úsalas para préstamo”. Sacá el dinero que puedas y después yo sé que algún día vas a recuperar las joyas y las vas a devolver. Él apareció y ayudó. Luego había otras instituciones que tenían miedo, a pesar de que la compañía estaba en muy buenas condiciones financieras; tenían miedo porque cualquier préstamo que ellos harían lo estaban haciendo realmente a una buena compañía pero manejada por un chico de 23 años. La seguridad del repago no era lo mismo que con un hombre como mi padre. Fue una montaña muy empinada.

-¿El dinero conseguido a través de las joyas fue suficiente?

-No, eran monedas.

-¿Eventualmente el pago se termina haciendo en el número que pide Montoneros? ¿O hay una negociación?

-Era imposible. Ellos corrían el riesgo del tiempo. Y la imposibilidad de conseguir una cantidad de dinero así, imagínate, para Tucumán… Cuando llamó Correa, al día siguiente, me preguntó cuánto juntaste. Otra vez lo mismo. Y otra vez no le contesté. E insistió, insistió. Y, por supuesto, yo tenía una emoción muy, muy alta. Entonces le dije de una forma muy determinante: “Usted lo tiene. Mi padre está en manos de ustedes y yo sé que he hecho lo mejor que puedo hacer por él, en conseguir el dinero que conseguí hasta hoy. Y si no es suficiente, el destino de él está en las manos de ustedes”. Y corté el teléfono. No lo cortó él, esta vez lo corté yo.

Pasa un largo minuto emotivo. Un silencio necesario que Carlos se toma para recomponerse y continuar la entrevista.

-¿Cuál fue la fecha exacta en la que su padre regresó a casa?

-Fue antes de la Navidad, en diciembre, 1974.

-¿Fue torturado?

-No, pero sufrió un daño mental muy grande.

-¿Cómo se recuperó la familia? ¿Cómo fue vivir después de eso?

-Mamá estaba tan contenta de tenerlo de vuelta… Ellos eran Romeo y Julieta. Ahí hubo un amor tan tan tan grande que no podían estar separados uno del otro. Un mes después, un día domingo, yo le dije a papá que era el momento de irnos de Argentina. Que era momento de vender todo e irnos. Y papá dijo “Absolutamente, no, ¿dónde vamos a ir? ¿dónde vas a encontrar amigos como los que tenés acá?”. En Argentina corríamos riesgo de sufrir otro secuestro por parte de otro grupo. Incluso la policía nos lo advirtió, pero mi padre no se quería ir.

-Y dos años luego, ocurre ese segundo secuestro, el 24 de marzo de 1976. ¿Por qué cree que ocurrió este segundo hecho?

-Sí, claro. Ser judío en esa época ya te marcaba, pero ser un judío rico te ponía directamente en la lista. El objetivo del gobierno militar era apropiarse de las propiedades de las familias judías adineradas. Eso no es algo exclusivo de mi padre: ocurrió en todos los campos de concentración que establecieron. Para ellos, si tenías dinero, automáticamente eras un blanco.

-¿Cómo fue el momento en el que se lo llevaron, ese 24 de marzo del 76?

-Todo ocurrió en el departamento de la ciudad, al lado de la Casa de Gobierno de Tucumán. Y lo sé por lo que contó mi mamá. Mirá, te lo explico como si estuviera viendo el lugar. La Casa de Gobierno está justo frente a la Plaza Independencia, y el departamento de mis padres estaba a una esquina de ahí. Horas antes del golpe militar, el 24 de marzo, se desplegó un cerco militar que abarcaba cuatro o cinco manzanas alrededor de la Casa de Gobierno. Nadie podía entrar ni salir. Ese cerco lo instalaron para “proteger” el edificio gubernamental, pero a la vez sirvió para controlar completamente la zona. Cuando el golpe ya era un hecho consumado, ese cerco se usó para coordinar acciones como la que ocurrió con mi papá. En la madrugada, escucharon golpes brutales en la puerta. Desde afuera, los militares gritaban: “¡Judío de mierda, abrí la puerta!”. Los gritos y las amenazas eran terribles. Cuando entraron, patearon todo. Saquearon el departamento. Se llevaron joyas, pequeños objetos de arte, todo lo que pudieran cargar. A mi mamá la encerraron en el baño. Golpearon a mi papá en el mismo departamento, para debilitarlo, para asegurarse de que no se resistiera. Apenas le dieron tiempo de vestirse. Solo le permitieron ponerse un pantalón y una camisa, nada más. Se lo llevaron así, sangrando, mientras mi mamá gritaba, pero no sirvió de nada. Estuvo detenido un poco más de una semana, creo, en el Departamento Central de Policía.

-¿Fue torturado?

-Sí. Mi papá contaba que reconocía las voces de las otras víctimas. Eran aullidos de gente que probablemente conocía, muchos de ellos de la colectividad judía. Otros eran personas que tenían dinero, empresarios. También había miembros de antiguos gobiernos peronistas; todos estaban ahí por alguna razón. A mi papá, antes de cualquier pregunta, lo ablandaban. Ese era su método. Y el ablandamiento no era otra cosa que torturas brutales. Le rompieron dos costillas a golpes. Le aplicaron picana eléctrica una y otra vez. Llegaron a derretirle un testículo con la picana. Tenía 66 años en ese entonces.

