El dramático relato y la lucha de una escritora que sufrió una mutilación genital femenina

“No hubo ningún adulto que interviniera. Todo el mundo fue cómplice de una manera u otra”, dijo Halimata Fofana, escritora, documentalista y sobreviviente de una amputación genital.
Fofana nació en 1982, cerca de París, en una familia de seis hermanos. Cuando tenía cinco años, su madre la llevó de vacaciones a Senegal por primera vez. “Eran mis primeras vacaciones. Viajé con mi madre, mi hermano pequeño y mi hermana”, recordó. Allí, conoció a todos aquellos familiares de quienes tanto le habían hablado.
Un día, su tía, con quien tenía una buena relación, le dijo que iban a salir. “Me hizo creer que íbamos al mercado. Me vestí, me puse mis sandalias y nos fuimos”, contó. Cuando llegaron, vio un paño manchado de sangre extendido en el suelo. Frente a ella, una niña acababa de ser mutilada. “En ese momento, aún no tenía miedo, aún no había entendido lo que había pasado. Me llamó y me dijo que era mi turno. El miedo llegó cuando vi el cuchillo”, relató.
“Me agarró el clítoris y lo cortó, cortó, cortó. No hubo ninguna anestesia. Cuando volví a casa, nadie me habló del tema, como si no hubiera pasado. Y cuando regresé a Francia, porque en esa época estaba en preescolar, caminaba con mucha dificultad y tampoco quisieron saber, ni siquiera, las maestras”, recordó la escritora en una entrevista telefónica con LA NACION.
Más de 230 millones de niñas y mujeres vivas han sido sometidas a mutilaciones genitales femeninas, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en al menos 30 países de África, Medio Oriente y Asia.
En América Latina, aunque son menos frecuentes, se han registrado casos en algunas comunidades indígenas. Se practican en Colombia, Panamá y Ecuador, entre los Emberá, así como en Perú, entre los Conibos, según la asociación GAMS de Bélgica (grupo para la abolición de las mutilaciones sexuales femeninas).
Ya de adulta
Más tarde, ya adulta, Fofana fue a ver al médico cirujano Pierre Foldes, el primero en Francia en hacer reconstrucciones a mujeres mutiladas. Sin embargo, Fofana entendió que el verdadero proceso de curación era el psicológico. “Aquellos en que más confiaba me traicionaron. Es necesario hacer un verdadero trabajo psicológico. Aceptar el cuerpo después de lo que ha sufrido, reconciliarse con él. Es un proceso que lleva tiempo”, dijo.
Las razones por las cuales se practican las mutilaciones genitales femeninas varían según la región y el contexto histórico. Diversos factores socioculturales dentro de las familias y comunidades influyen en su perpetuación. La presión para ajustarse a lo que los demás hacen o han hecho históricamente, junto con la necesidad de reconocimiento social y el miedo al rechazo de la comunidad, constituyen una fuerte motivación para mantener la práctica de la escisión.
“Es común que la gente la compare con la circuncisión, pero no tiene nada que ver. El equivalente en los hombres sería cortarles el glande”, afirmó Fofana.
En muchos casos, su objetivo es controlar la sexualidad de la mujer para garantizar la virginidad antes del matrimonio y la fidelidad conyugal. Aunque ningún texto religioso prescribe esta práctica, algunas personas creen que tiene un fundamento religioso.
La OMS advirtió que las complicaciones tras una mutilación genital pueden incluir hemorragias severas, infecciones, problemas urinarios, dificultades en el parto y consecuencias psicológicas como depresión y estrés postraumático.
“Cuando tienes hijas, deben ser buenas esposas, deben ser puras antes del matrimonio”, explicó Fofana, sobre lo que le pasó en Senegal. Las mutilaciones genitales femeninas son consideradas en algunas comunidades una parte esencial de la educación de una niña y de su preparación para la adultez y el matrimonio.
Publicaciones
En 2015, Halimata Fofana público su primer libro, Mariama, la desollada viva (Mariama, l’écorchée vive), y en 2022 escribió A la sombra de la ciudad, Rimbaud (À l’ombre de la cité Rimbaud) inspirado en las historias de muchas mujeres que la habían contactado. “Recibí cientos y cientos de mensajes de mujeres que habían sufrido la escisión. Y de ahí saqué un personaje, Maïa. La mutilación que relato en mi segundo libro es lo que muchas de ellas vivieron. Quería contar su sufrimiento, también mostrar que un futuro mejor es posible. No estamos limitadas a lo que hemos sufrido”, señaló.
El tabú que rodea a las mujeres que sufrieron mutilaciones genitales impiden, en muchas ocasiones, que las víctimas busquen ayuda. “Las víctimas se sienten desamparadas, me escriben”, contó Fofana.
La impunidad y la falta de políticas de prevención agravan el problema. “Hacemos como si no pasara nada. En Francia, creemos que esta práctica no existe, pero hay más de 125.000 mujeres francesas mutiladas y solo hubo dos juicios”, confirmó la autora.
Al nivel mundial, de estima que más de 3 millones de niñas están en riesgo de sufrir esta mutilación cada año. El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), junto al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), trabajan anualmente para reducir estas cifras.
El Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina es una oportunidad para visibilizar esta problemática y crear planes de acción para garantizar los derechos de millones de mujeres. Fofana insiste en que la clave está en la educación y la sensibilización: “Cuando las niñas van a la escuela, la mutilación disminuye, porque tienen mayor conciencia de su cuerpo”.
La OMS estima que, si no se toman medidas urgentes, el costo de tratar las complicaciones de las mutilaciones genitales femeninas ascenderá a 1400 millones de dólares anuales en los sistemas de salud.
