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Consejos: un estudio confirma efectos persistentes del ejercicio y el buen descanso en el cerebro

Dormir bien y hacer deporte es crucial para el adecuado funcionamiento del cerebro. Múltiples estudios lo demuestran, si bien son pocas las investigaciones que al momento analizan los efectos persistentes (por días o incluso semanas) luego de realizar actividad física o de una noche de descanso adecuado. En busca de respuestas, Ana Triana Hoyos, investigadora en neurología de la Universidad de Altos (Finlandia), decidió estudiar su propio cerebro a lo largo de más de 100 días para corroborar cómo evoluciona con el tiempo y cómo se ve afectado por los factores externos.

De aquella experimentación surge un reciente estudio en neurociencias publicado en el sitio PLoS Biology, que constata que los factores ambientales inciden directamente en los efectos a corto y mediano plazo en nuestro cerebro, dejando rastros visibles en los 15 días posteriores al día analizado.

Según detalla la introducción del estudio, “el comportamiento y los estados mentales de nuestro cerebro se encuentran constantemente moldeados por nuestro entorno y experiencias. Sin embargo, se sabe poco sobre la respuesta de la conectividad funcional cerebral a los cambios ambientales, fisiológicos y conductuales en diferentes escalas de tiempo (desde días hasta meses)”.

Para la investigación, se recolectaron 133 días de datos de comportamiento y se realizaron 30 exploraciones de resonancia magnética funcional que medían la atención y la memoria, el estado de reposo y los efectos de los estímulos naturalistas. Entre las consecuencias principales, se sugiere que los hábitos sostenidos tienen un impacto duradero en la dinámica cerebral, luego de revelar cómo los cambios diarios en el estilo de vida, los factores fisiológicos y las experiencias ambientales pueden afectar la conectividad funcional del cerebro en diferentes escalas temporales.

Cambios rápidos y efectos acumulativos

“El estudio demuestra que existe relación entre los factores diarios y la conectividad cerebral. Revela que en el corto plazo (0-7 días) los efectos inmediatos pueden incluir cambios rápidos en la conectividad funcional cerebral después de eventos específicos, como alteraciones en el sueño o el ejercicio físico. En el largo plazo (0-15 días), demuestra que los efectos acumulativos se observaron en patrones cerebrales que persistieron hasta dos semanas después de la ocurrencia de ciertos eventos. Esto sugiere que los hábitos sostenidos tienen un impacto duradero en la dinámica cerebral”, explicó en diálogo con LA NACION Alejandro Andersson, neurólogo, director del Instituto de Neurología de Buenos Aires (INBA).

Al respecto, Andersson repasó los hallazgos particulares según las variables analizadas: “La calidad y la duración del sueño tuvieron un efecto significativo sobre regiones cerebrales relacionadas con la atención, la memoria y el procesamiento ejecutivo. Asimismo, una mala calidad del sueño disminuyó la conectividad entre áreas corticales frontales y parietales, afectando la función cognitiva”. En relación a la actividad física, dijo que el ejercicio regular ha demostrado “una correlación positiva con la conectividad en áreas relacionadas con la regulación emocional y el control motor, especialmente en la corteza motora y las regiones límbicas. La actividad física también ayudó a estabilizar la conectividad funcional durante estados de reposo”.

Por su parte, Facundo Nogueira, jefe del Laboratorio del Sueño del Hospital de Clínicas de la UBA, detalló a LA NACION que es importante realizar actividad física, pero siempre que se realice “en un horario alejado al momento de ir a dormir”. “Si bien está comprobado que la actividad deportiva mejora la higiene del sueño, se recomienda que esté separada de las horas de sueño al menos por tres horas: podría tener un efecto totalmente opuesto dado que incrementa los niveles de adrenalina en conjunto con los niveles de endorfinas que aumentan la temperatura corporal, la frecuencia cardíaca, haciendo que se retrase la conciliación del sueño”.

La calidad y la duración del sueño tuvieron un efecto significativo sobre regiones cerebrales relacionadas con la atención, la memoria y el procesamiento ejecutivo

“Hacer actividad física regularmente en horario diurno mejora nuestra capacidad de conciliar el sueño y, al mismo tiempo, mejora la performance deportiva del día siguiente”, agregó. Y brindó un ejemplo con los atletas de alto rendimiento, en quienes se presta especial atención “a la calidad y a la densidad del sueño, a la profundidad del sueño”.