-¿Cómo es que sale liberado a la semana?

-Sabíamos que lo tenían en el Departamento Central de Policía. No había dudas, su ubicación estaba clara. La pregunta era cómo lograr que alguien con poder dentro de los militares me escuchara. Yo tenía apenas 25 años en ese momento, pero entendí que la única forma de llegar a él era encontrar a alguien con influencia. Empecé por contactar a familias influyentes de Tucumán. Sabía que esas conexiones podían abrir puertas. También recurrí a la Iglesia Católica, porque teníamos una relación previa con ellos, y en Tucumán, la iglesia es parte del poder. A través de ellos conseguí una reunión con un general que estaba a cargo de la ciudad en ese momento. No era Bussi, porque él estaba al mando de la provincia, pero este general tenía control de la ciudad.

-¿Cómo fue esa reunión?

-Desde el principio, supe que no iba a ser fácil. Mi nombre quedó registrado en el libro de entradas apenas llegué al cuartel. El edificio era imponente, con una gran escalera de mármol. Me hicieron esperar un rato hasta que un soldado fue a escoltarme. Subimos por esa escalera y golpeó en una puerta enorme de madera antes de que me permitieran entrar. El general estaba sentado detrás de un escritorio en un salón amplio, casi intimidante. Apenas levantó la vista. Parecía estar escribiendo, pero estoy seguro de que no estaba haciendo nada. Solo evitaba mirarme a la cara. Intenté hablar, pero me interrumpió con un gesto para que esperara. Después, sin mirarme, señaló una chaqueta militar que estaba sobre una silla cerca mío. Tenía manchas de sangre. Y me dijo: “Eso es sangre de un patriota. Un soldado que murió por la patria”. Entonces empezó a darme una lección sobre el sacrificio de los soldados. Lo interrumpí. Le dije que yo había ido para preguntar por mi padre. Le expliqué quién era, que había construido un barrio entero para suboficiales del Ejército. Pero él insistió con su discurso. En ese momento tuve que ser directo. Le dije que sabía que tenían a mi padre, que lo habían secuestrado. Él lo negó. Afirmó que no estaba en su poder. Tuve que contradecirlo. Fue una conversación tensa, y le advertí que nuestra familia tenía conexiones en Estados Unidos. Que se sabría lo que estaban haciendo, que el mundo conocería los atropellos y los campos de concentración que tenían en el país. Dije así: “campos de concentración”, y su expresión cambió. Se levantó, me miró fijo y me dijo: “Márchese”. Y me fui.

José Siderman fue liberado pocos días después. Le dieron 24 horas para irse del país.

“Mi papá llegó a Estados Unidos en medio de una persecución tremenda a toda la familia. Hubo persecución acá, hubo riesgos muy altos. Él se convirtió en la primera persona en Estados Unidos en hablar de lo que estaba pasando en la Argentina. Se sentía responsable por hacer al mundo conocer esta gente que murió a la par de él”, explica Carlos.

“Argentina, luego, hizo una petición de extradición y consiguió que las cortes escucharan el caso en Estados Unidos. La dictadura decía que ‘Siderman había hecho un vaciamiento de empresas’, que quiere decir que se había llevado el dinero de las compañías y la había dejado a la compañía sin nada de capital. Eso fue totalmente irreal y fácil de probar. El caso terminó en que no había tal cosa”, agrega.

Sin embargo, lo más insólito aún estaba por llegar. Después de todo lo que había vivido, después de ser secuestrado dos veces, lo que parecía imposible ocurrió: en una fiesta familiar en Italia, donde lo habían invitado a pasar un tiempo con parientes, después de haber sorteado tantas adversidades, lo detuvieron allí, de manera completamente inesperada. La sensación de que todo había terminado, solo para encontrarse atrapado una vez más, es casi indescriptible.

-¿Por qué su padre terminó preso en Italia?

-Fue el día del atentado a Juan Pablo II. Papá estaba en un motel. Los policías golpearon la puerta, la abrieron, lo agarraron y se lo llevaron. Mamá se volvió histérica, pensando que lo habían secuestrado de nuevo. No había ninguna razón para que se lo llevaran sin explicación.

-¿Estaban buscando a alguien en particular?

-No, lo que pasó fue que, después del atentado, Italia se volvió loca tratando de encontrar a todos los posibles cómplices del acto. Cualquier persona que pudiera haber estado vinculada con él era un objetivo. Entonces, ¿qué hicieron? Revisaron la lista de personas con pedidos de extradición de otros países y ahí lo encontraron: “Ah, aquí hay uno, Siderman. Tiene un pedido de extradición de Argentina. Hay que levantarlo”.

-¿Cómo se desarrolló esa detención?

