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Es hora de recuperar el hábito de conversar

Juan Carlos, promediando la década del ‘70, tenía dos empleos. Estaba pagando el crédito de la casa familiar. Así y todo, cada día, cuando cerraba el negocio de un amigo al que ayudaba unas cuantas horas, antes de ir para casa, se sentaba en el bar con el grupo del barrio a tomar un vermut. No se quedaban mucho tiempo, pero una horita bastaba para arreglar el mundo, discutir de fútbol, exponer sus preocupaciones, enorgullecerse de sus hijos, vomitar los problemas del día y acompañarse en las cuitas personales. Eran al menos cinco horas a la semana que le quitaban el peso del día, los inconvenientes de la vida cotidiana se compartían en grupo y ganaba perspectiva ajena a la familia, que permitía tener nuevas miradas.

“Desde que las jornadas laborales se extendieron empezamos a perder vínculos personales cotidianos”, afirma el especialista en comunicación personal Rob Kendall, quien ha trabajado para organizaciones como los Juegos Olímpicos o el aeropuerto de Heathrow. Y asegura que, como nuestro cerebro funciona feliz en la comodidad, nos hemos dejado llevar: “Nos fuimos convirtiendo cada vez en más ermitaños y son cientos las personas que pasan su fin de semana sin hablar con nadie”.

Nicholas Epley, especialista en análisis del comportamiento de la Universidad de California, explica algunas razones por las que se ha perdido el contacto personal: “La cola del supermercado, la compra en los negocios del barrio, los trámites en las oficinas de siempre, el paseo con los niños en el parque o el encuentro de los abuelos, el cruce ocasional con la vecina… Todo esto ya no ocurre porque volvemos tarde del trabajo, llegamos con el tiempo justo, nos movemos en auto de un sitio a otro, o solo vemos la hora de cenar y dormir. Además, hacemos las compras online y usamos las apps de pedidos a domicilio”. Incluso –sostiene– si estamos en casa es posible que nos mandemos un WhatsApp para avisarnos que la cena está en la mesa, y el mismo tipo de vínculo se plantea en el trabajo con el colega que está panel de por medio en el mismo escritorio.

El desayuno de la longevidad que comen los japoneses

Una encuesta de The Prince’s Trust descubrió que el 22% de los jóvenes de entre 16 y 25 años no tuvieron a nadie con quien hablar sobre sus problemas cuando eran niños. “La charla familiar ya venía complicada antes de la pandemia y el problema se agravó después porque los adultos no logramos regular nuestro uso de pantallas ni el de nuestros chicos. Supuestamente por razones laborales, pero cualquier excusa es buena para agarrar el teléfono”, advierte Maritchu Seitún, psicóloga especializada en acompañamiento familiar. De esta forma, explica que se van perdiendo espacios como las comidas sin pantallas y “nos olvidamos que necesitamos encuentros humanos, miradas, charlas y sonrisas para vivir”.

Coincide con ella Mariana Maristany, doctora en Psicología de la Fundación Aiglé: “Las redes sociales transforman la dinámica de la conversación”. Para la experta, si bien facilitan la conexión y las distancias se acortan con videollamadas y los grupos de mensajería familiar, pueden generar aislamiento, cuando cada uno está inmerso en sus pantallas o la conversación se interfiere por estar pendientes del celular y de los mensajes que llegan.

Las redes sociales pueden generar aislamiento, cuando cada uno está inmerso en sus pantallas o la conversación se interfiere por estar pendientes del celular y de los mensajes que llegan

Uno de los factores protectores de la salud mental es contar con una red de vínculos personales sólidos. ¿Cuántas personas deben integrarla? Según Silvia Álava Sordo, psicóloga, “no es tan importante la cantidad, sino lo que cada uno percibe de su red. El hecho de saber que en cualquier momento puedo llamar a alguien o conversar, que me van a escuchar y me van a sostener emocionalmente, tiene un efecto positivo y es protector de la salud mental”. Pero los lazos sociales se construyen con presencia. “No es tiempo compartido en cantidad de años necesariamente –advierte Epley–, sino más bien la estrechez del encuentro”.

