Roy Hora: “Milei trae una visión muy iliberal de la sociedad”

Como todo historiador, Roy Hora se siente cómodo entre los pliegues del pasado. Sin embargo, este presente atípico, disruptivo y vertiginoso protagonizado por Javier Milei lo sacude por completo. En algunos aspectos, señala, representa una etapa “de horror y vergüenza”. Como buen intelectual, lo anima la necesidad de entender un fenómeno extraño y ajeno a las tradiciones políticas argentinas.
“Milei desafía muchos de los consensos sobre los que se apoyó la política argentina de estas últimas cuatro décadas”, sostiene Hora, doctor en Historia Moderna por la Universidad de Oxford e investigador principal del Conicet, y enseguida remarca la “nula valoración” de la tradición democrática que encarna el Presidente. “Por ahora la Argentina le ha impuesto límites institucionales y sociales. Pero no sé qué pasará si desaparecen o se debilitan esos límites externos y Milei alcanza más poder […] Si le va muy bien a Milei, quizás no le vaya tan bien a nuestra democracia”, afirma Hora, profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes y autor de ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? (Siglo XXI), entre tantos otros libros de historia económica y agraria.
Aliviada por la sensible baja de la inflación, una parte importante de la sociedad argentina mantiene la adhesión a la política económica del Gobierno, que incluye ajuste, desregulación y privatizaciones. A diferencia de quienes ven en esta coyuntura una sucesión de triunfos definitivos, Hora elige la cautela. “Un éxito de corto plazo no significa que un proyecto político de esta naturaleza haya venido para quedarse”, afirma.
Hora señala que hay nubes que tapan el sol, como el atraso cambiario. Por eso, dice, toda discusión sobre la emergencia de un nuevo orden es prematura. Y recuerda por caso dos experiencias del pasado reciente que resultaron fallidas: el Plan Austral durante el gobierno de Raúl Alfonsín y la Convertibilidad del menemismo.
Con respecto a “la batalla cultural” y la embestida ultraconservadora contra el feminismo, el colectivo LGBT y los derechos de las minorías, Hora sostiene: “Milei también trae como novedad, y como novedad desagradable, una visión poco tolerante y muy iliberal, o antiliberal, del ideal de sociedad. Una sociedad tolerante acepta lo distinto, una liberal lo valora y lo celebra. Milei está en las antípodas de estas ideas, como vimos recientemente en Davos”. Por eso, según Hora, es imprescindible que los liberales argentinos alcen la voz en defensa del verdadero liberalismo, hoy profanado, a su entender. “Con su barbarie, Milei les ofrece una oportunidad para rehabilitarse como una fuerza liberadora, de modo de colocarse a la altura de la discusión sobre qué es una sociedad libre y tolerante en el siglo XXI”.
–Hace algo más de un año empezó un experimento político diferente y novedoso que encuentra a muchos intelectuales perplejos y desorientados, tratando de descifrar algo que se parece a una caja negra encriptada. ¿Cómo lo encuentra a usted el laboratorio Milei?
–Me caben las generales de la ley, agravado por el hecho de que soy historiador. En la medida en que estamos frente a un experimento político muy novedoso, me cuesta tomar perspectiva. Me provoca el desconcierto que a otros les provocó el Perón de 1945. A la luz de la trayectoria histórica argentina y de lo que fueron las tradiciones políticas dominantes, con fuerte énfasis en lo nacional-popular, Milei es sin duda muy original, difícil de encasillar. Y como se trata de un fenómeno tan proteico, no sabemos cuál será su punto de llegada. Apenas conocemos su punto de partida: lo veo ante todo como una reacción contra el modo en que se organizó la economía después de la crisis de 2001, con una enorme centralidad del Estado y una economía muy cerrada, demasiada regulación y demasiada corrupción.
–Hay una reacción contra aquello que estaba establecido.
–Sí, contra un proyecto que dio pocos frutos, que fracasó, pero hay más que puro rechazo. Viene acompañado de un discurso que es algo más que un péndulo que va en la otra dirección. Y esto porque quien lo impulsa es una figura que desafía muchos de los consensos sobre los que se apoyó la política argentina de estas últimas cuatro décadas. Milei tiene pasta de líder. Es temerario, toma riesgos. Por eso el estado de la vida pública no se puede explicar si no hacemos referencia a la figura que llegó a la Casa Rosada
–Milei es un outsider que llega al gobierno con más convicción que apoyos institucionales; que logró una gobernabilidad y una estabilización impensada; que cambió el eje de la conversación pública. ¿Cuáles son para usted las novedades más llamativas?
