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Alta Fidelidad. En la red carpet del Juicio Final Versace viste a María Magdalena

De regreso, en el auto que atraviesa la temperatura extrema del acceso norte como un freezer con ruedas, Rosana Schoijett observa lo que los demás no: unas palmeras enanas de paja seca absurdas, que no ofrecen ni un milímetro de sombra a este sol tremendo en la dársena norte-sur de la antes llamada Panamericana. “Ahí están de nuevo! ¿Para qué?”. No hay respuesta posible pero lo más probable es que esta imagen de surrealismo bonaerense pase a formar parte de su inventario visual para la fábrica de collages de la que es al mismo tiempo, obrera y CEO. Schoijett es una fotógrafa de los medios que transicionó al arte contemporáneo adaptando su oficio a estrategias conceptuales como hacerse retratar junto a los entrevistados (su sombra de Silvina Luna para la serie Kiosco devino premonición) o a revelar nuevas imágenes en sampleos de distintas fuentes de la industria editorial. Así, sus obras están no sólo en lo que se ve sino en lo que se lee en las fichas donde, como en los montajes del hip hop, se encadenan autorías de acuerdo a la cantidad de fragmentos aplicados con la lógica del ready made, pero desconociendo, en la mayoría de los casos, su procedencia vanguardista.

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Como el alter ego de Fellini en 8 y ½, en La costurera y el viento César Aira comienza una novela revelando la falta de imaginación del autor (que es y no es él) que lleva un título como todo capital. Y entonces leemos: “(…) Estas últimas semanas, ya desde antes de venir a París, he estado buscando un argumento para la novela que quiero escribir: una novela de aventuras, sucesiva, llena de prodigios e invenciones. Hasta ahora no se me ocurrió nada, fuera del título, que tengo desde hace años y al que me aferro con la obstinación del vacío: La costurera y el viento. La heroína tiene que ser una costurera, en la época en que había costureras…y el viento su antagonista, ella sedentaria, él viajero, o al revés: el arte viajero, la turbulencia fija. Ella la aventura, él el hilo de las aventuras (…)”. Debí escribir, antes, que de regreso de Malba Puertos viajo también acompañado por una costurera.

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Como si el Photoshop nunca hubiera existido, pero, también, como si la técnica de la costura fuera posterior al software desarrollado en 1990, Schoijett superpone distintas fuentes con aguja e hilo en los mash up botánicos que se muestran como reverso del bosque despiadado de Mondongo que ya se había exhibido como una suerte de panorama en el Moderno en 2013. Son obras de pequeño formato que remiten a la serie de fotomontajes que Grete Stern había realizado para ilustrar los sueños de las lectoras de la revista Idilio a partir de 1948. En “C # 140” (collage 140), la costurera hace magia (re)vistiendo a una modelo de Versace con un guante pintado por Jan Van Scorel para su María Magdalena de 1530. O también convirtiendo a la joven mujer anónima que el tardo renacentista neerlandés eligió para representar a una de las protagonistas del Nuevo Testamento en una modelo de la colección Versace para el invierno 2001. Entonces el collage (aunque aquí no es cortar y pegar) de Schoijett suma la autoría del fotógrafo de modas Steven Meisel, a Jan Van Scorel y a otro u otra paisajista. Papel sobre papel, también aparece aquí el ojo de Schoijett repartido entre dos enciclopedias (Gran Enciclopedia Plantas y Flores, Sarpe, 1980; El mundo de los museos, Codex) y una publicidad en una revista de modas. En la red carpet del juicio final María Magdalena, mujer testigo de la crucifixión (¿cruci-ficción aquí?), cambia sus harapos de Galilea por la haute couture de Versace. “Oh la la!” se diría en París donde Aira acaso imaginó a esta costurera fantástica en 1991 y donde, ahora mismo, la obra de Grete Stern se luce en la gran retrospectiva surrealista del Pompidou.

De regreso, en el auto que atraviesa la temperatura extrema del acceso norte como un freezer con ruedas, Rosana Schoijett observa lo que los demás no: unas palmeras enanas de paja seca absurdas, que no ofrecen ni un milímetro de sombra a este sol tremendo en la dársena norte-sur de la antes llamada Panamericana. “Ahí están de nuevo! ¿Para qué?”. No hay respuesta posible pero lo más probable es que esta imagen de surrealismo bonaerense pase a formar parte de su inventario visual para la fábrica de collages de la que es al mismo tiempo, obrera y CEO. Schoijett es una fotógrafa de los medios que transicionó al arte contemporáneo adaptando su oficio a estrategias conceptuales como hacerse retratar junto a los entrevistados (su sombra de Silvina Luna para la serie Kiosco devino premonición) o a revelar nuevas imágenes en sampleos de distintas fuentes de la industria editorial. Así, sus obras están no sólo en lo que se ve sino en lo que se lee en las fichas donde, como en los montajes del hip hop, se encadenan autorías de acuerdo a la cantidad de fragmentos aplicados con la lógica del ready made, pero desconociendo, en la mayoría de los casos, su procedencia vanguardista.

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Como el alter ego de Fellini en 8 y ½, en La costurera y el viento César Aira comienza una novela revelando la falta de imaginación del autor (que es y no es él) que lleva un título como todo capital. Y entonces leemos: “(…) Estas últimas semanas, ya desde antes de venir a París, he estado buscando un argumento para la novela que quiero escribir: una novela de aventuras, sucesiva, llena de prodigios e invenciones. Hasta ahora no se me ocurrió nada, fuera del título, que tengo desde hace años y al que me aferro con la obstinación del vacío: La costurera y el viento. La heroína tiene que ser una costurera, en la época en que había costureras…y el viento su antagonista, ella sedentaria, él viajero, o al revés: el arte viajero, la turbulencia fija. Ella la aventura, él el hilo de las aventuras (…)”. Debí escribir, antes, que de regreso de Malba Puertos viajo también acompañado por una costurera.