La regla 55-38-7

De hecho, Albert Mehrabian, profesor emérito de psicología en la Universidad de California, especialista en el estudio del lenguaje corporal, fue el primero en la década del 60 en descomponer los efectos en la transmisión de un mensaje en porcentajes. Dio a conocer la regla 55-38-7. Él fue quien descubrió que la comunicación es 55% no verbal, 38% vocal y 7% solo palabras. “Algo que deja solo en un 7% a las charlas desarrolladas de otro modo que no son de manera presencial”, suma Epley.

Después de los 50: este hábito podría arruinar tu salud para siempre; cómo evitarlo

Tan cerca, tan lejos, es el modo en que Rocío Ramos Paúl, psicóloga, define los vínculos adolescentes, pero que traslada a todos los demás: “Pueden estar en el mismo sitio enviándose WhatsApp sin hablar ni mirarse. Un hecho que se ve incluso en los ámbitos laborales. Socialmente tendríamos que buscar huecos porque se están perdiendo habilidades sociales necesarias y que se aprenden en el grupo, como soportar una crítica, frustrarse, pedir perdón, dar las gracias, compartir emociones cara a cara”.

La introducción de las redes sociales hizo que las conversaciones tiendan a ser cortas, con menos contexto y detalle

¿Hipervinculados?

Parecería que la hiperconexión nos mantiene a todos en diálogo permanente. Pero no es así. Para Kendall es como si comparáramos peras con manzanas. “Estar conectados no es charlar –dice–. Aunque chatees con un amigo por horas, no es igual que cuando lo hacen un rato viéndose. Aunque nos creemos que estamos al habla, en verdad nos estamos poniendo al tanto. Conversar es otra cosa”. ¿Y qué es?

Mariana de Anquin, psicopedagoga, afirma: “La comunicación cara a cara crea momentos de conexión emocional que no se pueden replicar de forma digital”. En una conversación presencial –comenta– que participan todos los sentidos: además de lo visual y auditivo, el tacto y el olfato juegan un papel clave, transmitiendo sensaciones únicas. No solo interviene el lenguaje verbal; también se manifiestan el corporal, el emocional, el sensorial y el energético. “Hay personas con las que basta una breve conversación para sentirnos llenos de entusiasmo y vitalidad, y esto ocurre de forma natural porque el lenguaje energético está presente. El contacto visual, los gestos, el tono de voz y la energía que se genera en un encuentro son lenguajes invisibles que permiten que el mensaje llegue no solo a la mente, sino también al corazón”, aclara de Anquín. Para ella, las conversaciones en persona facilitan el flujo de la empatía, ya que nos permiten percibir y sentir las emociones en tiempo real. Asegura que aunque las plataformas digitales nos acercan, nada puede sustituir la calidez de una sonrisa en persona, una palmada en la espalda o el mensaje que transmite un abrazo.

Los beneficios de poner 4 hojas de laurel debajo de la almohada

Un estudio de la Universidad de Florida indagó sobre qué elecciones realizan las personas a la hora de conversar. Para más de un tercio de ellas (33%) la comunicación se ha convertido en un desafío mayor en los últimos 12 meses. Casi la mitad de los encuestados (46%) afirma que no había hablado de manera presencial con ninguno de sus amigos más cercanos en la semana precedente a la encuesta. El 66% de los menores de 25 años sostiene que las actividades grupales no son un encuentro social, sino más bien ir a hacer una actividad: practicar un deporte, ir a un recital, ir a bailar. “El hecho de encontrarse solo para verse, es algo que está casi fuera de agenda –aporta Epley–. Pero cuando se produce, intermedia la pantalla: todo el mundo está con su celular casi como si fuera el dedo de una mano y eso distrae de la conversación, del silencio, de las emociones”.

Ese corte de clima para Kendall se asemeja a cuando los niños no tienen espacio para aburrirse. “Es de ahí, del vacío, cuando emerge el encuentro con uno mismo y con el otro”, aporta.

