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Desafíos familiares en vacaciones: desconectar para conectar

El exceso de tecnología está transformando la vida de niños y adolescentes y es importante reflexionar sobre algunas de las consecuencias que esto trae en la emocionalidad y el desarrollo de niños, niñas y adolescentes.

Investigaciones recientes han comprobado cómo el exceso en el uso de tecnología -promedios de 5 o 6 horas diarias en chicos y chicas jóvenes- puede generar conductas problemáticas o adictivas. Este tipo de consumo afecta el sueño, provoca alteraciones emocionales y conduce a lo que llamamos anhedonia, una incapacidad para disfrutar de actividades cotidianas.

En este contexto, el verano representa un desafío muy grande. Durante esta época, los chicos y chicas pasan muchas horas sin la estructura de la escolaridad, pero al mismo tiempo se les presenta una enorme oportunidad: realizar actividades con otros, ya sea en familia, en colonias o en entornos vacacionales. Es un momento clave para que las familias generen experiencias alejadas de la tecnología, explorando actividades al aire libre o formas de relacionamiento que promuevan mirar el paisaje y el entorno.

Estas prácticas no solo fomentan el disfrute de actividades diferentes, sino que también ayudan a superar la sensación de que la tecnología es imprescindible. Si logramos no depender de ella en ciertos momentos, como traslados o actividades al aire libre, podemos empezar a medir su impacto positivo. Hablamos de un momento para redescubrir el valor de las interacciones humanas y la belleza del mundo real.

Hace años comenzamos a utilizar un concepto de “desconectar para conectar”. Esto no implica eliminar la tecnología por completo, sino limitar su uso a actividades específicas, como buscar información o ubicaciones, mientras se evita su presencia en momentos de entretenimiento, disfrute y conexión con los demás. Por ejemplo, familias que viajan juntas podrían acordar no usar dispositivos y reemplazarlos por juegos, charlas o actividades compartidas.

En experiencias previas con colegios de nuestra red, hemos implementado este tipo de acuerdos durante viajes. Logramos que nuestros estudiantes no lleven dispositivos a viajes significativos y se lograron experiencias y vivencias muy importantes sin tecnología, que luego fueron capitalizadas como aprendizajes de lo que me pierdo si estoy conectado.

Los resultados fueron notables: muchos chicos expresaron que volvieron a conectar con sus compañeros, escucharon voces de personas que no habían notado antes, y descubrieron que no extrañaban las redes sociales. Incluso comentaron que no sintieron ganas de comprar o consumir al estar alejados de plataformas como Instagram, que constantemente los bombardean con publicidad.

Estas situaciones también permitieron revalorizar aspectos de la vida cotidiana que parecían perdidos. Este redescubrimiento ocurre solo cuando se experimenta realmente. Por eso, es esencial medir el impacto de estas iniciativas: ¿qué hicimos diferente? ¿De qué hablamos? ¿Qué descubrimos? Estas preguntas no solo guían el proceso, sino que también nos permiten reflexionar sobre los beneficios de una convivencia más consciente y equilibrada con la tecnología.

Fundador de la Red Educativa Itínere y de la Asociación Civil HUB; finalista de Latin America Education Medal

El exceso de tecnología está transformando la vida de niños y adolescentes y es importante reflexionar sobre algunas de las consecuencias que esto trae en la emocionalidad y el desarrollo de niños, niñas y adolescentes.

Investigaciones recientes han comprobado cómo el exceso en el uso de tecnología -promedios de 5 o 6 horas diarias en chicos y chicas jóvenes- puede generar conductas problemáticas o adictivas. Este tipo de consumo afecta el sueño, provoca alteraciones emocionales y conduce a lo que llamamos anhedonia, una incapacidad para disfrutar de actividades cotidianas.

En este contexto, el verano representa un desafío muy grande. Durante esta época, los chicos y chicas pasan muchas horas sin la estructura de la escolaridad, pero al mismo tiempo se les presenta una enorme oportunidad: realizar actividades con otros, ya sea en familia, en colonias o en entornos vacacionales. Es un momento clave para que las familias generen experiencias alejadas de la tecnología, explorando actividades al aire libre o formas de relacionamiento que promuevan mirar el paisaje y el entorno.

Estas prácticas no solo fomentan el disfrute de actividades diferentes, sino que también ayudan a superar la sensación de que la tecnología es imprescindible. Si logramos no depender de ella en ciertos momentos, como traslados o actividades al aire libre, podemos empezar a medir su impacto positivo. Hablamos de un momento para redescubrir el valor de las interacciones humanas y la belleza del mundo real.