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Como si el Photoshop nunca hubiera existido, pero, también, como si la técnica de la costura fuera posterior al software desarrollado en 1990, Schoijett superpone distintas fuentes con aguja e hilo en los mash up botánicos que se muestran como reverso del bosque despiadado de Mondongo que ya se había exhibido como una suerte de panorama en el Moderno en 2013. Son obras de pequeño formato que remiten a la serie de fotomontajes que Grete Stern había realizado para ilustrar los sueños de las lectoras de la revista Idilio a partir de 1948. En “C # 140” (collage 140), la costurera hace magia (re)vistiendo a una modelo de Versace con un guante pintado por Jan Van Scorel para su María Magdalena de 1530. O también convirtiendo a la joven mujer anónima que el tardo renacentista neerlandés eligió para representar a una de las protagonistas del Nuevo Testamento en una modelo de la colección Versace para el invierno 2001. Entonces el collage (aunque aquí no es cortar y pegar) de Schoijett suma la autoría del fotógrafo de modas Steven Meisel, a Jan Van Scorel y a otro u otra paisajista. Papel sobre papel, también aparece aquí el ojo de Schoijett repartido entre dos enciclopedias (Gran Enciclopedia Plantas y Flores, Sarpe, 1980; El mundo de los museos, Codex) y una publicidad en una revista de modas. En la red carpet del juicio final María Magdalena, mujer testigo de la crucifixión (¿cruci-ficción aquí?), cambia sus harapos de Galilea por la haute couture de Versace. “Oh la la!” se diría en París donde Aira acaso imaginó a esta costurera fantástica en 1991 y donde, ahora mismo, la obra de Grete Stern se luce en la gran retrospectiva surrealista del Pompidou.

 De regreso, en el auto que atraviesa la temperatura extrema del acceso norte como un freezer con ruedas, Rosana Schoijett observa lo que los demás no: unas palmeras enanas de paja seca absurdas, que no ofrecen ni un milímetro de sombra a este sol tremendo en la dársena norte-sur de la antes llamada Panamericana. “Ahí están de nuevo! ¿Para qué?”. No hay respuesta posible pero lo más probable es que esta imagen de surrealismo bonaerense pase a formar parte de su inventario visual para la fábrica de collages de la que es al mismo tiempo, obrera y CEO. Schoijett es una fotógrafa de los medios que transicionó al arte contemporáneo adaptando su oficio a estrategias conceptuales como hacerse retratar junto a los entrevistados (su sombra de Silvina Luna para la serie Kiosco devino premonición) o a revelar nuevas imágenes en sampleos de distintas fuentes de la industria editorial. Así, sus obras están no sólo en lo que se ve sino en lo que se lee en las fichas donde, como en los montajes del hip hop, se encadenan autorías de acuerdo a la cantidad de fragmentos aplicados con la lógica del ready made, pero desconociendo, en la mayoría de los casos, su procedencia vanguardista.*****Como el alter ego de Fellini en 8 y ½, en La costurera y el viento César Aira comienza una novela revelando la falta de imaginación del autor (que es y no es él) que lleva un título como todo capital. Y entonces leemos: “(…) Estas últimas semanas, ya desde antes de venir a París, he estado buscando un argumento para la novela que quiero escribir: una novela de aventuras, sucesiva, llena de prodigios e invenciones. Hasta ahora no se me ocurrió nada, fuera del título, que tengo desde hace años y al que me aferro con la obstinación del vacío: La costurera y el viento. La heroína tiene que ser una costurera, en la época en que había costureras…y el viento su antagonista, ella sedentaria, él viajero, o al revés: el arte viajero, la turbulencia fija. Ella la aventura, él el hilo de las aventuras (…)”. Debí escribir, antes, que de regreso de Malba Puertos viajo también acompañado por una costurera.****Como si el Photoshop nunca hubiera existido, pero, también, como si la técnica de la costura fuera posterior al software desarrollado en 1990, Schoijett superpone distintas fuentes con aguja e hilo en los mash up botánicos que se muestran como reverso del bosque despiadado de Mondongo que ya se había exhibido como una suerte de panorama en el Moderno en 2013. Son obras de pequeño formato que remiten a la serie de fotomontajes que Grete Stern había realizado para ilustrar los sueños de las lectoras de la revista Idilio a partir de 1948. En “C # 140” (collage 140), la costurera hace magia (re)vistiendo a una modelo de Versace con un guante pintado por Jan Van Scorel para su María Magdalena de 1530. O también convirtiendo a la joven mujer anónima que el tardo renacentista neerlandés eligió para representar a una de las protagonistas del Nuevo Testamento en una modelo de la colección Versace para el invierno 2001. Entonces el collage (aunque aquí no es cortar y pegar) de Schoijett suma la autoría del fotógrafo de modas Steven Meisel, a Jan Van Scorel y a otro u otra paisajista. Papel sobre papel, también aparece aquí el ojo de Schoijett repartido entre dos enciclopedias (Gran Enciclopedia Plantas y Flores, Sarpe, 1980; El mundo de los museos, Codex) y una publicidad en una revista de modas. En la red carpet del juicio final María Magdalena, mujer testigo de la crucifixión (¿cruci-ficción aquí?), cambia sus harapos de Galilea por la haute couture de Versace. “Oh la la!” se diría en París donde Aira acaso imaginó a esta costurera fantástica en 1991 y donde, ahora mismo, la obra de Grete Stern se luce en la gran retrospectiva surrealista del Pompidou.  LA NACION

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