El espacio de la charla ha cambiado significativamente debido a varios factores sociales, tecnológicos y culturales. “El ritmo de vida reduce el tiempo compartido y de convivencia. Para conversar hay que generar espacio no solo de tiempo sino disposición”, afirma Maristany. En una encuesta que la Fundación Aiglé realizó durante la pandemia a adolescentes, algo que resaltaron como positivo fue el tiempo compartido con los padres y los hermanos.

En una conversación presencial participan todos los sentidos: además de lo visual y auditivo, el tacto y el olfato juegan un papel clave, transmitiendo sensaciones únicas

Sacar los trapitos al sol entre los íntimos implica ponerle nombre a las sensaciones, darle entidad a los pensamientos y reflexionar sobre ellos. “Muchas veces cuando le contamos algo a alguien, cuando lo ponemos en palabras, cuando lo escuchamos de nuestra propia boca, habilitamos el primer paso para repensarlo”, indica Kendall.

“Cuando no estamos conversando –dice Álava Sordo–, perdemos la ventilación emocional. Si bien no se puede hacer con cualquiera, sí con quienes tenemos una especial confianza y que sabemos que van a comprendernos y a validar nuestras emociones”.

En este sentido, Mariana de Anquin señala: “Nunca antes se habían visto tantos problemas y retrasos en la adquisición del lenguaje en los niños como en la actualidad. Para aprender a hablar, ellos necesitan que les hablemos. Las pantallas no pueden reemplazar la comunicación afectuosa y cercana con un adulto. Necesitamos volver a conversar cara a cara, a mirarnos, sentirnos, y compartir palabras, silencios, risas y gestos. De todo eso se construyen las conversaciones”.

Según Seitún, “sin ellas se desencadenan serios problemas de regulación en los más chiquitos, algo que se aprende en el intercambio humano”. Y asegura que recae en: “autoestima baja en los niños porque no iluminan la mirada de sus padres ni se sienten prioridad para ellos, y adolescentes encerrados con sus teléfonos, supuestamente acompañados por sus pares, pero en realidad muy solos. Ansiedad, depresión, falta de proyectos, problemas de atención, miopía, obesidad, sedentarismo… la lista es muy larga”.

El alimento que mejora el estado de ánimo en solo 4 días

El descanso, el momento propicio

Las vacaciones son el momento perfecto para recalcular. Venimos de los propósitos de fin de año. Nos hemos planteado eso que deseamos cambiar. El parate de esta época nos deja una puerta abierta para incluir nuevos hábitos. Implica más tiempo juntos, más disponibilidad de espacios y momentos, sin presiones de horarios. Nos encuentra a todos con cierta guardia baja de las obligaciones cotidianas y algo más relajados. Retomar la costumbre de la palabra en presencia puede empezar en casa. “Es momento de proponer nuevos acuerdos –sugiere Seitún–, comidas sin pantallas, viajes en auto solo con música y diálogo. Establecer algunos rituales familiares (cartas los miércoles, peli los viernes), andar en bici, ir al río, visitar un museo… Que la conversación surja del tiempo libre y de nuestra disponibilidad”.

Para Maristany es importante “fomentar situaciones en las que la comunicación verbal sea valorada y practicada. Para conversar tiene que haber por lo menos dos personas que estén disponibles. Para generar ese interés puede ser útil mediar el encuentro con un interés común que facilite un espacio para disfrutar juntos”.

Una de las claves propuestas para recuperar el poder de la charla es activar la escucha: repreguntar y ahondar sobre sensaciones y opiniones del otro

El deporte, el arte, el juego pueden estimular conversaciones generando intercambio y un clima facilitador para conversar. “Con los niños, propiciar desde pequeños, espacios donde no haya pantallas para valorizar la importancia de estar juntos sin los dispositivos. Si son adolescentes y no lo pudimos hacer, es necesario estimular el encuentro a través de los intereses que son comunes o que sabemos que les entusiasman”, amplía. Para ella, aunque medie la pantalla, ver series juntos y compartir contenido, ayuda a conversar y generar un buen clima para abordar una mayor profundidad en los diálogos. Considera que potenciar la oralidad no solo implica hablar, sino también saber escuchar. Enseñar y practicar la escucha activa mirando a la otra persona a los ojos, asintiendo y respondiendo de manera reflexiva, mejora la calidad de la conversación y fomenta una mayor conexión emocional.