-Fue bastante horrible, como te podés imaginar. Lo llevaron a una de las cárceles más antiguas de Italia. Una cárcel común, donde compartís celda con 10 u 11 prisioneros. No te dan de comer, la comida no está preparada, tenés que cocinarla vos mismo. Nos reíamos en casa porque él te quemaba el agua. Nunca había cocinado nada. Entonces, imaginate… Pero enseguida entabló una buena relación con todos los criminales con los que estaba y ellos fueron los que le cocinaban.

Financieramente yo perdí todo, lo que había hecho hasta ese momento se evaporó y casi tuve que empezar de vuelta, porque yo me pasaba mi tiempo en Washington, yendo y viniendo, gastando dinero en tratar de conseguir abogados que ayudaran a liberar a mi padre

Carlos Siderman

-¿Cuánto tiempo estuvo en esa cárcel?

-Meses.

-¿Y con qué explicación lo tuvieron tanto tiempo?

-Por suerte, porque la otra opción era que lo subieran al avión de inmediato, lo enviaran a Argentina y acá lo mataran. Así que todos los movimientos legales que tuvo que hacer para quedarse en Italia, y no ser deportado, le dieron tiempo a su abogado para preparar el caso, aunque realmente no había muchas pruebas en contra suyo. Mientras tanto yo en Estados Unidos peleaba con el Departamento de Estado para que hicieran algo para sacarlo de la cárcel y llevarlo de vuelta a EE.UU.

-¿Y cómo manejó él esa situación?

-Lo más impresionante fue cómo él defendió su caso. Tenía una opción, que era salir de Italia sin tener que confrontar a la corte ni arriesgarse. Pero no quiso: decidió quedarse. A mí me hicieron un ofrecimiento en el consulado de los Estados Unidos en Milán. Unos agentes me mostraron un pasaporte israelí con la foto de mi papá, pero con un nombre cambiado. A la mañana siguiente lo iban a sacar de Italia con ese pasaporte hacia Israel, y desde ahí, él volvería a EE. UU. con su propia identificación.

-¿Su padre se negó?

-Esa noche, cuando hablé con él, me dijo: “No, yo no me voy, yo no voy a poner en juego mi buen nombre”. Me habían dicho que no podía hablar con él hasta tarde, porque el vuelo era muy temprano al día siguiente. Tenían miedo de que él hiciera algún comentario que arruinara todo, así que querían mantener el secreto máximo. Entonces lo vi bien tarde, y le dije: “Papá, tenemos la solución”. Él me miró y preguntó: “¿Qué solución?”. “Mañana vas a estar fuera de Italia”. “¿Cómo?”. Se enojó. “¡Vos no sos mi hijo!”. Y fue así que él quedó en libertad de la manera que él quería.

-Finalmente, su padre demandó a la República Argentina.

-Él, al quedar en libertad, ya no era un hombre tranquilo ni una víctima: tenía sangre en los ojos y quería revancha. En 1982, presenta una demanda.

-¿Cómo es el paso a paso de ese caso?

-Papá ya hablaba un poco de inglés, pero no suficiente como para entrevistar abogados o elegirlos. No había mucha conciencia de lo que significaba realmente pedir algo así, no entendía la magnitud de lo que significaba demandar a un país. Y él aprende, o aprendemos los dos, porque yo le traducía, que no es tan fácil demandar a la Argentina. No solo no es fácil, sino que es prácticamente imposible. Primero, no teníamos dinero. Cuando íbamos a los abogados, lo primero que preguntaban era: “¿Cómo van a pagar?”. Y después nos decían: “Es imposible”. También hablaban de inmunidad soberana. No podés demandar a un país si el país está protegido por inmunidad soberana.

-¿Y cómo se resolvió?

-En la Corte Suprema de Estados Unidos, donde se inició. Este fue el primer caso en Estados Unidos donde se perforó la inmunidad soberana. Y el abogado en realidad no era un abogado tradicional, era mi papá. Él fue quien creó esa estrategia. Y el Estado, para no quedar mal, llegó a un arreglo con el particular.

-¿Su padre aceptó el arreglo?

-Sí. Porque te imaginás que no se trataba de dinero, jamás fue por dinero, sino por principios. Ya había una decisión favorable en el nuevo circuito de la Corte de Estados Unidos. Ya le habían dado en una apelación el derecho a lo que él pedía. O sea, no hacía falta un juicio final. Hoy en día hay más de 2000 casos que se han basado en el caso Siderman, el nuestro, para poder demandar a otros países. Y hay casos muy conocidos, como el de la película The Woman in Gold, que recibió muchísimos premios. Esa película trata sobre cómo una familia en EE. UU. demandó a Austria por la recuperación de los cuadros robados. En los créditos de esa película, le dan crédito a la familia Siderman.

-¿Cómo siguió la vida de su padre hasta sus últimos días? Y por otro lado, ¿cómo surgió la idea de la beca Fulbright-José Siderman?