“A los atletas se los controla con diversos dispositivos inalámbricos, en general a través de anillos que guardan información y que se transmiten en formato digital a través de la señal de bluetooth a un teléfono o una computadora. Ellos necesitan dormir una cantidad de horas un poco superior que la medida de la población, de entre 8 y 10 horas. Esto les permite mejorar la higiene muscular, ya que durante el sueño se producen sustancias anabólicas fisiológicas que fortalecen el músculo para prevenir lesiones y reparar las lesiones que el atleta pueda llegar a desarrollar. A la vez, se demostró que los atletas que duermen en forma deficiente se lesionan más y tardan más tiempo en recuperarse de una lesión muscular”, indicó.

Otro aspecto positivo observado en los atletas se encuentra en la mejora de la capacidad intelectual al servicio del deporte, es decir, “en la toma de decisiones, la percepción de cambios en el entorno (por ejemplo, la posición de un compañero), el desplazamiento de un balón, el desplazamiento del equipo contrario, en la manera de elegir el mejor compañero disponible, entre otros puntos a favor”, puntualizó Nogueira.

Al retomar los datos de la investigación y su impacto en tareas específicas de acuerdo con diversas áreas, Andersson apuntó: “En el caso de la atención y la memoria, el estudio demostró que estas funciones eran más vulnerables a las interrupciones causadas por la privación de sueño o el estrés fisiológico. En la respuesta a estímulos naturalistas (como ver películas), la conectividad en estas tareas se vinculó fuertemente con los niveles de actividad física y variabilidad cardíaca”.

Según el neurólogo, la conectividad cerebral es altamente plástica y responde de manera dinámica a factores cotidianos, tanto a corto como a largo plazo. Con entusiasmo, concluyó que “estos hallazgos nos abren la puerta a intervenciones personalizadas para optimizar la función cerebral mediante ajustes en el estilo de vida. Mejorar ciertos hábitos, empezando por incrementar la actividad física y priorizar un sueño de calidad, podría tener beneficios significativos en la salud mental y cognitiva”.

La afectación de la memoria y atención

La falta o el déficit crónico de sueño se ha asociado con menor rendimiento, menor capacidad intelectual o cognitiva. “Lo primero que se afecta cuando uno duerme mal o duerme poco es la capacidad de atención, la capacidad de prestar atención. Y si uno tiene disminuida la capacidad de prestar atención, se ven afectadas otras funciones mentales superiores, como la capacidad de detectar cambios en el entorno y la capacidad de responder, ya sea efectivamente como rápidamente. También sufrimos pérdida de memoria, ya que esta se fija fundamentalmente en las etapas profundas del sueño. Si se afecta su calidad, vamos a tener menor capacidad de fijar los conceptos en nuestra memoria”, señaló Nogueira.

En casos extremos, cuando el sueño se dificulta de manera crónica con alteraciones como el insomnio y la apnea del sueño, el experto del Hospital de Clínicas advirtió que aumenta significativamente el riesgo de padecer enfermedad de Alzheimer. Así lo explicó: “La enfermedad de Alzheimer se produce básicamente por la acumulación de determinadas sustancias tóxicas del metabolismo, entre ellas, la sustancia beta-amiloide, que es una proteína neurotóxica que se acumula y es una de las responsables de la génesis de la enfermedad de Alzheimer. Esa toxina que produce el cerebro se elimina específicamente en una fase del sueño que se llama fase 3 de sueño no REM, que se ve especialmente afectada cuando se tiene insomnio o apnea del sueño. En este sentido, existen diversos trabajos que demuestran que estos pacientes tendrían el doble de riesgo de desarrollar este tipo de enfermedad”.

Oscar Martínez, jefe del área de Medicina del Sueño del Servicio de Neurología del Hospital Británico, aportó a LA NACION un reciente estudio que revela “una conexión sorprendente entre el sedentarismo y los trastornos del sueño: las personas que llevan una vida sedentaria, es decir, que pasan gran parte del día sentadas, tienen un mayor riesgo de sufrir insomnio y otros problemas relacionados con el sueño”.

“Los científicos descubrieron que la inflamación, que es un proceso biológico que se desencadena cuando nuestro cuerpo se enfrenta a una agresión, podría ser el eslabón perdido entre el sedentarismo y los trastornos del sueño. El sedentarismo promueve la inflamación, lo que a la vez interfiere con los mecanismos que regulan el sueño”, precisó.

¿Qué sugieren los expertos para mejorar la calidad del sueño? “Incorporar el ejercicio a la rutina diaria, que puede ser caminar, correr, nadar o practicar cualquier actividad física; establecer horarios regulares para acostarse y levantarse, incluso los fines de semana; y asegurarse de que el dormitorio sea tranquilo, oscuro y fresco”, resume Martínez.