“Somos seres en continua relación, y esa interacción nos produce sensación de bienestar. El contacto físico, el cara a cara, el estar con otro, es el que lo genera. Comunicar las cosas nos disminuye el estrés”, dice Ramos Paúl.

“Los seres humanos fuimos, somos y seremos nativos vinculares, no digitales –insiste Seitún–. Es en la interacción humana que aprendemos, prosperamos, maduramos, nos sentimos valiosos, queridos y queribles”.

¿Cómo hablamos hoy?

La doctora en Psicología de la Fundación Aiglé, Mariana Maristany, afirma que ”no hablamos menos, sino diferente. La cantidad de comunicación no necesariamente ha disminuido, pero su forma y profundidad han cambiado debido a la influencia de la tecnología y las redes sociales”. El celular es más rápido, pero más superficial. Las conversaciones tienden a ser cortas, con menos contexto y detalle. Los mensajes escritos, emoticones y GIFs son sustitutos de la expresión verbal, lo que cambia la forma en que expresamos emociones y pensamientos. Esto limita la riqueza de la comunicación, que pierde el componente no verbal clave para comprender los matices emocionales y sociales. La comunicación digital no siempre ocurre en tiempo real. Esto nos permite procesar y responder cuando estamos listos, pero también reduce la espontaneidad y la interacción directa, lo que puede llevar a malentendidos

Es importante fomentar situaciones en las que la comunicación verbal sea valorada y practicada

Claves para potenciar la charla

“Hay que proponerse dedicar todos los días un ratito: reencontrarse con alguien que hace mucho que no ves, tomar un café, interesarte por su vida y practicar la escucha activa”, propone la psicóloga Rocío Ramos Paúl. Al mismo tiempo, respecto al diálogo con los hijos, sugiere aprovechar momentos como la salida del colegio o las compras para conversar con ellos. Recomienda siempre plantear una pregunta que permita entrenar las habilidades sociales y da algunas claves:

  • Rituales de conexión: En casa y con amigos, es útil establecer fechas recurrentes para los encuentros. Agendar la próxima reunión al finalizar la anterior ayuda a reforzar el compromiso. Si surge algún inconveniente, siempre se puede reprogramar.
  • Volver a la llamada telefónica: En su defecto, priorizar el intercambio de audios que fomenten una conversación real, evitando limitarse a decir lo que uno quiere sin prestar atención a lo que el otro aporta.
  • Activar la escucha: Repreguntar. Ahondar sobre sensaciones y opiniones del otro. Indagar más y hablar menos.
  • Ejercitar la alfabetización emocional: Cambiar el “¿cómo estás?” por el “¿cómo te sentís?”.
  • Apostar al racconto: ¿Qué pasó desde la última vez que nos vimos? Relatar el propio y escuchar el ajeno.
  • Buscar actividades para compartir: Un pícnic, una caminata, una visita a un museo, un recorrido por una feria. Un sitio para visitar juntos ofrece oportunidades de diálogo.
  • Animarse a la charla espontánea: Casual y cotidiana con desconocidos. Un breve intercambio en la caja del super, al cargar el tanque del auto o en el gimnasio. Activar el modo conversación ejercita el músculo.
  • Adoptar el mindfulness: Estar en el aquí y ahora incrementa el disfrute del diálogo.
  • Inscribirse en alguna actividad grupal presencial: Un club de lectura, un grupo de canto, un taller de manualidades.
  • Desplegar la curiosidad: Desarrollar el interés por el otro.

