El cauce adecuado para la imaginación
Solemos creer que una de las principales barreras por las que no logramos innovar es porque no tenemos tiempo para pensar. ¿Y si, en cambio, fuera justamente todo lo que pensamos lo que no nos permite concebir algo nuevo? Esta es una de las preguntas que dispara Duncan Wardle, creativo y ex director de Creatividad e Innovación de Disney, en su nuevo libro El emporio de la Imaginación, recetas creativas para la innovación. Su promesa desde la tapa es que este “no es un libro de negocios más y la cumple, porque armó un verdadero manual diario manual lleno de ideas y trucos para que nuestras ideas y la creatividad puedan transformarse en innovación aplicada que aporte valor.
“Generación T”, a los que nos toca moldear el futuro
Wardle describe a nuestro “río de pensamientos” como un caudal que contiene toda nuestra experiencia y especialización. Y cuanto más tiempo pasamos en nuestra industria o en nuestro rol, más rápido, profundo y ancho es ese río. “Pero, ¿adivinen qué? En los últimos cuatro años pasó mucho que nos demostró que ya no podemos pensar como lo hacíamos antes”, dice. Y es ese río el que hay que abandonar para poder ver otros paisajes e imaginar nuevas preguntas. El creativo invoca la famosa declaración de Einstein de que “la imaginación es más importante que el conocimiento” como principio rector. Señala que el conocimiento, aunque valioso, a menudo crea límites. “El conocimiento se interpone en el camino de la imaginación”, dice, argumentando que la experiencia y las experiencias pasadas moldean nuestros pensamientos que limitan nuestra capacidad de ver nuevas posibilidades.
Para romper con la inercia de lo conocido explica cómo habilitar la pregunta “¿Y SI…?” que permite a los equipos romper metafóricamente todas las reglas de su industria (sus ríos conocidos) y generar nuevas geografías. Otro mito que busca desterrar: no se puede innovar sin recursos o en ambientes muy regulados. “Si los recursos nos hicieran creativos, los niños serían las personas menos creativas del planeta y son las personas más imaginativas que jamás conoceremos”, sostiene. El mensaje para quienes trabajan en sectores muy regulados, como la banca, laboratorios, etc, es igual de directo: la creatividad prospera especialmente en condiciones de restricción.
Claro que el camino de la innovación no es llano, sino que suele estar plagado de resistencias y obstáculos imprevistos. Recuerda haber lanzado la idea de enviar a Buzz Lightyear al espacio, idea que enfrentó un intenso escrutinio por parte de la NASA, donde muchos se oponían. Wardle persistió, porque creía que la historia del sueño de Buzz de volar resonaría mucho más allá de la marca Disney. La valentía en la propuesta, el coraje en la defensa y la perseverancia con lo que se quiere son cruciales. “Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, probablemente tengas razón”, dice, citando a Henry Ford. Su emporio de la imaginación invita a crear una cultura en la que la creatividad no sea un evento, sino un hábito.
Solemos creer que una de las principales barreras por las que no logramos innovar es porque no tenemos tiempo para pensar. ¿Y si, en cambio, fuera justamente todo lo que pensamos lo que no nos permite concebir algo nuevo? Esta es una de las preguntas que dispara Duncan Wardle, creativo y ex director de Creatividad e Innovación de Disney, en su nuevo libro El emporio de la Imaginación, recetas creativas para la innovación. Su promesa desde la tapa es que este “no es un libro de negocios más y la cumple, porque armó un verdadero manual diario manual lleno de ideas y trucos para que nuestras ideas y la creatividad puedan transformarse en innovación aplicada que aporte valor.
“Generación T”, a los que nos toca moldear el futuro
Wardle describe a nuestro “río de pensamientos” como un caudal que contiene toda nuestra experiencia y especialización. Y cuanto más tiempo pasamos en nuestra industria o en nuestro rol, más rápido, profundo y ancho es ese río. “Pero, ¿adivinen qué? En los últimos cuatro años pasó mucho que nos demostró que ya no podemos pensar como lo hacíamos antes”, dice. Y es ese río el que hay que abandonar para poder ver otros paisajes e imaginar nuevas preguntas. El creativo invoca la famosa declaración de Einstein de que “la imaginación es más importante que el conocimiento” como principio rector. Señala que el conocimiento, aunque valioso, a menudo crea límites. “El conocimiento se interpone en el camino de la imaginación”, dice, argumentando que la experiencia y las experiencias pasadas moldean nuestros pensamientos que limitan nuestra capacidad de ver nuevas posibilidades.
Para romper con la inercia de lo conocido explica cómo habilitar la pregunta “¿Y SI…?” que permite a los equipos romper metafóricamente todas las reglas de su industria (sus ríos conocidos) y generar nuevas geografías. Otro mito que busca desterrar: no se puede innovar sin recursos o en ambientes muy regulados. “Si los recursos nos hicieran creativos, los niños serían las personas menos creativas del planeta y son las personas más imaginativas que jamás conoceremos”, sostiene. El mensaje para quienes trabajan en sectores muy regulados, como la banca, laboratorios, etc, es igual de directo: la creatividad prospera especialmente en condiciones de restricción.
Claro que el camino de la innovación no es llano, sino que suele estar plagado de resistencias y obstáculos imprevistos. Recuerda haber lanzado la idea de enviar a Buzz Lightyear al espacio, idea que enfrentó un intenso escrutinio por parte de la NASA, donde muchos se oponían. Wardle persistió, porque creía que la historia del sueño de Buzz de volar resonaría mucho más allá de la marca Disney. La valentía en la propuesta, el coraje en la defensa y la perseverancia con lo que se quiere son cruciales. “Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, probablemente tengas razón”, dice, citando a Henry Ford. Su emporio de la imaginación invita a crear una cultura en la que la creatividad no sea un evento, sino un hábito.
El camino de la innovación no es llano, sino que suele estar plagado de resistencias y obstáculos imprevistos LA NACION