–El Presidente abrió su gobierno con una apuesta muy ambiciosa y muy arriesgada, que muchos pensamos que podía salirle mal. Me refiero al fuerte ajuste del gasto con el que inauguró su gobierno: “No hay plata”. Mostró que el Teorema de Baglini no siempre se cumple. En algunos planos se mostró pragmático y negociador, pero en otros, como la tan mentada “batalla cultural”, es difícil entender cuál es la racionalidad que lo guía. En fin, se trata de un panorama que combina osadía y pragmatismo, ambición y cálculo. También descubrimos que la sociedad argentina es capaz de tolerar y acompañar un ajuste de gran magnitud. Quizás porque la experiencia dramática de la alta inflación, que es una tortura cotidiana para la gente de a pie, mostró que el camino anterior era inviable. Milei entendió mejor que nadie que no se puede vivir sin un mínimo de certeza y previsibilidad.
–Hace referencia al horizonte de previsibilidad que otorga la baja de la inflación. Eso pasó también con dos experiencias que resultaron transitorias: el Plan Austral de Alfonsín y la Convertibilidad de Menem. En este caso, el tiempo dirá.
–Exactamente, fueron experiencias que pueden asimilarse a la actual, y algo enseñan. La estabilización de Sourrouille le permitió a Alfonsín ganar las elecciones de 1985, y la de Menem le dio triunfos en 1991 y 1993. Pero ambas terminaron mal: más rápido la de Alfonsín, más lento la de Menem. Y esos fracasos sugieren que la baja de la inflación no está asentada en piedra, y abren un signo de interrogación sobre la suerte de experiencia de Milei, que también depende de su desempeño económico. Un éxito de corto plazo no significa que un proyecto político de esta naturaleza haya venido para quedarse, sobre todo porque hay nubes que tapan el sol, como el atraso cambiario. A un año de su llegada al poder, Milei encara las elecciones de medio término con optimismo. Pero si alejamos el zoom me asaltan dudas. Toda discusión sobre la emergencia de un nuevo orden es prematura, para no hablar de cualquier tentación hegemónica. Esto recién comienza.
–A propósito de la singularidad de la figura de Milei, sería interesante hablar sobre el rol de las personalidades y el impacto de los líderes políticos en los procesos históricos. Alguna vez habló de “la personalidad volcánica y el estilo plebeyo” de Milei.
–Una de las grandes ventajas de la narrativa histórica es que conocemos el resultado, sabemos cómo termina la historia. Con frecuencia, tener una perspectiva de todo un proceso nos hace menos sensibles a la dimensión disruptiva de lo nuevo, y en particular al papel creador de los liderazgos. Olvidamos que, en la sala de comando, las decisiones siempre se toman en un contexto dominado por la incertidumbre, con poca información, sin conocer las reacciones que pueden provocar. Por eso atender al liderazgo es fundamental. Ahora estamos en un momento que potencia los liderazgos, porque las viejas reglas ya no funcionan, ni en la política doméstica ni en la internacional. No es casual que las narrativas más convencionales, que son los que ponen en un segundo lugar al factor “personalidad”, están cediendo frente a otras que prestan gran atención a las características de los grandes líderes. Basta leer la tapa de los diarios para comprobarlo, y un caso obvio es Trump en Estados Unidos, que va a dejar una huella en la historia de ese país. Ya hemos hablado de Milei como una figura que ha hecho apuestas osadas en el plano interno, y eso se replica, con igual fuerza, hacia su política internacional. Su alineamiento con Estados Unidos y con Israel es extremadamente disruptivo para las tradiciones de la diplomacia argentina. Más que Menem y su apuesta por las relaciones carnales. Porque Menem se abrazó a Washington en un momento en el que, tras la caída del Muro, el mundo sólo tenía un sol. Ahora hay más de uno, y muchas turbulencias, y sin embargo Milei apostó un pleno a su alianza con Trump. Me parece que esto también habla de los rasgos de personalidad del presidente. Como en el ajuste fiscal, la identificación de la homosexualidad con el delito y la asociación con Estados Unidos, se deja llevar por sus impulsos.
–¿Ve en Milei tentaciones autoritarias?
–Su valoración de la tradición democrática argentina es igual a cero. No me parece irrelevante que admire al líder que impulsó la toma del Capitolio, quizás la mayor afrenta a las instituciones de la democracia constitucional estadounidense en más de un siglo, y luego indultara a sus perpetradores. Espero que la lealtad de Milei al marco institucional sea mayor, no solo producto de constricciones externas. Al definirse como un outsider que viene a castigar a la casta dirigente de la era democrática, eligió ponerse por fuera de los consensos que dieron forma a la política argentina en el siglo XX. En parte lo ha hecho por razones pragmáticas, pero en su manera de razonar hay una impugnación más de fondo a cómo funciona la política democrática. Ratas, parásitos, inútiles: su opinión sobre los representantes de la soberanía popular no augura nada bueno para la construcción de una democracia de mejor calidad. Por ahora la Argentina le ha impuesto límites institucionales y sociales. Pero no sé qué pasará si desaparecen o se debilitan esos límites externos, si alcanza más poder.