Dormir bien y hacer deporte es crucial para el adecuado funcionamiento del cerebro. Múltiples estudios lo demuestran, si bien son pocas las investigaciones que al momento analizan los efectos persistentes (por días o incluso semanas) luego de realizar actividad física o de una noche de descanso adecuado. En busca de respuestas, Ana Triana Hoyos, investigadora en neurología de la Universidad de Altos (Finlandia), decidió estudiar su propio cerebro a lo largo de más de 100 días para corroborar cómo evoluciona con el tiempo y cómo se ve afectado por los factores externos.

De aquella experimentación surge un reciente estudio en neurociencias publicado en el sitio PLoS Biology, que constata que los factores ambientales inciden directamente en los efectos a corto y mediano plazo en nuestro cerebro, dejando rastros visibles en los 15 días posteriores al día analizado.

Según detalla la introducción del estudio, “el comportamiento y los estados mentales de nuestro cerebro se encuentran constantemente moldeados por nuestro entorno y experiencias. Sin embargo, se sabe poco sobre la respuesta de la conectividad funcional cerebral a los cambios ambientales, fisiológicos y conductuales en diferentes escalas de tiempo (desde días hasta meses)”.

Para la investigación, se recolectaron 133 días de datos de comportamiento y se realizaron 30 exploraciones de resonancia magnética funcional que medían la atención y la memoria, el estado de reposo y los efectos de los estímulos naturalistas. Entre las consecuencias principales, se sugiere que los hábitos sostenidos tienen un impacto duradero en la dinámica cerebral, luego de revelar cómo los cambios diarios en el estilo de vida, los factores fisiológicos y las experiencias ambientales pueden afectar la conectividad funcional del cerebro en diferentes escalas temporales.

Cambios rápidos y efectos acumulativos

“El estudio demuestra que existe relación entre los factores diarios y la conectividad cerebral. Revela que en el corto plazo (0-7 días) los efectos inmediatos pueden incluir cambios rápidos en la conectividad funcional cerebral después de eventos específicos, como alteraciones en el sueño o el ejercicio físico. En el largo plazo (0-15 días), demuestra que los efectos acumulativos se observaron en patrones cerebrales que persistieron hasta dos semanas después de la ocurrencia de ciertos eventos. Esto sugiere que los hábitos sostenidos tienen un impacto duradero en la dinámica cerebral”, explicó en diálogo con LA NACION Alejandro Andersson, neurólogo, director del Instituto de Neurología de Buenos Aires (INBA).

Al respecto, Andersson repasó los hallazgos particulares según las variables analizadas: “La calidad y la duración del sueño tuvieron un efecto significativo sobre regiones cerebrales relacionadas con la atención, la memoria y el procesamiento ejecutivo. Asimismo, una mala calidad del sueño disminuyó la conectividad entre áreas corticales frontales y parietales, afectando la función cognitiva”. En relación a la actividad física, dijo que el ejercicio regular ha demostrado “una correlación positiva con la conectividad en áreas relacionadas con la regulación emocional y el control motor, especialmente en la corteza motora y las regiones límbicas. La actividad física también ayudó a estabilizar la conectividad funcional durante estados de reposo”.

Por su parte, Facundo Nogueira, jefe del Laboratorio del Sueño del Hospital de Clínicas de la UBA, detalló a LA NACION que es importante realizar actividad física, pero siempre que se realice “en un horario alejado al momento de ir a dormir”. “Si bien está comprobado que la actividad deportiva mejora la higiene del sueño, se recomienda que esté separada de las horas de sueño al menos por tres horas: podría tener un efecto totalmente opuesto dado que incrementa los niveles de adrenalina en conjunto con los niveles de endorfinas que aumentan la temperatura corporal, la frecuencia cardíaca, haciendo que se retrase la conciliación del sueño”.

La calidad y la duración del sueño tuvieron un efecto significativo sobre regiones cerebrales relacionadas con la atención, la memoria y el procesamiento ejecutivo

“Hacer actividad física regularmente en horario diurno mejora nuestra capacidad de conciliar el sueño y, al mismo tiempo, mejora la performance deportiva del día siguiente”, agregó. Y brindó un ejemplo con los atletas de alto rendimiento, en quienes se presta especial atención “a la calidad y a la densidad del sueño, a la profundidad del sueño”.