Juan Carlos, promediando la década del ‘70, tenía dos empleos. Estaba pagando el crédito de la casa familiar. Así y todo, cada día, cuando cerraba el negocio de un amigo al que ayudaba unas cuantas horas, antes de ir para casa, se sentaba en el bar con el grupo del barrio a tomar un vermut. No se quedaban mucho tiempo, pero una horita bastaba para arreglar el mundo, discutir de fútbol, exponer sus preocupaciones, enorgullecerse de sus hijos, vomitar los problemas del día y acompañarse en las cuitas personales. Eran al menos cinco horas a la semana que le quitaban el peso del día, los inconvenientes de la vida cotidiana se compartían en grupo y ganaba perspectiva ajena a la familia, que permitía tener nuevas miradas.

“Desde que las jornadas laborales se extendieron empezamos a perder vínculos personales cotidianos”, afirma el especialista en comunicación personal Rob Kendall, quien ha trabajado para organizaciones como los Juegos Olímpicos o el aeropuerto de Heathrow. Y asegura que, como nuestro cerebro funciona feliz en la comodidad, nos hemos dejado llevar: “Nos fuimos convirtiendo cada vez en más ermitaños y son cientos las personas que pasan su fin de semana sin hablar con nadie”.

Nicholas Epley, especialista en análisis del comportamiento de la Universidad de California, explica algunas razones por las que se ha perdido el contacto personal: “La cola del supermercado, la compra en los negocios del barrio, los trámites en las oficinas de siempre, el paseo con los niños en el parque o el encuentro de los abuelos, el cruce ocasional con la vecina… Todo esto ya no ocurre porque volvemos tarde del trabajo, llegamos con el tiempo justo, nos movemos en auto de un sitio a otro, o solo vemos la hora de cenar y dormir. Además, hacemos las compras online y usamos las apps de pedidos a domicilio”. Incluso –sostiene– si estamos en casa es posible que nos mandemos un WhatsApp para avisarnos que la cena está en la mesa, y el mismo tipo de vínculo se plantea en el trabajo con el colega que está panel de por medio en el mismo escritorio.

El desayuno de la longevidad que comen los japoneses

Una encuesta de The Prince’s Trust descubrió que el 22% de los jóvenes de entre 16 y 25 años no tuvieron a nadie con quien hablar sobre sus problemas cuando eran niños. “La charla familiar ya venía complicada antes de la pandemia y el problema se agravó después porque los adultos no logramos regular nuestro uso de pantallas ni el de nuestros chicos. Supuestamente por razones laborales, pero cualquier excusa es buena para agarrar el teléfono”, advierte Maritchu Seitún, psicóloga especializada en acompañamiento familiar. De esta forma, explica que se van perdiendo espacios como las comidas sin pantallas y “nos olvidamos que necesitamos encuentros humanos, miradas, charlas y sonrisas para vivir”.

Coincide con ella Mariana Maristany, doctora en Psicología de la Fundación Aiglé: “Las redes sociales transforman la dinámica de la conversación”. Para la experta, si bien facilitan la conexión y las distancias se acortan con videollamadas y los grupos de mensajería familiar, pueden generar aislamiento, cuando cada uno está inmerso en sus pantallas o la conversación se interfiere por estar pendientes del celular y de los mensajes que llegan.

Las redes sociales pueden generar aislamiento, cuando cada uno está inmerso en sus pantallas o la conversación se interfiere por estar pendientes del celular y de los mensajes que llegan

Uno de los factores protectores de la salud mental es contar con una red de vínculos personales sólidos. ¿Cuántas personas deben integrarla? Según Silvia Álava Sordo, psicóloga, “no es tan importante la cantidad, sino lo que cada uno percibe de su red. El hecho de saber que en cualquier momento puedo llamar a alguien o conversar, que me van a escuchar y me van a sostener emocionalmente, tiene un efecto positivo y es protector de la salud mental”. Pero los lazos sociales se construyen con presencia. “No es tiempo compartido en cantidad de años necesariamente –advierte Epley–, sino más bien la estrechez del encuentro”.