–Siguiendo el razonamiento, ¿diría que, si le va bien a Milei, quizás le vaya mal a la Argentina?
–Una posibilidad es que, si le va muy bien a Milei, quizás no le vaya tan bien a nuestra democracia. Preferiría un resultado más gris. Como muchos otros, pienso que fue votado por una parte de la ciudadanía para castigar a una clase dirigente y para restaurar cierta normalidad en el funcionamiento de la economía. Ojalá pueda cumplir esa tarea, aún si el precio a pagar sea un legado problemático en términos de debilitamiento de las capacidades del Estado, y quizá también una sociedad más desigual. Si lo logra, una parte muy importante de la sociedad se lo va a agradecer y, espero, de ahí en adelante, consagrado este nuevo piso, lo va a despedir, para buscar opciones políticas más convencionales, más en armonía con nuestra cultura política. La Argentina no ha sido nunca un país de extremos, ni de derecha ni de izquierda, y una vez que pase la tormenta no veo motivos de fondo para que eso tenga que cambiar
–La Argentina tiene hoy un presidente con facultades delegadas que, por más que se ha mostrado pragmático, elige la confrontación a la cooperación y gobierna a decreto y veto. Quienes ven tentaciones autoritarias esperan que las instituciones encaucen, contengan y detengan esos impulsos.
–Lo has dicho como yo lo diría. Milei también trae como novedad, y como novedad desagradable, una visión poco tolerante y muy iliberal, o antiliberal, del ideal de sociedad. Una sociedad tolerante acepta lo distinto, una liberal lo valora y lo celebra. Milei está en las antípodas de estas ideas, como vimos recientemente en Davos. Más allá de si el presidente está dispuesto a aceptar los límites institucionales que le impone la Argentina, su visión promueve un modelo de sociedad que me parece negativo y reprochable. En las últimas décadas, en el plano de las costumbres y las formas de vida, la sociedad argentina se ha vuelto mucho más tolerante y liberal. Tiene sectores conservadores importantes, pero se han movido en una dirección más amigable hacia quienes toman distancia de los mandatos patriarcales tradicionales y buscan su propio camino.
–Milei se presenta un cruzado de la libertad, al tiempo que rechaza la disidencia e insulta a los críticos. No ve una contradicción entre defender el “respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo” y las ideas antiliberales que promueve. ¿Qué daño le causa al liberalismo?
–Creo que los liberales tienen por delante un gran desafío, en el que se juega el prestigio de su credo. Tienen que ayudar a separar la paja del trigo. Esto significa una voz pública liberal más potente, capaz de distinguir los aspectos que ellos ven positivos del programa de reforma económica en curso, de los aspectos negativos del modelo de sociedad que propone Milei. Si aceptamos ideas como las referidas a la asociación entre homosexualidad y delito, la sociedad argentina irá hacia destinos indeseables, no solo para los disidentes, sino para todos. Una sociedad más represiva y más gris, todo lo opuesto de lo que se pregona. Milei, con su barbarie, les ofrece una oportunidad para rehabilitarse como una fuerza liberadora, de modo de colocarse a la altura de la discusión sobre qué es una sociedad libre y tolerante en el siglo XXI.
–A grandes rasgos uno podría decir que una parte de la ciudadanía rechaza todo lo que propone Milei; otra parte lo apoya; y otros adhieren a las reformas económicas, pero cuestionan la “batalla cultural” y el desdén institucional. ¿Qué ve en estos universos?
–Coincido con tu descripción. Los votantes acompañan a Milei por distintas razones. Me parece que los que están en sintonía con su programa sociocultural son una minoría, a veces ruidosos, pero poco representativos del conjunto. Creo que aquel sector que acompaña a Milei por las razones económicas no se siente del todo cómodo con su programa sociocultural. Y que, llegado el momento, debidamente interpelado por una dirigencia a la altura de las circunstancias, le pondrá límites. Esto depende, en alguna medida, de la capacidad de la clase dirigente para ofrecer alternativas mejores que las que ofreció hasta acá. Y por supuesto también depende de que la sociedad argentina sea sensible a esa interpelación que nos ayude a dejar atrás lo que en algunos aspectos es una etapa de horror y vergüenza. La moneda está en el aire.
–“La boca de Milei se asemeja a una cloaca”, escribió Luis Alberto Romero en la revista Seúl. ¿Qué efectos tiene que el Presidente diga lo que dice y hable como habla desde el lugar que ocupa?