-Fue un hombre muy sencillo, toda su vida. Muy, muy sencillo. Muy simple. Nadie que lo conociera dejaba de considerarlo un amigo. Y cuando terminó el juicio, volvió a ser quien siempre fue. O sea, vivió una vida muy sencilla después de ganar el juicio en Estados Unidos. Se levantaba por la mañana y hacía su camino solo. Iba a la playa a caminar solo. Y volvió a ser él mismo. Vivió seis años más en paz, de manera sencilla, simple. Cariñosísimo. Siempre te saludaba con una sonrisa, como si no te hubiera visto en años. Lo de la beca surgió porque no importa cuánto dinero tengas o no tengas. Lo que importa es educar a las masas… educar a las masas a través de líderes. Y la idea era crear una beca para líderes. Para mí, un líder es una persona que se dedica a estudiar y a trabajar por los derechos humanos. Hay mucha gente joven que dedica los mejores años de su vida a los derechos humanos. Entonces creamos la beca Siderman Fulbright en la Universidad Southwestern, que es una gran universidad.

-¿Y cómo sigue ese programa hoy en día?

-Hoy en día, si vas a Fulbright, ellos te dirán que es uno de los mejores programas que tienen entre Argentina y Estados Unidos. No lo quieren tocar, no le quieren subir el precio, no quieren hacer nada. Solo quieren que ese programa se mantenga. Las personas que han pasado por ese programa… ya van 18 años o algo así… han hecho un trabajo increíble en derechos humanos. No te imaginas lo que han logrado. El concepto de la beca fue educar a personas que son líderes para que a su vez eduquen a las masas. El impacto ha sido perfecto en muchos niveles. Por ejemplo, uno de ellos fue secretario de Derechos Humanos en gobiernos anteriores, y terminó representando a Argentina en las Naciones Unidas en Suiza. Otro ha defendido a los indios de Chiapas en México, otro ha defendido a los indocumentados de diferentes países, personas a las que los gobiernos no les reconocen la ciudadanía. Han hecho obras extraordinarias. No puedo estar más lleno de satisfacción.

Pocos hombres pueden decir que han enfrentado tres secuestros y han vivido para contarlo. Pero José Siderman no era un hombre común. Hijo de un inmigrante ucraniano que hizo los suelos de algunos de los edificios más icónicos de Argentina, entre ellos los del Círculo Militar y la Embajada de Francia, Siderman pasó de ser un joven constructor en Tucumán a convertirse en el protagonista de una odisea que abarca persecuciones, golpes de estado y juicios históricos. Fue secuestrado por Montoneros, perseguido por la dictadura militar y encarcelado injustamente en Italia, pero, lejos de quebrarse, su vida se convirtió en un testimonio de resistencia y principios.

Hoy, su hijo Carlos, quien a los 23 años tuvo que negociar por la vida de su padre con quienes lo mantenían cautivo, comparte los capítulos más impactantes de esta historia en una entrevista con LA NACION.

La historia completa de José Siderman está documentada en El caso Siderman, escrito por Alberto Zuppi. Este libro no solo relata el calvario del protagonista y sus familiares, sino que también examina cómo este caso expuso temas fundamentales sobre los derechos humanos a nivel internacional.

Entre los hechos más desgarradores, se cuenta cómo Siderman fue secuestrado y torturado durante once días por el último gobierno militar, en un episodio marcado por el antisemitismo. Ante la persecución, los Siderman huyeron a Estados Unidos, dejando atrás su hogar y viéndose obligados a vender a precio de remate 57992 hectáreas de tierra y los activos de su empresa, INOSA.

Años después, José presentó una demanda en los Estados Unidos contra Argentina por tortura. El fallo reflejó el peso del caso Siderman como parte de un debate global sobre derechos humanos y justicia.

La batalla de Siderman trascendió lo personal, convirtiéndose en un emblema de resistencia ante la barbarie y en una referencia para el derecho internacional. Carlos, al narrar los episodios, ilumina la necesidad de preservar los principios fundamentales que nos definen como humanidad.

-Carlos, ¿quién era su padre?

-Mi padre, José Siderman, nació en Rosario, Argentina. Tenía un hermano, Sergio, con quien recibió el negocio de los pisos parquet una vez que mi abuelo se retiró. Sergio consiguió un gran campo en Tucumán donde compró la madera para los pisos de parquet. Entonces José, que es mi papá, viajó a Tucumán a comprar la madera. Pero en vez de comprar solo eso, compró todo un campo.

-¿Cómo fue su infancia?

-Tuvo una vida normal, aunque pasó muchos apuros por la economía. Luego tuvo 3 hijos, mis dos hermanas mayores y yo. Y me acuerdo que fueron algunos momentos muy duros financieramente, pero papá era un gran trabajador. Y eventualmente las cosas fueron mejor para él. Siempre construyó. Se hizo un hombre de bien, mucha gente se acuerda cómo él ayudaba y donaba. No era el hombre más adinerado de Tucumán, pero su riqueza era más visible que la de otros, ya que leías “Siderman” en muchos edificios. Siderman, Siderman, Siderman…

-¿Cómo es que lo secuestran la primera vez?