La regla 55-38-7

De hecho, Albert Mehrabian, profesor emérito de psicología en la Universidad de California, especialista en el estudio del lenguaje corporal, fue el primero en la década del 60 en descomponer los efectos en la transmisión de un mensaje en porcentajes. Dio a conocer la regla 55-38-7. Él fue quien descubrió que la comunicación es 55% no verbal, 38% vocal y 7% solo palabras. “Algo que deja solo en un 7% a las charlas desarrolladas de otro modo que no son de manera presencial”, suma Epley.

Después de los 50: este hábito podría arruinar tu salud para siempre; cómo evitarlo

Tan cerca, tan lejos, es el modo en que Rocío Ramos Paúl, psicóloga, define los vínculos adolescentes, pero que traslada a todos los demás: “Pueden estar en el mismo sitio enviándose WhatsApp sin hablar ni mirarse. Un hecho que se ve incluso en los ámbitos laborales. Socialmente tendríamos que buscar huecos porque se están perdiendo habilidades sociales necesarias y que se aprenden en el grupo, como soportar una crítica, frustrarse, pedir perdón, dar las gracias, compartir emociones cara a cara”.

La introducción de las redes sociales hizo que las conversaciones tiendan a ser cortas, con menos contexto y detalle

¿Hipervinculados?

Parecería que la hiperconexión nos mantiene a todos en diálogo permanente. Pero no es así. Para Kendall es como si comparáramos peras con manzanas. “Estar conectados no es charlar –dice–. Aunque chatees con un amigo por horas, no es igual que cuando lo hacen un rato viéndose. Aunque nos creemos que estamos al habla, en verdad nos estamos poniendo al tanto. Conversar es otra cosa”. ¿Y qué es?

Mariana de Anquin, psicopedagoga, afirma: “La comunicación cara a cara crea momentos de conexión emocional que no se pueden replicar de forma digital”. En una conversación presencial –comenta– que participan todos los sentidos: además de lo visual y auditivo, el tacto y el olfato juegan un papel clave, transmitiendo sensaciones únicas. No solo interviene el lenguaje verbal; también se manifiestan el corporal, el emocional, el sensorial y el energético. “Hay personas con las que basta una breve conversación para sentirnos llenos de entusiasmo y vitalidad, y esto ocurre de forma natural porque el lenguaje energético está presente. El contacto visual, los gestos, el tono de voz y la energía que se genera en un encuentro son lenguajes invisibles que permiten que el mensaje llegue no solo a la mente, sino también al corazón”, aclara de Anquín. Para ella, las conversaciones en persona facilitan el flujo de la empatía, ya que nos permiten percibir y sentir las emociones en tiempo real. Asegura que aunque las plataformas digitales nos acercan, nada puede sustituir la calidez de una sonrisa en persona, una palmada en la espalda o el mensaje que transmite un abrazo.

Los beneficios de poner 4 hojas de laurel debajo de la almohada

Un estudio de la Universidad de Florida indagó sobre qué elecciones realizan las personas a la hora de conversar. Para más de un tercio de ellas (33%) la comunicación se ha convertido en un desafío mayor en los últimos 12 meses. Casi la mitad de los encuestados (46%) afirma que no había hablado de manera presencial con ninguno de sus amigos más cercanos en la semana precedente a la encuesta. El 66% de los menores de 25 años sostiene que las actividades grupales no son un encuentro social, sino más bien ir a hacer una actividad: practicar un deporte, ir a un recital, ir a bailar. “El hecho de encontrarse solo para verse, es algo que está casi fuera de agenda –aporta Epley–. Pero cuando se produce, intermedia la pantalla: todo el mundo está con su celular casi como si fuera el dedo de una mano y eso distrae de la conversación, del silencio, de las emociones”.

Ese corte de clima para Kendall se asemeja a cuando los niños no tienen espacio para aburrirse. “Es de ahí, del vacío, cuando emerge el encuentro con uno mismo y con el otro”, aporta.

