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No es solo un puñado de flores lo que se despliega en primer plano: es la voluntad del ritual, el ejercicio –siempre obstinado– de una memoria incapaz de hacer retornar a los que se fueron, pero necesaria para cualquier tipo de reparación. En diciembre de 2004, las paradisíacas playas de Tailandia, las costas de Indonesia, Malasia, Sri Lanka e India se convirtieron en un infierno hecho de eso mismo que por lo común es fuente de vida: agua; las aguas más bellas –quizás– del planeta. Un terremoto submarino extraordinariamente fuerte e inusitadamente largo convulsionó al Océano Índico y provocó una serie de tsunamis devastadores. Unas 220.000 muertes, infinidad de personas desaparecidas, enclaves turísticos arrasados, poblados destrozados. Una herida profunda, que estas flores arrojadas en la playa Pattinapakkam Chennai, India, intentan mitigar.

No es solo un puñado de flores lo que se despliega en primer plano: es la voluntad del ritual, el ejercicio –siempre obstinado– de una memoria incapaz de hacer retornar a los que se fueron, pero necesaria para cualquier tipo de reparación. En diciembre de 2004, las paradisíacas playas de Tailandia, las costas de Indonesia, Malasia, Sri Lanka e India se convirtieron en un infierno hecho de eso mismo que por lo común es fuente de vida: agua; las aguas más bellas –quizás– del planeta. Un terremoto submarino extraordinariamente fuerte e inusitadamente largo convulsionó al Océano Índico y provocó una serie de tsunamis devastadores. Unas 220.000 muertes, infinidad de personas desaparecidas, enclaves turísticos arrasados, poblados destrozados. Una herida profunda, que estas flores arrojadas en la playa Pattinapakkam Chennai, India, intentan mitigar.

 No es solo un puñado de flores lo que se despliega en primer plano: es la voluntad del ritual, el ejercicio –siempre obstinado– de una memoria incapaz de hacer retornar a los que se fueron, pero necesaria para cualquier tipo de reparación. En diciembre de 2004, las paradisíacas playas de Tailandia, las costas de Indonesia, Malasia, Sri Lanka e India se convirtieron en un infierno hecho de eso mismo que por lo común es fuente de vida: agua; las aguas más bellas –quizás– del planeta. Un terremoto submarino extraordinariamente fuerte e inusitadamente largo convulsionó al Océano Índico y provocó una serie de tsunamis devastadores. Unas 220.000 muertes, infinidad de personas desaparecidas, enclaves turísticos arrasados, poblados destrozados. Una herida profunda, que estas flores arrojadas en la playa Pattinapakkam Chennai, India, intentan mitigar.  LA NACION

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