La Resistencia apagada: esta vez, Trump enfrenta una oposición resignada ante su resonante retorno al poder
WASHINGTON.- Un día después de que Donald Trump juró en las escalinatas del Capitolio y asumió la presidencia de Estados Unidos en 2017, cientos de miles de mujeres, hombres y niños cubrieron el Mall de Washington en la Marcha de las Mujeres, una de las mayores protestas en la historia del país. Una nueva manifestación, llamada la “Marcha del Pueblo”, ha sido convocada ahora por las mismas organizaciones para el próximo 18 de enero, dos días antes de que Trump inaugure su segundo mandato. Esta vez, nadie espera tanta gente.
La Marcha de las Mujeres fue en su momento demostración más contundente de “La Resistencia”, el enérgico movimiento de oposición a Trump hace ocho años que movilizó a medio país, perplejo y enfurecido por su victoria ante Hillary Clinton y su llegada a la Casa Blanca. Esta vez, el clima es diferente. Ya sea porque el triunfo de Trump fue más previsible –y además mucho más contundente–, por cansancio, desánimo o apatía, o porque el país se habituó a Trump, o por un repliegue a la espera de futuras batallas, “La Resistencia” parece ahora apagada, enmudecida, desconectada, presa de la resignación.
“La presidencia de Trump ya no es la novedad y la sorpresa que fue en 2016. Creo que ese es realmente el elefante en la habitación”, dijo a LA NACION Lisa Mueller, profesora de ciencias políticas de Macalester College y experta en movimientos sociales.
A diferencia de 2016, cuando Trump perdió el voto popular ante Hillary Clinton, pero ganó la presidencia al capturar el colegio electoral gracias a un estrecho margen de 100.000 votos en Michigan, Wisconsin y Pensilvania, este año Trump hizo su mejor elección, y ganó de manera categórica. Amplió su coalición, sacó una diferencia de más de dos millones de votos respecto de Kamala Harris, se impuso en todos los estados pendulares, o “swing states”, y corrió todo el mapa a la derecha. Los republicanos, además, se quedaron con ambas cámaras en el Congreso. Una victoria total.
Para Mueller, la primera ola de resistencia a Trump fue una expresión de catarsis colectiva ante una victoria de Trump que muchos realmente no vieron venir, y les costó muchísimo digerir. La reacción creó una coalición antitrumpista diversa, que incluyó a activistas de larga data y organizaciones civiles establecidas con gente que jamás había salido a la calle, y demócratas y republicanos desencantados que abandonaron el Grand Old Party. El movimiento combinó banderas a favor de los derechos de las mujeres, el acceso al aborto, los inmigrantes, los refugiados –varios locales comerciales Washington pegaron en sus vidrieras cárteles que decían: “Refugiados bienvenidos”– o la lucha contra el cambio climático, entre otras causas. Pero Mueller apunta que esa diversidad puede convertirse en un talón de Aquiles porque “confunde el mensaje del movimiento”. Esa multiplicidad de demandas, continúa, puede terminar en menos resultados concretos, y eso al final socava el empuje de la coalición.
“Cuando los activistas no ven que la aguja se mueve en la dirección que desean, comprensiblemente pierden motivación y el movimiento puede perder fuerza”, completa.
Jen Psaki, quien trabajó para los gobiernos de Barack Obama y Joe Biden y ahora tiene su propio programa en la cadena de televisión MSNBC, afín a los demócratas, dijo en un evento reciente en Washington que la gente que votó por Harris está, simplemente, exhausta de pelear, y lógicamente desilusionada con el desenlace de la elección. Muchos demócratas ya venían además desencantados también con el gobierno de Biden. Trump ha sido una alta figura política desde hace ocho años que ha tenido un rol central en las últimas cinco elecciones, y luego de tres derrotas consecutivas, consiguió su victoria más rotunda, con sabor a revancha, en su última elección –asumiendo que no intentará alterar las reglas impuestas por la constitución–, y a pesar del coro de advertencias sobre el futuro institucional del país, la democracia, y aun cuando se lo llamó abiertamente un “fascista”. El Partido Demócrata también quedó abatido, en busca de una reconstrucción.
“Los demócratas están deprimidos y divididos. Ni siquiera podemos ponernos de acuerdo sobre por qué perdió Harris, y mucho menos sobre el camino a seguir”, dijo Dan Pfeiffer, anfitrión del podcast Pod Save America y una de las voces de alto perfil del universo Obama, en uno de sus últimos newsletters.