-En el año 1974, papá fue secuestrado por Montoneros. Fue muy duro porque uno no llega a entender noticias como esa… Necesitás que te lo repitan porque estás en un estado de no poder creer que algo así pueda pasar. Y fue a través de un llamado de teléfono de mi madre que me avisa que lo habían secuestrado. Yo trabajaba en la compañía de mi padre. Era mediodía, en el período de la siesta, mi padre estaba volviendo a su casa y ahí lo raptan, en una ruta rural.

-¿Cómo fueron los primeros días del secuestro?

-El mismo día nos pidieron un pago por el rescate. Recuerdo las emociones, los gritos… y la tranquilidad de mamá al verme. Eventualmente estaba solo y no podía concentrarme en qué es lo que debía hacer. Y en ese momento sonó el teléfono. La persona se introdujo como el captor, y dijo su nombre, “Capitán Correa”. Fue muy lacónico. Yo quería hacer preguntas. Estaba desesperado. Quería hablar con mi padre pero no hubo ningún tipo de respuesta. Solamente me dijo “empezás a juntar dinero si querés ver a tu padre en vida de vuelta”. Y cortó el teléfono. Esa fue toda la conversación. Pidieron 10 millones de dólares. Había dos puntos de importancia que se repetían. Uno era la pregunta “¿Cuánto juntaste hasta hoy?”. Ellos querían saber al momento del llamado, día por día, cuánto había juntado. Y el segundo punto era la frase “No estás haciendo suficiente, no te estás esforzando, vas a perder a tu padre”. Y cortaban el teléfono.

-¿En algún momento ofrecieron pruebas de vida?

-Sí, pero tardaron en darlas. Yo les repetía que quería pruebas de que mi padre estuviese vivo. “Pero lo vas a matar a tu padre”, me apuraban. “Tenés que contestarme lo que te pregunto. ¿Cuánto dinero juntaste hasta hoy?”, decían. Las pruebas llegaron de una forma muy lacónica: me hicieron ir a un café donde había un periódico del día con la firma de mi padre escrita encima del diario…

-¿En algún momento llamaron a la policía con la familia?

-No, porque Correa dijo que si la policía llegaba a tomar acción de esto, o el ejército, mi padre iba a ser inmediatamente liquidado. Yo tenía 23 años, quería a mi papá de vuelta. No iba a tomar ningún riesgo, por supuesto.

-¿De qué otras maneras juntó dinero?

-Hubo gente de la que nunca esperé nada, pero que me ayudó muchísimo. Hubo donaciones. Y por otro lado, una gran ayuda de la iglesia católica. Papá había hecho muchísimas donaciones y ayudas y una de ellas había sido un pedazo de tierra muy grande para construir una iglesia católica. Nosotros somos judíos. El monseñor Ferro, que en ese momento era muy conocido, se enteró del secuestro. A pesar de que yo no dije nada a los militares ni a la prensa ni nada, ya había salido “Siderman secuestrado” en la primera página del diario local, el diario La Gaceta. Pero yo no dije nada. Posiblemente los testigos que presenciaron el secuestro fueron a hablar. El monseñor Ferro llegó con joyas que tenía depositadas en la iglesia y dijo “no las vendas, pero úsalas para préstamo”. Sacá el dinero que puedas y después yo sé que algún día vas a recuperar las joyas y las vas a devolver. Él apareció y ayudó. Luego había otras instituciones que tenían miedo, a pesar de que la compañía estaba en muy buenas condiciones financieras; tenían miedo porque cualquier préstamo que ellos harían lo estaban haciendo realmente a una buena compañía pero manejada por un chico de 23 años. La seguridad del repago no era lo mismo que con un hombre como mi padre. Fue una montaña muy empinada.

-¿El dinero conseguido a través de las joyas fue suficiente?

-No, eran monedas.

-¿Eventualmente el pago se termina haciendo en el número que pide Montoneros? ¿O hay una negociación?

-Era imposible. Ellos corrían el riesgo del tiempo. Y la imposibilidad de conseguir una cantidad de dinero así, imagínate, para Tucumán… Cuando llamó Correa, al día siguiente, me preguntó cuánto juntaste. Otra vez lo mismo. Y otra vez no le contesté. E insistió, insistió. Y, por supuesto, yo tenía una emoción muy, muy alta. Entonces le dije de una forma muy determinante: “Usted lo tiene. Mi padre está en manos de ustedes y yo sé que he hecho lo mejor que puedo hacer por él, en conseguir el dinero que conseguí hasta hoy. Y si no es suficiente, el destino de él está en las manos de ustedes”. Y corté el teléfono. No lo cortó él, esta vez lo corté yo.

Pasa un largo minuto emotivo. Un silencio necesario que Carlos se toma para recomponerse y continuar la entrevista.

-¿Cuál fue la fecha exacta en la que su padre regresó a casa?

-Fue antes de la Navidad, en diciembre, 1974.

-¿Fue torturado?

-No, pero sufrió un daño mental muy grande.

-¿Cómo se recuperó la familia? ¿Cómo fue vivir después de eso?