–El Presidente, por su rol institucional, debe sintetizar la unidad de la nación. No es simplemente el jefe de una facción política o el líder de un sector de la sociedad. Una vez que llega a la Casa Rosada debe pensarse como tal. No todos los presidentes anteriores han estado a la altura de esta tarea exigente, pero éste es el ideal al que tiene que aspirar la palabra pública del presidente. Un presidente que agrede y vocifera contribuye, por el poder de su palabra, por el lugar simbólico que ocupa, a la degradación de la discusión pública. Para no hablar de las posibles consecuencias que sus exabruptos pueden tener sobre la orientación de la política pública. Un poder que estigmatiza y denuncia, contribuye a forjar una sociedad más opaca. Y también fomenta conductas más represivas en la ciudadanía, como en su momento mostró Guillermo O’Donnell. Cuando desde arriba se escucha una voz que justifica y legitima ciertas conductas, eso tiene consecuencias. Un presidente que golpea duramente a un sector de la sociedad argentina habilita a quienes están más abajo. La palabra presidencial nunca es inocua.
–La identificación de enemigos, la centralidad del líder, la narrativa con héroes y villanos, la usina discursiva del Presidente, ¿encuadra esto en el populismo?
–Populismo es una etiqueta que se le puede adosar a cosas muy distintas, el populismo ha sido un fenómeno multiforme, del norte y del sur, del siglo XX y del XXI. No me parece de gran utilidad. Pero sí es importante recordar que esta visión agonal y polarizada del conflicto, y la enorme relevancia asignada al liderazgo, es muy propia de la tradición política argentina. Hace más de un siglo solemos hablar más de figuras que de partidos (yrigoyenismo, peronismo, macrismo, kirchnerismo). Ahora quizás tengamos que agregar un ismo más a la lista, el mileísmo. En una sociedad que es relativamente moderada y reformista, sin embargo, siempre nacieron formas de la política de fuerte contenido agonal: causa y régimen con Yrigoyen, pueblo y oligarquía con Perón… Tal vez, en una versión radicalizada y propia de un momento dominado por el malestar, la ira, avancemos hacia otra estación de la misma línea. Son pocos los momentos en la historia argentina donde hubo una política más consensual. Y eso crea complicaciones, pues nuestro marco institucional, sobre todo desde la Constitución de 1994, está armado para una política consensual. Por eso no podemos nombrar jueces, o un Defensor del Pueblo.
–Usted fue a la “Marcha antifascista” convocada días pasados por el colectivo LGBT, los feminismos y las diversidades. ¿Qué vio?
–Vi una manifestación muy diversa: las minorías, el colectivo LGBT, y mucha presencia de las clases medias urbanas, sobre todo de jóvenes. Mi impresión: ciudadanos que se identifican con la idea de que nuestro país tiene que ser una sociedad más plural, más amable con la diversidad, más liberal. La sociedad argentina posee una cultura cívica muy potente, sin par en América Latina. Y es una sociedad muy castigada por la adversidad económica. Esa tensión domina el momento actual. Por necesidad, medio país le dio a Milei licencia para avanzar con su programa de normalización económica, ignorando o incluso tapándose la nariz frente a sus aspectos más cuestionables. Pero, más allá de cambios generacionales y de fenómenos que afectan a la política en todo Occidente, no creo que haya habido un cambio de fondo en valores y expectativas. No estoy de acuerdo con quienes dicen que “la sociedad argentina ha cambiado y ahora el horizonte de ideas y las formas de representación van ser radicalmente distintos”. Vicios de historiador, quizás, al que le cuesta ver el cambio. Pero no me apresuraría a decretar el fin de la Argentina volcánica y movilizada tal como la conocimos por más de un siglo.
Un historiador con ojo para la economía
-Roy Hora es profesor de Historia por la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Historia Moderna por la Universidad de Oxford (1998).
-Es profesor principal de cátedra de la Universidad de San Andrés e investigador principal del Conicet. También es profesor titular regular en la Universidad Nacional de Quilmes.
-Es autor, entre otros libros, de Los estancieros contra el Estado. La Liga Agraria y la formación del ruralismo político en la Argentina moderna (2009), Historia económica de la Argentina en el siglo XIX (2010), Historia del turf argentino (2014), y ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? Y cómo pensarlo hoy, cuando ese campo ya no existe (2018).
-Junto a Pablo Gerchunoff, en 2021 publicó La moneda en el aire. Conversaciones sobre la Argentina y su historia de futuros imprevisibles, un libro de diálogos entre el historiador y el economista.