Mitchell Brown, politóloga y profesora de la Universidad Auburn de Alabama, dijo a LA NACION que hace ocho años la gente estaba galvanizada por la enorme conmoción que generó el ascenso de Trump. Muchas ciudades vieron protestas apenas días después de la elección bajo el grito: “¡No es mi presidente!”. Y la derrota de Trump en el voto popular enervó todavía más los ánimos. Pero ahora Trump ganó en todos los frentes. Para Brown, Trump ha sido “normalizado”.
“Y lo que ha quedado claro en los últimos ocho años es que, por la razón que sea, una mayoría de estadounidenses, aun si no participan en el mismo comportamiento que Trump, o incluso si no condonan ni aprueban ese comportamiento, están dispuestos al menos a dejarlo pasar y seguir apoyándolo”, indicó Brown. “Su comportamiento personal se ha normalizado. Hay un proceso psicológico llamado habituación. La primera vez que algo anormal, es impactante. La segunda sigue siendo perturbador. La tercera estás más acostumbrado, y después de unas cuantas veces más es como, bueno, okay, es así”, describió.
Detrás del letargo reinante, muchas organizaciones civiles que estuvieron en la trinchera durante los primeros cuatro años de Trump en la Casa Blanca han prometido seguir en la pelea. Mueller dijo que una de las características de los movimientos sociales es que son muy difíciles de predecir. El asesinato de George Floyd, en 2020, despertó una ola histórica de protestas que regeneró la mística del Movimiento de los Derechos Civiles de los 60. La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, según sus siglas en inglés) dijo tras la elección que una segunda administración trumpista representa “un peligro claro y presente” para las instituciones demócratas, y que la organización tomará cartas en el asunto apenas Trump preste juramente al cargo por segunda vez.
Alexis McGill Johnson, presidenta y directora ejecutiva de Planned Parenthood Action Fund, la principal organización defensora del acceso al aborto en el país difundió un largo comunicado en el que adelantó que la organización seguirá peleando por los derechos de las mujeres “estado por estado, boleta por boleta”.
“Esto no ha terminado. Nunca nos hemos echado atrás en una lucha, y nunca lo haremos”, prometió.
WASHINGTON.- Un día después de que Donald Trump juró en las escalinatas del Capitolio y asumió la presidencia de Estados Unidos en 2017, cientos de miles de mujeres, hombres y niños cubrieron el Mall de Washington en la Marcha de las Mujeres, una de las mayores protestas en la historia del país. Una nueva manifestación, llamada la “Marcha del Pueblo”, ha sido convocada ahora por las mismas organizaciones para el próximo 18 de enero, dos días antes de que Trump inaugure su segundo mandato. Esta vez, nadie espera tanta gente.
La Marcha de las Mujeres fue en su momento demostración más contundente de “La Resistencia”, el enérgico movimiento de oposición a Trump hace ocho años que movilizó a medio país, perplejo y enfurecido por su victoria ante Hillary Clinton y su llegada a la Casa Blanca. Esta vez, el clima es diferente. Ya sea porque el triunfo de Trump fue más previsible –y además mucho más contundente–, por cansancio, desánimo o apatía, o porque el país se habituó a Trump, o por un repliegue a la espera de futuras batallas, “La Resistencia” parece ahora apagada, enmudecida, desconectada, presa de la resignación.
“La presidencia de Trump ya no es la novedad y la sorpresa que fue en 2016. Creo que ese es realmente el elefante en la habitación”, dijo a LA NACION Lisa Mueller, profesora de ciencias políticas de Macalester College y experta en movimientos sociales.
A diferencia de 2016, cuando Trump perdió el voto popular ante Hillary Clinton, pero ganó la presidencia al capturar el colegio electoral gracias a un estrecho margen de 100.000 votos en Michigan, Wisconsin y Pensilvania, este año Trump hizo su mejor elección, y ganó de manera categórica. Amplió su coalición, sacó una diferencia de más de dos millones de votos respecto de Kamala Harris, se impuso en todos los estados pendulares, o “swing states”, y corrió todo el mapa a la derecha. Los republicanos, además, se quedaron con ambas cámaras en el Congreso. Una victoria total.