-Mamá estaba tan contenta de tenerlo de vuelta… Ellos eran Romeo y Julieta. Ahí hubo un amor tan tan tan grande que no podían estar separados uno del otro. Un mes después, un día domingo, yo le dije a papá que era el momento de irnos de Argentina. Que era momento de vender todo e irnos. Y papá dijo “Absolutamente, no, ¿dónde vamos a ir? ¿dónde vas a encontrar amigos como los que tenés acá?”. En Argentina corríamos riesgo de sufrir otro secuestro por parte de otro grupo. Incluso la policía nos lo advirtió, pero mi padre no se quería ir.

-Y dos años luego, ocurre ese segundo secuestro, el 24 de marzo de 1976. ¿Por qué cree que ocurrió este segundo hecho?

-Sí, claro. Ser judío en esa época ya te marcaba, pero ser un judío rico te ponía directamente en la lista. El objetivo del gobierno militar era apropiarse de las propiedades de las familias judías adineradas. Eso no es algo exclusivo de mi padre: ocurrió en todos los campos de concentración que establecieron. Para ellos, si tenías dinero, automáticamente eras un blanco.

-¿Cómo fue el momento en el que se lo llevaron, ese 24 de marzo del 76?

-Todo ocurrió en el departamento de la ciudad, al lado de la Casa de Gobierno de Tucumán. Y lo sé por lo que contó mi mamá. Mirá, te lo explico como si estuviera viendo el lugar. La Casa de Gobierno está justo frente a la Plaza Independencia, y el departamento de mis padres estaba a una esquina de ahí. Horas antes del golpe militar, el 24 de marzo, se desplegó un cerco militar que abarcaba cuatro o cinco manzanas alrededor de la Casa de Gobierno. Nadie podía entrar ni salir. Ese cerco lo instalaron para “proteger” el edificio gubernamental, pero a la vez sirvió para controlar completamente la zona. Cuando el golpe ya era un hecho consumado, ese cerco se usó para coordinar acciones como la que ocurrió con mi papá. En la madrugada, escucharon golpes brutales en la puerta. Desde afuera, los militares gritaban: “¡Judío de mierda, abrí la puerta!”. Los gritos y las amenazas eran terribles. Cuando entraron, patearon todo. Saquearon el departamento. Se llevaron joyas, pequeños objetos de arte, todo lo que pudieran cargar. A mi mamá la encerraron en el baño. Golpearon a mi papá en el mismo departamento, para debilitarlo, para asegurarse de que no se resistiera. Apenas le dieron tiempo de vestirse. Solo le permitieron ponerse un pantalón y una camisa, nada más. Se lo llevaron así, sangrando, mientras mi mamá gritaba, pero no sirvió de nada. Estuvo detenido un poco más de una semana, creo, en el Departamento Central de Policía.

-¿Fue torturado?

-Sí. Mi papá contaba que reconocía las voces de las otras víctimas. Eran aullidos de gente que probablemente conocía, muchos de ellos de la colectividad judía. Otros eran personas que tenían dinero, empresarios. También había miembros de antiguos gobiernos peronistas; todos estaban ahí por alguna razón. A mi papá, antes de cualquier pregunta, lo ablandaban. Ese era su método. Y el ablandamiento no era otra cosa que torturas brutales. Le rompieron dos costillas a golpes. Le aplicaron picana eléctrica una y otra vez. Llegaron a derretirle un testículo con la picana. Tenía 66 años en ese entonces.

-¿Cómo es que sale liberado a la semana?

-Sabíamos que lo tenían en el Departamento Central de Policía. No había dudas, su ubicación estaba clara. La pregunta era cómo lograr que alguien con poder dentro de los militares me escuchara. Yo tenía apenas 25 años en ese momento, pero entendí que la única forma de llegar a él era encontrar a alguien con influencia. Empecé por contactar a familias influyentes de Tucumán. Sabía que esas conexiones podían abrir puertas. También recurrí a la Iglesia Católica, porque teníamos una relación previa con ellos, y en Tucumán, la iglesia es parte del poder. A través de ellos conseguí una reunión con un general que estaba a cargo de la ciudad en ese momento. No era Bussi, porque él estaba al mando de la provincia, pero este general tenía control de la ciudad.

-¿Cómo fue esa reunión?

-Desde el principio, supe que no iba a ser fácil. Mi nombre quedó registrado en el libro de entradas apenas llegué al cuartel. El edificio era imponente, con una gran escalera de mármol. Me hicieron esperar un rato hasta que un soldado fue a escoltarme. Subimos por esa escalera y golpeó en una puerta enorme de madera antes de que me permitieran entrar. El general estaba sentado detrás de un escritorio en un salón amplio, casi intimidante. Apenas levantó la vista. Parecía estar escribiendo, pero estoy seguro de que no estaba haciendo nada. Solo evitaba mirarme a la cara. Intenté hablar, pero me interrumpió con un gesto para que esperara. Después, sin mirarme, señaló una chaqueta militar que estaba sobre una silla cerca mío. Tenía manchas de sangre. Y me dijo: “Eso es sangre de un patriota. Un soldado que murió por la patria”. Entonces empezó a darme una lección sobre el sacrificio de los soldados. Lo interrumpí. Le dije que yo había ido para preguntar por mi padre. Le expliqué quién era, que había construido un barrio entero para suboficiales del Ejército. Pero él insistió con su discurso. En ese momento tuve que ser directo. Le dije que sabía que tenían a mi padre, que lo habían secuestrado. Él lo negó. Afirmó que no estaba en su poder. Tuve que contradecirlo. Fue una conversación tensa, y le advertí que nuestra familia tenía conexiones en Estados Unidos. Que se sabría lo que estaban haciendo, que el mundo conocería los atropellos y los campos de concentración que tenían en el país. Dije así: “campos de concentración”, y su expresión cambió. Se levantó, me miró fijo y me dijo: “Márchese”. Y me fui.