“A los atletas se los controla con diversos dispositivos inalámbricos, en general a través de anillos que guardan información y que se transmiten en formato digital a través de la señal de bluetooth a un teléfono o una computadora. Ellos necesitan dormir una cantidad de horas un poco superior que la medida de la población, de entre 8 y 10 horas. Esto les permite mejorar la higiene muscular, ya que durante el sueño se producen sustancias anabólicas fisiológicas que fortalecen el músculo para prevenir lesiones y reparar las lesiones que el atleta pueda llegar a desarrollar. A la vez, se demostró que los atletas que duermen en forma deficiente se lesionan más y tardan más tiempo en recuperarse de una lesión muscular”, indicó.

Otro aspecto positivo observado en los atletas se encuentra en la mejora de la capacidad intelectual al servicio del deporte, es decir, “en la toma de decisiones, la percepción de cambios en el entorno (por ejemplo, la posición de un compañero), el desplazamiento de un balón, el desplazamiento del equipo contrario, en la manera de elegir el mejor compañero disponible, entre otros puntos a favor”, puntualizó Nogueira.

Al retomar los datos de la investigación y su impacto en tareas específicas de acuerdo con diversas áreas, Andersson apuntó: “En el caso de la atención y la memoria, el estudio demostró que estas funciones eran más vulnerables a las interrupciones causadas por la privación de sueño o el estrés fisiológico. En la respuesta a estímulos naturalistas (como ver películas), la conectividad en estas tareas se vinculó fuertemente con los niveles de actividad física y variabilidad cardíaca”.

Según el neurólogo, la conectividad cerebral es altamente plástica y responde de manera dinámica a factores cotidianos, tanto a corto como a largo plazo. Con entusiasmo, concluyó que “estos hallazgos nos abren la puerta a intervenciones personalizadas para optimizar la función cerebral mediante ajustes en el estilo de vida. Mejorar ciertos hábitos, empezando por incrementar la actividad física y priorizar un sueño de calidad, podría tener beneficios significativos en la salud mental y cognitiva”.

La afectación de la memoria y atención

La falta o el déficit crónico de sueño se ha asociado con menor rendimiento, menor capacidad intelectual o cognitiva. “Lo primero que se afecta cuando uno duerme mal o duerme poco es la capacidad de atención, la capacidad de prestar atención. Y si uno tiene disminuida la capacidad de prestar atención, se ven afectadas otras funciones mentales superiores, como la capacidad de detectar cambios en el entorno y la capacidad de responder, ya sea efectivamente como rápidamente. También sufrimos pérdida de memoria, ya que esta se fija fundamentalmente en las etapas profundas del sueño. Si se afecta su calidad, vamos a tener menor capacidad de fijar los conceptos en nuestra memoria”, señaló Nogueira.

En casos extremos, cuando el sueño se dificulta de manera crónica con alteraciones como el insomnio y la apnea del sueño, el experto del Hospital de Clínicas advirtió que aumenta significativamente el riesgo de padecer enfermedad de Alzheimer. Así lo explicó: “La enfermedad de Alzheimer se produce básicamente por la acumulación de determinadas sustancias tóxicas del metabolismo, entre ellas, la sustancia beta-amiloide, que es una proteína neurotóxica que se acumula y es una de las responsables de la génesis de la enfermedad de Alzheimer. Esa toxina que produce el cerebro se elimina específicamente en una fase del sueño que se llama fase 3 de sueño no REM, que se ve especialmente afectada cuando se tiene insomnio o apnea del sueño. En este sentido, existen diversos trabajos que demuestran que estos pacientes tendrían el doble de riesgo de desarrollar este tipo de enfermedad”.

Oscar Martínez, jefe del área de Medicina del Sueño del Servicio de Neurología del Hospital Británico, aportó a LA NACION un reciente estudio que revela “una conexión sorprendente entre el sedentarismo y los trastornos del sueño: las personas que llevan una vida sedentaria, es decir, que pasan gran parte del día sentadas, tienen un mayor riesgo de sufrir insomnio y otros problemas relacionados con el sueño”.

“Los científicos descubrieron que la inflamación, que es un proceso biológico que se desencadena cuando nuestro cuerpo se enfrenta a una agresión, podría ser el eslabón perdido entre el sedentarismo y los trastornos del sueño. El sedentarismo promueve la inflamación, lo que a la vez interfiere con los mecanismos que regulan el sueño”, precisó.

¿Qué sugieren los expertos para mejorar la calidad del sueño? “Incorporar el ejercicio a la rutina diaria, que puede ser caminar, correr, nadar o practicar cualquier actividad física; establecer horarios regulares para acostarse y levantarse, incluso los fines de semana; y asegurarse de que el dormitorio sea tranquilo, oscuro y fresco”, resume Martínez.

 La investigación sugiere que los hábitos sostenidos tienen un impacto duradero en la dinámica cerebral; por qué son claves la actividad física y dormir bien  LA NACION

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