Para Mueller, la primera ola de resistencia a Trump fue una expresión de catarsis colectiva ante una victoria de Trump que muchos realmente no vieron venir, y les costó muchísimo digerir. La reacción creó una coalición antitrumpista diversa, que incluyó a activistas de larga data y organizaciones civiles establecidas con gente que jamás había salido a la calle, y demócratas y republicanos desencantados que abandonaron el Grand Old Party. El movimiento combinó banderas a favor de los derechos de las mujeres, el acceso al aborto, los inmigrantes, los refugiados –varios locales comerciales Washington pegaron en sus vidrieras cárteles que decían: “Refugiados bienvenidos”– o la lucha contra el cambio climático, entre otras causas. Pero Mueller apunta que esa diversidad puede convertirse en un talón de Aquiles porque “confunde el mensaje del movimiento”. Esa multiplicidad de demandas, continúa, puede terminar en menos resultados concretos, y eso al final socava el empuje de la coalición.
“Cuando los activistas no ven que la aguja se mueve en la dirección que desean, comprensiblemente pierden motivación y el movimiento puede perder fuerza”, completa.
Jen Psaki, quien trabajó para los gobiernos de Barack Obama y Joe Biden y ahora tiene su propio programa en la cadena de televisión MSNBC, afín a los demócratas, dijo en un evento reciente en Washington que la gente que votó por Harris está, simplemente, exhausta de pelear, y lógicamente desilusionada con el desenlace de la elección. Muchos demócratas ya venían además desencantados también con el gobierno de Biden. Trump ha sido una alta figura política desde hace ocho años que ha tenido un rol central en las últimas cinco elecciones, y luego de tres derrotas consecutivas, consiguió su victoria más rotunda, con sabor a revancha, en su última elección –asumiendo que no intentará alterar las reglas impuestas por la constitución–, y a pesar del coro de advertencias sobre el futuro institucional del país, la democracia, y aun cuando se lo llamó abiertamente un “fascista”. El Partido Demócrata también quedó abatido, en busca de una reconstrucción.
“Los demócratas están deprimidos y divididos. Ni siquiera podemos ponernos de acuerdo sobre por qué perdió Harris, y mucho menos sobre el camino a seguir”, dijo Dan Pfeiffer, anfitrión del podcast Pod Save America y una de las voces de alto perfil del universo Obama, en uno de sus últimos newsletters.
Mitchell Brown, politóloga y profesora de la Universidad Auburn de Alabama, dijo a LA NACION que hace ocho años la gente estaba galvanizada por la enorme conmoción que generó el ascenso de Trump. Muchas ciudades vieron protestas apenas días después de la elección bajo el grito: “¡No es mi presidente!”. Y la derrota de Trump en el voto popular enervó todavía más los ánimos. Pero ahora Trump ganó en todos los frentes. Para Brown, Trump ha sido “normalizado”.
“Y lo que ha quedado claro en los últimos ocho años es que, por la razón que sea, una mayoría de estadounidenses, aun si no participan en el mismo comportamiento que Trump, o incluso si no condonan ni aprueban ese comportamiento, están dispuestos al menos a dejarlo pasar y seguir apoyándolo”, indicó Brown. “Su comportamiento personal se ha normalizado. Hay un proceso psicológico llamado habituación. La primera vez que algo anormal, es impactante. La segunda sigue siendo perturbador. La tercera estás más acostumbrado, y después de unas cuantas veces más es como, bueno, okay, es así”, describió.
Detrás del letargo reinante, muchas organizaciones civiles que estuvieron en la trinchera durante los primeros cuatro años de Trump en la Casa Blanca han prometido seguir en la pelea. Mueller dijo que una de las características de los movimientos sociales es que son muy difíciles de predecir. El asesinato de George Floyd, en 2020, despertó una ola histórica de protestas que regeneró la mística del Movimiento de los Derechos Civiles de los 60. La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, según sus siglas en inglés) dijo tras la elección que una segunda administración trumpista representa “un peligro claro y presente” para las instituciones demócratas, y que la organización tomará cartas en el asunto apenas Trump preste juramente al cargo por segunda vez.
Alexis McGill Johnson, presidenta y directora ejecutiva de Planned Parenthood Action Fund, la principal organización defensora del acceso al aborto en el país difundió un largo comunicado en el que adelantó que la organización seguirá peleando por los derechos de las mujeres “estado por estado, boleta por boleta”.
“Esto no ha terminado. Nunca nos hemos echado atrás en una lucha, y nunca lo haremos”, prometió.
A diferencia de 2016, cuando su sorpresivo triunfo ante Hillary Clinton galvanizó un movimiento para limitar su gobierno, ahora su ascenso a la Casa Blanca fue recibido con menos furia y más resignación LA NACION