Hace años comenzamos a utilizar un concepto de “desconectar para conectar”. Esto no implica eliminar la tecnología por completo, sino limitar su uso a actividades específicas, como buscar información o ubicaciones, mientras se evita su presencia en momentos de entretenimiento, disfrute y conexión con los demás. Por ejemplo, familias que viajan juntas podrían acordar no usar dispositivos y reemplazarlos por juegos, charlas o actividades compartidas.

En experiencias previas con colegios de nuestra red, hemos implementado este tipo de acuerdos durante viajes. Logramos que nuestros estudiantes no lleven dispositivos a viajes significativos y se lograron experiencias y vivencias muy importantes sin tecnología, que luego fueron capitalizadas como aprendizajes de lo que me pierdo si estoy conectado.

Los resultados fueron notables: muchos chicos expresaron que volvieron a conectar con sus compañeros, escucharon voces de personas que no habían notado antes, y descubrieron que no extrañaban las redes sociales. Incluso comentaron que no sintieron ganas de comprar o consumir al estar alejados de plataformas como Instagram, que constantemente los bombardean con publicidad.

Estas situaciones también permitieron revalorizar aspectos de la vida cotidiana que parecían perdidos. Este redescubrimiento ocurre solo cuando se experimenta realmente. Por eso, es esencial medir el impacto de estas iniciativas: ¿qué hicimos diferente? ¿De qué hablamos? ¿Qué descubrimos? Estas preguntas no solo guían el proceso, sino que también nos permiten reflexionar sobre los beneficios de una convivencia más consciente y equilibrada con la tecnología.

Fundador de la Red Educativa Itínere y de la Asociación Civil HUB; finalista de Latin America Education Medal

 El exceso de tecnología está transformando la vida de niños y adolescentes y es importante reflexionar sobre algunas de las consecuencias que esto trae en la emocionalidad y el desarrollo de niños, niñas y adolescentes. Investigaciones recientes han comprobado cómo el exceso en el uso de tecnología -promedios de 5 o 6 horas diarias en chicos y chicas jóvenes- puede generar conductas problemáticas o adictivas. Este tipo de consumo afecta el sueño, provoca alteraciones emocionales y conduce a lo que llamamos anhedonia, una incapacidad para disfrutar de actividades cotidianas.En este contexto, el verano representa un desafío muy grande. Durante esta época, los chicos y chicas pasan muchas horas sin la estructura de la escolaridad, pero al mismo tiempo se les presenta una enorme oportunidad: realizar actividades con otros, ya sea en familia, en colonias o en entornos vacacionales. Es un momento clave para que las familias generen experiencias alejadas de la tecnología, explorando actividades al aire libre o formas de relacionamiento que promuevan mirar el paisaje y el entorno.Estas prácticas no solo fomentan el disfrute de actividades diferentes, sino que también ayudan a superar la sensación de que la tecnología es imprescindible. Si logramos no depender de ella en ciertos momentos, como traslados o actividades al aire libre, podemos empezar a medir su impacto positivo. Hablamos de un momento para redescubrir el valor de las interacciones humanas y la belleza del mundo real.Hace años comenzamos a utilizar un concepto de “desconectar para conectar”. Esto no implica eliminar la tecnología por completo, sino limitar su uso a actividades específicas, como buscar información o ubicaciones, mientras se evita su presencia en momentos de entretenimiento, disfrute y conexión con los demás. Por ejemplo, familias que viajan juntas podrían acordar no usar dispositivos y reemplazarlos por juegos, charlas o actividades compartidas.En experiencias previas con colegios de nuestra red, hemos implementado este tipo de acuerdos durante viajes. Logramos que nuestros estudiantes no lleven dispositivos a viajes significativos y se lograron experiencias y vivencias muy importantes sin tecnología, que luego fueron capitalizadas como aprendizajes de lo que me pierdo si estoy conectado.Los resultados fueron notables: muchos chicos expresaron que volvieron a conectar con sus compañeros, escucharon voces de personas que no habían notado antes, y descubrieron que no extrañaban las redes sociales. Incluso comentaron que no sintieron ganas de comprar o consumir al estar alejados de plataformas como Instagram, que constantemente los bombardean con publicidad.Estas situaciones también permitieron revalorizar aspectos de la vida cotidiana que parecían perdidos. Este redescubrimiento ocurre solo cuando se experimenta realmente. Por eso, es esencial medir el impacto de estas iniciativas: ¿qué hicimos diferente? ¿De qué hablamos? ¿Qué descubrimos? Estas preguntas no solo guían el proceso, sino que también nos permiten reflexionar sobre los beneficios de una convivencia más consciente y equilibrada con la tecnología.Fundador de la Red Educativa Itínere y de la Asociación Civil HUB; finalista de Latin America Education Medal  LA NACION

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