Como todo historiador, Roy Hora se siente cómodo entre los pliegues del pasado. Sin embargo, este presente atípico, disruptivo y vertiginoso protagonizado por Javier Milei lo sacude por completo. En algunos aspectos, señala, representa una etapa “de horror y vergüenza”. Como buen intelectual, lo anima la necesidad de entender un fenómeno extraño y ajeno a las tradiciones políticas argentinas.
“Milei desafía muchos de los consensos sobre los que se apoyó la política argentina de estas últimas cuatro décadas”, sostiene Hora, doctor en Historia Moderna por la Universidad de Oxford e investigador principal del Conicet, y enseguida remarca la “nula valoración” de la tradición democrática que encarna el Presidente. “Por ahora la Argentina le ha impuesto límites institucionales y sociales. Pero no sé qué pasará si desaparecen o se debilitan esos límites externos y Milei alcanza más poder […] Si le va muy bien a Milei, quizás no le vaya tan bien a nuestra democracia”, afirma Hora, profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes y autor de ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? (Siglo XXI), entre tantos otros libros de historia económica y agraria.
Aliviada por la sensible baja de la inflación, una parte importante de la sociedad argentina mantiene la adhesión a la política económica del Gobierno, que incluye ajuste, desregulación y privatizaciones. A diferencia de quienes ven en esta coyuntura una sucesión de triunfos definitivos, Hora elige la cautela. “Un éxito de corto plazo no significa que un proyecto político de esta naturaleza haya venido para quedarse”, afirma.
Hora señala que hay nubes que tapan el sol, como el atraso cambiario. Por eso, dice, toda discusión sobre la emergencia de un nuevo orden es prematura. Y recuerda por caso dos experiencias del pasado reciente que resultaron fallidas: el Plan Austral durante el gobierno de Raúl Alfonsín y la Convertibilidad del menemismo.
Con respecto a “la batalla cultural” y la embestida ultraconservadora contra el feminismo, el colectivo LGBT y los derechos de las minorías, Hora sostiene: “Milei también trae como novedad, y como novedad desagradable, una visión poco tolerante y muy iliberal, o antiliberal, del ideal de sociedad. Una sociedad tolerante acepta lo distinto, una liberal lo valora y lo celebra. Milei está en las antípodas de estas ideas, como vimos recientemente en Davos”. Por eso, según Hora, es imprescindible que los liberales argentinos alcen la voz en defensa del verdadero liberalismo, hoy profanado, a su entender. “Con su barbarie, Milei les ofrece una oportunidad para rehabilitarse como una fuerza liberadora, de modo de colocarse a la altura de la discusión sobre qué es una sociedad libre y tolerante en el siglo XXI”.
–Hace algo más de un año empezó un experimento político diferente y novedoso que encuentra a muchos intelectuales perplejos y desorientados, tratando de descifrar algo que se parece a una caja negra encriptada. ¿Cómo lo encuentra a usted el laboratorio Milei?
–Me caben las generales de la ley, agravado por el hecho de que soy historiador. En la medida en que estamos frente a un experimento político muy novedoso, me cuesta tomar perspectiva. Me provoca el desconcierto que a otros les provocó el Perón de 1945. A la luz de la trayectoria histórica argentina y de lo que fueron las tradiciones políticas dominantes, con fuerte énfasis en lo nacional-popular, Milei es sin duda muy original, difícil de encasillar. Y como se trata de un fenómeno tan proteico, no sabemos cuál será su punto de llegada. Apenas conocemos su punto de partida: lo veo ante todo como una reacción contra el modo en que se organizó la economía después de la crisis de 2001, con una enorme centralidad del Estado y una economía muy cerrada, demasiada regulación y demasiada corrupción.
–Hay una reacción contra aquello que estaba establecido.
–Sí, contra un proyecto que dio pocos frutos, que fracasó, pero hay más que puro rechazo. Viene acompañado de un discurso que es algo más que un péndulo que va en la otra dirección. Y esto porque quien lo impulsa es una figura que desafía muchos de los consensos sobre los que se apoyó la política argentina de estas últimas cuatro décadas. Milei tiene pasta de líder. Es temerario, toma riesgos. Por eso el estado de la vida pública no se puede explicar si no hacemos referencia a la figura que llegó a la Casa Rosada
–Milei es un outsider que llega al gobierno con más convicción que apoyos institucionales; que logró una gobernabilidad y una estabilización impensada; que cambió el eje de la conversación pública. ¿Cuáles son para usted las novedades más llamativas?
