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Bajo la barba y el gorro rojo –lejos del Polo Norte y muy cerca nuestro, en este diciembre tan poco caluroso para los estándares porteños– hay una mujer llamada Cinthia Falcon. La cámara la descubre en el momento previo a la magia: Cinthia se dirige al festejo navideño que organizó el merendero “Los Chicos de la Vía”, en Dock Sud. No sabemos si sonríe en este instante, mientras deja la precaria vivienda donde se transmutó en Papá Noel y se dirige al sector donde aguardan los niños del barrio, tan propensos a la alegría como todos los niños del mundo. No sabemos si Cinthia sonríe, pero intuimos que sí. Es un Papá Noel decidido, que no necesita ni chimeneas ni renos ni lujosos envoltorios para hacer eso que justifica, cada año, el rito de las Fiestas: celebrar a los que nacen, a los que vienen llegando, a los que, apenas con una sonrisa, logran que este mundo siga siendo habitable.

Bajo la barba y el gorro rojo –lejos del Polo Norte y muy cerca nuestro, en este diciembre tan poco caluroso para los estándares porteños– hay una mujer llamada Cinthia Falcon. La cámara la descubre en el momento previo a la magia: Cinthia se dirige al festejo navideño que organizó el merendero “Los Chicos de la Vía”, en Dock Sud. No sabemos si sonríe en este instante, mientras deja la precaria vivienda donde se transmutó en Papá Noel y se dirige al sector donde aguardan los niños del barrio, tan propensos a la alegría como todos los niños del mundo. No sabemos si Cinthia sonríe, pero intuimos que sí. Es un Papá Noel decidido, que no necesita ni chimeneas ni renos ni lujosos envoltorios para hacer eso que justifica, cada año, el rito de las Fiestas: celebrar a los que nacen, a los que vienen llegando, a los que, apenas con una sonrisa, logran que este mundo siga siendo habitable.

 Bajo la barba y el gorro rojo –lejos del Polo Norte y muy cerca nuestro, en este diciembre tan poco caluroso para los estándares porteños– hay una mujer llamada Cinthia Falcon. La cámara la descubre en el momento previo a la magia: Cinthia se dirige al festejo navideño que organizó el merendero “Los Chicos de la Vía”, en Dock Sud. No sabemos si sonríe en este instante, mientras deja la precaria vivienda donde se transmutó en Papá Noel y se dirige al sector donde aguardan los niños del barrio, tan propensos a la alegría como todos los niños del mundo. No sabemos si Cinthia sonríe, pero intuimos que sí. Es un Papá Noel decidido, que no necesita ni chimeneas ni renos ni lujosos envoltorios para hacer eso que justifica, cada año, el rito de las Fiestas: celebrar a los que nacen, a los que vienen llegando, a los que, apenas con una sonrisa, logran que este mundo siga siendo habitable.  LA NACION

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