José Siderman fue liberado pocos días después. Le dieron 24 horas para irse del país.

“Mi papá llegó a Estados Unidos en medio de una persecución tremenda a toda la familia. Hubo persecución acá, hubo riesgos muy altos. Él se convirtió en la primera persona en Estados Unidos en hablar de lo que estaba pasando en la Argentina. Se sentía responsable por hacer al mundo conocer esta gente que murió a la par de él”, explica Carlos.

“Argentina, luego, hizo una petición de extradición y consiguió que las cortes escucharan el caso en Estados Unidos. La dictadura decía que ‘Siderman había hecho un vaciamiento de empresas’, que quiere decir que se había llevado el dinero de las compañías y la había dejado a la compañía sin nada de capital. Eso fue totalmente irreal y fácil de probar. El caso terminó en que no había tal cosa”, agrega.

Sin embargo, lo más insólito aún estaba por llegar. Después de todo lo que había vivido, después de ser secuestrado dos veces, lo que parecía imposible ocurrió: en una fiesta familiar en Italia, donde lo habían invitado a pasar un tiempo con parientes, después de haber sorteado tantas adversidades, lo detuvieron allí, de manera completamente inesperada. La sensación de que todo había terminado, solo para encontrarse atrapado una vez más, es casi indescriptible.

-¿Por qué su padre terminó preso en Italia?

-Fue el día del atentado a Juan Pablo II. Papá estaba en un motel. Los policías golpearon la puerta, la abrieron, lo agarraron y se lo llevaron. Mamá se volvió histérica, pensando que lo habían secuestrado de nuevo. No había ninguna razón para que se lo llevaran sin explicación.

-¿Estaban buscando a alguien en particular?

-No, lo que pasó fue que, después del atentado, Italia se volvió loca tratando de encontrar a todos los posibles cómplices del acto. Cualquier persona que pudiera haber estado vinculada con él era un objetivo. Entonces, ¿qué hicieron? Revisaron la lista de personas con pedidos de extradición de otros países y ahí lo encontraron: “Ah, aquí hay uno, Siderman. Tiene un pedido de extradición de Argentina. Hay que levantarlo”.

-¿Cómo se desarrolló esa detención?

-Fue bastante horrible, como te podés imaginar. Lo llevaron a una de las cárceles más antiguas de Italia. Una cárcel común, donde compartís celda con 10 u 11 prisioneros. No te dan de comer, la comida no está preparada, tenés que cocinarla vos mismo. Nos reíamos en casa porque él te quemaba el agua. Nunca había cocinado nada. Entonces, imaginate… Pero enseguida entabló una buena relación con todos los criminales con los que estaba y ellos fueron los que le cocinaban.

Financieramente yo perdí todo, lo que había hecho hasta ese momento se evaporó y casi tuve que empezar de vuelta, porque yo me pasaba mi tiempo en Washington, yendo y viniendo, gastando dinero en tratar de conseguir abogados que ayudaran a liberar a mi padre

Carlos Siderman

-¿Cuánto tiempo estuvo en esa cárcel?

-Meses.

-¿Y con qué explicación lo tuvieron tanto tiempo?

-Por suerte, porque la otra opción era que lo subieran al avión de inmediato, lo enviaran a Argentina y acá lo mataran. Así que todos los movimientos legales que tuvo que hacer para quedarse en Italia, y no ser deportado, le dieron tiempo a su abogado para preparar el caso, aunque realmente no había muchas pruebas en contra suyo. Mientras tanto yo en Estados Unidos peleaba con el Departamento de Estado para que hicieran algo para sacarlo de la cárcel y llevarlo de vuelta a EE.UU.

-¿Y cómo manejó él esa situación?

-Lo más impresionante fue cómo él defendió su caso. Tenía una opción, que era salir de Italia sin tener que confrontar a la corte ni arriesgarse. Pero no quiso: decidió quedarse. A mí me hicieron un ofrecimiento en el consulado de los Estados Unidos en Milán. Unos agentes me mostraron un pasaporte israelí con la foto de mi papá, pero con un nombre cambiado. A la mañana siguiente lo iban a sacar de Italia con ese pasaporte hacia Israel, y desde ahí, él volvería a EE. UU. con su propia identificación.

-¿Su padre se negó?