–El Presidente abrió su gobierno con una apuesta muy ambiciosa y muy arriesgada, que muchos pensamos que podía salirle mal. Me refiero al fuerte ajuste del gasto con el que inauguró su gobierno: “No hay plata”. Mostró que el Teorema de Baglini no siempre se cumple. En algunos planos se mostró pragmático y negociador, pero en otros, como la tan mentada “batalla cultural”, es difícil entender cuál es la racionalidad que lo guía. En fin, se trata de un panorama que combina osadía y pragmatismo, ambición y cálculo. También descubrimos que la sociedad argentina es capaz de tolerar y acompañar un ajuste de gran magnitud. Quizás porque la experiencia dramática de la alta inflación, que es una tortura cotidiana para la gente de a pie, mostró que el camino anterior era inviable. Milei entendió mejor que nadie que no se puede vivir sin un mínimo de certeza y previsibilidad.
–Hace referencia al horizonte de previsibilidad que otorga la baja de la inflación. Eso pasó también con dos experiencias que resultaron transitorias: el Plan Austral de Alfonsín y la Convertibilidad de Menem. En este caso, el tiempo dirá.
–Exactamente, fueron experiencias que pueden asimilarse a la actual, y algo enseñan. La estabilización de Sourrouille le permitió a Alfonsín ganar las elecciones de 1985, y la de Menem le dio triunfos en 1991 y 1993. Pero ambas terminaron mal: más rápido la de Alfonsín, más lento la de Menem. Y esos fracasos sugieren que la baja de la inflación no está asentada en piedra, y abren un signo de interrogación sobre la suerte de experiencia de Milei, que también depende de su desempeño económico. Un éxito de corto plazo no significa que un proyecto político de esta naturaleza haya venido para quedarse, sobre todo porque hay nubes que tapan el sol, como el atraso cambiario. A un año de su llegada al poder, Milei encara las elecciones de medio término con optimismo. Pero si alejamos el zoom me asaltan dudas. Toda discusión sobre la emergencia de un nuevo orden es prematura, para no hablar de cualquier tentación hegemónica. Esto recién comienza.
–A propósito de la singularidad de la figura de Milei, sería interesante hablar sobre el rol de las personalidades y el impacto de los líderes políticos en los procesos históricos. Alguna vez habló de “la personalidad volcánica y el estilo plebeyo” de Milei.
–Una de las grandes ventajas de la narrativa histórica es que conocemos el resultado, sabemos cómo termina la historia. Con frecuencia, tener una perspectiva de todo un proceso nos hace menos sensibles a la dimensión disruptiva de lo nuevo, y en particular al papel creador de los liderazgos. Olvidamos que, en la sala de comando, las decisiones siempre se toman en un contexto dominado por la incertidumbre, con poca información, sin conocer las reacciones que pueden provocar. Por eso atender al liderazgo es fundamental. Ahora estamos en un momento que potencia los liderazgos, porque las viejas reglas ya no funcionan, ni en la política doméstica ni en la internacional. No es casual que las narrativas más convencionales, que son los que ponen en un segundo lugar al factor “personalidad”, están cediendo frente a otras que prestan gran atención a las características de los grandes líderes. Basta leer la tapa de los diarios para comprobarlo, y un caso obvio es Trump en Estados Unidos, que va a dejar una huella en la historia de ese país. Ya hemos hablado de Milei como una figura que ha hecho apuestas osadas en el plano interno, y eso se replica, con igual fuerza, hacia su política internacional. Su alineamiento con Estados Unidos y con Israel es extremadamente disruptivo para las tradiciones de la diplomacia argentina. Más que Menem y su apuesta por las relaciones carnales. Porque Menem se abrazó a Washington en un momento en el que, tras la caída del Muro, el mundo sólo tenía un sol. Ahora hay más de uno, y muchas turbulencias, y sin embargo Milei apostó un pleno a su alianza con Trump. Me parece que esto también habla de los rasgos de personalidad del presidente. Como en el ajuste fiscal, la identificación de la homosexualidad con el delito y la asociación con Estados Unidos, se deja llevar por sus impulsos.
–¿Ve en Milei tentaciones autoritarias?
–Su valoración de la tradición democrática argentina es igual a cero. No me parece irrelevante que admire al líder que impulsó la toma del Capitolio, quizás la mayor afrenta a las instituciones de la democracia constitucional estadounidense en más de un siglo, y luego indultara a sus perpetradores. Espero que la lealtad de Milei al marco institucional sea mayor, no solo producto de constricciones externas. Al definirse como un outsider que viene a castigar a la casta dirigente de la era democrática, eligió ponerse por fuera de los consensos que dieron forma a la política argentina en el siglo XX. En parte lo ha hecho por razones pragmáticas, pero en su manera de razonar hay una impugnación más de fondo a cómo funciona la política democrática. Ratas, parásitos, inútiles: su opinión sobre los representantes de la soberanía popular no augura nada bueno para la construcción de una democracia de mejor calidad. Por ahora la Argentina le ha impuesto límites institucionales y sociales. Pero no sé qué pasará si desaparecen o se debilitan esos límites externos, si alcanza más poder.