El espacio de la charla ha cambiado significativamente debido a varios factores sociales, tecnológicos y culturales. “El ritmo de vida reduce el tiempo compartido y de convivencia. Para conversar hay que generar espacio no solo de tiempo sino disposición”, afirma Maristany. En una encuesta que la Fundación Aiglé realizó durante la pandemia a adolescentes, algo que resaltaron como positivo fue el tiempo compartido con los padres y los hermanos.

En una conversación presencial participan todos los sentidos: además de lo visual y auditivo, el tacto y el olfato juegan un papel clave, transmitiendo sensaciones únicas

Sacar los trapitos al sol entre los íntimos implica ponerle nombre a las sensaciones, darle entidad a los pensamientos y reflexionar sobre ellos. “Muchas veces cuando le contamos algo a alguien, cuando lo ponemos en palabras, cuando lo escuchamos de nuestra propia boca, habilitamos el primer paso para repensarlo”, indica Kendall.

“Cuando no estamos conversando –dice Álava Sordo–, perdemos la ventilación emocional. Si bien no se puede hacer con cualquiera, sí con quienes tenemos una especial confianza y que sabemos que van a comprendernos y a validar nuestras emociones”.

En este sentido, Mariana de Anquin señala: “Nunca antes se habían visto tantos problemas y retrasos en la adquisición del lenguaje en los niños como en la actualidad. Para aprender a hablar, ellos necesitan que les hablemos. Las pantallas no pueden reemplazar la comunicación afectuosa y cercana con un adulto. Necesitamos volver a conversar cara a cara, a mirarnos, sentirnos, y compartir palabras, silencios, risas y gestos. De todo eso se construyen las conversaciones”.

Según Seitún, “sin ellas se desencadenan serios problemas de regulación en los más chiquitos, algo que se aprende en el intercambio humano”. Y asegura que recae en: “autoestima baja en los niños porque no iluminan la mirada de sus padres ni se sienten prioridad para ellos, y adolescentes encerrados con sus teléfonos, supuestamente acompañados por sus pares, pero en realidad muy solos. Ansiedad, depresión, falta de proyectos, problemas de atención, miopía, obesidad, sedentarismo… la lista es muy larga”.

El alimento que mejora el estado de ánimo en solo 4 días

El descanso, el momento propicio

Las vacaciones son el momento perfecto para recalcular. Venimos de los propósitos de fin de año. Nos hemos planteado eso que deseamos cambiar. El parate de esta época nos deja una puerta abierta para incluir nuevos hábitos. Implica más tiempo juntos, más disponibilidad de espacios y momentos, sin presiones de horarios. Nos encuentra a todos con cierta guardia baja de las obligaciones cotidianas y algo más relajados. Retomar la costumbre de la palabra en presencia puede empezar en casa. “Es momento de proponer nuevos acuerdos –sugiere Seitún–, comidas sin pantallas, viajes en auto solo con música y diálogo. Establecer algunos rituales familiares (cartas los miércoles, peli los viernes), andar en bici, ir al río, visitar un museo… Que la conversación surja del tiempo libre y de nuestra disponibilidad”.

Para Maristany es importante “fomentar situaciones en las que la comunicación verbal sea valorada y practicada. Para conversar tiene que haber por lo menos dos personas que estén disponibles. Para generar ese interés puede ser útil mediar el encuentro con un interés común que facilite un espacio para disfrutar juntos”.

Una de las claves propuestas para recuperar el poder de la charla es activar la escucha: repreguntar y ahondar sobre sensaciones y opiniones del otro

El deporte, el arte, el juego pueden estimular conversaciones generando intercambio y un clima facilitador para conversar. “Con los niños, propiciar desde pequeños, espacios donde no haya pantallas para valorizar la importancia de estar juntos sin los dispositivos. Si son adolescentes y no lo pudimos hacer, es necesario estimular el encuentro a través de los intereses que son comunes o que sabemos que les entusiasman”, amplía. Para ella, aunque medie la pantalla, ver series juntos y compartir contenido, ayuda a conversar y generar un buen clima para abordar una mayor profundidad en los diálogos. Considera que potenciar la oralidad no solo implica hablar, sino también saber escuchar. Enseñar y practicar la escucha activa mirando a la otra persona a los ojos, asintiendo y respondiendo de manera reflexiva, mejora la calidad de la conversación y fomenta una mayor conexión emocional.