-Esa noche, cuando hablé con él, me dijo: “No, yo no me voy, yo no voy a poner en juego mi buen nombre”. Me habían dicho que no podía hablar con él hasta tarde, porque el vuelo era muy temprano al día siguiente. Tenían miedo de que él hiciera algún comentario que arruinara todo, así que querían mantener el secreto máximo. Entonces lo vi bien tarde, y le dije: “Papá, tenemos la solución”. Él me miró y preguntó: “¿Qué solución?”. “Mañana vas a estar fuera de Italia”. “¿Cómo?”. Se enojó. “¡Vos no sos mi hijo!”. Y fue así que él quedó en libertad de la manera que él quería.

-Finalmente, su padre demandó a la República Argentina.

-Él, al quedar en libertad, ya no era un hombre tranquilo ni una víctima: tenía sangre en los ojos y quería revancha. En 1982, presenta una demanda.

-¿Cómo es el paso a paso de ese caso?

-Papá ya hablaba un poco de inglés, pero no suficiente como para entrevistar abogados o elegirlos. No había mucha conciencia de lo que significaba realmente pedir algo así, no entendía la magnitud de lo que significaba demandar a un país. Y él aprende, o aprendemos los dos, porque yo le traducía, que no es tan fácil demandar a la Argentina. No solo no es fácil, sino que es prácticamente imposible. Primero, no teníamos dinero. Cuando íbamos a los abogados, lo primero que preguntaban era: “¿Cómo van a pagar?”. Y después nos decían: “Es imposible”. También hablaban de inmunidad soberana. No podés demandar a un país si el país está protegido por inmunidad soberana.

-¿Y cómo se resolvió?

-En la Corte Suprema de Estados Unidos, donde se inició. Este fue el primer caso en Estados Unidos donde se perforó la inmunidad soberana. Y el abogado en realidad no era un abogado tradicional, era mi papá. Él fue quien creó esa estrategia. Y el Estado, para no quedar mal, llegó a un arreglo con el particular.

-¿Su padre aceptó el arreglo?

-Sí. Porque te imaginás que no se trataba de dinero, jamás fue por dinero, sino por principios. Ya había una decisión favorable en el nuevo circuito de la Corte de Estados Unidos. Ya le habían dado en una apelación el derecho a lo que él pedía. O sea, no hacía falta un juicio final. Hoy en día hay más de 2000 casos que se han basado en el caso Siderman, el nuestro, para poder demandar a otros países. Y hay casos muy conocidos, como el de la película The Woman in Gold, que recibió muchísimos premios. Esa película trata sobre cómo una familia en EE. UU. demandó a Austria por la recuperación de los cuadros robados. En los créditos de esa película, le dan crédito a la familia Siderman.

-¿Cómo siguió la vida de su padre hasta sus últimos días? Y por otro lado, ¿cómo surgió la idea de la beca Fulbright-José Siderman?

-Fue un hombre muy sencillo, toda su vida. Muy, muy sencillo. Muy simple. Nadie que lo conociera dejaba de considerarlo un amigo. Y cuando terminó el juicio, volvió a ser quien siempre fue. O sea, vivió una vida muy sencilla después de ganar el juicio en Estados Unidos. Se levantaba por la mañana y hacía su camino solo. Iba a la playa a caminar solo. Y volvió a ser él mismo. Vivió seis años más en paz, de manera sencilla, simple. Cariñosísimo. Siempre te saludaba con una sonrisa, como si no te hubiera visto en años. Lo de la beca surgió porque no importa cuánto dinero tengas o no tengas. Lo que importa es educar a las masas… educar a las masas a través de líderes. Y la idea era crear una beca para líderes. Para mí, un líder es una persona que se dedica a estudiar y a trabajar por los derechos humanos. Hay mucha gente joven que dedica los mejores años de su vida a los derechos humanos. Entonces creamos la beca Siderman Fulbright en la Universidad Southwestern, que es una gran universidad.

-¿Y cómo sigue ese programa hoy en día?

-Hoy en día, si vas a Fulbright, ellos te dirán que es uno de los mejores programas que tienen entre Argentina y Estados Unidos. No lo quieren tocar, no le quieren subir el precio, no quieren hacer nada. Solo quieren que ese programa se mantenga. Las personas que han pasado por ese programa… ya van 18 años o algo así… han hecho un trabajo increíble en derechos humanos. No te imaginas lo que han logrado. El concepto de la beca fue educar a personas que son líderes para que a su vez eduquen a las masas. El impacto ha sido perfecto en muchos niveles. Por ejemplo, uno de ellos fue secretario de Derechos Humanos en gobiernos anteriores, y terminó representando a Argentina en las Naciones Unidas en Suiza. Otro ha defendido a los indios de Chiapas en México, otro ha defendido a los indocumentados de diferentes países, personas a las que los gobiernos no les reconocen la ciudadanía. Han hecho obras extraordinarias. No puedo estar más lleno de satisfacción.

 La historia de un empresario que desafió la barbarie, enfrentó la persecución y llevó a Argentina a los tribunales internacionales, marcando un hito en la defensa de los derechos humanos  LA NACION

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