–Siguiendo el razonamiento, ¿diría que, si le va bien a Milei, quizás le vaya mal a la Argentina?
–Una posibilidad es que, si le va muy bien a Milei, quizás no le vaya tan bien a nuestra democracia. Preferiría un resultado más gris. Como muchos otros, pienso que fue votado por una parte de la ciudadanía para castigar a una clase dirigente y para restaurar cierta normalidad en el funcionamiento de la economía. Ojalá pueda cumplir esa tarea, aún si el precio a pagar sea un legado problemático en términos de debilitamiento de las capacidades del Estado, y quizá también una sociedad más desigual. Si lo logra, una parte muy importante de la sociedad se lo va a agradecer y, espero, de ahí en adelante, consagrado este nuevo piso, lo va a despedir, para buscar opciones políticas más convencionales, más en armonía con nuestra cultura política. La Argentina no ha sido nunca un país de extremos, ni de derecha ni de izquierda, y una vez que pase la tormenta no veo motivos de fondo para que eso tenga que cambiar
–La Argentina tiene hoy un presidente con facultades delegadas que, por más que se ha mostrado pragmático, elige la confrontación a la cooperación y gobierna a decreto y veto. Quienes ven tentaciones autoritarias esperan que las instituciones encaucen, contengan y detengan esos impulsos.
–Lo has dicho como yo lo diría. Milei también trae como novedad, y como novedad desagradable, una visión poco tolerante y muy iliberal, o antiliberal, del ideal de sociedad. Una sociedad tolerante acepta lo distinto, una liberal lo valora y lo celebra. Milei está en las antípodas de estas ideas, como vimos recientemente en Davos. Más allá de si el presidente está dispuesto a aceptar los límites institucionales que le impone la Argentina, su visión promueve un modelo de sociedad que me parece negativo y reprochable. En las últimas décadas, en el plano de las costumbres y las formas de vida, la sociedad argentina se ha vuelto mucho más tolerante y liberal. Tiene sectores conservadores importantes, pero se han movido en una dirección más amigable hacia quienes toman distancia de los mandatos patriarcales tradicionales y buscan su propio camino.
–Milei se presenta un cruzado de la libertad, al tiempo que rechaza la disidencia e insulta a los críticos. No ve una contradicción entre defender el “respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo” y las ideas antiliberales que promueve. ¿Qué daño le causa al liberalismo?
–Creo que los liberales tienen por delante un gran desafío, en el que se juega el prestigio de su credo. Tienen que ayudar a separar la paja del trigo. Esto significa una voz pública liberal más potente, capaz de distinguir los aspectos que ellos ven positivos del programa de reforma económica en curso, de los aspectos negativos del modelo de sociedad que propone Milei. Si aceptamos ideas como las referidas a la asociación entre homosexualidad y delito, la sociedad argentina irá hacia destinos indeseables, no solo para los disidentes, sino para todos. Una sociedad más represiva y más gris, todo lo opuesto de lo que se pregona. Milei, con su barbarie, les ofrece una oportunidad para rehabilitarse como una fuerza liberadora, de modo de colocarse a la altura de la discusión sobre qué es una sociedad libre y tolerante en el siglo XXI.
–A grandes rasgos uno podría decir que una parte de la ciudadanía rechaza todo lo que propone Milei; otra parte lo apoya; y otros adhieren a las reformas económicas, pero cuestionan la “batalla cultural” y el desdén institucional. ¿Qué ve en estos universos?
–Coincido con tu descripción. Los votantes acompañan a Milei por distintas razones. Me parece que los que están en sintonía con su programa sociocultural son una minoría, a veces ruidosos, pero poco representativos del conjunto. Creo que aquel sector que acompaña a Milei por las razones económicas no se siente del todo cómodo con su programa sociocultural. Y que, llegado el momento, debidamente interpelado por una dirigencia a la altura de las circunstancias, le pondrá límites. Esto depende, en alguna medida, de la capacidad de la clase dirigente para ofrecer alternativas mejores que las que ofreció hasta acá. Y por supuesto también depende de que la sociedad argentina sea sensible a esa interpelación que nos ayude a dejar atrás lo que en algunos aspectos es una etapa de horror y vergüenza. La moneda está en el aire.
–“La boca de Milei se asemeja a una cloaca”, escribió Luis Alberto Romero en la revista Seúl. ¿Qué efectos tiene que el Presidente diga lo que dice y hable como habla desde el lugar que ocupa?