“Somos seres en continua relación, y esa interacción nos produce sensación de bienestar. El contacto físico, el cara a cara, el estar con otro, es el que lo genera. Comunicar las cosas nos disminuye el estrés”, dice Ramos Paúl.

“Los seres humanos fuimos, somos y seremos nativos vinculares, no digitales –insiste Seitún–. Es en la interacción humana que aprendemos, prosperamos, maduramos, nos sentimos valiosos, queridos y queribles”.

¿Cómo hablamos hoy?

La doctora en Psicología de la Fundación Aiglé, Mariana Maristany, afirma que ”no hablamos menos, sino diferente. La cantidad de comunicación no necesariamente ha disminuido, pero su forma y profundidad han cambiado debido a la influencia de la tecnología y las redes sociales”. El celular es más rápido, pero más superficial. Las conversaciones tienden a ser cortas, con menos contexto y detalle. Los mensajes escritos, emoticones y GIFs son sustitutos de la expresión verbal, lo que cambia la forma en que expresamos emociones y pensamientos. Esto limita la riqueza de la comunicación, que pierde el componente no verbal clave para comprender los matices emocionales y sociales. La comunicación digital no siempre ocurre en tiempo real. Esto nos permite procesar y responder cuando estamos listos, pero también reduce la espontaneidad y la interacción directa, lo que puede llevar a malentendidos

Es importante fomentar situaciones en las que la comunicación verbal sea valorada y practicada

Claves para potenciar la charla

“Hay que proponerse dedicar todos los días un ratito: reencontrarse con alguien que hace mucho que no ves, tomar un café, interesarte por su vida y practicar la escucha activa”, propone la psicóloga Rocío Ramos Paúl. Al mismo tiempo, respecto al diálogo con los hijos, sugiere aprovechar momentos como la salida del colegio o las compras para conversar con ellos. Recomienda siempre plantear una pregunta que permita entrenar las habilidades sociales y da algunas claves:

  • Rituales de conexión: En casa y con amigos, es útil establecer fechas recurrentes para los encuentros. Agendar la próxima reunión al finalizar la anterior ayuda a reforzar el compromiso. Si surge algún inconveniente, siempre se puede reprogramar.
  • Volver a la llamada telefónica: En su defecto, priorizar el intercambio de audios que fomenten una conversación real, evitando limitarse a decir lo que uno quiere sin prestar atención a lo que el otro aporta.
  • Activar la escucha: Repreguntar. Ahondar sobre sensaciones y opiniones del otro. Indagar más y hablar menos.
  • Ejercitar la alfabetización emocional: Cambiar el “¿cómo estás?” por el “¿cómo te sentís?”.
  • Apostar al racconto: ¿Qué pasó desde la última vez que nos vimos? Relatar el propio y escuchar el ajeno.
  • Buscar actividades para compartir: Un pícnic, una caminata, una visita a un museo, un recorrido por una feria. Un sitio para visitar juntos ofrece oportunidades de diálogo.
  • Animarse a la charla espontánea: Casual y cotidiana con desconocidos. Un breve intercambio en la caja del super, al cargar el tanque del auto o en el gimnasio. Activar el modo conversación ejercita el músculo.
  • Adoptar el mindfulness: Estar en el aquí y ahora incrementa el disfrute del diálogo.
  • Inscribirse en alguna actividad grupal presencial: Un club de lectura, un grupo de canto, un taller de manualidades.
  • Desplegar la curiosidad: Desarrollar el interés por el otro.

 Con la extensión de las jornadas laborales se han ido perdiendo los vínculos personales cotidianos; por eso, las vacaciones con más tiempo libre y la oportunidad de compartir son el momento ideal para retomar esos espacios relajados de diálogo en familia y entre amigos  LA NACION

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