“No hubo ningún adulto que interviniera. Todo el mundo fue cómplice de una manera u otra”, dijo Halimata Fofana, escritora, documentalista y sobreviviente de una amputación genital.
Fofana nació en 1982, cerca de París, en una familia de seis hermanos. Cuando tenía cinco años, su madre la llevó de vacaciones a Senegal por primera vez. “Eran mis primeras vacaciones. Viajé con mi madre, mi hermano pequeño y mi hermana”, recordó. Allí, conoció a todos aquellos familiares de quienes tanto le habían hablado.
Un día, su tía, con quien tenía una buena relación, le dijo que iban a salir. “Me hizo creer que íbamos al mercado. Me vestí, me puse mis sandalias y nos fuimos”, contó. Cuando llegaron, vio un paño manchado de sangre extendido en el suelo. Frente a ella, una niña acababa de ser mutilada. “En ese momento, aún no tenía miedo, aún no había entendido lo que había pasado. Me llamó y me dijo que era mi turno. El miedo llegó cuando vi el cuchillo”, relató.
“Me agarró el clítoris y lo cortó, cortó, cortó. No hubo ninguna anestesia. Cuando volví a casa, nadie me habló del tema, como si no hubiera pasado. Y cuando regresé a Francia, porque en esa época estaba en preescolar, caminaba con mucha dificultad y tampoco quisieron saber, ni siquiera, las maestras”, recordó la escritora en una entrevista telefónica con LA NACION.
Más de 230 millones de niñas y mujeres vivas han sido sometidas a mutilaciones genitales femeninas, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en al menos 30 países de África, Medio Oriente y Asia.
En América Latina, aunque son menos frecuentes, se han registrado casos en algunas comunidades indígenas. Se practican en Colombia, Panamá y Ecuador, entre los Emberá, así como en Perú, entre los Conibos, según la asociación GAMS de Bélgica (grupo para la abolición de las mutilaciones sexuales femeninas).
Ya de adulta
Más tarde, ya adulta, Fofana fue a ver al médico cirujano Pierre Foldes, el primero en Francia en hacer reconstrucciones a mujeres mutiladas. Sin embargo, Fofana entendió que el verdadero proceso de curación era el psicológico. “Aquellos en que más confiaba me traicionaron. Es necesario hacer un verdadero trabajo psicológico. Aceptar el cuerpo después de lo que ha sufrido, reconciliarse con él. Es un proceso que lleva tiempo”, dijo.
Las razones por las cuales se practican las mutilaciones genitales femeninas varían según la región y el contexto histórico. Diversos factores socioculturales dentro de las familias y comunidades influyen en su perpetuación. La presión para ajustarse a lo que los demás hacen o han hecho históricamente, junto con la necesidad de reconocimiento social y el miedo al rechazo de la comunidad, constituyen una fuerte motivación para mantener la práctica de la escisión.
“Es común que la gente la compare con la circuncisión, pero no tiene nada que ver. El equivalente en los hombres sería cortarles el glande”, afirmó Fofana.
En muchos casos, su objetivo es controlar la sexualidad de la mujer para garantizar la virginidad antes del matrimonio y la fidelidad conyugal. Aunque ningún texto religioso prescribe esta práctica, algunas personas creen que tiene un fundamento religioso.
La OMS advirtió que las complicaciones tras una mutilación genital pueden incluir hemorragias severas, infecciones, problemas urinarios, dificultades en el parto y consecuencias psicológicas como depresión y estrés postraumático.
“Cuando tienes hijas, deben ser buenas esposas, deben ser puras antes del matrimonio”, explicó Fofana, sobre lo que le pasó en Senegal. Las mutilaciones genitales femeninas son consideradas en algunas comunidades una parte esencial de la educación de una niña y de su preparación para la adultez y el matrimonio.
Publicaciones
En 2015, Halimata Fofana público su primer libro, Mariama, la desollada viva (Mariama, l’écorchée vive), y en 2022 escribió A la sombra de la ciudad, Rimbaud (À l’ombre de la cité Rimbaud) inspirado en las historias de muchas mujeres que la habían contactado. “Recibí cientos y cientos de mensajes de mujeres que habían sufrido la escisión. Y de ahí saqué un personaje, Maïa. La mutilación que relato en mi segundo libro es lo que muchas de ellas vivieron. Quería contar su sufrimiento, también mostrar que un futuro mejor es posible. No estamos limitadas a lo que hemos sufrido”, señaló.
El tabú que rodea a las mujeres que sufrieron mutilaciones genitales impiden, en muchas ocasiones, que las víctimas busquen ayuda. “Las víctimas se sienten desamparadas, me escriben”, contó Fofana.
La impunidad y la falta de políticas de prevención agravan el problema. “Hacemos como si no pasara nada. En Francia, creemos que esta práctica no existe, pero hay más de 125.000 mujeres francesas mutiladas y solo hubo dos juicios”, confirmó la autora.
Al nivel mundial, de estima que más de 3 millones de niñas están en riesgo de sufrir esta mutilación cada año. El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), junto al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), trabajan anualmente para reducir estas cifras.
El Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina es una oportunidad para visibilizar esta problemática y crear planes de acción para garantizar los derechos de millones de mujeres. Fofana insiste en que la clave está en la educación y la sensibilización: “Cuando las niñas van a la escuela, la mutilación disminuye, porque tienen mayor conciencia de su cuerpo”.
La OMS estima que, si no se toman medidas urgentes, el costo de tratar las complicaciones de las mutilaciones genitales femeninas ascenderá a 1400 millones de dólares anuales en los sistemas de salud.
Hoy es el Día de la Tolerancia Cero contra las Mutilaciones Genitales Femeninas, un flagelo al que son sometidas mujeres y niñas en todo el mundo; el testimonio de la francesa Halimata Fofana LA NACION