–El Presidente, por su rol institucional, debe sintetizar la unidad de la nación. No es simplemente el jefe de una facción política o el líder de un sector de la sociedad. Una vez que llega a la Casa Rosada debe pensarse como tal. No todos los presidentes anteriores han estado a la altura de esta tarea exigente, pero éste es el ideal al que tiene que aspirar la palabra pública del presidente. Un presidente que agrede y vocifera contribuye, por el poder de su palabra, por el lugar simbólico que ocupa, a la degradación de la discusión pública. Para no hablar de las posibles consecuencias que sus exabruptos pueden tener sobre la orientación de la política pública. Un poder que estigmatiza y denuncia, contribuye a forjar una sociedad más opaca. Y también fomenta conductas más represivas en la ciudadanía, como en su momento mostró Guillermo O’Donnell. Cuando desde arriba se escucha una voz que justifica y legitima ciertas conductas, eso tiene consecuencias. Un presidente que golpea duramente a un sector de la sociedad argentina habilita a quienes están más abajo. La palabra presidencial nunca es inocua.
–La identificación de enemigos, la centralidad del líder, la narrativa con héroes y villanos, la usina discursiva del Presidente, ¿encuadra esto en el populismo?
–Populismo es una etiqueta que se le puede adosar a cosas muy distintas, el populismo ha sido un fenómeno multiforme, del norte y del sur, del siglo XX y del XXI. No me parece de gran utilidad. Pero sí es importante recordar que esta visión agonal y polarizada del conflicto, y la enorme relevancia asignada al liderazgo, es muy propia de la tradición política argentina. Hace más de un siglo solemos hablar más de figuras que de partidos (yrigoyenismo, peronismo, macrismo, kirchnerismo). Ahora quizás tengamos que agregar un ismo más a la lista, el mileísmo. En una sociedad que es relativamente moderada y reformista, sin embargo, siempre nacieron formas de la política de fuerte contenido agonal: causa y régimen con Yrigoyen, pueblo y oligarquía con Perón… Tal vez, en una versión radicalizada y propia de un momento dominado por el malestar, la ira, avancemos hacia otra estación de la misma línea. Son pocos los momentos en la historia argentina donde hubo una política más consensual. Y eso crea complicaciones, pues nuestro marco institucional, sobre todo desde la Constitución de 1994, está armado para una política consensual. Por eso no podemos nombrar jueces, o un Defensor del Pueblo.
–Usted fue a la “Marcha antifascista” convocada días pasados por el colectivo LGBT, los feminismos y las diversidades. ¿Qué vio?
–Vi una manifestación muy diversa: las minorías, el colectivo LGBT, y mucha presencia de las clases medias urbanas, sobre todo de jóvenes. Mi impresión: ciudadanos que se identifican con la idea de que nuestro país tiene que ser una sociedad más plural, más amable con la diversidad, más liberal. La sociedad argentina posee una cultura cívica muy potente, sin par en América Latina. Y es una sociedad muy castigada por la adversidad económica. Esa tensión domina el momento actual. Por necesidad, medio país le dio a Milei licencia para avanzar con su programa de normalización económica, ignorando o incluso tapándose la nariz frente a sus aspectos más cuestionables. Pero, más allá de cambios generacionales y de fenómenos que afectan a la política en todo Occidente, no creo que haya habido un cambio de fondo en valores y expectativas. No estoy de acuerdo con quienes dicen que “la sociedad argentina ha cambiado y ahora el horizonte de ideas y las formas de representación van ser radicalmente distintos”. Vicios de historiador, quizás, al que le cuesta ver el cambio. Pero no me apresuraría a decretar el fin de la Argentina volcánica y movilizada tal como la conocimos por más de un siglo.
Un historiador con ojo para la economía
-Roy Hora es profesor de Historia por la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Historia Moderna por la Universidad de Oxford (1998).
-Es profesor principal de cátedra de la Universidad de San Andrés e investigador principal del Conicet. También es profesor titular regular en la Universidad Nacional de Quilmes.
-Es autor, entre otros libros, de Los estancieros contra el Estado. La Liga Agraria y la formación del ruralismo político en la Argentina moderna (2009), Historia económica de la Argentina en el siglo XIX (2010), Historia del turf argentino (2014), y ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? Y cómo pensarlo hoy, cuando ese campo ya no existe (2018).
-Junto a Pablo Gerchunoff, en 2021 publicó La moneda en el aire. Conversaciones sobre la Argentina y su historia de futuros imprevisibles, un libro de diálogos entre el historiador y el economista.
El historiador afirma que buena parte de la sociedad le dio al Presidente licencia para poner la economía en orden, soslayando aspectos cuestionables relativos a sus políticas socioculturales LA NACION